domingo, 12 de enero de 2020

EVIDENCIAS DE REENCARNACIÓN



Además de que la reencarnación se menciona en algunas religiones, se han registrado casos que hacen suponer que un alma podría haber pasado a un cuerpo nuevo.

Las historias seleccionadas por el portal 'ListVerse' y presentadas a continuación, aunque carezcan de escrutinio científico, muestran signos que podrían generar dudas incluso entre los más escépticos.
Antojos
En algunas partes de Asia, cuando muere una persona, sus familiares le ponen una marca sobre el cuerpo -frecuentemente usando hollín- con la esperanza de que su alma se reencarne en la misma familia. Se dice que la marca se convierte en este caso en una mancha de nacimiento en un bebé que nacerá después.
'The  Journal of Scientific Exploration' menciona varios casos de bebés nacidos con manchas correspondientes a las marcas dejadas sobre los cuerpos de sus familiares muertos, entre ellos está el caso de un bebé birmano, que a los dos años también llamó a su abuela de manera peculiar, igual que su difunto marido.
 
Bebé nacido con balazos
Ian Stevenson, un profesor de Psiquiatría de la Universidad de Virginia, se centró en el estudio de los defectos de nacimiento formados por causas desconocidas.
Uno de esos casos fue el de un bebé turco que, al parecer, llevaba vestigios de la vida de un hombre asesinado con una escopeta de un tiro en la parte derecha de la cabeza. El niño nació con una oreja deformada y la parte derecha facial subdesarrollada, defectos registrados en uno de cada 6.000 y en uno de cada 3.500 bebés respectivamente.
Paciente que 'mató' a su hijo y 'se casó' con él
Brian Weiss, un psiquiatra de Miami, contó en su libro el caso de una paciente llamada Diane, quien al ser sometida a la hipnosis se recordó como una joven colona norteamericana durante el conflicto con los indígenas. Relató que se ocultaba con su bebé de la persecución de los indígenas cuando ahogó a su hijo por accidente al cubrirle la boca para que con sus llantos no los delatara.

