domingo, 7 de abril de 2019

Camile Flammarion




Camile Flammarion

El poeta de las estrellas. (Camile Flammarion)Camile Flammarion
El hermoso río Mosa baña una fértil región de viñedos del departamento de Haute-Marne (Alto Marne). La villa de Montigny-Le-Roy, cabeza de cantón de ese departamento, tenía cerca de 1300 habitantes cuando el sábado 26 de febrero de 1842, a la una de la mañana nació Camile Flammarion. De acuerdo con lo que él mismo dijera más tarde, estaba muy impaciente por llegar al mundo y no esperó los 9 meses de gestación. En cuanto fue posible, a los 7 meses, abandonó el claustro materno y desde ese momento vivió muy aprisa, intentando aprovechar al máximo el tiempo disponible y sintiendo que no podía hacer ni la mitad, ni la cuarta o décima parte de lo que deseaba. Ese espíritu traía el deseo dominante de aprender y a ello dedicó cada instante.
La zona francesa en la que encarnó había tenido una gran influencia romana, y por eso muchos de sus habitantes tienen nombres con ese origen. El nombre Camile Flammarion es uno de ellos y también Nicolas, su segundo nombre, igual al de su abuelo materno, que como su apellido se encuentra en las raíces de esa cultura. Por otra parte, de acuerdo a las descripciones de sus contemporáneos, su contextura física tenía todas las características típicas de esa procedencia.
Hasta lo que la memoria familiar alcanzaba, todos sus antepasados se habían dedicado a la agricultura. Durante toda su vida, Camile Flammarion afirmaría que él era un verdadero hijo de la Naturaleza, por ser hijo de labradores. Su padre lo había hecho en su juventud; pero al nacimiento de su primer hijo, se dedicaba al comercio en una pequeña tienda de telas, mercería y otros objetos domésticos; con lo cual ganaba holgadamente para mantener a su familia, que luego creció con el nacimiento de otros tres niños: Berthe, la compañera de aventuras y confidente de los sueños de Camile, Ernest y Marie.
Su lugar de nacimiento era privilegiado para la contemplación de vastas extensiones. Situado a 435 metros de altura, dominaba, en medio del aire puro y vivificante, las dilatadas llanuras del fértil Bassigny, y la vista se podía perder hasta los Vosgos y aún hasta los Alpes, en días excepcionalmente claros.
La familia habitaba una sencilla y humilde casa, con un piso bajo y otro superior, desde cuyas ventanas contemplaba la llanura que se extendía a lo largo del río Mosa y donde encontró su lugar favorito para estudiar. Pasado el tiempo y reconociendo sus méritos, el Ayuntamiento puso en 1891, una placa en esta casa, conmemorando el nacimiento de Camile Flammarion; dándole también su nombre a la calle que comienza allí. Desde muy pequeño demostró un enorme interés intelectual, ajeno a los demás miembros  de su familia, por lo que reflexionaría más tarde, que él era un claro ejemplo de que la herencia, en ese sentido, no existía. A los 4 años sabía leer, pocos meses después
podía escribir correctamente, y un año más tarde aprendía aritmética y gramática, gracias a su esfuerzo por preguntar constantemente a todos aquellos que pudieran ayudarlo.
Cuando entró a la Escuela Comunal, fue el primero de su clase y obtuvo en los primeros cursos una Cruz de Honor por su rendimiento; mérito que mostró con gran orgullo durante toda su vida. Además, siempre conservó un recuerdo agradecido hacia su primer maestro, el Sr. Crapelet, pues se trataba de un hombre dedicado a sus clases con mucho cuidado y acierto; quien por su parte, tenía una estima especial por Camile y fuera de las horas de clases, extendía su atención brindándole libros y cualquier otro material que estimulara su aprendizaje y su deseo de investigación. Camile Flammarion tuvo la dicha de seguir contándolo entre sus amigos hasta que su maestro falleció ya muy anciano; pero mantuvo siempre vigente su recuerdo y habló de él con admiración y respeto.
Recordaba una infancia feliz; disfrutaba del colegio y el aprendizaje le resultaba fácil y agradable, todo lo preguntaba, todo lo quería saber, y frecuentemente las respuestas no le satisfacían. Su familia, aunque no compartía sus gustos y tendencias, le brindó el apoyo afectivo que necesitaba, y según él, “sus almas no eran semejantes, y eso era todo”. Su hogar era muy hospitalario y recibía invitados con mucha asiduidad, agasajados por su madre reconocida como excelente cocinera. Esto le permitió al niño compartir con numerosas personas, algunas de ellas personajes importantes de la época, porque su madre tenía gustos un poco aristocráticos y deseaba tener una situación fuera de lo vulgar.
