domingo, 14 de septiembre de 2014

ASí FUE MI ÚLTIMA REENCARNACIÓN (JULIO)



Testimonio del espíritu JULIO que fue discapacitado mental en su última
reencarnación. Con explicaciones del espíritu Antonio Carlos.Ninguna expiación es eterna, y el espíritu al regresar al mundo espiritual recupera toda sus facultades y se encuentra libre de toda discapacidad.

                                                      JULIO

¡Fui muy amado! Mis padres se desvivían en atenciones y cuidados para
conmigo. Fui el segundo hijo de ellos. El primero, mi único hermano, Junior, era
perfecto y muy bonito.
No tengo muchos recuerdos del período en que estuve encarnado con
discapacidad.
Fijo mi mente para recordar, siento la sensación de que estaba preso en una
bolsa de carne suave y deforme. Parecía que, al estar encarnado, estaba limitado a
una situación incómoda y sufrida, porque sabía estar mejor en mi estado anterior, el
de desencarnado.
Realmente estaba limitado, era discapacitado físico y mental. Tuve parálisis
cerebral.
Recuerdo que me cuidaban con inmensa ternura, me gustaba cuando me
hablaban, me acariciaban.
Mis padres intentaban todo para que mejorara, fisioterapias, especialistas y
cuidados especiales.
Viví tres años y seis meses en ese cuerpo que ahora bendigo, que sirvió para
que me organizase del tremendo desajuste en que me encontraba.
No caminé, no hablé, oía y veía poco y era portador de muchas dolencias en el
aparato digestivo.
Una neumonía me hizo desencarnar.
Recuerdo poco esa permanencia en la carne. Es como recordar de adulto la
primera infancia. La disconformidad me marcó mucho, como también el inmenso
amor que mis padres tenían y tienen por mí.
Ayudado al desencarnar por socorristas, fui llevado a un hospital de la colonia.
Estuve internado en un ala especializada para niños discapacitados. Recuerdo
que allá sentía la falta de la presencia física de mis padres. Ellos fueron llevados
muchas veces para verme.
Me alegraban esas visitas.
Mis padres, personas buenas y con algunos conocimientos espirituales, pudieron
mientras dormían, ser despegados del cuerpo físico y venir a verme.
Fueron encuentros emocionantes. Es posible que pase esto con muchos padres
nostálgicos.Infelizmente pocos recuerdan esos encuentros conmovedores.
Me recuperé. Con cariño de los tíos, trabajadores del hospital, me curé de mis
deficiencias. Retorné a la apariencia que tenía en la encarnación anterior, antes de
haber comenzado con mi vicio y dañado mi cuerpo físico.
Desde esa vez me gustó estar desencarnado y más aún en el hospital.
Normalmente en todas las colonias, hay en el hospital una parte donde son
recibidos los que fueron discapacitados mentales cuando estaban encarnados, para
que reciban tratamiento especial y recuperarse. Destaco que muchos a la hora de
desencarnar no tienen el reflejo de la dolencia o dolencias y al ser desligados de la
materia muerta son perfectos y no pasan por los hospitales. Infelizmente no fue mi
caso. Necesité recuperarme, después de un año y dos meses me habían dado de
alta y fui a un ala para jóvenes en la Colonia.
Voy a describir la parte del hospital en que fui recibido.
Los cuartos son grandes, hay muchos internos juntos. No es bueno estar solo, es
deprimente. Me gustaba tener compañía, estar con otros. Me hice amigo de ellos.
Las colonias no son todas iguales. Todo en ellas tiene como objetivo el bienestar
de sus protegidos. En todas hay lugares básicos, como en las ciudades de los
encarnados, que tienen escuelas, hospitales, plazas, calles, etc. En las colonias
también, sólo que con más confort, bien estructurados, grandes y bonitos. Visitando
tiempo después los hospitales en otras colonias, vi que todos son acogedores,
diferenciándose en las divisiones, en el tamaño y los adornos.
“Ud. Julio, no está mas enfermo. ¡Está sano! ¡Debe sentirse sano! ¿Vamos a
intentarlo?”, me decía Suely, una de las “tías”, sonriendo encantadoramente.
La deficiencia estaba enraizada en mí, necesité entender muchas cosas para
sanar los reflejos.
Cuando comencé a hablar, pasé a escuchar y a ver normalmente y luego a
caminar.
La habitación en la que estaba, como todas las otras, tiene una puerta grande,
siempre abierta, que da para un parque-jardín con muchos árboles, flores, juegos y
animales dóciles y lindos.
En ese jardín siempre hay mucha claridad y juegos organizados. Allí hay un lugar
donde hay danzas, clases de canto, música y teatro. Del otro lado de los cuartos
están las aulas. Me gustó mucho quedarme ahí, en aquella parte del hospital.
Fue mi casa en el período en el que estuve internado. Me encantaba el parque- jardín y me
divertía tanto que me recuperé con cierta facilidad. Los juegos son parte de la
recuperación. No existen medicamentos como los de los encarnados. No sentí más
dolores ni disconformidad.
El internado es transferido de ahí cuando quiere o cuando se siente apto.
Cuando me sentí bien fui transferido al ala joven de la Colonia como ya mencioné,
donde estudié y comencé a hacer tareas. Cuando mi curso terminó, pedí trabajar en
el ala del hospital de recuperación de desencarnados que en la carne fueron adictos
a sustancias tóxicas. Mi pedido tenía razón de ser. Me puse contento porque me
aceptaron y me puse a trabajar con toda dedicación.
En mi penúltima encarnación tuve un cuerpo físico perfecto. ¿Qué hice de él?
Recordé.
Cuando me estaba recuperando en el hospital, los recuerdos venían
normalmente. Como la “tía” Suely me explicó, recordar no les sucede a todos.
Muchos recuperados vuelven a reencarnar sin recordar nada del pasado.
Me recordé solo, sin forzar mi pasado, y la “tía” Suely me ayudó a entenderlo y
no juzgar pues el pasado quedó atrás y sólo podemos sacar conclusiones para el
presente. Principalmente en mi caso, intentar hacer lo correcto y no repetir los
mismos errores.
En mi encarnación anterior tuve como padres a los mismos espíritus que lo
fueron en esta última.
Ellos formaban una familia feliz. Mis padres, casados hace años, vivían
armoniosamente, tenían dos hijas casadas y nietos cuando mamá quedó
embarazada. Aunque sorprendidos, hallándose viejos, me recibieron como regalo de
Dios. Fueron excelentes padres, me amaron, cuidaron de mí, me educaron, dando
buenos ejemplos. Crecí fuerte, sano e inteligente.
De espíritu inquieto, no le dí el valor a nada de lo que recibía. Encontraba a mis
padres viejos, me avergonzaba de ellos. Era contestador, a veces grosero con ellos.
Estudiaba en una universidad y comencé a consumir drogas. No tenía motivos
para pedir disculpas. No existen motivos para entrar en el vicio, pero algunos adictos
argumentan algún factor para justificarse. Quise sensaciones nuevas y creí que
nunca me iba a tornar dependiente de ellas. De las drogas más suaves a las más
fuertes, me hice adicto, pero creía que las dejaría cuando quisiese. Comencé a gastar
más dinero y mentía a mis padres, diciendo que era para el estudio. No
desconfiaban de mí y me daban, privándose hasta de los remedios.
