domingo, 26 de abril de 2015

LA INFLUENCIA DE LOS ESPIRITUS

LA INFLUENCIA DE LOS ESPIRITUS DESENCARNADOS SOBRE LOS ENCARNADOS


             
Los espíritus encarnados estamos rodeados incesantemente, sin darnos cuenta de 
ello, por espíritus desencarnados, ocupándose los desencarnados solamente de aquello 
que les interesa según su estado de progreso, ya sea en el bien o intentando influenciar 
al hombre  para que siga en el mal camino, con los cuales estamos en desventajas ya 
que ellos ven nuestros actos que quisiéramos que estuvieran ocultos e incluso nuestros 
pensamientos más íntimos, y nosotros, sin embargo,  y generalmente no podemos 
percibir su presencia. La influencia que podamos recibir de los espíritus estará en 
consonancia con el estado moral y evolutivo de nuestro Espíritu. 
La influencia de los espíritus ha existido desde siempre, pues los espíritus existen 
desde que los hombres existen, siendo en todo tiempo su influencia positiva o negativa 
sobre la humanidad, habiendo desde siempre espíritus encarnados con la facultad de 
comunicarse con los espíritus, pues el mismo Moisés tenía esta facultad sino como 
explicar la manifestación de la famosa zarza, manteniendo este conocimiento apartado 
del conocimiento del vulgo por su estado de ignorancia, el cual hubieran mal 
interpretado, tergiversado y manipulado, pero cuando la humanidad ha estado 
preparada para comprender este conocimiento, el espiritismo ha venido para descorrer 
el velo que existía entre un estado y otro, así como también a desenmascarar a los 
espíritus que tomando los nombres de espíritus venerables del Cristianismo se hacían 
pasar por ellos, como también las distintas formas  de influencia obsesiva de los 
espíritus desencarnados sobre los encarnados, de desenmascarar a los espíritus 
burlones, mentirosos, seudo-sabios, malévolos, frívolos etc., que anteriormente por el 
desconocimiento del mundo espiritual, estos espíritus han influenciado, engañado y 
manipulado con mayor impunidad, pero también a su vez estos espíritus encarnados se 
dejan arrastrar y manipular por estos espíritus inferiores porque se sienten a gusto 
desenvolviendo sus pasiones y debilidades las cuales atraen a los espíritus inferiores, 
puesto que siempre cedemos por nuestro libre albedrío, siempre tenemos la facultad de 
hacer o no hacer siendo siempre el espíritu encarnado el responsable de sus actos, no 
teniendo justificación alguna.  
El periespíritu refleja el estado en que realmente  está el Espíritu, sus pensamientos, sus actos y los actos que no se atreve a realizar, por tanto el periespíritu 
refleja con fluidos claros u oscuros y negativos los pensamientos e ideas del Espíritu 
siendo éste el que crea los fluidos positivos o negativos que envuelven su periespíritu, 
pues los fluidos son neutros, quedando para los espíritus todo a la vista con lo cual 
ellos ven nuestras debilidades, vicios, pasiones, y por donde somos más débiles para 
ser influenciados. Todos recibimos la influencia de los espíritus, si es positiva y 
nuestro espíritu está en disposición de seguir sus inspiraciones, su ayuda no nos faltará, 
pero si no hacemos caso de sus inspiraciones ellos se apartarán de nosotros, dejando el camino libre a todos aquellos espíritus inferiores que se quieran aprovechar de nuestras 
debilidades y defectos.    
El cuerpo es el instrumento por el cual el Espíritu se manifiesta, pero a su vez 
también experimenta las sensaciones que la materia  le transmite, es inevitable que 
dichas sensaciones nos provoquen estados y situaciones muy tentadoras,  y no 
precisamente en el terreno que el Espiritismo nos muestra con sus enseñanzas, dichas 
sensaciones cuando el Espíritu se materializa y acalla la voz de su Espíritu, se debilita 
y es presa fácil a la influencia de los espíritus que se apegan para que no se puedan 
esclarecer y poderlo manipular, los espíritus puedan absorber los fluidos, del alcohol, 
tabaco, drogas etc. En estos casos llegan a ser sus obsesores, los cuales si el mismo 
Espíritu no quiere cambiar los llevará hasta su desencarnación, la influencia obsesiva 
siempre es negativa para el Espíritu encarnado, pero su origen tiene muy distintos 
orígenes y causas.   
Generalmente el hombre recibe pensamientos e ideas, comúnmente no sabiendo 
el Espíritu si son suyas o no, porque él no se percata de que le estén sugiriendo ideas y 
de que lleve a un Espíritu apegado a él, no porque sea su enemigo, puede ser un 
familiar o un Espíritu desencarnado que está aún materializado y se ha quedado 
apegado a la Tierra, y como le hacemos caso a sus sugestiones se queda con nosotros; 
el tipo de influencias puede ser muy variado. 
Los espíritus influyen en los actos de nuestra vida más de lo que nos imaginamos, 
porque cedemos a su influencia y sugestiones creyendo que somos nosotros los que 
hemos tenido la idea y de esta manera pueden dirigir parte de nuestra vida, ya sea que 
aceptemos las sugestiones de los espíritus trabajadores en el bien o la influencia de los 
espíritus negativos por la inferioridad del Espíritu encarnado o porque los espíritus 
trabajadores en el bien se aparten de nosotros porque no aceptan sus ideas y 
pensamientos, esto tendría su justificación en cuanto a los hombres que desconocen los 
enseñamientos del Espiritismo. 
Pero en cuanto a los espíritus encarnados que tienen conocimientos del 
Espiritismo o que ellos se denominan espiritista, que se dejen influenciar por espíritus 
inferiores tienen más responsabilidad por el conocimiento que ellos tienen, ya Jesús 
nos lo advirtió con estas palabras “orad y vigilad” por esto ante la poca vigilancia de 
algunos que se denominan espíritas, los espíritus se aprovechan de sus vicios y 
debilidades para hacerlos caer en el ridículo, para ellos el tiempo no importa se acercan 
a nosotros para impedir el progreso del Espíritu, ellos son pacientes pero si no 
hacemos caso de sus sugestiones al final se cansan y se van, por esto tenemos que estar 
alerta porque esa influencia puede ser muy sutil, porque ellos saben que un ataque 
frontal podría ser un fracaso y si no estamos vigilantes acaban por liarnos y entorpecer 
nuestra vida y progreso. La influencia que ellos puedan ejercer sobre el Espíritu encarnado es uno de los 
mayores obstáculos que se le presentan al ser encarnado, porque a mayor progreso del 