El ambiente hogareño era severo, basado en el respeto, la obediencia, el sentido del deber y la honradez. Su madre, católica convencida, practicaba su religión en forma estricta; mientras su padre, muy escéptico, no interfería con la conducta religiosa de su mujer y los niños fueron educados en esa convicción. Tal vez, la mayor satisfacción que ella deseaba era que alguno de sus hijos se dedicara a la vida religiosa, sobre todo en un lugar prominente de la Iglesia. Su maestro era también católico y sus enseñanzas acorde con sus creencias, aunque mostraba cierta rivalidad con el cura del pueblo, por un lado por una cuestión de liderazgo, pero también por diferencias en ciertas ideas. Naturalmente, Camile Flammarion tuvo una estrecha vinculación con la Iglesia; fue monaguillo, ayudó en todos los servicios, cantó en el coro, con su hermosa voz infantil y allí estudió latín y música, la cual lo fascinaba.
Los indelebles recuerdos de su infancia, se referían sobre todo, a la justicia, a la paz y al conocimiento. Afirmó siempre que el ser humano lleva impreso en forma natural e intuitiva el sentido de la justicia y que no es la educación quien lo otorga.
Desde niño sintió horror frente al castigo corporal y no lo toleraba cuando se lo imponían a sus compañeros traviesos o desaplicados en el estudio. En una oportunidad, su padre lo castigó fisicamente, por un hecho del que no era responsable. Su dolor y humillación persistió a través de los años y no olvidó nunca; tanto que en el momento de la desencarnación de su padre, ese recuerdo fue motivo de reconciliación entre ellos. Cuando pequeño no peleaba nunca, era tranquilo y evitaba las discusiones entre compañeros. Pasaron los años y conservó esa condición
innata. “Yo soy un hombre que no busca el peligro ni las discusiones; soy un pacifista”, decía. Su sed de saber era insaciable; el conocimiento, su meta más importante; los libros su mayor tesoro y la más alta manifestación del progreso humano; por eso los atesoró durante toda la vida y logró tener una biblioteca admirable.
A los 7 años estudiaba con entusiasmo y leía diferentes temas, aunque no siempre encontraba las materias buscadas ya que eran poco usuales para su edad. Por ejemplo, comenzó para ese entonces su gusto por la astronomía, pero para su desilusión, indagaba sin hallar respuestas satisfactorias. Entre sus recuerdos más antiguos estaban dos espectáculos impresionantes; el primero, el 9 de octubre de 1847, cuando apenas contaba 6 años y su madre, demostrando un cierto interés por el saber, preparó en el patio de la casa un gran cubo lleno de agua para que sus hijos Camile y Berthe observaran un eclipse de sol. En su mente infantil se grabó indeleblemente la imagen de la Luna interponiéndose al gran disco solar y opacando su luz, hasta convertirla en una penumbra fría y pálida que parecía extinguir la vida para siempre.
Esta emoción volvió a vivirla cuando tenía 9 años, en compañía de sus dos hermanitos menores, pero esta vez observando al sol a través de un vidrio ennegrecido con el humo de una vela. Su ansiedad por comprender lo condujo hasta su maestro, quien le prestó un libro de Cosmografía. No lo entendía completamente, pero lo copió cuidadosamente y lo conservó para estudiarlo con calma. Allí halló la respuesta a algo que lo intrigaba: qué sostiene a la Tierra y le impide caerse. Le impresionó que los sabios pudieran hacer cálculos para conocer el trayecto de los astros y se le abrió un panorama increíble para su investigación. El lugar donde vivía era apropiado para sus contemplaciones, pues si el clima lo permitía, la vista podía alcanzar hasta los Alpes. Desde el primer piso de su casa podía observar las amplias extensiones de las llanuras fértiles del Mosa, y en días diáfanos y tibios salía desde su jardín por un estrecho sendero hasta la cima de la montaña cercana y pasaba horas disfrutando de la inmensidad.
Desde muy corta edad buscó afanosa mente la explicación de la vida y al descubrir la muerte se resistió a creer que todo debía morir.