Meses después de la hipnosis, Diane, quien trabaja de enfermera, se enamoró de un paciente suyo que sufría ataques de asma y que resultó tener la misma mancha de nacimiento en forma de media luna que su bebé 'de la vida pasada'. El doctor Weiss asegura que conoce a varias personas con asma que tienen recuerdos de ahogamiento 'de la vida anterior'.
Reencarnado y con la misma escritura
Taranjit Singh es un niño indio que desde los dos años de edad decía que su nombre real era Satnam Singh, hijo de Jeet Singh, y que había nacido en otro pueblo a unos 60 kilómetros de su casa.
Relató que era estudiante de noveno curso cuando falleció en un accidente de tráfico, y que llevaba 30 rupias en la cartera y libros que quedaron manchados con su sangre.   
Al oír esta historia tan extraña, su padre Ranjit comprobó que en el pueblo mencionado un adolescente llamado Satnam Singh sí fue atropellado por un motociclista. Ranjit se encontró con dicha familia, que le confirmó los detalles mencionados por Taranjit. El último además identificó correctamente a Satnam en las fotos de la familia Singh.  
El experto forense Vikram Raj Chauhan comparó la escritura del cuarderno de notas de Satnam con la de Taranjit y las encontró semejantes.    
Nacida hablando sueco
El profesor Stevenson estudió a una estadounidense de 37 años de edad, quien al someterse a la regresión parapsicológica pasó a hablar sueco.
La mujer dijo haber sido un ciudadano sueco llamado Jensen Jacoby. Su vocabulario contenía cerca de 100 palabras, pero expertos confirmaron su acento como sueco y el habla como mezclada con noruego.
Entrevistas con los familiares de la mujer excluyeron que hubiera aprendido algún idioma escandinavo.
Memorias de monasterios 
El psiquiatra californiano Adrian Finkelstein narra en su libro 'Your Past Lives And The Healing Process' la historia de un niño llamado Robin Hull, quien hablaba en un idioma desconocido con su madre. Un profesor de idiomas asiáticos lo identificó como un dialecto hablado en la región norteña del Tíbet.
.Wikimedia
Robin, un niño de edad preescolar, contó haber estudiado hacía muchos años en un monasterio donde aprendió este idioma.   
La historia del niño llevó al profesor a viajar al Tíbet, donde encontró el monasterio descrito por Robin en la cordillera de Kunlun.
Quemaduras de un soldado japonés 
Otra investigación de Ian Stevenson incluye a una niña birmana, Ma Win Tar, nacida en 1962 y quien desde la edad de tres años pasó a identificarse con un soldado japonés capturado por birmanos, atado a un árbol y quemado vivo.
La niña tenía defectos congénitos en ambas manos: su dedo medio y anular de la mano derecha estaban entrelazados y libremente unidos al resto de la mano. Le faltaban varios dedos o tenían anillos de constricción. Su muñeca tenía depresiones similares a las dejadas por una cuerda quemada.
Cicatrices de su hermano
Kevin Christenson murió de cáncer a los dos años en 1979. Una fractura de pierna había causado metástasis y la quimioterapia había sido ejecutada a través de la incisión en la parte derecha de su cuello. Un tumor había causado que su ojo izquierdo sobresaliera y un nódulo sobre su oreja derecha.         
Doce años después, la madre de Kevin, quien se había divorciado y vuelto a casar, dio a luz a Patrick, quien desde su nacimiento tenía semejanzas con su hermano difunto. Tenía una señal parecida a una incisión en el lado derecho de su cuello, donde la cánula había entrado en el cuerpo de Kevin.    
.www.listverse.com
Lo que es aún más extraño, tenía un nódulo en el mismo lugar donde lo había tenido Kevin. Igual que su hermano, Patrick tenía un problema con su ojo izquierdo, en el que encontrarían leucoma corneal. Cuando Patrick empezó a andar, lo hacía cojeando, aunque no había razones para ello. 
De tal padre tal nieto
John McConnell fue letalmente baleado seis veces en 1992. Su hija Doreen dio a luz a un hijo, William, al cabo de cinco años. Los médicos diagnosticaron atresia pulmonar, una malformación congénita de la válvula pulmonar que impide que la sangre se bombee hacia los pulmones para que se oxigene.
El estado de William mejoró tras una serie de cirugías y tratamiento. Lo asombroso es que la patología de William reflejaba los daños que había recibido su abuelo, a quien una de las balas le entró por la espada, perforando su pulmón izquierdo y la principal arteria pulmonar de su corazón.
Un día en su afán para faltar a la escuela, William dijo a su madre: "Cuando eras una niña y yo tu padre, te comportabas mal de vez en cuando, pero nunca te golpeaba".

