domingo, 23 de diciembre de 2012

El Espiritismo en su más simple expresión


1. Dios es la inteligencia suprema, causa primera de todas las cosas. Dios es eterno, único, inmaterial, inmutable, todopoderoso, soberanamente justo y bueno. Debe ser infinito en todas sus perfecciones, porque si supusiésemos imperfecto uno solo de sus atributos, no sería ya Dios.

2. Dios creó la materia que constituye los mundos; creó también seres inteligentes que llamamos Espíritus, encargados de administrar los mundos materiales según las leyes inmutables de la creación y que son perfectibles por su naturaleza. Al perfeccionarse se van aproximando a la Divinidad.

3. El espíritu, propiamente dicho, es el principio inteligente; desconocemos su naturaleza; para nosotros, él es inmaterial, porque no tiene ninguna analogía con lo que llamamos materia.

4. Los Espíritus son seres individuales, tienen un envoltorio etéreo, imponderable llamado periespíritu, especie de cuerpo fluídico de tipo de la forma humana. Ellos pueblan los espacios que recorren con la rapidez del relámpago, y constituyen el mundo invisible.

5. El origen y la forma de creación de los Espíritus nos son desconocidos; sólo sabemos que fueron creados simples e ignorantes, quiere decir, sin ciencia y sin conocimiento del bien y del mal, pero, con igual aptitud para todo, porque Dios en su justicia, no podía eximir a unos del trabajo que hubiese impuesto a los otros para llegar a la perfección. En el principio, están en una especie de infancia, sin voluntad propia y sin conciencia perfecta de su existencia.

6. El libre albedrío se desarrolla en los Espíritus al mismo tiempo que las ideas, y Dios les dice: "Todos podéis aspirar a la felicidad suprema, cuando hayáis adquirido los conocimientos que os faltan y cumplida la tarea que os impongo. Trabajad, pues, para vuestro adelanto; he ahí el objetivo: lo alcanzaréis obedeciendo a las leyes que he grabado en vuestra conciencia." A consecuencia de su libre albedrío, unos toman el camino más corto, que es el del bien, otros el más largo que es el del mal.

7. Dios no creó el mal; estableció leyes y esas leyes son siempre buenas, porque Él es soberanamente bueno; aquél que las observara fielmente sería perfectamente feliz; pero los Espíritus, teniendo su libre albedrío no siempre las observaban y el mal resultó para ellos de su desobediencia. Pues se puede afirmar entonces, que el bien es todo lo que está conforme con la ley de Dios y el mal todo lo que es contrario a esa misma ley.

8. Para concurrir, como agentes del poder divino, a la obra de los mundos materiales, los Espíritus se revisten temporalmente de un cuerpo materia (encarnación). Mediante el trabajo que su existencia corpórea requiere, perfeccionan su inteligencia y adquieren, dentro de la observancia de la ley de Dios, los méritos que deberán conducirlos a la felicidad eterna.

9. En el principio, la encarnación no es impuesta al Espíritu como castigo; es necesaria a su  desarrollo y al cumplimiento de las obras de Dios, y todos deben soportarlas, tomen el camino del bien o del mal; sólo aquellos que siguen la ruta del bien avanzan más rápido, tardando menos en alcanzar el objetivo y llegan a él en condiciones menos penosas.

10. Los Espíritus encarnados constituyen la Humanidad, que no está circunscrita a la Tierra, sino que puebla todos los mundos diseminados en el espacio.

11. El alma del hombre es un Espíritu encarnado. Para secundarlo en el cumplimiento de su tarea, Dios les dio, como auxiliares, a los animales que le son sumisos y cuya inteligencia y carácter son proporcionales a sus necesidades.

12. El perfeccionamiento del Espíritu es fruto de su propio esfuerzo; no pudiendo, en una sola existencia corpórea, adquirir todas las cualidades morales e intelectuales que deben conducirlo al objetivo, él lo alcanza por una sucesión de existencias, en cada una de las cuales da algunos pasos adelante en el camino del progreso.