Cuando sus clases en la escuela primaria terminaron; ya no podía aprender más allí, y comenzó a estudiar latín en la casa del cura del pueblo. Tenía 9 años y su vida transcurría bastante solitaria, porque no tenía muchos amigos, debido a las prevenciones de su madre que no le permitía su relación con cualquier clase de muchachos; pero por otra parte, el clima invernal rudo en esa región, le impedía muchas actividades que él hubiera preferido. De todas maneras, no le atraía compartir con los jóvenes que jugaban en la calle, y elegía las lecturas y las lecciones. Su madre lo estimulaba para que ingresara en la vida eclesiástica y comprendiendo que era una oportunidad para poder estudiar, ingresó al Seminario de Langres.
Poco después la vida familiar se complicó. Sus padres enfermaron durante una epidemia de cólera, un socio los estafó y tuvieron que pagar todas sus deudas, perdiendo su tranquilidad económica, por lo que decidieron trasladarse a París para buscar mejores posibilidades. En esa oportunidad pudieron demostrar en la práctica, sus firmes convicciones y enseñanzas en cuanto a la honradez. Camile quedó en el
seminario donde la educación a cargo del Episcopado era gratuita. Los alumnos eran alojados y alimentados en diversas casas de la ciudad, aunque naturalmente las comodidades eran escasas y las comidas insuficientes. Su vida era extremadamente rigurosa, se levantaba antes del amanecer para comenzar una jornada de aislamiento, silencio y devoción; pero allí tuvo la oportunidad de completar sus conocimientos de las materias básicas, además del latín y la música, que lo deleitaba. Continuó cantando en el coro y logró componer algunas piezas sencillas; pero sobre todo, se interesó por la historia natural y todos los fenómenos que observaba.
Mostraba un gran ingenio para inventar; hizo un instrumento musical con latas y piedras; un microscopio con unos lentes y un tubo de cartón que le servía para investigar plantas, insectos y minerales; y con la mitad de un prismático observaba la Luna como si fuera un telescopio. Recordaba su gran emoción, el día que se interpuso un cometa delante de su lente. Por otra parte, como es lógico, en el seminario era escrupulosamente preparado para la vida religiosa. Camile Flammarion conservaba un buen recuerdo de esa época, a pesar de todas las dificultades. Durante esos dos años había estudiado por el placer de conocer, no le interesaban los premios ni las recompensas y quedó agradecido por esa oportunidad que le brindaron. Estaba ya en el 4º año de estudios y la situación familiar había mejorado; aunque su padre tenía un modesto empleo y estaban alojados en una casa pequeña, Camile pudo ir a vivir con ellos. Una diligencia lo trasladó del seminario a la estación de trenes y de allí partió hacia París, en septiembre de 1856, cuando sólo tenía 14 años. Ese muchacho provinciano, acostumbrado a las paredes de un seminario y con un horizonte limitado por el pueblo cercano, quedó deslumbrado con París. Siguiendo su hábito ordenado, había estudiado cuidadosamente un plano de la ciudad que su maestro le prestó, y la recorrió como si la conociera, acompañado por sus hermanos, sobre todo por Berthe, quien continuaba siendo su preferida.
Después de unos días de vacaciones se incorporó a la Capilla de San Roque donde gratuitamente  podía  continuar  sus  estudios  y  disfrutar  del  almuerzo  diario,  que  él retribuía con sus servicios en las actividades de la Iglesia. Disfrutaba mucho con su actuación  en  el  coro  y  progresando  en  sus  conocimientos  musicales,  pero  el  desarrollo de las demás materias no le satisfacían y le aburrían. Deseó ingresar en el Seminario de París,  pero  sus  posibilidades  económicas  se  lo  impedían  y  buscó  entonces,  un  trabajo. Consiguió  un  puesto  de  aprendiz  de  grabador-cincelador  en  un  taller  donde  le  ofrecían alojamiento  y  comida.  Era  algo  para  comenzar,  aunque  su  cuarto  era  una  buhardilla,  su ingreso  mínimo  y  el  trabajo  muy  duro  para  él,  porque  a  su  patrón  le  importaba  poco  el arte, y sólo insistía en la velocidad de la producción para obtener mayores ganancias.
