sábado, 16 de marzo de 2013

EVOCACIÓN PARTICULAR



¡Mamá, estoy aquí! 
Hace algunos meses atrás la señora ... había visto desencarnar a su 
única hija de catorce años, objeto de toda su ternura y muy digna de 
sus lamentos por las cualidades que prometían hacer de ella una 
mujer cabal. Esta joven había sucumbido a una larga y dolorosa 
enfermedad. La madre, inconsolable ante esta pérdida, veía que su 
salud se alteraba a cada día y repetía sin cesar que pronto ella iría a 
reunirse con su hija. Informada de la posibilidad de comunicarse con 
los seres del Más Allá, la señora ... resolvió buscar, en una 
conversación con su hija, un alivio a su pena. Una dama de su 
conocimiento era médium; pero al ser una y otra poco 
experimentadas para semejantes evocaciones, sobre todo en una 
circunstancia tan solemne, me pidieron para que yo asistiera a la 
misma. Éramos tres: la madre, la médium y yo. He aquí el 
resultado de esta primera sesión. 
LA MADRE –En el nombre de Dios Todopoderoso, Espíritu Julie 
..., mi hija querida, te ruego que vengas si Dios lo permite. 
JULIE –¡Mamá, estoy aquí! 
LA MADRE –¿Sos realmente vos, hija mía, que me responde? 
¿Cómo puedo saber que sos vos? 
JULIE –Lili. 
(Era un sobrenombre familiar dado a la joven en su infancia; no 
era conocido ni por la médium ni por mí, puesto que desde varios 
años sólo se la llamaba por su nombre de Julie. Ante esta señal, la 
identidad era evidente; la madre no pudo dominar su emoción y 
estalló en sollozos.) 
JULIE –¡Mamá! ¿Por qué te afligís? Soy feliz, muy feliz; no sufro 
más y te veo siempre. 
LA MADRE –Pero yo no te veo. ¿Dónde estás? 
JULIE –Aquí, a tu lado, mi mano está sobre la señora ... (la 
médium) para hacerla escribir lo que te digo. Mirá mi escritura. (En 
efecto, la escritura era la de su hija.)
LA MADRE –Vos decís: mi mano; ¿Entonces tenés un cuerpo? 
JULIE –No tengo más ese cuerpo que me hacía sufrir tanto; pero 
tengo su apariencia. ¿No estás contenta de que yo no sufra más, ya 
que puedo conversar con vos? 
LA MADRE –Entonces, ¿si te viera, te reconocería? 
JULIE –Sí, sin duda, y a menudo ya me viste en tus sueños. 
LA MADRE –Realmente, te vi en mis sueños, pero creí que era un 
efecto de mi imaginación, un recuerdo. 
JULIE –No; era yo la que siempre estaba con vos, buscando 
consolarte; fui yo que te inspiré la idea de evocarme. Tengo muchas 
cosas para decirte. Desconfiá del señor ...; él no es sincero. 
(Ese señor, conocido únicamente por la madre y nombrado tan 
espontáneamente, era una nueva prueba de la identidad del Espíritu 
que se manifestaba.) 
LA MADRE –¿Qué puede, pues, hacer contra mí el señor ...? 
JULIE –No puedo decírtelo; esto me está vedado. Solamente 
puedo advertirte que desconfíes de él. 
LA MADRE –¿Estás entre los ángeles? 
JULIE –¡Oh, todavía no! No soy lo bastante perfecta. 
LA MADRE –Sin embargo, no te conocí ningún defecto; eras 
buena, dulce, amorosa y benévola para con todo el mundo; ¿esto no 
es suficiente? 
JULIE –Para vos, mamá querida, yo no tenía ningún defecto; ¡y 
me lo creía, porque frecuentemente me lo decías! Pero ahora veo lo 
que me falta para ser perfecta. 
LA MADRE –¿Cómo vas a adquirir las cualidades que te faltan? 
JULIE –En nuevas existencias que serán cada vez más felices. 
LA MADRE –¿Será en la Tierra que tendrás esas nuevas 
existencias? 
JULIE –No lo sé. 
LA MADRE –Puesto que no habías hecho mal alguno durante tu 
vida, ¿por qué sufriste tanto? 
JULIE –¡Pruebas! ¡Pruebas! Las he soportado con paciencia por 
mi confianza en Dios; soy muy feliz hoy. ¡Hasta pronto, mamá 
querida! 
En presencia de semejantes hechos, ¿quién osaría hablar de la 
nada después de la tumba, cuando la vida futura se nos revela –por 
así decirlo– tan palpable? Esta madre, minada por la tristeza, siente 
hoy una felicidad inefable al poder conversar con su hija; entre ellas 
no existe más la separación; sus almas se entrelazan y se expanden 
en el seno de una y de otra por el intercambio de sus pensamientos. 
A pesar del velo con el cual hemos rodeado este relato, no nos 
hubiéramos permitido publicarlo, si no estuviésemos formalmente 
autorizados para ello.
Nos decía esta madre: ¡Si todos los que han visto partir de la Tierra a 
sus afectos, pudiesen sentir el mismo consuelo que yo! 
Por nuestra parte, solamente agregaremos una palabra dirigida a 
los que niegan la existencia de los buenos Espíritus: les 
preguntaremos cómo podrían probar que esta joven, en Espíritu, era 
un demonio maléfico.