 13. En cada existencia corporal el Espíritu debe llevar a cabo una labor en proporción con su grado de desarrollo; cuanto más ruda y trabajosa sea tanto mayor será el mérito en cumplirla. De esta manera, cada existencia es una prueba que lo acerca al objetivo. El número de esas existencias es indeterminado. Depende de la voluntad del Espíritu abreviarlo esforzándose activamente por su perfeccionamiento moral; del mismo modo que depende de la voluntad del obrero, que debe entregar un trabajo, el disminuir la cantidad de días que emplea en hacerlo.

14. Cuando una existencia fue mal empleada y sin provecho para el Espíritu, debe recomenzarla en condiciones más o menos penosas, debido a su negligencia y su mala voluntad; del mismo modo, en la vida, se puede ser constreñido a hacer al día siguiente, lo que no se hizo en la víspera o a rehacer lo que se hizo mal.

15. La vida espiritual es la vida normal del Espíritu y es eterna; la vida corpórea es transitoria y pasajera: no es sino un instante en la eternidad.

 16. En el intervalo de sus existencias corpóreas, el Espíritu está errante. La erraticidad no tiene una duración determinada; en ese estado, el Espíritu es feliz o infeliz; según el buen o mal empleo que hizo de su última existencia; él estudia las causas que apresuraron o retardaron su adelanto; toma las resoluciones que procurará poner en práctica en su próxima encarnación y escoge, él mismo, las pruebas que cree más apropiadas para su evolución; pero en algunas ocasiones se equivoca o sucumbe, porque no mantiene, como hombre, las resoluciones que había tomado como Espíritu.

21. Los Espíritus, al encarnarse, tienen consigo lo que adquirieron en sus existencias anteriores; esta es la razón por la cual los hombres muestran, instintivamente, aptitudes especiales, inclinaciones buenas o malas que parecen innatas en ellos. Las malas tendencias naturales son restos de las imperfecciones del Espíritu y de las cuales no está enteramente despojado; son también los indicios de las faltas que cometió y el verdadero pecado original. En cada existencia se debe limpiar de algunas impurezas.

 22. El olvido de las existencias anteriores es un beneficio de Dios que, en su bondad, ha querido ahorrar al hombre los recuerdos, frecuentemente penosos. En cada nueva existencia (reencarnación), el hombre es lo que ha hecho de sí mismo; es para él un nuevo punto de partida, conoce sus defectos actuales; sabe que esos defectos son la consecuencia de aquellos que tenía, de eso concluye el mal que pudo cometer y eso le basta para trabajar a fin de corregirse. Si otrora adolecía de defectos que ya no posee, no tendrá por qué preocuparse de ellos; bastante tiene con sus imperfecciones presentes.

27. En las sucesivas encarnaciones, el Espíritu se va despojando poco a poco de sus impurezas y perfeccionándose por el trabajo, llegado así al fin de sus existencias corpóreas; pertenece, entonces, a la orden de los Espíritus puros o de los ángeles y goza, al mismo tiempo de la vida completa de Dios y de una felicidad sin mácula por la eternidad.

¡HAY QUE PAGAR!