Fue entonces que ocurrió un accidente. En un viaje de fin de semana, mis
padres desencarnaron juntos en un accidente de tren.
Sentí la falta de ellos, más aún de lo que ellos hacían por mí. No quise quedarme
a vivir con mis hermanas, me quedé solo en nuestra casa. Me recibí dos meses
después y conseguí un empleo. Pero me drogaba cada vez más. Y ahora no me
escondía y las usaba en casa.
- ¡Julio, por favor, termina con eso! ¡Piensa en nuestros padres!- decían mis
hermanas preocupadas.
- ¡No soy inadicto! Las uso porque quiero y paro cuando quiero- respondía
rudamente.
Mis hermanas, cuñados y hasta sobrinos, al saber, me intentaron ayudar.
Comencé a ser violento, no aceptaba la intromisión de ellos.
No era productivo en mi trabajo y, como faltaba mucho, me despidieron y
comencé a consumir más sustancias tóxicas; me transformé en un harapo humano.
Fui vendiendo todo lo que era de valor en mi casa, no compré más alimentos, mis
hermanas los traían y también comenzaron a pagar los impuestos de la casa y
algunas deudas mías. Asimismo no me gustaban mis familiares, no quería verlos, los
evitaba y cuando venían a casa los echaba violentamente. Sentía que ellos
planeaban internarme. Entonces, cuando encontraba la vida insoportable, resolví
suicidarme. Tomé una sobredosis. Pero no morí, estaba mal. Cuando mejoré, me
levanté; estaba acostado en la alfombra de la sala. La casa era una anarquía. Tomé
remedios, todos los que encontré, restos de heroína y una bebida alcohólica,
convencido de que esta vez iba a morir.
Luego desencarné, era de noche. Al otro día, mi hermana vino con la
ambulancia, para llevarme y encontraron mi cuerpo muerto.
Me perturbé extremadamente. Cuando salí del letargo, me sentí preso, en la
oscuridad, con un olor insoportable. Mi cuerpo estaba enterrado y yo ligado a él.
Somos espíritus revestidos de periespíritu y encarnados en un cuerpo físico. Cuando
el cuerpo carnal muere, lo dejamos y este parece solamente una ropa usada.
Continuamos viviendo espiritualmente revestidos con el cuerpo periespiritual. Eso es
lo que normalmente sucede. Pero hay otros que abusan e imprudentemente, como yo,
 dañan el cuerpo físico, la bendita ropa que nos es dada para manifestarnos en el
campo material. No fui separado y quedé junto al cuerpo, sufriendo atrozmente.
Me acordé de mis padres, del amor de ellos por mí y lloré; los llamé: “¡Mamá!
¡Papá! ¡Ayúdenme!”.
Me llevaron de ahí, parecía que estuve siglos y no meses.
No podía recuperarme. Internado en un hospital para suicidas, estaba por demás
perturbado. No pedía disculpas y no me quise perdonar. ¿Qué había hecho de mi
cuerpo perfecto? Lo dañé con las drogas. No merecía otro perfecto.
Hago una salvación, esta es mi historia, lo que ocurrió conmigo. Eso no sucede
con todos los que fueron adictos ni con todos los suicidas. Pero normalmente estos
sufren mucho, si los encarnados tuviesen conciencia de eso, no se drogarían ni se
suicidarían.
Mis padres se preocuparon conmigo. Nos amaban mucho, a mí y a toda la
familia.
Tuvieron una desencarnación violenta en un accidente brutal. Fueron socorridos
por sus merecimientos. Sentían que yo estaba mal, entonces supieron que yo era
adicto. Me intentaron ayudar, pero esa ayuda es restringida al libre albedrío del
necesitado. Pidieron auxilio a las otras hijas, ellas intentaron, ignoraban las ofensas e
hicieron de todo, hasta se sacrificaron financieramente, vendieron bienes para pagar
mis deudas y para tener dinero para internarme.
Mis padres vieron tristemente mi suicidio. Sólo cuando me conmoví al
recordarlos, ellos pudieron despegarme de la materia descompuesta y socorrerme.
Entendieron que solo mejoraría en la materia. Estaba tan perturbado, me
desorganicé tanto que sólo me recuperaría en el cuerpo físico. Con el olvido, me
organizaría, encarnado recuperaría lo que por libre voluntad desordené, dañé.
Mis padres reencarnaron unidos por un profundo cariño, se casaron nuevamente
y me recibieron alegremente como hijo.
“¡Les estoy tan agradecido!”, exclamé después de recordar todo.
“Tía”, Suely sonrío y mirándome fijamente me explicó:
“Aprenda de ellos, Julio, la mayor lección que intentaran darte. ¡Amar! Y sea
agradecido, muy agradecido, la gratitud es una demostración de amor. Ser ingrato
puede hacer perder la unión con sus benefactores, haciéndose más difícil recibir
beneficios. Ser agradecido, fortifica el lazo de cariño que esos dos espíritus nutren
para ti.”“¿Será que un día podré retribuirles un décimo de lo que hicieron por mí?”,
pregunté.
“Creo que los dos no necesitan de la ayuda que Ud. le puede dar. Sus padres
son espíritus bondadosos que en muchas encarnaciones tienen transitado el camino
del bien y del conocimiento. Para ellos sólo su gratitud, su amor, es suficiente. Pero
Julio, la vida le dará muchas oportunidades de hacer el bien, a otros, a sí mismo y
consecuentemente a aquellos que nos aman, que quieren nuestro progreso.”
“Soy muy inferior a ellos para ayudarlos…
“¡No haga comparaciones!”, continuó Suely explicándome. “Todas me parecen
injustas. Piense en ellos como alguien que ama y que quiere verlo bien. Cuando fue
socorrido, necesitó encarnar, ellos se ofrecieron para ser sus padres nuevamente.
No precisaban pasar por lo que pasaron, tener un hijo enfermo y sufrir con su
desencarnación precoz. Pero lo amaban tanto que no lo querían en un lugar
extraño. Preferían pasar todo, pero con Ud. junto a ellos.”
Bajé la cabeza, me sentí muy mal por haber sido desagradecido. Anhelé seguir
sus ejemplos. Suely, leyendo mis pensamientos, concluyó:
“Eso, Julio, tome el ejemplo de ellos como meta de su vida. Y no piense que
ese período en que ha estado con ellos les fue tan sacrificado. Aquellos que aman
no ven sacrificios. Tuvieron que modificar un poco sus vidas cuando nació. Sus
padres eran profesores universitarios y programaban horarios diferentes de trabajo
para que siempre uno de ellos pudiese estar con usted. Hicieron de todo para
mejorar su estado y darle confort. Son adeptos al Budismo, conocen sobre
reencarnación. Ven en Ud. un espíritu que reencarna necesitado de cariño y de
amor. Aprovecharon ese período difícil por el que pasaron, aprendieron mucho, se
volvieron más religiosos y estudiosos de la espiritualidad. No tuvieron deuda por
sufrimientos, pero si crédito ante las Leyes Divinas. Cuando recientemente usted
desencarnó, hicieron todo para ayudarlo. Hoy están tranquilos en relación a usted,
saben que está bien y, si quiere hacer algo por ellos, sea lo que ellos deseaban.”