sábado, 11 de enero de 2020

ESPÍRITUS QUE SE CREEN VIVOS



Disertaciones Espíritas Sobre los Espíritus que aún se creen vivos

Ya os hablamos muchas veces de las diversas pruebas y expiaciones; pero, ¿no descubrís nuevas diariamente? Son infinitas, como lo son los vicios de la Humanidad, y os cabe a vosotros establecer su nomenclatura. Pero como nos reclamáis un hecho, voy a intentar instruiros. Todo no son pruebas en la existencia. La vida del Espíritu continúa, como ya se os ha dicho, desde que nace hasta el infinito; para algunos la muerte no pasa de simple accidente, que en nada influye sobre el destino de aquel que muere. Un azulejo que cae, un ataque de apoplejía, una muerte violenta, muchas veces apenas separan al Espíritu de su envoltorio material; pero el envoltorio periespiritual conserva, al menos en parte, las propiedades del cuerpo que acaba de sucumbir. Si yo pudiera, en un día de batalla, abrir los ojos que poseéis, pero de los cuales no podéis hacer uso, veríais muchas luchas continuando, muchos soldados lanzándose al ataque, defendiendo y atacando los reductos, escucharíais sus hurras y gritos de guerra, en medio del silencioso y triste velo que sigue a un día de matanza. Terminado el combate vuelven a sus hogares para abrazar a sus viejos padres y a sus ancianas madres que los esperan. Para algunos ese estado a veces dura mucho, es una continuidad de la vida terrestre, un estado mixto entre la vida corporal y la vida espiritual. ¿Por qué, si fueron simples y honestos, sentirían el frio de la tumba? ¿Por qué pasarían bruscamente de la vida a la muerte, de la claridad del día a la noche? Dios no es injusto y deja a los pobres de espíritu ese placer, esperando que vean su estado por el desarrollo de sus propias facultades, y que puedan pasar tranquilamente de la vida material a la vida real del Espíritu.
Consolaos pues, vosotros, que tenéis padres, madres, hermanos o hijos que se extinguieron sin lucha. Tal vez se les permita aproximar sus labios a vuestras frentes. Enjugad las lágrimas: el llanto es doloroso para vosotros y ellos se admiran viendo que lloráis; os rodean el cuello con sus brazos y os piden sonreír. Sonreíd pues a estos invisibles y orad para que cambien el papel de compañeros por el de guías; para que abran sus alas espirituales que les permitan volar hacia el infinito y traeros sus suaves emanaciones.
Yo no digo, observen bien, que todas las muertes repentinas lleven al Espíritu a caer en ese estado. No, pero no hay uno solo cuya materia no tenga que luchar con el Espíritu que vuelve en sí. Tras el duelo la carne se rasga, el Espíritu se oscurece en el instante de la separación, y en la erraticidad reconoce la verdadera vida.
Voy a contaros, en pocas palabras, sobre aquellos para los cuales este estado es una prueba. ¡Oh! ¡es doloroso! ellos se creen vivos y bien vivos, con un cuerpo capaz de sentir y disfrutar de los placeres de la tierra, y cuando sus manos quieren tocar se desvanecen, y cuando acercan sus labios a un vaso o una fruta esos labios se aniquilan; ven, quieren tocar, pero no pueden sentir ni tocar. El paganismo ofrece una bella imagen de ese suplicio al presentar a Tántalo con sed y con hambre y jamás podía tocar con sus labios la fuente de agua, que susurraba a sus oídos, o la fruta que parecía madura para él. ¡Hay maldiciones y anatemas en los gritos de esos desgraciados! ¿Qué han hecho para soportar este sufrimiento? Preguntad a Dios: es la ley que fue escrita por él. Quien mata por la espada morirá por la espada; quien profanó al prójimo, a su vez será profanado. La gran ley del talión estaba escrita en el libro de Moisés y aún está en el gran libro de la expiación.
Orad pues incesantemente por los que llegan a la hora final; sus ojos se cerrarán, dormirán en el espacio como duermen en la Tierra y, al despertar, encontrarán no un juez severo sino un padre compasivo, que les señalará nuevas obras y nuevos destinos.
San Agustín
(Sociedad de Paris, 21 de julio de 1864 – Médium: Sr. Vézy)
Revista Espírita (Allan Kardec) Noviembre de 1864

LA MADRE Y EL HIJO

La madre y el hijo (Revista Espírita marzo 1863)

La madre y el hijo (Revista Espírita marzo 1863)