Pasaba los fines de semana con su familia, especialmente con Berthe y entre sus amigas encontró a la que inspiró su primer amor juvenil, pero comprendía que sus gustos estaban muy distantes de los que podía compartir con los jóvenes de su edad. En el tiempo libre que le dejaba su trabajo, continuaba estudiando lo que podía, y logró ingresar a la Asociación Politécnica, creada en París por filántropos, donde brindaban clases nocturnas y gratuitas, que le parecieron sumamente útiles y le permitieron completar sus conocimientos generales, aprender el inglés y adiestrarse
en el dibujo, que lo entusiasmó, porque según él, su armonía le recordaba la de la música.
Estaba satisfecho porque progresaba rápidamente, pero hubiera querido disponer de todo su tiempo y no tener que dedicarlo a un trabajo que no le gustaba. Para la época se formó una Asociación de Aprendices, y a los 16 años, Camile Flammarion fue nombrado Presidente por unanimidad. Luego, comenzó a funcionar una Academia de la Juventud, donde se desarrollaban programas de ciencias, literatura y dibujo, que pudo aprovechar con mucha satisfacción. El grupo de jóvenes se reunía todos los domingos a la tarde, en la sala de recreo de la Escuela de los Hermanos de la calle de Argenteuil. Cada tres meses los padres de los alumnos asistían a la reunión, el Presidente pronunciaba un discurso y luego tenían una pequeña fiesta. Camile recordaría toda su vida su primer discurso para el que eligió el tema “Las maravillas de la Naturaleza”. Lo preparó y memorizó con cuidado, pero con la emoción del momento a los cinco minutos perdió el hilo y tuvo que recurrir a la lectura. Esa experiencia fue suficiente para que desde entonces, siempre leyera sus discursos.
Continuó estudiando historia natural con verdadedo empeño. En su ciudad natal había coleccionado los fósiles que abundaban en las montañas cercanas y había elaborado dibujos de todos ellos, así como de animales prehistóricos. También la geología le interesaba mucho, pero la astronomía aún más. Además, le gustaba escribir literatura, y se convirtió en defensor de la pureza del idioma, estudió su origen latino, para lo que contó con la colaboración de su hermana Berthe quien le conseguía todos los libros que podía, para hacer sus investigaciones.
Hacia 1857, después de un año como aprendiz en el taller, dejó esa labor que no le satisfacía y comenzó a depender de sus ahorros, mientras se dedicaba a escribir un trabajo basado en sus estudios sobre el mundo primitivo al que tituló “Cosmogonía universal”. En mayo de 1858 tuvo algunas dolencias por lo que lo examinó el Dr. Edouard Fournie, conocido por sus estudios sobre el laringoscopio. Durante esa visita a su casa, el médico fijó su atención sobre el manuscrito del trabajo sobre Cosmogonía que estaba sobre la mesa de trabajo de Camile. Al notar la calidad de los escritos le sorprendió que el muchacho fuera su autor y se interesó por saber más, entablando una conversación con él, que lo dejó atónito.
A los pocos días volvió con la agradable sorpresa de haber concertado una cita con el Sr. Le Verrier Director del Observatorio de París, para que Camile optara a un puesto como alumno de astronomía. Se preparó para la entrevista fijada para el 24 de junio de 1858, con inmensa alegría y esmero; aplacó lo mejor que pudo su melena leonina, se vistió con su mejor traje, sombrero y bastón, y partió hacia el Observatorio.
La entrevista fue emocionante, porque desde su infancia había visto el nombre de ese sabio en los mapas del cielo, designando al planeta descubierto por él mediante cálculos, en 1846, y al que más tarde se llamaría Neptuno. No fue menor la sorpresa para el Sr. Le Verrier al comprobar la edad del entrevistado y saber que había escrito un trabajo sobre Cosmogonía. Más tarde, tuvo que presentar un examen de matemáticas, que le resultó elemental y fue aceptado como alumno de astronomía. Comenzó su nueva etapa el 28 de junio de 1858 y se consideró muy feliz, porque tenía
un trabajo que le deparaba tranquilidad e independencia, y al mismo tiempo le daba la posibilidad de estudiar y aprender lo que él deseaba. Su pasatiempo favorito consistía en pasear por las márgenes del Sena, buscando en los puestos de libros usados, donde consiguió obras sumamente valiosas, algunas de ellas con una antigüedad sorprendente, incluso procedentes de las primeras imprentas del siglo XV, que lo hacían sentirse extremadamente rico. Al poco tiempo, sintió cierta desilusión, cuando vió que no podía disfrutar de la astronomía directa de observación y todo el trabajo que le encomendaban debía resolverlo por cálculo y no por astronomía “viva”, como él la llamaba; pero aún así, agradeció y aprovechó la oportunidad que se le brindaba. Tanto su formación en el hogar como su paso por el seminario, así como la dedicación al trabajo dificultaron su acercamiento a otros jóvenes. Sus compañeros de trabajo lo invitaban a bailar y tomar cerveza en un establecimiento cercano, pero él nunca tenía tiempo. Pasaba las noches en la terraza del Observatorio observando la Luna y en esas veladas de inspiración soñó con hacer un viaje al satélite e imaginó que durmiéndose  lo lograba. Con estos pensamientos escribió una especie de poema que no llegó a publicar por considerarlo sin valor, titulado “Viaje estático a las regiones lunares. Correspondencia de un filósofo adolescente”.