“¡Ellos deseaban que sea feliz!”, exclamé
“¿Sencillo?”, preguntó Suely sonriendo.
“No puedo tener pena por mí ni remordimiento, eso genera inquietud e
insatisfacción. Quiero ser útil, aprender y hacer lo que ellos quieren, lo que desean
para mí.”Suely apretó mi mano y se retiró, quedé solo y me hice el propósito de mejorar,
de ser como ellos, y lo he logrado. ¡El amor de ellos me mantiene!
Explicaciones de Antonio Carlos
Al organizar este libro, hice algunos estudios e investigaciones. Muchas veces se
está en error junto a otras personas, y es dada la oportunidad de reparar juntos los
daños realizados. Tener un hijo discapacitado mental puede parecer un sufrimiento
para muchas personas. Creo que es trabajoso. Pero para muchos padres no es ni
una cosa ni la otra. Es estar cerca de aquel al que aman. Encontré muchos que
actuaron, actúan como los padres de Julio, que aman tanto al espíritu que necesita
de ese aprendizaje, que reencarnaron para ayudarlos, fortaleciendo los lazos de ese
afecto verdadero.
El personaje de este capítulo tuvo una parálisis. Es el nombre que se da a la
secuela de una enfermedad neurológica. Puede ser parálisis total o parcial, con o sin
problemas de habla, audición, visión, etc. La causa puede ser un trauma de
nacimiento, congénito o genético.
Julio aprendió a ser agradecido y, cuando cultivamos la gratitud, nada nos
parece injusto, y las ingratitudes no nos afectan, porque todo lo que hacemos es por
amor y sin esperar recompensas. Debemos recordar sólo lo bueno que recibimos y
olvidar todo lo malo. Los padres de Julio no sólo deben ser el ejemplo para él,
también para todos nosotros.
Hace tiempo atrás, cuando Julio en su encarnación anterior desencarnó por las
drogas, estas no eran tan influyentes como ahora. He visto como muchos
imprudentes que se hacen adictos, comprometiéndose mucho espiritualmente. Los
tóxicos existen, y están los que de ellos abusan.
Vimos en la historia real de Julio una infeliz reacción de las muchas que pueden
suceder a los que abusan de un cuerpo perfecto, dañándolo con tóxicos,
envenenando hasta el periespíritu, generando mucho sufrimiento.

ASí FUE MI ÚLTIMA REENCARNACIÓN (ADOLFO)




Testimonio del espíritu ADOLFO que fue discapacitado mental en su última
reencarnación. Con explicaciones del espíritu Antonio Carlos.Ninguna expiación es eterna, y el espíritu al regresar al mundo espiritual recupera toda sus facultades y se encuentra libre de toda discapacidad.

                                                          ADOLFO

Con mucho placer aprovecho la oportunidad de dictar mis experiencias con la 
intención de alertar a todos, principalmente a mis hermanos que en este momento 
están encarnados.
- Dol…Dolf…- hablaba con dificultades
No podía pronunciar bien las palabras, hablaba poco, mal, y así respondía cuando 
alguien preguntaba mi nombre. Y siempre, o mis padres o mis hermanas, respondían 
por mí. Los escuchaba con alegría, pensaba que mi nombre era lindo.
- Su nombre es Adolfo.
Yo intentaba repetir mentalmente, pero a la hora de hablar solo me salía parte de 
mi nombre.
Era el hijo más grande, después de mí nacieron Iana y Margareth, Gá, que me 
amó mucho.
Pensé mucho en como describir mi última encarnación. Pensé que lo mejor era 
hacerlo como la sentí, dando algunas explicaciones que sólo entiendo ahora, 
después de recuperado y sintiéndome saludable.
Me arrastraba por el suelo, a veces sentía arder las palmas de las manos, las 
piernas, pero no las conectaba, sólo así iba adonde quería. Y quería poco, caminar 
por la sala, intentar mover la radio. Me gustaba la música. Mi mamá o Gá la 
encendían para mí. Era extraño, que de aquella cajita salieran voces agradables. No 
podía entender como funcionaba aquello, pero me gustaba. ¡Es tan extraño eso! 
¿Muchos no disfrutan de algunos objetos sin saber porqué funcionan? Cuando me 
interesé por la radio, creí que había alguien escondido, después que había personas 
dentro de la caja. Pero si poseían voces bonitas y me alegraban, solo podían ser 
buenas personas.
A veces, en raros momentos, me entristecía, podía ver, percibir que era 
diferente, más feo, y que no lograba caminar y hablar como los otros. “¿Por qué?”-
me preguntaba. ¿”Por qué no puedo? ¿No lo logro? Luego se me pasaba. Me 
distraía con alguna “cosa” *). 
(*)Adolfo usa mucho la palabra “cosa” y preferimos dejarla entre comillas. Cita, 
para cada una de ellas, ciertas referencias, particularidades. (Nota del Médium).
Me gustaba observar a mi mamá, era tan bonita, dulce y buena. Ella movía las 
piernas con facilidad, caminaba, ¡yo quería hacer lo mismo! Intentaba, me caía y 
lloraba, a veces porque me dolía, otras por no poder imitarla. No pensaba mucho. 
Era extraño, las ideas venían rápido, y como venían se iban.
Cuando sentía hambre, hacía una señal con la mano, sabía donde estaban los 
alimentos. Luego me los traían. Me daban en la boca. Me gustaba, sentía una 
sensación agradable. Prefería la papilla amarilla, era más sabrosa y la comía toda. 
Reía…
No me gustaba estar mojado y algunas veces me ensuciaba y sentía un olor 
desagradable. Demoré en entender que era yo quien hacía eso. Mamá me fue 
explicando, mostrando, y pude entender que podía pedir para hacerlo y así no me 
mojaba o ensuciaba. Pero, desafortunadamente, a veces no podía pedir y me hacía 
en la ropa, me sentía incómodo.
Luego mi desencarnación, esos recuerdos me ponían triste. Hoy, años después, 
entiendo el porqué de todo; lo veo, lo narro como si fuese un film, no solo lo veo, 
también lo siento. Estoy agradecido a Dios por la oportunidad del recomienzo, de la 
reencarnación, a mis padres, a mis hermanas y principalmente a la dulce Gá, por 
cuidarme con tanto cariño. Como narraré después, mi papá y yo estuvimos juntos en 
otras encarnaciones. Mi mamá no, nos conocimos en esta, ese espíritu bondadoso 
me acogió con amor y dedicación. Iana y yo somos viejos conocidos, ella me 
incentivó al error pero en esta encarnación me quiso; intenta aprender, lucha con sus 
imperfecciones, estuvo junto a mí pero distante. Margareth, la hermana que estuvo 
realmente junto a mí ayudándome, me quiso mucho, no éramos conocidos, pero 
bastó esta encarnación para hacernos realmente amigos, ella aprendió a amar.
Regresemos a mis recuerdos. Me gustaban los juegos, saltar, tenía preferencia 
por una pelota amarilla que llamaba “bo”. Me reía al verla rodar, quería hacer como 
ella, pero no lo conseguía, me parecía linda. También me gustaba salir, pasear, qué 
agradable era ver la calle, las personas pasar, ¡las encontraba tan bonitas!