La madre y el hijo (Revista Espírita marzo 1863)
Dentro de una cuna reposaba un bello ángel
Todo rosa y blanco, que cantando acunaban;
Su joven madre, de dulce mirar de Arcángel,
¡Ebria de amor sobre ese infante velaba!…
¡Oh! ¡Qué bello es el hijo de mis cariños!…
Duerme, querido hijo, tu madre está cerca de ti…
¡Al despertar tus primeras caricias
Y tus besos, amigo, serán para mí!…
¡Oh! ¡Qué bello es!… Dios mío, tomad mi vida
Si debéis arrebatarme este hijo…
¡Guardádmelo, Señor, os lo ruego!…
Ya su boca ha murmurado: ¡¡¡Mamá!!!…
Esa palabra tan tierna… esa palabra que se espía,
Como a la primavera un rayo de sol…
Esa palabra de amor cuya suave armonía
¡Cuando se escucha nos hace soñar con el cielo!…
¡Oh! De sus brazos cuando me rodean;
Cuando sobre mi seno siento batir su corazón,
Soy feliz, y mi alma ebria
De vuestros electos comparto el bienestar…
Lo es todo para mí… ¡Este hijo, es mi sueño!
Vivir por él… toda en él, es mi destino.
De mi amor la vivificante savia
¡¡¡De esa cuna debe alejar la muerte!!!…
Pronto, Dios mío, sostenido por su madre
¡Lo veré dar sus primeros pasos!…
¡Oh! Día dichoso… qué impaciente espero…
¡Temo siempre que no llegue!
Y además, en mi dulce esperanza,
Lo veo grande, homenajeado, virtuoso,
Habiendo guardado de su tímida infancia
La pureza que debe tornarlo feliz.
¡Oh! ¡Qué bello es!… ¡Dios mío, tomad mi vida
Si la desgracia debe golpear este niño!
A mi amor, dejadlo, os lo ruego,
Ya su boca ha murmurado: ¡¡Mamá!!…
¡Pero está frío… y sus labios han palidecido!
¡Despiértate, querido hijo de mi corazón!
Ven sobre el seno que te dio la vida…
¡¡Está helado… tiemblo y tengo miedo!!
¡Ah! ¡ya está! ¡ha dejado de vivir!
¡Desgracia sobre mí! ¡porque ya no tengo hijo!
Dios sin piedad… de rabia estoy ebria…
¡No sois un Dios justo y poderoso!
¿Qué os ha hecho este ángel de inocencia
Para arrebatarlo tan pronto a mi amor?…
¡Abjuro aquí toda santa creencia!
Y bajo vuestra mirada voy a morir a mi vez…
. . . . . . . . . . .
“¡Madre!… ¡soy yo!… es mi alma desprendida
Que el Eterno devuelve a tu lado.
Maldice, madre mía, una rabia insensata;
¡Vuelve a Dios… te traigo la Fe!
Inclínate ante la decisión del Maestro.
Madre culpable, en un pasado lejano…
Hiciste morir al hijo que diste a nacer:
¡Dios te pune!… ¡doblégate bajo su mano!
Toma, coge este libro; calmará tu pena.
Este libro santo… dictado por los Espíritus,
Si lo lees… oh madre, puedes estar segura
¡¡¡Que un día en el cielo volverás a ver tu hijo!!!”
Tu ángel de la guarda

Artistas apócrifas espiritas



En la época de Josefa Tolrà (Cabrils, 1880-1959), no educaban a las niñas, les inoculaban lo necesario (las destrezas y las chinchetas en la mente) para ocupar durante el resto de su vida las estancias del silencio y del sufrimiento. En casa y en la escuela, enseñaban, por ejemplo, a coser. En el caso de Tolrá, nadie adivinó que, con cada punzada de aguja e hilo, en realidad, estaban transmitiéndole un idioma.
Tampoco ella lo sospechó. El tiempo tuvo que desguazarle la vida varias veces para que se desencadenara la suma de sucesos que, hoy, en 2019, lleva su legado a ser uno de los protagonistas de Alma. Mediums y visionarias, la insólita exposición de Es Baluard Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Palma (que permanecerá abierta hasta el 2 de junio).
El tiempo desguazó la vida de Tolrà. Primero, con la muerte de su hijo de 14 años tras una enfermedad eterna; y después, durante la Guerra Civil, cuando su otro niño pereció en un campo de concentración. Contó su sobrina María Tolrà en una entrevista que a Josefa le entró miedo, que no quería que la dejasen sola, que no encontraba la forma de salir de casa.
Le aconsejaron visitar a una médium. Hizo caso, acudió, y aquella le recetó que pintara. Un día empezó a trazar líneas, unas sobre otras, parecían una locura, pero tenían una estructura, un sentido. Agarraba un papel cualquiera y un bolígrafo. Solo ahí se sentía bien. No es que olvidara su tragedia, más bien la traducía, se congraciaba con ella. Pintar era crear formas, no importaba el soporte. Entonces se dio cuenta, tomó una aguja y un hilo, y descubrió que tenía dentro un lenguaje dormido.