Espíritu, mayor inteligencia del espíritu negativo que aprovechando las debilidades o 
poca vigilancia del Espíritu que quiere influenciar para apartarlo del buen camino y de 
la divulgación del Espiritismo, y por esto tenemos que estar muy vigilantes no ya a los 
ataques frontales sino a los ataques que nos puedan hacer, por los que están a nuestro 
alrededor, ya sean familiares, amigos.

Influencias ocultas de los Espíritus sobre nuestros pensamientos y acciones hacen que con frecuencia seamos invadidos por pensamientos que entendemos que surgen de momento sin siquiera haber considerado pensar sobre eso.  Surgen por lo regular mas vividos, cuando nos despertamos luego de un sueño impactante, o cuando hemos estado pasando por situaciones difíciles en nuestras vidas.

Cuando nos percatamos de que esos pensamientos se tornan insistentes y sin motivo alguno, es pues cuando debemos ponernos alertas y tratar de definir primero si son pensamientos positivos que nos inspiran o son pensamientos que por el contrario nos traen tristezas, desasosiegos, frustraciones, o preocupaciones extremas.

Los Espiritas sabemos de estas formas sutiles que los espíritus impuros se aprovechan cuando bajamos la guardia, o nos olvidamos que el mal existe y que en ocasiones abrimos la puerta a comportamientos egoístas, orgullosos, de falta de caridad o compasión.  Habiéndonos  estado comportándonos en bien común, tratando de mejorarnos como seres humanos; vamos cediendo poco a poco a insinuaciones sutiles, que cuando las analizamos no guardan relación alguna a nuestro deseo de moralización.  