No me gustaban los médicos, les tenía terror, lloraba al verlos y si encontraba a 
alguien parecido a uno lo rechazaba. Era para mí, el “me”, alguien que me daba algo 
que dolía, dolía. Era la inyección, y yo no sabía decirla. ¡Era una palabra difícil para 
mí! Pero un día, ¡sorpresa! Después de ir al médico, que me miró la cara, me 
examinó mi vista, mamá me puso “la cosa” en mi rostro, anteojos, vi todo mejor.
 ¡Qué linda sensación ver a mi madre, Iana y a mi Gá! Las veía bonitas y vi todo 
mejor. Me gustaba “la cosa”, a la que llamé “po”.
Entendía poco, por más que Iana y Gá intentasen enseñarme algo, no lograba 
aprender.
- ¡Tu eres burro!
Iana siempre me lo decía y yo me reía. Pero por momentos, sentía que todo lo 
que ellas me intentaban enseñar era fácil. ¿Por que no podía aprender? ¿Hacer? 
Pero luego pasaba y reía, reía…
Tenía dolores. Me dolía, lloraba y preocupaba a todos.
- Muestra, Adolfo, muestra con el dedito adonde duele- decía Gá o mamá, 
tomando mi mano, mostrando el dedo. Movía la cabeza negando, no, mi 
dedito no dolía. A veces el dolor pasaba por sí solo o con analgésicos.
Hasta que un día Iana tuvo dolor de muela, y el dentista le extrajo su dientito de 
leche y fue un crujido. Papá dice:
- Iana tuvo dolor de muela, ¿será que Adolfo también lo tiene?
- ¡Mi Dios!- exclamó mi mamá.- ¿Será que él está llorando de dolor de 
muelas? ¡Llévalo al dentista hoy mismo!
Y eso hizo. Gustoso de pasear. Me pusieron en un carrito, que no era pequeño, 
era grande, porque yo era gordo y pesado. Tuve miedo, mucho miedo, del 
consultorio, del señor risueño que me atendió. El dentista era conocido de nosotros, 
atendía a toda la familia, sabiendo de mi miedo, intentó agradarme.
- Si, el nene tiene caries y tiene dolor de muelas- afirmó él a mi madre, 
después de examinar mi boca.
No fue un tratamiento fácil. No me quedaba quieto y tenía tanto miedo que 
temblaba, asustado. Me sentía mal, sudaba, babeaba, y muchas veces ensuciaba 
los pantalones.
Todos me tenían lástima. Mi miedo no era entendido. Mamá me llevó al dentista 
porque sabía la necesidad de tratar mis dientes. Sufría más por el temor que por el 
tratamiento.
Hasta que comprendí que aquel señor risueño no me estaba castigando y que 
después me sentiría aliviado sin fuertes dolores en la boca. Pero tenía un miedo 
terrible.
Tenía la salud delicada y muchas crisis de bronquitis. Mamá sabiendo de mi 
miedo, me llevaba al médico sólo cuando estaba realmente mal.
 Tuvo una idea, llamar al médico para que viniera a casa.
En un ambiente conocido no tenía tanto 
miedo, y Gá me agarraba la mano con fuerza, me decía calmándome:
- Adolfito, calma, no estés nervioso, hermanito querido, Gá está acá, nada 
malo te va a pasar.
¿Entendía? No, por lo menos no el sentido de las palabras, pero sentía su 
vibración de amor. ¡Y qué bien me hacía! Confiaba en Gá.
A Iana le gustaba jugar conmigo, era su bebé, era su muñeca. Me gustaba, pero 
luego ella perdía la paciencia y me gritaba:
- ¡Nene bobo!
A veces me daba palmadas, que ardían, entonces lloraba. Mamá y Gá acudían y
Iana, a veces, era castigada, no me gustaba verla llorar, lloraba todavía más. 
Muchas veces, en sus juegos, Iana intentaba agarrarme, pero no podía, era pesado 
para ella, entonces mi hermana me arrastraba por el suelo, tirándome de las piernas 
y brazos. Me gustaba hasta que me dolía algo, ahí lloraba.
Gá no, nunca me hizo algo que me doliese. Me gustaba mucho cuando ella se 
sentaba en el suelo, colocaba mi cabeza en su regazo, me cantaba, pasaba sus 
manos delicadas por mi cabeza y mi rostro. ¡Qué lindo! ¡Qué reconfortante es el 
amor! Llegaba a dormirme. Cómo me gustaba recibir sus besitos, intentaba besarla 
también. Para mi eso quería decir: “Te amo, eres importante para mí”. Daba un 
besito extraño, intentaba imitarla, hacía una mueca, un pico y babeaba. Gá lo 
encontraba bonito, y yo reía alegre, en esos momentos fui realmente feliz por lo que 
tenía.
Si en raros momentos me sentía diferente, fue porque mi espíritu sabía que 
estaba preso en un cuerpo diferente, con el cerebro damnificado por una causa 
física. Lógico, el cerebro físico enferma. ¿Y por qué? Las causas y las explicaciones 
las tiene el espíritu que habita en él.
Es difícil para nosotros, en la rueda de los renacimientos estar totalmente libre de 
errores.
Puede suceder que un accidente dañe el feto, el cuerpo físico, pero el 
periespíritu es y continúa perfecto. Muchas veces amigos del reencarnante pueden 
separarlo de la materia defectuosa, porque, si él tiene algo para realizar, no será 
posible en un cuerpo deficiente. Hay entonces una desencarnación y él volverá a 
hacer el intento. O bien ese espíritu aprovecha la oportunidad y hace de la 
deficiencia un gran aprendizaje.Tuve muchas dolencias, el sarampión casi me hace desencarnar.
 La fiebre alta me hacía delirar. Me veía como médico y temblaba de miedo. En mis delirios, estaba 
examinando personas, no me gustaba, prefería arrastrarme por el suelo a ser aquella 
persona, el médico. ¡Qué horror! Eran terribles pesadillas. Fue un alivio sanar del 
sarampión. Pero tenía siempre crisis de bronquitis, era muy feo tener dificultades 
para respirar…No me gustaban las “cosas” malas, los remedios. Algunos me 
gustaban, otros no y entonces, los escupía. Gá hablaba conmigo para que los 
tragara, mamá también, pero los escupía. Mamá un día se enojó conmigo:
- ¡Adolfo, tome su remedio, sino lo llevaré al hospital, donde hay médicos! “Los 
hospitales no” pensé y los tomé.
Se volvió un chantaje, ¿no? No puedo juzgarlos. No lo hicieron por maldad. 
Desconociendo las causas de mi miedo pavoroso, no podían entender la profundidad 
de él. Mamá sufría conmigo. Eran noches y noches intentando aliviar mi tormento, en 
que ella y papá pasaban sin dormir. Los remedios eran caros. Y eran ellos los que 
me aliviaban un poco. Papá ganaba razonablemente bien, vivíamos en una casa 
propia. Mamá no podía trabajar afuera, porque yo le daba mucho trabajo y no me 
podía quedar solo. No tenía adonde dejarme. 
Vivíamos en una ciudad pequeña, y no tenían en esa época, una escuela 
especializada para mí. Se privaban de muchas “cosas” por mí. Desde salir de casa, ir 
a fiestas, hasta viajar, y mis hermanas de tener lo que querían. Gastaban mucho 
conmigo.