mujeres espiritistas
Fotografía de Josefa Tolrà mostrando un mantón con bordado fluídico, 1956. © Fotografía: Archivo familiar, cortesía de la Associació Josefa Tolrà, 2019

Se convirtió en creadora y médium espiritista, y ninguna de esas facetas se las atribuyó a sí misma. Cuenta su sobrina que cuando la visitaban gentes frágiles, necesitadas de consuelo, y le daban las gracias, ella respondía: «A mí no, a ellos», y señalaba al cielo, que es donde se ubican los mundos que no nos pertenecen. Tampoco le pertenecía su arte. Un día, cuenta su sobrina, le dijo a su hija que no se le ocurriera nunca cobrar ni cinco céntimos por sus dibujos.
Su caso no es único, y Es Baluard reúne una muestra de creadoras como ella: Madge Gill, Julia Aguilar, Nina Karasek, Clara Schuff, Hélène Reimann, Aloïse Corbaz, Agatha Wojciechowsky, Margarethe Held, Käthe Fischer, Anna Zemánková, Cecilie Marková o Emma Kunz. El proyecto se enmarca dentro de una línea de investigación hoy en vigencia a nivel europeo.
La comisaria es Pilar Bonet, historiadora del arte. Comenzó a explorar en esta veta de artistas olvidadas hace más de diez años. La fascinación por Tolrà la guió hacia otros nombres. «Son todas europeas, nacidas antes del final de la Primera Guerra Mundial, vivieron la guerra y la entreguerra, un periodo de dolor, muertes, cambios territoriales», apunta Bonet.

mujeres espiritistas
Josefa Tolrà, La gran teósofa, 1953. Colección del Museo Nacional del Prado, Madrid. Fotografia: Associació Josefa Tolrà © de la obra, Associació Josefa Tolrà, 2019

Eran las mujeres. Ellas, en la retaguardia del hogar, sufrían con más fuerza la densidad de las pérdidas: «Entonces, consiguen traspasar una línea fronteriza entre el mundo material y espiritual», expresa. Ahí empieza el relato de la exposición. «Las mujeres son las que desean conectar con los hijos que han fallecido, lo necesitan».
Muchas de las protagonistas de la muestra entran, por la puerta del desasosiego, en el espiritismo de finales del siglo XIX y principios del XX. Eso, junto a su sexo, sus raíces humildes y sus enfoques artísticos forjados por instinto –al margen de lo académico–, provocó que no recibieran el reconocimiento que merecían.
«El espiritismo, además, estaba conectado al socialismo utópico y al anarquismo. A ninguno de esos movimientos se les ha concedido un lugar prioritario porque estaban vinculados a clases obreras y a revuletas y revoluciones contra el propio sistema», desliza Bonet. El espiritismo era, según esto, una forma de religiosidad insumisa, alejada de las imposiciones de las instituciones eclesiásticas.

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Madge Gill, Sin título (1954). Colección LAM-Lille Métropole Musée d’art modern, d’art contemporain et d’art brut, Villeneuve d’Ascq. Donación de L’Aracine, 1999. © Fotografía: Alain Lauras

Artistas apócrifas

Quizás este suero del espiritismo y de la conexión con el más allá les dio la legitimidad que necesitaban (ellas, mujeres, golpeadas, la mayoría pobres) para atreverse a dar una solución plástica, material, a las borrascas acumuladas durante su pasado. Sin embargo, no disponían de referencias ni de técnicas.
«No conocían iconografías ni géneros artísticos. Entonces aparecen en sus obras escenarios e imaginarios extraños. Eran médiums, escribían de manera automática o dibujaban lo que visualizaban», detalla Bonet.
No eran representaciones de ciénagas espectrales y aterradoras, más bien, al contrario: «Son dibujos extraños y maravillosos. La potencia de las miradas es enorme. Son personajes etéreos, ingrávidos; escenarios llenos de trazos, círculos, espirales que representan la energía. Crearon cartografías de planetas, arquitecturas planetarias», resume.
Los formatos son pequeños. No pensaban en exponer o vender. Tomaban cualquier papel que hubiera a su alcance y cualquier herramienta. Así es como, de pronto, Josefa Tolrà descubrió que tenía un idioma entre las manos y se puso a coser mundos. Una técnica que servía como herramienta para el confinamiento femenino se convirtió en un arma expresiva.