Es ahí donde debemos reaccionar y atajar esos pensamientos que no son nuestros y rechazarlos con voluntad férrea, pues para eso nos ha dotado Dios del Libre Albedrío.  Esto suele suceder cuando comienzan aflorar algunos comportamientos contrarios a lo que buscamos como espiritas en cuanto a nuestra transformación moral y a nuestra reforma intima. 



                                  
EL ESPIRITISMO DEBE ESTUDIARSE 
Quince personas nos reunimos una noche en Madrid, en el café del siglo, y sólo 
éramos tres espiritistas: un médico, su esposa y yo. Los demás eran librepensadores, 
materialistas, ateos del todo. Riéronse grandemente del Espiritismo, diciendo un joven 
ingeniero, andaluz por más señas, y con mucha gracia: 
-Señores, hoy he pasado un rato divertidísimo. Vino a verme un condiscípulo, y 
me dijo que se iba a Roma a cumplir una penitencia que le había impuesto un Espíritu; 
y me leyó una comunicación interminable. Nunca he oído una sarta de disparates 
semejante. ¡Qué galicismos! ¡Qué anacronismos! ¡Qué metáforas! ¡Qué hipérboles! 
¡Qué sintaxis tan admirable! Repito, señores, que es el escrito más estúpido que he 
oído en toda mi vida, y lo que a mí me llama la atención es que este muchacho no es 
ningún tonto: en todas las asignaturas ha tenido la nota de sobresaliente, y no porque 
sus parientes se las hayan comprado, no nada de eso; porque el pobre está solo en el 
mundo y ha hecho su carrera con mil apuros. Yo hoy le miraba y decía en mi interior: 
¿Se habrá vuelto loco este muchacho?... le hablé de varias cosas, y me contestó muy 
acorde, pero enseguida me volvía a hablar de sus espíritus, añadiendo que ve a su 
madre y a toda su parentela, y anunciándome que yo era uno de los elegidos, según le 
había dicho su Espíritu familiar, e invitándole a prepararme para hacer grandes 
trabajos en pro del Espiritismo. Al oír tal desatino, no pude contenerme más tiempo, 
me eché a reír a carcajadas; el pobre muchacho se molestó, y se fue, diciéndome con 
entonación profética: 
-¡Desgraciado! Tú huyes de la luz; ¡Ay de los que prefieren las tinieblas!  
-Sin duda –dijo el médico-, ese chico estará obsesado, y su Espíritu obsesor le 
inspira esos papeles ridículos. 
-¿Y qué es eso de obsesado? 
-Según Allan Kardec, es la subyugación que ejerce un Espíritu sobre un 
individuo; pero semejante dominación nunca tiene lugar sin participación del que la 
sufre, ya por su debilidad, ya por su deseo. Esos desgraciados también se llaman poseídos, pero no existen poseídos en el sentido vulgar de la palabra. La palabra 
poseído debe sólo entenderse, en el sentido de la dependencia absoluta en que puede 
encontrarse el alma, con los espíritus imperfectos  que la subyugan. Su amigo debe 
haberse dejado dominar por algún ser invisible, que se divierte con él, como un 
chiquillo con los soldados de plomo. 
-No se ofenda usted, Aguilar, pero yo no puedo digerir que hombres formales 
como usted y otros muchachos crean tan de buena fe  en esos espíritus, en esas 
subyugaciones, en esas inspiraciones, en esos dictados de ultratumba, que para mí no 