Cumplí dieciocho años, meses después tuve una fuerte crisis, la peor de todas, y 
llamaron al médico. Bondadosamente él vino a casa par examinarme. Jugó conmigo 
como siempre, intentando no asustarme.
- ¡Oye niño Adolfo! ¡Ven a verlo! ¡Mira que bonito!
Me mostró su estetoscopio, moviéndolo. Esta vez, aunque con miedo, no 
reaccioné, eso lo preocupó. Estaba tan débil que la poca fuerza que tenía la usaba 
para respirar. Sufría.
Cuando recordé mi pasado, vi también los principales acontecimientos de esta,
mi última encarnación. Como dije, fue como ver un film, solo que real. Por eso puedo
nombrar detalles, como el médico preocupado, mis padres afligidos, etc. 
El médico me examinó, y habló con mis padres. Yo oí. ¿Comprendí? No las 
palabras, pero sentí la situación: 
- Adolfo está mal, su corazón está fallando. Lo mejor sería llevarlo al hospital.-
 “Los” balbuceé. Comencé a llorar, empeorando la crisis.
- ¡Tú no vas!
Papá me miró y me habló firmemente, asegurándome en sus brazos. Confié y me 
calmé.
- ¿Tendrá chances de mejorar?- preguntó mamá, tratando de no llorar.
- No sé…- dijo el médico preocupado.- Creo que Adolfo solo empeorará. No 
entiendo su miedo pero sé bien que el temor en su estado solo empeorará la 
situación.
El médico pasó la mano cariñosamente sobre mi rostro. Estaba casi sentado en 
mi cama. Me estremecí. El se apartó. Papá se aproximó para calmarme y dijo 
tomando mi mano:
- Adolfo, hijo mío, ¡tú te quedas en casa! ¡De aquí no sales!
Sonreí, tenía dolores y sentía mucho malestar, pero sonreí, papá me protegería.
Los dos estaban indecisos, resolvieron no llevarme al hospital, pero sufrían con 
la indecisión. Decidían según lo que consideraban mejor para mí. Y realmente lo fue. 
Con mi miedo sufriría mucho más si me iba. Quiero dejar en claro que ese era un 
caso específico mío, que particularidades de este tipo deben ser analizadas con 
mucho criterio.
- Si él está listo para morir -dice mamá- que lo haga en casa con nosotros. Le 
teme tanto al hospital y a los médicos, que sería terrible llevarlo a uno sin chances de 
mejorar.
El médico también dio su opinión. Tal vez, si él entendiese la pluralidad de 
existencias, sabría analizar mejor lo que ocurría conmigo.
- Adolfo tiene mucho miedo a los médicos, no debería, creo que fueron 
ustedes los que le dieron miedo. Pero ahora no es hora de saber las causas. Él tiene 
miedo, eso es real para él. Creo que con un corazón tan frágil y con el miedo que 
sentirá, le será muy perjudicial. Vamos a cuidarlo en casa.
- ¡Se lo prometí a él y cumplo! ¡Adolfo no saldrá de aquí!- exclamó mi papá. 
Usted se engaña, no le pasamos miedo a él. Creo que ese miedo es porque él, 
desde pequeño, está muy enfermo, tal vez en su cabecita relacionaba el dolor a los 
médicos y por consiguiente al hospital, que para él significa médicos. Él nunca fue a 
un hospital, sólo cuando nació.Así que quedé días en casa, en la cama, muy enfermo.
Intentaba sonreír a Gá o Iana, cuando ellas jugaban conmigo. Me sentía cansado,
tremendamente débil, con 
dolores por todo el cuerpo y con mucha dificultad para respirar.
No sentí ni percibí mi desencarnación. Cuando me encontré conmigo mismo, 
estaba en un lugar muy parecido a mi cuarto, más adornado y con muchos juguetes. 
Mi respiración estaba casi normal, y no tenía más dolores. Me sentía aliviado.
Desencarné y fui socorrido inmediatamente, llevado a la Colonia, un lugar para 
niños muy bonito. Todas las colonias son bonitas. Estaba en un ala especial para los 
que fueron encarnados con deficiencias mentales. ¿Niños? Sí, a pesar de tener 
dieciocho años en la materia, era un niño, me sentía uno. ¿Un cuarto parecido al 
mío? Sí, eso sucede en el plano espiritual, para que no extrañemos mucho. ¿Más 
adornado y con muchos juguetes? En la Colonia hay alegría, todo está hecho para 
alegrar a sus protegidos y normalmente a los niños les gustan los lugares alegres, 
adornados y con mucho cariño.
Mi familia sintió mi desenlace. Pero comprendieron que fue lo mejor para mí.
Eran católicos, iban a la iglesia, sólo que no me llevaban. A veces Gá o Iana 
intentaban enseñarme a rezar. Ahora, allí en la cama, recuerdo con más facilidad los 
refranes que ellas decían:
“Niño Jesús de Belén, ¡yo te quiero mucho!”
Reí contento. Ellos rezaban mucho por mí, imaginándome en el cielo. Eso es 
importante, cuando nos imaginan bien, nos envían pensamientos optimistas, que nos 
ayudan mucho. Mis familiares que amo mucho, me imaginaban en un buen lugar, sin 
dolores, alegre y feliz. Era tan fuerte nuestra relación que quise sentir lo que ellos 
imaginaban. La voluntad es casi todo y en mi caso significaba mucho. No tuve 
piedad de mí y eso me ayudó.
Después de mi desencarnación la vida de ellos fue mejor. Después de un 
período de descanso, mamá consiguió un empleo, las finanzas mejoraron, las chicas 
pudieron tener ropas nuevas y estudiar en escuelas mejores. Pudieron pasear y 
hasta viajar. Pero siempre viví en sus recuerdos de forma cariñosa, y Gá, adulta, 
fundó en nuestra ciudad una escuela especializada para personas con deficiencias 
mentales y siempre menciona con ternura los hechos referidos a mí: “Mi hermanito 
Adolfo…”
Estuve, estoy tremendamente agradecido a ellos.Bien, desperté en la Colonia,
en un cuarto lindo, examiné todo, observando cada 
esquina. Extrañe y comencé a llorar. Luego un señor y una chica se acercaron a mi 
cama. El hombre dijo sonriendo cariñosamente:
“¿Adolfo, qué pasa contigo? ¿Qué sientes? ¿Quieres tomar agua? ¿Quieres
pasear? ¿Oír música?
Quería todo aquello, el señor adivinó lo que me gustaba (él sabía). Pero quería a 
mamá y a Gá.
“Ah!”, dice la chica, abrazándome. “Vamos a pasear, te colocaré en el carrito y te
llevaré al parque para ver a otros niños. Te voy a enseñar a caminar. ¿Quieres? 
¡Claro que quieres!”
¡“Po!”, exclamé.
“Ah!”, respondió la chica. “¡Tus anteojos! No los necesitas más ¿Tú no estás
viendo? Vamos a aprender a decirlo bien. ¡Anteojos!”
Ellos me agradaron, tanto el señor como la chica. Pasé la mano por mi rostro, de 
hecho estaba sin ellos y veía bien. Era agradable, estaba oyendo y viendo 
perfectamente. Reí fuerte e intenté repetirlo.
“¡Mejoró! ¡Vamos a pasear! Voy a traer una radio de regalo para ti. Soy la tía 
Estefanía y este es el tío Walter ¡Te amamos!