mujeres espiritistas
Anna Zemánková, Sin título, década de 1970. Colección Karin & Gerhard Dammann. Fotografia: Cortesía Colección Dammann

«Sabían tejer, bordar, hacer ganchillo, y lo utilizaron. En sus telas aparecen animales simbólicos y floraciones extrañas que no eran tradicionales en los bordados».
La checa Anna Zemánková inventaba flores «que no existen en ningún lugar». Por ejemplo: una planta que se disgrega en seis apéndices como ojos, como criaturas del caldo primigenio, criaturas unicelulares enlazándose para construir algo más grande. Ese cuadro ofrece una ironía: mirado de lejos parece, además, una máscara de carnaval. «No pensaban en flores botánicas, sino en la flor alegórica de la vida», analiza la comisaria.
Han pesado décadas de olvido sobre estas mujeres. Pero algunas de ellas lo habrían considerado justo y oportuno. Cuenta Bonet que la suiza Emma Kunz, fallecida en 1963, avisó: «Mis obras son para el siglo XXI».

viernes, 3 de enero de 2020

¿De que están hechos los espíritus?



                                                     




Separada la opinión materialista, como condenada a la vez por la razón y por los hechos, todo se reduce a saber si el alma después de la muerte puede manifestarse a los vivos.

La cuestión, reducida de este modo a la más simple expresión, se encuentra singularmente despejada. Se podría preguntar, desde luego, por qué seres inteligentes que en cierto modo viven en nuestro centro, aunque invisibles por su naturaleza, no podrían atestiguar su presencia de una manera cualquiera. La simple razón dice que para esto no hay nada absolutamente imposible y esto es ya alguna cosa.

Esta creencia tiene, por otra parte, el asentimiento de todos los pueblos, porque se la encuentra por todas partes y en todas las épocas.

Una causa, sobre todo, ha contribuido a fortificar la duda en una época tan positiva como la nuestra, en que se procura darse cuenta de todo, en que se quiere saber el por qué y el cómo de cada cosa, y consiste en la ignorancia de la naturaleza de los Espíritus y de los medios por los cuales pueden manifestarse. Adquirido este conocimiento, el hecho de las manifestaciones nada tiene de sorprendente y entra en el orden de los hechos naturales.

La idea que uno se forma de los Espíritus hace a primera vista incomprensible el fenómeno de las manifestaciones. Estas manifestaciones no pueden tener lugar sino por la acción del Espíritu sobre la materia; por esto los que creen que el Espíritu es la ausencia de toda materia, se preguntan, con alguna apariencia de razón, cómo puede obrar materialmente. Pero ahí está el error, porque el Espíritu no es una abstracción: es un ser definido, limitado y circunscripto.



El Espíritu encarnado en el cuerpo, constituye el alma; cuando lo deja a la muerte, no sale despojado de toda envoltura. Todos los Espíritus nos dicen que conservan la forma humana, y en efecto, cuando se nos aparecen es bajo la que nosotros les conocíamos. Observémosle atentamente en el momento en que acaban de dejar la vida; están en un estado de turbación; todo está confuso a su alrededor; ven su cuerpo sano o mutilado según el género de muerte; por otra parte se ven y se sienten vivir; alguna cosa les dice que este cuerpo le pertenece y no comprenden que estén separados de él. Continúan viéndose bajo su forma primitiva, y esta visión produce en algunos, durante cierto tiempo, una singular ilusión: la de creerse aún vivos.

Disipado este primer momento de turbación, el cuerpo viene a ser para ellos un vestido viejo, del cual se han despojado, y que no lo echan de menos; se sienten más ligeros y como desembarazados de un peso; no experimentan ya dolores físicos, y son muy felices en poder elevarse, recorrer el espacio así como lo hacían diferentes veces, viviendo en sueños. Sin embargo, a pesar de la ausencia del cuerpo, acreditan su personalidad; tienen una forma, pero una forma que no les molesta ni les embaraza; ellos, en fin, tienen la conciencia de su yo y de su individualidad.