son otra cosa que aberraciones del entendimiento humano. 
Se acercó el brigadier Montero, hombre de pocas palabras, ilustrado, que se 
escuchaba siempre con respeto, y comenzó diciendo que, a su entender, antes de 
ridiculizar el Espiritismo, lo lógico era estudiarlo. 
-¿Y quién pierde el tiempo en semejante tontería? ¿Quién cree en la otra vida, si 
sabemos hasta la evidencia, que muerto el perro…?-Señores –replicó Montero-, ¿Os 
acordáis de mi hija Julia? Creo que alguno de vosotros asistió a su entierro. 
-¡No nos hemos de recordar! –contestaron varios-. ¡Qué lástima de muchacha! 
Ha sido de las jóvenes más bellas que se han paseado en Madrid. 
-¡Era un ángel! 
-¡Una criatura adorable! 
-Crea usted, señor Montero, que su hija vive en la memoria de cuantos tuvieron la 
dicha de tratarla. 
-Pues bien, señores, aquella joven tan hermosa, tan noble, tan buena, ¡Que fue el 
encanto de mi vida!... Se dejó dominar por un ser invisible, y desde que nació estuvo 
obsesada y se complació en vivir sujeta a una voluntad que no fue la de sus padres, ni 
la de sus hermanos, ni la de sus amigas, ni la del hombre que la quiso tanto, que al 
verla muerta perdió la razón. Estuvo dominada por un Espíritu los veinte años que 
permaneció en la Tierra, pero dominada en absoluto.
-¿Es posible? –Dijo el ingeniero- Crea usted, señor Montero, que su voto para mí 
es de gran valía, y quizá sea usted el único que me haría cambiar de parecer, si me 
diese explicaciones de lo que observó en su hija, ahora o en otra ocasión que crea usted 
más oportuna. 
-Ahora es la mejor, porque cuando se tiene conocimiento exacto de la verdad, ésta 
no debe ocultarse. He oído cómo os burlabais del Espiritismo, y francamente, me duele 
ver hombres entendidos malgastando su tiempo en negar lo que no conocen. 
Seis mil estrellas vemos en el cielo a simple vista, pero con el telescopio se ven 
millones de puntos luminosos, sin contar las miríadas que escapan al objetivo 
astronómico. 
En la gota de agua no vemos los millones de infusorios, pero con el microscopio 
los distinguimos. Ciegos son los que niegan la luz del Sol. 
Veinte años, ha sido para mí la vida de mi hija un misterio enigmático. Cuando 
por quinta vez me dijo mi esposa que iba a darme un nuevo vástago, sentí sin 
explicarme la causa, una emoción que no había sentido al nacer los otros cuatro hijos. Inés dio a luz una niña preciosísima. ¡Y fue tan dócil, tan buena, tan cariñosa! 
Notamos todos los de casa que la niña miraba a un punto fijo, se reía, agitaba las 
manos, y hacía esfuerzos por trasladarse a aquel punto. La primera palabra que 
pronunció no fue la que dicen todos los niños, de papá o mamá; ella dijo: ¡El nene, el 
nene! Y siempre señalaba, como si viera a alguien. 
Cuando la dejábamos en la cuna, se ponía de modo que siempre dejaba sitio 
desocupado para que se acostara otro, y cuando yo la levantaba, me decía muy 
contenta: “El nene está aquí”; y señalaba el lado que ella había dejado vacío. 
Transcurrió así su infancia. Todos los de casa nos convencimos que Julia veía a un ser 
invisible para nosotros; mi madre y mi esposa decían que veía al ángel de la guarda; 
pero yo, que entonces era materialista, creía que mi hija no tenía los cinco sentidos 
cabales, y la hice reconocer por algunos analistas, que no hicieron más que admirar su 
precoz inteligencia. 
Al fin, nos acostumbramos a aquel compañero invisible, que entonces en nada 
perjudicaba a mi hija, la cual con muy poca edad leía y escribía correctamente, tocaba 
el piano con verdadera inspiración, dibujaba admirablemente, y se convertía en 
maestra de sus hermanos mayores. Aprendió idiomas con pasmosa facilidad y lo 
mismo las labores más delicadas de su sexo. Influyó en mi modo de ser de tal manera, 
que yo mismo no me conocía. Llegué a convertirme en un amante de mi familia, yo 
que desdeñaba antes los goces del hogar, por mis aficiones aventureras. 
Mientras ella vivió, fui feliz; lo único que me disgustaba, era cuando me hablaba 
de él, del ser invisible para nosotros y perfectamente visible para ella. A nuestras 
observaciones cuando le decíamos que su visión era  ilusoria, nos persuadía de lo 
contrario diciéndonos: “Ese ser que vive conmigo, lo he visto en mi cuna, ha jugado 
conmigo, me ha facilitado mis estudios; por él sé mucho más que mis hermanos; él me 
habla de otra patria, de otra vida; le quiero con toda mi alma, cuando no le veo, sufro 
horriblemente; sin él no podría vivir”. 
Yo pensé que casándola se le olvidaría las quimeras. La presenté en sociedad a 
los dieciséis años, causando admiración general, que aparte de su belleza y de su 
talento, cantaba como el ruiseñor, bailaba con suprema elegancia, y era amable y 
discreta como un ser ideal. Me pidieron su mano hombres de gran posición social, 
entre ellos el joven marqués de la Peña. 
Julia para todos tenía una sonrisa celestial, una frase encantadora; pero a nadie 
concedía una sola esperanza. Cuando yo la interrogaba al respecto, me decía: -Papá, él 
no quiere que me case; él me quiere para sí, y a mí nadie me gusta sino él. ¡Si le 
vieras!... ¡Es tan hermoso!... Tiene unos ojos… ¡Ah! ¡Unos ojos divinos! 
¿Cómo he de querer yo a un hombre de los de aquí? Cesa en tus pretensiones; 
déjame que en la Tierra viva para ti, para mi madre, para mis hermanos, para los 
pobres; pero no me unas a otro ser, que yo estoy desposada con él desde antes de venir 
a este mundo. 
Yo, entonces, creía que mi hija estaba alucinada, y para ocultar lo que yo creía un 
defecto, me guardaba muy bien de decir a nadie las conversaciones que tenía con Julia, 
ni aún a su madre, y así vivimos hasta que cumplió veinte años. Un joven, oficial de artillería, se enamoró de mi hija con tal delirio, que me daba lástima; ella también le 
compadecía, y le distinguía con su amistad, y aún hubo momentos que le miraba de un 
modo muy expresivo; pero de pronto se entristecía,  se ponía nerviosa; en estado 
violento, hasta concluir por llorar. Palideció, se negó a tomar alimento, debilitándose 
de tal modo, que no pudo dejar el lecho. Los médicos no pudieron definir su 
enfermedad. 
Muy tranquila, y hasta risueña, me dijo el día antes de morir, estas palabras: 
-Papá, no te desesperes por mi partida. Soy un desterrado que vuelvo a mi patria. 