Los dos nuevos amigos me pusieron en un carrito más bonito que el mío y me 
llevaron a pasear. Amé todo lo que vi. Llamé con la mano a un pajarito y él vino 
cantando hacia mi dedo. Reía, reía…
Las actividades eran muchas, clases para aprender a caminar, hablar y aprendí 
con más facilidad; como me curé, mis dientes se volvieron perfectos, así como la 
visión y la audición, no tuve más dolores. Sentí nostalgia de mi casa, de mis padres, 
de mis hermanas, pero fui también entendiendo que tenía que vivir en otro lugar.
Tiempo después, dos años, estaba normal, para hacer pequeñas tareas, como 
distraer a los recién llegados. Ahora hablaba correctamente. Entendí que mi cuerpo 
deficiente murió, que desencarné, y que encontré todo normal como realmente es. 
No existe desencarnación igual, nada en el plano espiritual es regla general. Estando 
desencarnado, me sentía deficiente, porque mi cuerpo periespiritual estaba enfermo 
antes de reencarnar. Necesité recuperarlo en la materia física y en esos dos años en 
el plano espiritual. Pero…. ¡Cuánto sucede en nuestras vidas hasta que aprendemos a convivir 
armoniosamente! Continuaba con miedo a los médicos, ahora no tenía pavor, pero 
no me gustaba ni verlos, necesitaba resolver ese problema.
Doña Marga me atendió en una consulta. Esta señora es psicóloga.
“Ah!”, dijo ella cariñosamente. “Vamos a ayudarlo a comprender lo que le pasa. 
¿Ese miedo te incomoda?
“Sí, señora”, respondí, “incomoda. Aquí hay muchos profesionales de la medicina 
que tanto bien hacen y asimismo temo. No quiero reencarnar con ese miedo, que 
probablemente continuará después de encarnado. Doña Marga, tengo también 
ciertos recuerdos, me veo en otro cuerpo, bonito, joven, examinando a otros y….”
“Adolfo, ¿Tú no aprendiste que nacemos muchas veces en cuerpos diferentes? 
Tú ya reencarnaste varias veces.”
“¡Si lo sé! Pero no me gustaría haber sido ese hombre triste”.
Fue un tratamiento largo, que suspendí muchas veces porque me rehusaba a 
recordar. Nada me fue impuesto. Pero los recuerdos venían espontáneamente y no 
los quería. Doña Marga me explicó que fijé mucho en mi mente espiritual esos 
hechos que recordaba, antes de reencarnar como Adolfo, y que esos recuerdos eran 
míos, parte de mi pasado y que tenía que enfrentarlos. Resolví solucionar ese 
problema que me incomodaba. Ya hacía 5 años que había desencarnado y 
continuaba en la Colonia, hice allá todos los cursos que aquel lugar bendito ofrece y 
trabajé mucho. Cuidaba a los recién desencarnados, los recién llegados de la Tierra, 
con todo cariño, sabía que hacía mi trabajo bien hecho y era elogiado, estaba feliz, 
pero sentía que tenía algo que hacer, tenía que resolver ese problema y en una 
sesión con Doña Marga dejé venir los recuerdos y los enfrenté. ¿Cómo no aceptar 
nuestro pasado? ¡Es nuestro! Nuestros actos nos pertenecen.
En mi penúltima encarnación nací en el seno de una familia con posesiones
materiales y de mucho orgullo. Crecí creyendo que era un ser superior en raza e 
inteligencia. Quise estudiar, me gustaba aprender y cursé en las mejores escuelas 
de mi país. Me convertí en un médico siendo joven. La vida me sonreía, era rico, 
bonito y me casé con una joven de mi medio social. Mi esposa fue Iana, mi hermana 
en esta última encarnación. Todo parecía bien hasta que la guerra modificó nuestras 
vidas.
Mi papá consiguió por un tiempo impedir que fuese para el frente de los campos 
de batalla. Pero la patria me necesitaba y partí. Mi esposa, ambiciosa,
me aconsejóaprovechar la situación para sobresalir como médico. Ella me motivó siempre sólo 
por ambición, para que nos hiciéramos cada vez más ricos.
Fui a la guerra, a un lugar donde había encuentros de grupos rivales. Humanos 
trabajando, matando a otros seres iguales. ¡Qué triste es la guerra! Allá encontré 
otros médicos y nos hicimos amigos, el doctor Frank, ya más adulto, y el doctor Ralf, 
joven como yo. Trabajamos juntos. La guerra es terrible, allí vi que nuestros 
conocimientos estaban a prueba.
Paro un poco de dictar, me seco las lágrimas. Son recuerdos dolorosos. Pero si 
son míos, así como mis actos, no deben ser motivo de tristeza. La tristeza no paga 
deudas. Mis recuerdos sólo me deben motivar para servir al Bien.
Teníamos mucho trabajo, a veces faltaban medicamentos y los alimentos eran 
escasos.
El lugar donde estábamos se convirtió, luego de mi llegada, en un lugar de 
muchas batallas. No sólo teníamos que cuidar de nuestros compatriotas, sino
también de los enemigos, que parecían estar mejorando. Entonces nosotros tres 
resolvimos eliminar a los enemigos heridos y de un modo cruel.
Hicimos muchas maldades, podría narrarlas, pero ¿para qué? Lo encuentro
morboso y creo que el lector entenderá que hice mucho para tener este gran 
remordimiento.
Desencarnamos los tres y muchos otros en un ataque sorpresivo. Físicamente 
no sentí mucho, mi cuerpo murió rápido y desperté como espíritu vagando en un 
sufrimiento atroz. Me sentía despedazado sin nada que me calmase los dolores.
“¡El señor murió!” exclamó un sujeto extraño. Un enemigo desencarnado. 
“¿Señor? ¿Por qué lo llama señor? ¿Es señor de qué o de quien?” dice otro con 
maldad.
“¡El mismo!” dijo otro riendo al primero que me dirigió la palabra. “¡Usted! ¡Usted
murió!”
Esos desencarnados que yo creía enemigos nos odiaban tanto como nosotros a 
ellos, se invirtieron los roles, pasé a ser paciente de ellos. Se vengaban. Me revelé. 
¿Por qué morí? Joven, bonito, rico y aquella maldita guerra me separa de los míos,
llevándome hacia el frente de batalla. Fue la guerra la culpable de haber hecho lo 
que hice. Y todavía morir y continuar vivo. Sufrí mucho.
Creo que es más triste y deprimente ver desencarnados en un campo de batalla 
que encarnados. Hay odio, mucho rencor y sufrimiento.
Muchos son socorridos al desencarnar, pueden ser socorridos, pero la mayoría no.
 Continúan luchando sin cuerpo físico. Socorristas bondadosos trabajan
ininterrumpidamente intentando ayudar a todos. Pero muchos rechazan ayuda porque se quieren vengar, o porque 
están enojados, pero allí estaban profundamente perturbados, prefiriendo continuar 
guerreando. No quise el auxilio ofrecido.
Sufrí por años, en el umbral y allí donde hice mis maldades, que al término de la 
guerra pasó a ser una bonita campiña de campos cultivados. Pero para mí 
continuaba la guerra, solo veía las escenas atroces que presencié. Entendí que no 
me tenía que enojar, era culpable. Tenía un profundo remordimiento. 