¿Qué debemos deducir de todo esto? Que el alma no lo deja todo en la tumba, y que algo se lleva consigo.

Numerosas observaciones y hechos irrecusables de que tendremos que hablar más tarde nos han conducido a esta consecuencia, a saber que en el hombre hay tres cosas:

1) el alma o Espíritu, principio inteligente en quien reside el sentido moral
2) el cuerpo material, envoltura grosera, de la que está temporalmente revestido para el cumplimiento de ciertas miras providenciales.
3) el periespíritu, envoltura fluídica semimaterial, sirviendo de lazo entre el alma y el cuerpo.


La muerte es la destrucción o, mejor, la desagregación de la envoltura grosera, de aquella que el alma abandona; la otra se separa y sigue al alma, que se encuentra de esta manera tener siempre una envoltura; esta última, bien que fluídica, etérea, vaporosa, invisible para nosotros en su estado normal, no por eso deja de ser materia, aunque hasta ahora no hayamos podido cogerla y someterla al análisis.

Esta segunda envoltura del alma o periespíritu existe pues, durante la vida corporal; es el intermediario de todas las sensaciones que percibe el Espíritu, aquel por el cual el Espíritu transmite su voluntad al exterior y obra sobre los órganos. Para servirnos de una comparación material, es de hilo eléctrico conductor que sirve a la recepción y a la transmisión del pensamiento; es, en fin, ese agente misterioso, inaccesible, designado con el nombre de fluido nervioso, que tan gran papel juega en la economía, y del que no se tiene bastante cuenta en los fenómenos fisiológicos y patológicos. No considerando la medicina sino el elemento material ponderable, se priva en la apreciación de los hechos de una causa incesante de acción. Pero no es este el lugar de examinar esta cuestión tan solo haremos observar que el conocimiento del periespíritu es la llave de una porción de problemas hasta ahora inexplicables.

El periespíritu no es una de esas hipótesis a las cuales se han recurrido algunas veces en la ciencia para la explicación de un hecho; su existencia revelada por los Espíritus, es también resultado de observaciones. Durante su unión con el cuerpo, o aun después de su separación, el alma no está nunca separada de su periespíritu.

Se ha dicho que el Espíritu es una llama, una chispa: ésta debe entenderse del Espíritu propiamente dicho, como principio intelectual y moral, y al cual no se podría atribuir una forma determinada; pero en cualquier grado que se encuentre, está siempre revestido de una envoltura o periespíritu cuya naturaleza se va haciendo más etérea a medida que se purifica y se eleva en la jerarquía; de tal suerte, que para nosotros la idea de forma es inseparable de la de espíritu, y que no concebimos la una sin la otra. El periespíritu forma, pues, parte integrante de hombre; pero el periespíritu solo no es el Espíritu como el cuerpo solo no es el hombre, porque el periespíritu no piensa; es al Espíritu lo que el cuerpo es al hombre; esto es, el agente o instrumento de su acción.


La forma del periespíritu es la forma humana y cuando nos aparece es generalmente aquella bajo la cual hemos conocido al Espíritu en su vida. Se podría creer, según esto, que el periespíritu, separado de todas las partes del cuerpo, se amolda de algún modo sobre él y conserva su tipo, pero no parece que sea así. La forma humana, con algunas diferencias de detalle y salvo las modificaciones orgánicas necesarias para el centro en el cual el ser está llamado a vivir, se encuentra en los habitantes de todos los globos; al menos ésto es lo que dicen los Espíritus; es igualmente la forma de todos los Espíritus no encarnados y que no tienen más que el periespíritu; es aquella bajo la que en todo tiempo se han representado los ángeles o Espíritus puros; de donde debemos deducir que la forma humana es la forma tipo de todos los seres humanos a cualquier grado que pertenezcan.

