martes, 19 de noviembre de 2013

LOS INSTRUMENTOS DE LA PERFECCIÓN


En aquella noche, Simón Pedro traía a la conversación el espíritu enfadado por extremo disgusto.
Se había encolerizado con parientes insensatos y rudos.
Un viejo tío lo acusara de dilapidador de los bienes de la familia y un primo le amenazaba con abofetearlo en la vía pública.
Por eso, estaba con el semblante cargado y austero.
Cuando el Maestro leyó algunas frases de los Sagrados Escritos, el pescador se desahogó. Describió el conflicto con sus parientes y Jesús lo oyó en silencio.
Al término del largo informe afectivo, indagó el Señor:
—Y ¿qué hiciste, Simón, delante de las arremetidas de los familiares incomprensivos?
— ¡Sin duda, reaccioné cómo debía! — contestó el apóstol, vehemente. — Coloqué a cada uno en su lugar. Anuncié, sin rebozos, las malas cualidades de las que son portadores. Mi tío es un raro ejemplar de tacañería y mi primo es un mentiroso contumaz. Probé, delante de numerosa asistencia, que ambos son hipócritas, y no me arrepentí de lo que hice.
El Maestro reflexionó por largos minutos y habló, compasivo:
—Pedro, ¿qué hace un carpintero en la construcción de una casa?
— Naturalmente trabaja — respondió el interpelado, enfadadizo.
— ¿Con que? — indagó el Amigo Celeste, bien humorado.
— Usando herramientas.
Después de la respuesta breve de Simón, el Cristo continuó:
— Las personas con las cuales nacemos y vivimos en la Tierra son los primeros y más importantes instrumentos que recibimos del Padre, para la edificación del Reino del Cielo en nosotros mismos. Cuando fallamos en el aprovechamiento de ellos, que constituyen elementos de nuestra mejoría, es casi imposible triunfar con recursos ajenos, porque el Padre nos concede los problemas de la vida, de acuerdo con nuestra capacidad para solucionarlos. El ave es obligada a hacer el nido, pero no se le exige otro servicio. La oveja dará lana al pastor; sin embargo, nadie le exige la ropa lista. Al hombre le fueron concedidas otras tareas, como las del amor y de la humildad, en la acción inteligente y constante para el bien común, a fin de que la paz y la felicidad no sean mitos en la Tierra. Los parientes
próximos, en la mayoría de las veces, son el martillo o el serrucho que podemos utilizar en beneficio de la construcción del templo vivo y sublime, por intermedio del cual el Cielo se manifestará en nuestra alma. Mientras el ebanista usa sus herramientas por fuera, nos cabe aprovechar las nuestras por dentro. En todas las ocasiones, el ignorante representa para nosotros un campo de mérito espiritual; el malo es un desafío que nos pone la bondad a prueba; el ingrato es un medio de ejercitar el perdón; el enfermo es una lección a nuestra capacidad de ayudar. Aquél que se conduce bien, en nombre del Padre, junto a familiares endurecidos o indiferentes, se prepara con rapidez para la gloria del servicio a la Humanidad, porque, si la paciencia perfecciona la vida, el tiempo transforma todo.
Jesús se calló y, quizá porque Pedro tuviese aún los ojos indagadores, añadió serenamente:
— Si no ayudamos al necesitado que está cerca, ¿cómo ayudaremos a los afligidos que están lejos? Si no amamos el hermano que respira con nosotros los mismos aires, ¿cómo nos consagraremos al Padre que se encuentra en el Cielo?

Después de estas preguntas, se hizo en la modesta sala de Cafarnaúm expresivo silencio que nadie osó interrumpir.