De Santiago de Cuba me escribe Antonio Giro, diciéndome lo siguiente:
“Hermana mía: Leyendo en sus periódicos relatos de existencias pasadas, viendo que el que mal siembra hoy, malos frutos recogerá mañana, y que éstos son las calamidades de este mundo, dispénseme una y mil veces que la moleste, pero como curioso que soy de aprender los asuntos de ultratumba, quisiera que le preguntara al guía de sus trabajos, cuando tenga oportunidad, el porqué se ha visto envuelto en llamas el sacerdote católico, párroco de la catedral de esta ciudad. Se ha comunicado diciendo que la ley era justa. Él era muy bueno. Adjunto el relato de la catástrofe”.
Anoche, como a las diez, y en momentos en que el señor Gabriel Moreno y Castro, natural de La Coruña, España, de cuarenta y ocho años, segundo teniente cura de la parroquia de la catedral, se encontraba quemando papeles para espantar los mosquitos, tomó una lata de petróleo con el objeto de echar un poco de dicho líquido sobre los papeles que tenía colocados sobre un hornillo; se inflamó la lata, reventando por su fondo, derramándose encima el petróleo que, a su vez, le incendió la sotana y las ropas interiores. El hecho ocurrió en una habitación del curato, situado en San Pedro, esquina Heredia. Envuelto por las llamas que lo devoraban, salió la víctima al pasillo, en cuyo lugar fue divisado por las personas que se encontraban en el parque Céspedes, quienes, tal vez por la distancia, no se dieron cuenta que era una persona la que veían ir de un lado para otro. Cuando se dieron cuenta de lo que era corrieron hacia el curato y se encontraron con la puerta cerrada, y a un niño llamado Pepito García que acompañaba al cura lo vieron subido a la baranda de las persianas; el público le gritaba que abriera la puerta o se tirase a la calle, haciendo lo último. Tanto el niño como el cura no acertaban a abrir la puerta de la calle. El público, en número de más de treinta personas, estaba perplejo. Entonces los señores José P. Mogicas, Ballesteros, Creus y el Curro, se lanzaron hacia la puerta y la derribaron a empujones, saliendo a la calle el cura, cuya sotana estaba convertida en cenizas.
El quemado quedó inmóvil, dando gritos de auxilio; el público también estuvo lo mismo por unos instantes. Se oyeron algunos gritos: “Señores, quítenle las ropas a ese hombre”. Al fin algunos corrieron hacia él y empezaron la piadosa tarea. Ropas y carnes caían a pedazos; el señor Ballesteros le arrancó los pantalones. El sacerdote quedó completamente desnudo, siendo entonces envuelto en una sábana y llevado a la casa de Socorro en un coche de plaza, donde fue asistido por el doctor José Amado Salazar, a quien ayudó el practicante José Cabrera… El sacerdote Moreno, según pronóstico facultativo, recibió quemaduras graves de segundo y tercer grado. Según nos hemos podido informar hacía varias noches que el señor Moreno se entregaba a la tarea de ahuyentar los mosquitos, que no lo dejaban dormir. A las 11 de la mañana de hoy, tras horribles dolores, ha muerto en el sanatorio de la Colonia Española, el presbítero Gabriel Moreno y Castro. Verdaderamente es muy triste el relato de la muerte del pobre sacerdote, y en cuanto he tenido ocasión he pedido luz sobre este asunto, obteniendo la siguiente comunicación al respecto: “¡Cuántas calamidades! ¿No es verdad?
Es muy triste vivir en un presidio, porque los penados, tienen tan pocas horas felices; un dolor alcanza a otro dolor, una enfermedad a otra enfermedad, un quebranto a otro quebranto, y no hay más remedio que habitar en el lugar que a cada uno le pertenece. Ten en cuenta, que mal estáis ahí, pero estaríais peor en un mundo dichoso, no siendo vuestra categoría igual a la de los moradores de aquel paraíso, porque nunca se ve uno más pequeño que al lado de los que parecen grandes. Decís con vuestros refranes muchas verdades, tenéis un adagio que dice: Cada oveja con su pareja. Por eso en la Tierra os juntáis tantos penados, os buscáis unos a otros por afinidad, y aunque te parezca que vives fuera de tu centro, no olvides que si merecieras habitar en otro mundo, no estarías en el globo terráqueo, pues si cada especie ocupa su sitio, la raza humana también ocupa el suyo sin descender del lugar que le corresponde, ni entrar en terreno vedado a sus conocimientos y aspiraciones”.