El grupo se fue achicando. Cada uno de los ex combatientes fue tomando 
rumbo. Quedamos algunos y nos unimos para no quedarnos solos. Ya no había más
venganza ni enemigos, todos sufrían. Estaba muy perturbado, las escenas de mis 
errores no me dejaban ni por un instante. Me veía examinando a mis víctimas…
confuso, sufriendo, tenía consciencia de que era justo mi sufrimiento y que era bien 
merecido, no quería el perdón de ellos, ni perdonarme.
Un día mis padres, que hacía tiempo estaban desencarnados, vinieron detrás de 
mí. Me abrazaron conmovidos.
“Oh! ¡Mi hijo, que hizo la guerra contigo!” dijo mi padre.
No fue la guerra lo que me hizo mal. Con ella tuve la oportunidad, una gran 
chance de haber sido útil a todos. Dios no separa, no hace diferencia entre sus hijos. 
¿Qué pude hacer yo? Tuve la oportunidad de hacer bien, pero preferí hacer el mal. 
La guerra sólo me dio la elección. E infelizmente me equivoqué. 
No reconocí a mis padres, pero sentí la demostración de cariño, lloré y me 
refugié en los brazos de ellos. Me aliviaron, negué tremendamente la mejora, el 
remordimiento destructivo perjudicó mi periespíritu como también la persecución que 
tuve de los que no me perdonaron.
Los orientadores que me cuidaban, dijeron a mis padres que yo mejoraría mucho 
en la materia, en otro cuerpo con la bendición del olvido. Pero mi lesión me 
acompañaría, sería un deficiente mental. 
Los dos, mis padres, planearon reencarnar, unirse y aceptarme como hijo. 
Comprendieron que me criaron en el orgullo, en el preconcepto, como si fuese una 
raza superior, y que contribuyeron para con mis errores. Reencarnaron y quedé 
internado esperando mi vuelta a la carne. Mejoré muy poco, porque sólo quedé en 
mis errores, no consiguiendo ver nada más. Sufría, aunque menos que en el tiempo
en que vagaba. Era tratado con cariño, estaba internado en un hospital de una 
colonia en un ala especial.
Sólo que mi madre en la carne no me aceptó, no se quiso casar con mi padre. Él 
incluso insistió. En otros cuerpos los dos no recordaban lo prometido, pero sentían la 
necesidad de unirse, de realizar los planes que trazaron. Eso sucede mucho, cuando 
los encarnados tenemos la voluntad de hacer alguna cosa sin entender bien porqué. 
Pero por favor no generalicen, todo debe ser bien analizado, los pros y los contras, y 
debemos hacer lo que nos conviene, lo que es mejor para nosotros, para nuestro 
espíritu. No se hacen planes para hacer el mal. Y como mi ex madre, podemos hacer 
buenos planes y en el cuerpo no querer asumirlos. Eso sucede mucho. Tenemos 
nuestro libre albedrío, que es respetado. Pero quien puede hacer y no hace continua 
con la deuda, y esta genera sufrimientos.
Entonces mi padre se casó con otra, una bondadosa mamá que me aceptó y me 
amó mucho.
¿Mi apariencia actual? Bien, no quise cambiar. Tengo apariencia de los que 
tienen Síndrome de Down, soy gordito, sólo que perfectamente sano. Podría cambiar 
de apariencia, pero no quiero. Aprendí una gran lección en esta última encarnación, 
así como estoy. Lo importante para mí es ser útil. Ciertamente no recordé sólo mis 
errores, sino también mis conocimientos. Fui un médico con muchos conocimientos, 
estudié para tenerlos, son míos y ahora los uso para el bien. Pedí y obtuve permiso 
para trabajar en el ala de la Colonia en que fui protegido cuando desencarné. Allá 
soy el tío Adolfo, el tío juguetón que alivia el dolor de la nostalgia y las 
consecuencias de las enfermedades. 
Quise saber de los otros dos que erraban conmigo, el doctor Ralf y el doctor 
Frank. Con permiso fui a verlos, los dos están encarnados, me acompañó el 
instructor Flavio:
“Aquí está su amigo el doctor Frank, que ahora toma otro cuerpo y tiene otro 
nombre”, dice Flavio.
“¿Doctor Frank?” exclamé espantado.
¡Sorpresa! Lo encontré en un campamento de la Cruz Roja. Es joven, médico y 
dedicado. Con mucho cariño examinaba a una niña negra enferma. Él la tomó en su 
regazo, sonrió y recibió a cambio una sonrisita de ella. La enfermera comentó:
- Doctor, ¿no tiene miedo de contagiarse? No sabemos lo que tiene ella. -
 No -respondió él-. No sé todavía lo que tiene ella, pero sé lo que le falta: cariño.
Su tratamiento está siendo doloroso, no quiero que ella tenga miedo de mí. 
Hizo una mueca, la niña sonrió tímidamente, él abrió la boca y mostró la lengua.
Hablaban idiomas diferentes, pero la niña entendía y hacía lo mismo, él la 
examinó.
- Doctor- dijo la enfermera- usted es tan joven y bonito, no entiendo porqué está
metido aquí en este lugar.
Mi amigo rió, la miró un instante y respondió:
- ¿Ud. qué hace aquí?
- Yo no soy tan joven así. Perdí a mi marido y a mi hijo en un accidente de 
tránsito. Calmo mi dolor ayudando a sanar los dolores ajenos.
- ¡Lo que es digno de admiración! Pues conmigo no sucedió nada. Siempre quise 
practicar, sanar dolores, cuidar a las víctimas de guerra. ¡Qué triste pensar que en la 
Tierra no haya paz! Siempre existen disputas, peleas, muertes y heridos. Puedo 
confirmar, mi amiga, que soy feliz aquí. Parece que planeé esto antes de reencarnar 
y por la bondad de Dios realizo mi trabajo.
- Ah, ¡de nuevo con las ideas orientales!- exclamó la enfermera riendo.
- ¡Mire bien esta niña! – dijo el antiguo doctor Frank. - ¡Ocho años! Parece tener 
tres o cuatro años. Huérfana, desnutrida y sufre tanto. ¿Qué Dios justo es el que la 
hace así? No, querida mía, prefiero tener como Dios a un padre justísimo y amante 
de Sus hijos, todos, sin excepción. Esta niña es un espíritu que renace en nuestra 
querida Tierra. Pienso, creo con certeza, que estoy teniendo una gran oportunidad 
de estar reencarnado y aquí estar intentando ser útil. Y puede apostar, voy a 
aprovecharla.
Sonrió, abrazó a la niña. Continuó feliz su trabajo.
Me aproximé a él emocionado, y dije con firmeza:
“¡Dios lo bendiga!” 
Él se sintió bendecido, vibraciones de cariño, de incentivos, caían sobre él. 
Deseé eso fervientemente.
“¡Que tú, mi amigo, consigas hacer lo que planeas!”
Salimos del campamento, mi instructor dijo:
“¡Lo conseguirá! ¡El lo conseguirá! Hace cinco años que trabaja con ahínco y 
amor. Gana poco y ese poco es repartido entre sus pacientes. Aquí también faltan 
muchas cosas, medicamentos y hasta alimentos.”“No sé qué decir”, dije emocionado.
 “Encontrar al doctor Frank aquí fue una 
sorpresa grande.”