Pero la materia sutil del periespíritu no tiene la tenacidad ni la rigidez de la materia compacta del cuerpo; es, si podemos expresarnos así, flexible y expansible por esto la forma que toma, aunque calcada sobre la del cuerpo, no es absoluta; se pliega a voluntad del Espíritu, quien puede darle tal o cual apariencia a su gusto, mientras que la envoltura sólida le ofrece una resistencia insuperable. Desembarazado de esa traba que le comprimía el periespíritu se extiende o se estrecha, se transforma, en una palabra, se presta a todas las metamorfosis, según la voluntad que obra sobre él. A consecuencia de esta propiedad de su envoltura fluídica, es como el Espíritu que quiere hacerse reconocer, puede, cuando esto es necesario, tomar la exacta apariencia que tenía en vida, hasta la de los accidentes corporales que pueden ser signos de reconocimiento.

Los Espíritus, como se ve, son, pues, seres semejantes a nosotros, formando a nuestro alrededor toda una población invisible en el estado normal; decimos en el estado normal porque, como lo veremos, esta invisibilidad no es absoluta.

Hemos dicho que, aunque fluídica, no deja de ser una especie de materia, y esto resulta del hecho de las apariciones tangibles. Se ha visto, bajo la influencia de ciertos médiums, aparecer manos teniendo todas las propiedades de manos vivientes que tienen calor, que se pueden tocar, que ofrecen la resistencia de un cuerpo sólido que os agarran, y que de repente se desvanecen como una sombra. La acción inteligente de estas manos, que obedecen evidentemente a una voluntad, ejecutando ciertos movimientos, aun tocando aires sobre un instrumento prueba que son la parte visible de un ser inteligente invisible. Su tangibilidad, su temperatura, en una palabra, la impresión que hacen sobre los sentidos, puesto que se ha visto que han dejado señales sobre la piel, dar golpes dolorosos o acariciar delicadamente prueban que son de alguna materia. Su desaparición instantánea prueba también que esta materia es eminentemente sutil y se modifica como ciertas sustancias que pueden alternativamente pasar del estado sólido al estado fluídico y recíprocamente.

La naturaleza íntima del Espíritu propiamente dicho, esto es, del ser pensador, nos es enteramente desconocida; solo se nos revela por sus actos, y sus actos no pueden afectar a nuestros sentidos materiales sino a través de un intermediario material. El Espíritu tiene, pues, necesidad de materia para obrar sobre la materia. Tiene por instrumento directo su periespíritu, como el hombre tiene su cuerpo, pues su periespíritu es materia, como acabamos de verlo. Tiene en seguida por agente intermediario el fluido universal, especie de vehículo sobre el cual obra, como nosotros obramos sobre el aire para producir ciertos efectos con ayuda de la dilatación, de la comprensión, de la propulsión o de las vibraciones.

Considerada de esta manera la acción del espíritu sobre la materia, se concibe fácilmente; se comprende desde luego que todos los efectos que de esto resultan entran en el orden de los hechos naturales, y no tienen nada de maravilloso. Sólo han parecido sobrenaturales, porque no se conocía la causa; conocida ésta lo maravilloso desaparece y esta causa está toda entera en las propiedades semimateriales del periespíritu. Este es un nuevo orden de hecho que una nueva ley viene a explicar, y de la cual nadie se maravillará dentro algún tiempo, lo mismo que sucede hoy día con la correspondencia a larga distancia en algunos minutos por la electricidad.

Quizá nos preguntarán cómo el Espíritu, con la ayuda de una materia tan sutil, puede obrar sobre cuerpos pesados y compactos, levantar mesas, etcétera. Seguramente no sería un hombre de ciencia quien pudiera hacer semejante objeción; porque sin hablar de las propiedades desconocidas que puede tener este nuevo agente, ¿no tenemos nosotros bajo nuestros ojos ejemplos análogos? ¿Acaso la industria no encuentra sus más poderosos motores en los gases más rarificados y en los fluidos imponderables? Cuando se ve que el aire derriba los edificios, que el vapor arrastra masas enormes, que la pólvora gasificada levanta rocas, que la electricidad rompe árboles y agujeréa murallas, ¿es extraño admitir que el Espíritu, con ayuda de su periespíritu, pueda levantar una mesa, sobre todo, cuando se sabe que este periespíritu puede venir a ser visible, tangible y obrar como un cuerpo sólido.