Leyó con mucho interés a Dante Alighieri y otros autores, capaces de despertar en él, inquietudes relacionadas con las verdades del universo, que unidas a sus estudios astronómicos, fueron motivo de cuestionamiento hacia la religión aprendida durante su infancia. Católico practicante, como seguía siendo, sufrió el impacto de entender que la realidad le mostraba la falsedad del sistema sustentado por su religión, y a los  19 años comenzó una lucha tremenda con su conciencia, porque cuanto más profundizaba los conocimientos, más le costaba conservar sus anteriores convicciones. Se conmovió cuando conoció el proceso seguido a Galileo y decidió recurrir al cura párroco. Éste sólo le habló de la fe ciega y le aconsejó admitir el misterio sin pretender entender; idea que no lo tranquilizó, pero lo estimuló a estudiar fervientemente El Génesis y los Evangelios, buscando la verdad. Después de mucho análisis concluyó que muchos de los postulados fundamentales eran falsos, tal como lo escribió en su  trabajo llamado “Stella”.
Su deseo de saber lo indujo a estudiar otras religiones y filosofías, llegando finalmente a una absoluta libertad del pensamiento y a la convicción que debía continuar empeñándose en encontrar la verdad del Universo, persuadido de que las leyes universales debían establecer una religión natural mucho más sólida que las dogmáticas. En esa época, y contando 19 años, escribe su primer libro impreso titulado “La pluralidad de los mundos habitados”, fruto de sus lecturas sobre ese tema, seguidas de un trabajo analítico profundo y de una síntesis magistral. Ese concepto nuevo de la astronomía desató una gran polémica y una despiadada burla por parte de los estudiosos del tema, quienes la llamaron irónicamente la “nueva astronomía” y la consideraron una idea mediocre, fantasiosa y sin mérito para que se le prestara atención. Después de muchos años, Flammarion tuvo la satisfacción de que M. Fayer, Presidente del Consejo del Observatorio de París y científico opositor de su idea, admitiera su valioso aporte para la modernización y la enseñanza de la astronomía. Cuando concibió este libro no tuvo la intención de publicarlo, pero el editor de los trabajos del Observatorio quiso leerlo y lo consideró de valor. Esto significaba para
Camile tener que pagar su impresión, lo que no dejaba de ser un sacrificio; pero se comprometió a cancelarla con una parte de su sueldo. El director del Observatorio, M. Le Verrier era un genio matemático, pero tenía un carácter muy difícil y su trato era muy descortés, por lo que los empleados no duraban mucho. Camile no fue la excepción y después de 4 años de trabajo, sorpresivamente el director le dijo que no lo consideraba un alumno astrónomo sino un alumno poeta, y sin otra explicación lo despidió.
Buscó otras posibilidades y su profesor de la Sorbona, M. Delaunay, le ofreció trabajo en el Bureau de Longitudes. Al mismo tiempo, disfrutó la satisfacción de ver su libro y su nombre en las librerías de París, y algunos meses después, el editor le informó que se había agotado y que la deuda quedaba saldada. Aparecieron críticas muy ásperas del sector religioso, pero también muy elogiosas en la prensa, entre ellas la de Denizard Rivail, prestigioso profesor de la Sorbona, editor de la “Revista Espírita”, quien opinó que podía parecer extraño que un joven de la edad de Camile Flammarión expusiera esas ideas, y más aún que las profundizara; pero que ese hecho era una prueba de que ese espíritu no estaba en el principio de su evolución y que había sido asistido por otros espíritus.