Cada uno reacciona a los errores de forma diferente. Él se enfrentó a los de él 
sabiamente. Desencarnó, sufrió, se arrepintió, pero no dejó que el remordimiento sea 
destructivo. Se fijó la meta: por todo el mal que hizo, mucho tenía que amar. Quiso 
reparar sus errores y ahí está, reparándolos…
“Yo”, dije, “dejé que el remordimiento fuera más fuerte. Sufrí y continué haciendo
sufrir, porque mis familiares padecieron conmigo. Sólo vi el sufrimiento como 
solución”.
“Adolfo, como dijo, las reacciones son diferentes para las mismas acciones, 
como también difieren en cada uno. ¡Qué el doctor Frank sea un ejemplo!”
“Si Frank reencarnado se hubiese negado a hacer lo que planeó, ¿qué sucedería 
con él?”, indagué.
“A todos nos es dada la oportunidad de reparación por medio del amor, del 
trabajo útil, negada la oportunidad, ahí….”
“Cuando viene el dolor uno recuerda la responsabilidad”, dije.
“No siempre es de inmediato. Adolfo, vamos a visitar al otro, el antiguo doctor 
Ralf, y entenderá mejor.”
Encontramos a mi antiguo compañero andando apresurado por la calle, iba para 
el trabajo, inquieto, insatisfecho, estaba nervioso. Necesitaba del empleo para
sobrevivir, pero no le gustaba lo que hacía. Pensaba angustiado, no le gustaba hacer 
nada, no lograba mantener el entusiasmo por algo más que algunos meses. Se 
sentía perseguido, creía que todos estaban en contra de él y no él en contra de 
todos. Tenía envidia, celos y cualquier cosa lo aburría. Encontraba su vida mediocre 
como también que merecía cosas mejores.
Lo miramos, examinándolo:
“Observe Adolfo”, dijo mi instructor, “que su antiguo compañero está envuelto por 
energías negativas que él propio crea al desear el mal a las personas. Cuando nos 
vamos, deseando el mal a alguien, creamos una energía maligna y la proyectamos, 
pero la mitad queda con quien la crea, y si la otra persona para la cual enviamos esa 
energía negativa está con una buena vibración, ella no la recibirá y esa energía 
vuelve doblemente a la fuente de origen.”
“Pero él no sufre ni repara lo errores del pasado”, dije tímidamente.“Cuando hacemos enemigos y estos no nos perdonan, pueden cobrarse de 
muchas maneras, llevándonos a sufrir casi de inmediato por nuestros errores. Eso no 
sucedió con ninguno de ustedes tres. Nadie les cobró o los persiguió reencarnados. 
Pero, si no hay personas que lo hagan, nuestra consciencia lo hará algún día. 
Ustedes actuaron erróneamente. Ud. se sintió tan culpable que sólo el sufrimiento 
fue visto como solución. Frank sabiamente quiso corregir los errores construyendo 
donde en el pasado hubo abusos. Ralf todavía no despertó ni para un lado ni para el 
otro. Sufrió en el umbral, fue socorrido y quiso reencarnar. Se arrepintió, pero no tuvo
remordimiento destructivo ni despertó para una reparación. Ud. se engaña, no 
necesita tener deficiencia mental para sufrir. Él es una persona infeliz por no aceptar 
lo que la vida le ofrece, lo que él es en este momento, su espíritu quería continuar 
teniendo la importancia que tenía en el pasado. Aunque tenga un cuerpo sin 
deficiencias físicas o mentales, él no es sano. Su insatisfacción le trae muchas 
dolencias.”
“¿Él va a reparar sus errores? ¿Va a sufrir por ellos?”, pregunté a mi instructor, 
preocupado.
“Creo que un día va a armonizar con las leyes divinas y aquellos que no lo hacen 
por amor, normalmente lo harán mediante el dolor” Y si Ud., Adolfo, supiese ver 
como yo, vería que dentro de algún tiempo un cáncer se manifestará en el cuerpo de 
él.”
Me puse junto a él y lo bendije:
¡“Que Dios lo bendiga!”
Pero me llevo una nueva sorpresa, él repelió completamente los fluidos que 
cariñosamente yo le dí.
“¡Voy a orar mucho por él!”, exclamé.
“Vamos, Adolfo”, dijo Flavio.
“Vamos para la colonia. Espero que haya aprendido con estas visitas.”
“¿Redimirá Ralf con las dolencias?”, pregunté.
“Dependerá de cómo él acepte el sufrimiento”, respondió mi instructor.
“Con certeza sufrirá con su dolencia, pero como yo, no hizo nada bueno para 
repararlo. Viendo a Frank, siento que tengo mucho que hacer”.
“¡Ud. lo hará! ¡Si quiere lo hará!, me motivó mi instructor.
Si, ¡quería y quiero! Después de esas visitas, comencé a ser más dedicado, 
alegre y con el propósito de ser cada vez más útil.¿Planes para el futuro? Claro que tengo.
 No quiero ser médico, por lo menos no 
en la próxima encarnación. Planeo trabajar con personas, tal vez un farmacéutico, un 
psicólogo, un enfermero. Pero me quiero preparar, estudiar y ser útil, un trabajador 
honesto y ser religioso, porque creo que una religión bien seguida es una orientación 
segura, y si todo va bien seré nieto de Gá, y ahí tendré al Espiritismo como guía en 
mi caminar. ¡Que Jesús nos bendiga!
Explicaciones de Antonio Carlos*
Adolfo, cuando escribió su historia, estaba bien, recuperado y era útil. Todos los 
relatos contenidos en este libro fueron hechos por autores ya referidos. Muchos de 
los recuerdos de Adolfo se vieron en su mente con la ayuda de su orientadora Marga 
para que él comprendiese mejor.
Muchos de los que fueran deficientes mentales, si no hay motivos, no recuerdan el 
pasado. En el caso de Adolfo, el miedo a los médicos lo incomodaba.El amor verdadero
 nos apoya en cualquier situación.
Como vimos, Adolfo se sentía feliz, en demostraciones de cariño sincero se sentía 
amado. ¿Por qué no hacer feliz a nuestro prójimo, y aún más si este prójimo es uno 
de nuestros familiares? Todos los que se sienten amados son mas seguros, 
tranquilos. Amando, siendo amados. Amando haremos que los otros aprendan 
también a amar con nuestra actitud afectuosa.
Adolfo podría haber desarrollado más, aprendido a caminar, a hablar, si le 
hubiesen enseñado. El aprendizaje es recuperación.
El gran ejemplo de este relato es la actitud del doctor Frank. Consciente de sus 
errores, quiso repararlos, y que gran oportunidad tuvo él: “¡la reencarnación!”. 
Oportunidad que todos nosotros tenemos. Él actuó, no lo dejó para después, para 
mañana.
Realmente muchos planes son olvidados en la ilusión de la materia. Cabe al 
lector pensar, analizar y hacer algo, multiplicar el talento que recibió de Dios y no 
hacer como el ciervo perezoso que desencarnó como encarnó, nada útil hizo a sí
mismo ni al prójimo. Y Ud., mi amigo, ¿no estará dejando pasar esa gran 
oportunidad? Es la oportunidad de aprender, de hacer el bien, todos la tenemos. 
¡Sólo resta aprovecharla

!* Antonio Carlos está desencarnado, compañero de trabajo del médium.