No sé cómo explicarte lo que pasa por mí, porque yo no me explico muy bien: 
tengo gran confusión en mis ideas. Si aquí tú eres mi padre, si aquí tengo familia, allá 
la tengo también. ¿Comprendes tú esto? Allá me esperan otros deudos, otros amores 
más puros que los de aquí. Yo vine a la Tierra para pagarte una deuda, y he sido el 
ángel de tu hogar, por eso, ahora él me espera, él, a quien he conocido antes que a ti; 
él, que es dueño de mi alma; ¡Mírale cuán hermoso es! ¿No lo ves? Y mi hija me 
indicaba que él estaba allí, junto a nosotros. 
Yo, ignorante, creía que deliraba mi hija, por más  que estaba acostumbrado a 
aquellas confidencias. Se despidió de todos nosotros; y, sonriendo dulcemente, reclinó 
su cabeza en mi hombro y quedó muerta sin agonía; la agonía fue para nosotros, que 
nos quedamos inconsolables. Mi madre, de edad avanzada, murió del sentimiento, y 
mi esposa, desde entonces, no ha tenido un día bueno. A mí no me ha costado la vida, 
porque sé que volveré a verla. 
La formal declaración de Montero causó profunda sensación en sus oyentes, 
tanto, que muchos de aquellos incrédulos estudiaron el Espiritismo, y hoy, no sólo son 
adeptos, sino entusiastas propagandistas. 
   
