jueves, 31 de octubre de 2013

POESÍA


JESÚS NUESTRO

Maestro, tú me perteneces,
nuestro eres y de ti somos.
No puedes separarte de mí
porque moras dentro de mi corazón.
Posesivo soy contigo,
mas no por egoísmo,
sino porque preciso del farol de tu luz centelleante,
la que alumbra el camino de la Verdad,
certeza por ti revelada a los hombres en la Tierra.
Maestro, eres el pictograma de la Humanidad.
Cuando vuelo entre mis sueños,
tu cara se refleja en los océanos,
y me guiñas con tu ojo
hasta en las blancas olas espumosas que se rompen.
Y tu rostro, inscrito está
en lo recóndito de nuestra conciencia,
como la obra del escultor
se halla henchida del gesto de sus manos.
Es imposible renunciar al son de tu voz,
por eso, ni en la mayor de mis calamidades
 podría yo olvidarte.
Por subir a la montaña,
tu sermón resuena como eco inmortal,
no puedo atraparlo con mis dedos,
pero sí guardarlo en mi pensamiento,
para que me guíe por el camino recto.
Y aunque fuera sordo,
te escucharía en mis adentros,
y aunque estuviera ciego,
me prendaría hasta del aire que suspiras,
lo que me haría vibrar de emoción.
Yeshua, te llamaban los que te conocieron,
los que hablaban tu lengua,
y con tan solo proclamar tu nombre
brotas ante mí como agua celestial,
esa que calma la sed para siempre
y que diste de beber.
Te acercas en el silencio de mis soledades,
y tus brazos me acogen con dulzura
y me reconfortas
hasta en el más mustio de los días.
¿Lo recuerdas? Tú nos lo dijiste.
Basta con pensar en ti
para que habites entre nosotros
y te adentres en el hogar de nuestras entrañas.
No es solo brillo lo que desprendes,
es que tú irradias hasta los confines del Universo.
¿Tendré mayor aliento que saber de ti,
que palpar con la yema de mis dedos,
tu tierna compañía?
Si río, te regocijas conmigo,
si la tristeza me ahoga, tu mirada me consuela.
Si desfallezco, tus ojos me inspiran,
y me elevo, y prosigo mi camino,
aquel que algún día
me concederá mi más eterno deseo.
Maestro ¿palpitas mis pensamientos?
¿Respiras mis anhelos?
Recibir tu sublime abrazo quiero,
y contemplar tu aura de fulgor
con mis pupilas dilatadas,
 como agua vertida del cristal
por las luchas sostenidas,
por las batallas superadas
a la ignorancia y al tiempo,
al egoísmo y al orgullo,
pues el amor penetró en mí
porque yo le abrí mis puertas.
Y entonces, tú me llamaste,
y pronunciaste mi nombre,
y entraste,
porque tú,
al igual que nuestro Padre,
derramas solo amor.
Por eso nos perteneces,
por eso, Yeshua,
eres nuestro, sin excepción,
por los siglos de los siglos,
Jesús.



©José Manuel Fernández