“De vez en cuando asistís a algunas ejecuciones en las cuales los verdugos de la Tierra no ejercen su triste ministerio y mueren los culpables sin que la justicia humana levante el patíbulo. Ahora ha muerto un criminal de otro tiempo, devorado por el fuego, elemento del que él hizo uso en su larga carrera eclesiástica”. “Ese Espíritu, desde que se dio cuenta de que pensaba, se dedicó al sacerdocio de la religión católica y gozaba con las matanzas de los herejes, con los autos de fe; era feliz cuando el fuego quemaba a los judíos, gozaba con el exterminio, su religión le hacía cruel. En una de sus encarnaciones, conoció a un joven libre pensador que empleaba sus cuantiosas riquezas en obras benéficas; alguien le dijo al celoso inquisidor que aquel joven tan bueno no cumplía con los mandamientos de la Iglesia, por lo cual el prelado citó en su palacio al joven, el cual le dijo con sencillez que no le habían engañado; que él, en lugar de visitar las iglesias visitaba a los enfermos, y en vez de vestir a los santos de madera, vestía a los niños huérfanos y a los ancianos desvalidos, creyendo que era mejor levantar un hospital para enfermos que construir un templo para el culto.
“El prelado se indignó y encerró en una mazmorra al librepensador; pero como éste era muy querido por sus buenas obras, no se atrevió el inquisidor a quemarlo públicamente; roció su cuerpo con un líquido corrosivo dentro de su calabozo, y por primera vez sintió remordimiento por haber asesinado a un hombre tan bueno. Se apoderó de él honda tristeza, y cuando tenía que firmar una sentencia de muerte, la pluma se caía de su diestra, llorando avergonzado, asombrado de su emoción, que obedecía a la bondad del Espíritu cuyo cuerpo él quemó sigilosamente, Espíritu generoso que, en vez de odiar a su matador, se consagró a despertar sus sentimientos, a hacerle comprender la verdadera religión, y gracias a esa benéfica influencia, el cruel inquisidor reconoció sus errores y sus crímenes, llegando a ser un buen ministro de Dios, como lo fue en su última existencia; pero quería pagar la deuda que más le preocupaba: la muerte horrible que le dio al librepensador, razón por la cual eligió la soledad de la noche y el retiro de su hogar para morir como murió su víctima. Como ya era bueno, despertó rápidamente, ayudado por su guía, por el Espíritu que desde hace muchos siglos ha adorado a Dios en espíritu y verdad, amando a los débiles y a los vencidos en las rudas batallas de la vida. El librepensador le perdonó el martirio de su muerte y se consagró a regenerarle, a despertar su dormida inteligencia, haciéndole ver la luz del amor. Ha conseguido su nobilísimo deseo, ha sensibilizado a un ser que era de piedra tosca, le ha hecho sentir y amar por él. El sacerdote sin corazón será un hombre que se sacrificará por la humanidad. Adiós”.
¡Cuan cierto es que hay que pagar!... y dichosos los que pagan sus deudas verdaderamente arrepentidos, porque de los arrepentidos es el reino de los cielos. Dice muy bien el Espíritu que me ha dado la comunicación: muchas veces asistimos a horribles ejecuciones, sin que los hombres levanten el patíbulo ni el verdugo tome parte en la ejecución. Nos bastamos nosotros para instruir el sumario y ejecutar la sentencia a su debido tiempo. ¡Cuánto hay que estudiar en la vida eterna del Espíritu! ¡Qué bien tan inmenso nos ha proporcionado la divulgación del Espiritismo! ¡Cuántos orgullos caen a tierra sabiendo lo que hemos sido antes! ¡Cuántos que se consideraban grandes, a pesar suyo se reconocen muy pequeños! Estudiemos el Espiritismo para vernos tal como somos, pues los terrenales necesitamos no mirarnos con cristales de aumento, sino tal como somos: espíritus débiles que tenemos que regenerarnos por el sacrificio y el amor universal.