Amalia Domingo Soler




LA OBSESIÓN ESPIRITUAL Y LA FASCINACIÓN 

El Espiritismo codificado por Allan Kardec y guiado por los Espíritus de la 

Verdad, nos enseña que no estamos solos, que hay un enjambre de espíritus alrededor 
nuestro, y que desde que el hombre habita en la Tierra, existen los espíritus. Estos 
espíritus son los hombres que vivieron en este mundo corporal los cuales se codean 
con los encarnados e influyen en nuestras vidas aunque no nos demos cuenta. Estas 
influencias han sido y son de espíritus amigos, familiares, protectores, o espíritus muy 
materializados. Y dependiendo del estado de cada persona así estará de influenciada. 
Aquel que se deja dominar por las malas pasiones y pone toda su alegría en la 
satisfacción de los apetitos groseros, se aproxima  a los Espíritus impuros, dando 
permiso a sus ideas. O por el contrario si tenemos ideas positivas, trabajando por el 
bien estarán junto a nosotros nuestros amigos y guías espirituales.
En el Libro de los Espíritus pregunta nº 459, dice: ¿Influyen los espíritus en 
nuestros pensamientos y acciones? “Su influencia es mucho mayor de lo que 
creéis, porque a menudo son ellos quienes os dirigen”
Y en senderos de liberación / Divaldo P. Franco/Manuel P. de Miranda 
informa que el numero de obsesos es mucho mayor de lo que se pueda imaginar. 
No pudiendo ser medida o detectada con facilidad, la obsesión domina, 
congregando a multitud de victimas que se dejan consumir, tanto en uno como en 
el otro plano de la Vida:”
Y lo cierto es que ambas afirmaciones expresan una  gran realidad, que la 
obsesión espiritual es una enfermedad que sufre la  humanidad, quizás, en la 
actualidad, más que nunca, afectando a multitud de seres, encarnados y desencarnados, 
y que puede acarrear consecuencias muy dolorosas y  graves, pues, no nos quepa la 
menor duda, que en muchas ocasiones los humanos actuamos bajo la influencia, más o 
menos acusada, de entidades espirituales que se nos acercan de acuerdo con la manera 
de pensar y de ser de cada uno de nosotros. 
 Para que se pueda producir la obsesión, sea del tipo que sea, es imprescindible 
que haya un punto de conexión entre el obsesado y el obsesor, algo que facilite y sirva 
como toma de contacto entre ambos. Y este punto de conexión, siempre tiene su raíz, 
de una u otra forma en los valores negativos e inferiores del espíritu, es decir, en su 
imperfección moral.
La Tierra, por su actual estado evolutivo, es todavía un mundo de orden inferior, 
que denota la precariedad de las conquistas espirituales del hombre. Una gran mayoría 

