martes, 18 de diciembre de 2012

CASA INTERIOR (ESPIRITISMO PARA NIÑOS )


Casa interior


Bernardo, de nueve años, era un niño que no conectaba para nada. Tenía buen corazón, pero era relajado y perezoso con relación a sus obligaciones. 

No le gustaba estudiar ni de realizar cualquiera de las tareas que eran de su responsabilidad: arreglar su cuarto, guardar sus juguetes, tomar el baño. 

La madre  vivía preocupada con él, sin saber cómo hacer para que el hijo entendiese la necesidad de ser más responsable.

Hasta que un día ella entró en el cuarto de Bernardo y vio todo desarreglado. La cama, que ella arregló pronto, estaba deshecha; ropas sucias se mezclaban con las limpias y planchadas; juguetes y libros se esparcían por el suelo. En medio de toda esa confusión, sentado en la alfombra, el niño oía música.

— ¡Bernardo! — la madre llamó una, dos, tres veces, sin resultado.

Caminando hasta él, ella le retiró el auricular del oído, al tiempo que el chico se volvía, asustado.

— ¿Qué ocurre, mamá?

— ¿Vamos a pasear un poco? ¡El día está lindo!

Sorprendido, él aceptó con placer. ¡Esperaba recibir una bronca y era una invitación para pasear! ¡Nada mal!... 

¡Ni ella misma sabía por qué hizo aquella invitación! No obstante, confiaba en Dios.

Ella siempre pedía a Jesús que la ayudara en la educación del hijo. Ella lo amaba mucho y no sabía exactamente qué decir a él en aquel momento, pero no quería pelear con él, crear una situación desagradable. 

¡De repente, se encendió una luz en su mente! Caminando por las calles tranquilas, ellos conversaban. Observando las residencias por las cuales estaban pasando, ella comentó:

— Hijo mío, ¿tú sabes que nosotros podemos ser comparados a una casa? 

— ¿Una casa, mamá?... — El chico no estaba  entendiendo donde su madre quería llegar con aquella conversación.

— ¡Eso mismo, hijo! ¡Una casa! Imagínate como siendo una casa. ¡Una casa espiritual! Como cada persona es espíritu, y es el espíritu que comanda el cuerpo, podemos ser considerados como una Casa Espiritual. ¿Tú ya viste como hay casas diferentes unas de las otras? Pequeñas y grandes, bonitas y feas, limpias y sucias…

Mostrándose más interesado, él comentó:

— Es verdad, mamá. ¡Mira esta, que linda casa! Es nueva y bien cuidada. Ya aquella otra, a pesar de grande, está fea y sucia.   

¡De repente, ellos pasaron por una casa que daba miedo! Era una casa de madera, abandonada, y la hierba crecía a su alrededor; las ventanas estaban cayéndose y el portón, roto. ¡Bernardo sintió un extraño malestar! 

Parados delante de la casa, observándola, de repente, ellos vieron una gran cobra que salía de las matas y se arrastraba camino de la calle. Ellos se asustaron. ¡La madre cogió la mano de Bernardo y salieron de allí, rápidamente!     

Recuperándose del susto, la madre pensó un poco, y dijo:

— Hijo mío, ¿viste como la casa material precisa de cuidados, para que sea agradable y nos sintamos bien?  Con nuestra Casa Espiritual ocurre la misma cosa. También dispensa cuidados,  limpieza, mantenimiento, para estar siempre con la mejor apariencia posible. 

— ¡Con la casa material, todo bien! Pero, con la casa espiritual, ¿cómo la gente hace eso, madre?

— Cuidando y limpiando para que las suciedades no se quede. Nuestra cabecita, por dentro, es decir, nuestra mente, no puede ser lavada y limpiar el polvo, como la casa material. La única manera de mantenerla limpia es retirando malos pensamientos y sentimientos negativos como rabia, celos, envidia, pereza, mala voluntad, finalmente, todo lo que pueda representar suciedad. En el algodón de la paciencia, tú pones un poquito del agua de la buena voluntad y después lustras con el aceite del amor. Todo quedará limpio y brillando.

— ¡Me gustaría ser así, mamá! ¡Limpio y brillando!

— Quedo contenta, hijo mío. Tú solos ganarás con eso. Vas a percibir que todo en tú vida comenzará a cambiar para mejor. Verás a las personas con otros ojos y desearás ayudarlas, no pelearás más en la escuela, tendrás cuidado con tus cosas y con nuestra casa. ¿Sabes por qué? Por que el AMOR va a dirigir tú vida.

Oyendo a la madre que le hablaba con tanto cariño, Bernardo se acordó del desorden de su cuarto. Bajó la cabeza, avergonzado, reconociendo:
— Mamá, ¿yo necesito comenzar esa limpieza por mi cuarto, no es?

La madre hizo una caricia en los cabellos del hijo, y dijo:

La limpieza de nuestra Casa Espiritual va a reflejarse en la limpieza de la casa material.

Volvieron para casa y Bernardo se dirigió a su cuarto resuelto a colocar todo en orden, avergonzado del desorden.

La madre hubo quedado impresionada con la casa, que tenía una placa de SE VENDE. Quedó interesada. La casa era grande, tenía una buena estructura y, con una reforma, quedaría excelente. Cuando el marido llegó, le habló de la casa y él buscó al dueño. El precio era bueno e hicieron el trato.


Comenzaron la reforma. Durante meses, la confusión era grande. Todas las tardes, Bernardo iba hasta la casa vieja y ver cómo estaba quedando, y él ayudaba en aquello que podía. Así, acompañó los cambios de la casa.

Un día ella quedó lista. Fueron a verla. Bernardo, animado la miraba con entusiasmo.

— ¡Mamá! ¡Mira como nuestra casa quedó bonita!...

Realmente. Restaurada, con pintura nueva, las ventanas y el portón reparados; el jardín bien cuidado, lleno de flores coloreando la entrada. ¡Estaba perfecta! 

Bernardo estaba orgulloso de haber colaborado en la reforma.

— Mamá, tú tenías toda la razón. Podemos mejorar todas las cosas. Nadie reconocería esta casa en aquella otra cayendo a pedazos. Pero fue preciso mucha paciencia, buena voluntad, dedicación y mucho amor.

Dando un abrazo al niño, ella dijo:

— ¡Y mucho trabajo, hijo mío! Tú te esforzaste bastante durante esos meses. Participaste de la reforma activamente, ayudando a los albañiles. A lo largo del tiempo, tú vas a percibir que, muchas veces, tú casa interior podrá necesitar de reformas, ¡pero el grande restaurador de nuestras vidas es Jesús!