de sus habitantes es de una condición moral baja que, al desencarnar, continua con los 
mismos gustos, vicios y pasiones que tenía en la vida física. Vivimos en este tiempo, más que nunca, inmersos en un universo en el que no 
hay fronteras entre la dimensión física y la dimensión espiritual, donde éstas coexisten y se ínter-penetran constantemente, produciéndose un intercambio permanente 
de energías, de vibraciones… en que la mente, tanto de encarnados como de 
desencarnados, genera constantemente pensamientos,  atrayendo a otras entidades de 
acuerdo con la calidad moral de que se revisten los mismos y sintonizando con 
aquellas otras mentes que se mueven de la misma frecuencia y franja vibratoria, 
uniéndose dichos pensamientos, tanto si son buenos  o malos, con aquellos otros 
pensamientos de las mismas características, que refuerzan y fortalecen, de esta forma, 
la psicoesfera mental, ya sea positiva o negativa, de cada uno de nosotros. 
“Cuando nos estacionamos en el vicio o en la sombra, las fuerzas mentales 
que exteriorizamos, retornan a nuestro espíritu, reanimadas e intensificadas por 
los elementos que con ellas armonizan, convirtiéndose en un círculo cerrado en el 
que las voces y los cuadros de nuestros propios pensamientos, aumentados por las 
sugestiones de aquellos que se ajustan a nosotros,  nos imponen reiteradas 
alucinaciones (Extraído del libro Acción y Reacción/Chico Javier- André Luiz).
Cualquier pensamiento, cualquier deseo, cualquier acción nuestra, por muy 
rápido que se produzca, siempre ha sido primero elaborado por nuestra mente. Es 
decir, cuando realizamos cualquier acto, no hacemos sino confirmar aquello que 
ya existe mentalmente en cada uno de nosotros, por lo que se puede afirmar que el 
pensamiento expresa la propia esencia de la persona. 
En definitiva:  somos lo que pensamos y respiramos el clima psíquico que 
nosotros mismo vamos formando. Haciendo un paralelismo con el conocido refrán 
que dice: “dime con quién andas y te diré quién eres”, se podría decir desde el 
conocimiento espírita “dime lo que piensas y te diré que compañías espirituales 
tienes”. 
Como consecuencia, tenemos que ser conscientes y asumir que los espíritus nos 
rodean por todas partes, influenciándonos de múltiples maneras, de modo que 
podemos encontrar en esta influencia, desde la actuación beneficiosa y saludable de 
los Buenos Espíritus que nos ayudan y aconsejan, hasta entidades espirituales que nos 
pueden hacer daño y perjudicar. Cuando estas influencias adquieren dicho carácter
negativo, estamos hablando de la obsesión espiritual. 
Por lo tanto, podemos definir la obsesión como “la influencia o acción negativa 
que un espíritu ejerce sobre otro”.
Por otro lado, no cometamos el error de atribuirlo  todo a los espíritus. Es 
innegable la influencia del mundo espiritual sobre cada uno de nosotros, pero no los 
hagamos responsables siempre a ellos de todo lo que nos sucede. La obsesión, como nos explica Allan Kardec, puede ser ejercida por diversos 
motivos, empleando variados recursos y que presenta caracteres muy diferentes, 
dependiendo del grado de opresión y de unión entre el anfitrión y su huésped: desde la 
más simple tentación o influencia moral leve, sin señales exteriores sensibles, hasta 
verdaderos casos de sujeción permanente que logran  la perturbación completa del 
organismo y de las facultades mentales del obsesado, cuyos efectos pueden ser de muy 
distinta naturaleza y gravedad. 
En la FASCINACION el espíritu obsesor ilusiona los sentidos y el 
pensamiento de su presa, con tal habilidad, que le  inspira una confianza total, 
hasta llevarle a creer y hacer las cosas más absurdas y ridículas.
Poco a poco, el fascinado se va rindiendo a las vibraciones del espíritu 
fascinador, aceptando todo lo que este le transmita, sin dudar ni cuestionarse las ideas 
sugeridas, debido a esta especie de hechizo que padece en el que su capacidad de 
juicio queda anulada y entregada completamente a su obsesor. 
La gravedad de la fascinación, pues, radica en que el fascinado jamás reconocerá 
estar sufriendo una influencia exterior, creyéndose en todo momento dueño de la 
situación en que se encuentra y rechazando toda advertencia o ayuda. 
Para los médiums, la fascinación es bastante grave, ya que puede dejarse 
manipular por el pensamiento del espíritu comunicante inspirándole una confianza 
ciega, y con ello no creerse ser engañado. Por ello, es necesario la instrucción, la 
humildad y la práctica del evangelio para no caer en el orgullo y la vanidad del 
mediador.  
No olvidemos que la fascinación le puede suceder a cualquier persona encarnada 
y estaría en un error si se creyera que este género de obsesión no puede alcanzar sino a 
personas sencillas, ignorantes y desprovistas de juicio; los hombres más discretos, más 
instruidos y más inteligentes bajo otros conceptos  no están exentos de esto, lo que 
prueba que esta obsesión es efecto de una causa extraña, de la que sufren la influencia. 
Para llegar a tales fines el espíritu desencarnado es hábil, astuto, inteligente, para 
hacerse aceptar con ayuda de la máscara que sabe tomar y de un falso semblante de 
virtud; las grandes palabras de caridad, humildad y de amor de Dios son para él como 
credenciales; pero a través de todo esto deja penetrar las señales de inferioridad, por lo 
que es necesario estar  fascinado  para no ver. Por otro lado los espíritus obsesores 
temen a todas las personas que ven demasiado claro; así es que su táctica es casi 
siempre la de inspirar a su intérprete el alejamiento de cualquiera que pudiera abrirle 
los ojos; por este motivo, evitando toda contradicción, siempre tiene la seguridad de 
tener razón. Quiero decir, que esto no solamente le ocurre a los médiums espiritistas, sino a 
todas las personas de cualquier ideal; unos podrán saber que son mediadores, pero hay 
una gran mayoría que no lo saben.  
La fascinación puede ser de espíritu a encarnado y de encarnado a encarnado. 
Vemos que ciertas personas encarnadas ejercen un efecto sobre otras, una especie 
de seducción que parece irresistible. Y esto se observa en las religiones, filosofías, 
política, literatura, etc… 
Sobre la obsesión, no podemos olvidar que existen grupos de espíritus dedicados 
a fomentar conflictos y hechos negativos entre la humanidad, estando entre sus 
prioridades, precisamente, el establecer procesos obsesivos. 
Y al igual que hay Colonias del plano espiritual dirigidas por Espíritus Superiores 
que adoctrinan y ayudan, también existen regiones oscuras habitadas por seres 
inferiores e ignorantes que se complacen en el mal, que se agrupan formando 
autenticas organizaciones, con una estructura jerarquizada bien definida, cuyos 
cabecillas son espíritus muy comprometidos y endeudados, pero al mismo tiempo, 
conocedores de las leyes que rigen el mundo espiritual y su relación con el mundo 
físico. 
Tienen sus particulares “escuelas” donde estudian el mecanismo psicológico del 
espíritu humano, haciendo un detallado seguimiento de todas sus tendencias negativas 
hasta descubrir el punto venerable que les pueda servir como detonador psíquico y 
aprovecharse de él con gran sutileza y habilidad para lograr sus fines oscuros y 
siniestros. 
Vemos en un párrafo del libro Acción y Reacción, como un obsesor, delante de 
los asistentes espirituales, se vanagloria y se alaba de los conocimientos que ha 
aprendido en estas famosas “Escuelas”. Dice así: 
“He aprendido en las escuelas vengadoras, que todos poseemos un deseo 
central. Una vez conocida la naturaleza de la criatura que nos proponemos 
castigar, es muy fácil súper alimentarla con excitaciones constantes. A través de 
semejantes procesos, mantenemos fácilmente el delirio psíquico o la obsesión, que 
no pasan de ser un estado anormal de la mente, subyugada por el exceso de sus 
propias creaciones, aumentadas por la influencia de otras mentes atraídas por su 
propio reflejo”(Extraído del libro Acción y Reacción/ Chico Xavier- André Luiz).
Así es que el principal culpable de la obsesión no es el espíritu obsesor, sino el 
propio encarnado, que conduce en sí mismo los factores, sean estos del tipo que sean, 
que predisponen y permiten la unión con los espíritus inferiores. “El obsesor se sirve hábilmente de las afinidades que le ofrecemos, de las 
ocasiones que creamos, de las debilidades que ponemos en acción, de las 
inferioridades que le sirven de vehículo; de todos  nuestros pensamientos y 
acciones inferiores, que abren las puertas de nuestro ser moral, para dominarnos 
y desgraciarnos de acuerdo con su gusto”. (Extraído del libro El Drama de la Gran 
Bretaña/ Yvonne A. Pereira – Charles)
Por lo tanto, sólo la debilidad, la negligencia y el orgullo del hombre dan fuerza a 
los malos espíritus, y su poder sobre nosotros le será positivo mientras no pongamos 
resistencia.