Además, entre las numerosas cartas de felicitación, se destacó la esquela personal de Víctor Hugo manifestándole que “se sentía en estrecha afinidad con espíritus como él”. Fue traducida a las principales lenguas de Europa y al sistema Braille; pero más tarde, al trabajo inicial le agregó una parte filosófica, y su publicación en 1864 se convirtió en su obra más revolucionaria, por denunciar el engaño de las antiguas creencias.
Desde 1862 se convirtió en un estudioso del Espiritismo y conoció a Allan Kardec, Presidente de la Sociedad Espiritista de París, con quien entabló una estrecha amistad. En la Revista Espírita era frecuente que se mencionara a Flammarion, así como sus experiencias en el desarrollo de su facultad como médium psicográfico. Trabajó intensamente en la experimentación mediúmnica; participó en las investigaciones realizadas con los médiums conocidos de aquella época; estudió los fenómenos físicos aplicando el método científico acorde a su pensamiento racionalista y escribió numerosos artículos sobre el tema. En una de las sesiones le fue revelada su identidad en una encarnación anterior en el siglo XVI, como el escritor español Alonso de Ercilla y Zúñiga, autor del poema “Araucana”. Estaba absolutamente convencido de que la principal virtud moral del hombre es la independencia absoluta y esto lo llevó a declinar la invitación de la francmasonería para que ingresara en sus filas.
Para 1863 comenzó su labor periodística, que se prolongaría por muchos años en numerosas publicaciones. En la “Revista francesa”, su trabajo literario se inició con artículos sobre variados temas, entre los que se destacó “Los Espíritus y el Espiritismo”; en el “Cosmos”, se ocupó de la redacción científica; en el “Anuario del Cosmos” publicó sus estudios astronómicos que alcanzaron gran popularidad; y en el “Anuario astronómico” escribió durante 47 años, el resultado de sus estudios. Finalmente, en 1882 fundó su propia revista a la que llamó “L´astronomie”. Tres años después apareció su segundo libro, con el título “Los mundos reales y los mundos imaginarios”, como un complemento de la primera obra, desde el punto de vista
histórico; e inmediatamente comenzó a colaborar en un proyecto de divulgación científica popular con la finalidad de dar a conocer la Naturaleza, a través de pequeños volúmenes que constituirían la “Biblioteca de las maravillas”, para la cual escribió “Las maravillas  celestes”.
Emprendió entonces, un viaje de vacaciones y estudio, recorriendo diferentes regiones de Francia. La tierra de Juana de Arco lo emocionó; y disfrutó zonas de gran riqueza arqueológica y de belleza natural; conoció el mar y estudió las costas; viajó a la isla de Jersey, exilio de Víctor Hugo, y a Bélgica donde pronunció numerosas conferencias; y como corolario de estas experiencias escribió múltiples artículos sobre sus recuerdos de viaje.
En 1865, presentó su obra “De las fuerzas naturales desconocidas”, donde analizaba el caso de dos hermanos participantes en representaciones teatrales, donde se mostraban en extrañas experiencias afirmando que las fuerzas que los agitaban eran provocadas por espíritus. Tenía un gran interés en la divulgación de sus convicciones entre todos los sectores de la población. Ese mismo año inauguró en el Anfiteatro de la Escuela Turgot unas clases o conferencias gratuitas para obreros y aprendices; pero como era de esperarse, al lado de muchas opiniones aprobatorias, se ubicaron las reservas de las autoridades por los temas demasiado revolucionarios, y estuvieron a punto de suspenderlas. Al año siguiente, comenzó a dictar las “Conferencias para el Mundo” en el Boulevard de los Capuchinos, que logró prolongarlas durante 15 años.  Su siguiente publicación titulada “Lumen” era una obra espírita donde demostraba sus profundos conocimientos de la doctrina; que junto a su libro “Dios en la Naturaleza o  el materialismo y el espiritualismo ante la ciencia moderna”, aparecido en 1867; merecieron la opinión elogiosa de Allan Kardec en la Revista Espírita. Camile pudo cumplir entonces, otro de sus sueños: la observación directa del cielo. Alquiló la  terraza de un viejo edificio, consiguió un buen lente montado en un pie, y lo instaló para observar y dibujar el cielo durante noches enteras, lo que se constituiría en el material informativo para su obra: “Estudios y lecturas sobre astronomía”. A sus 25 años, decidió realizar otra ilusión. En la Asociación de Estudios Aerostáticos obtuvo el permiso para subir en un globo en desuso; extraordinaria experiencia iniciada el 30 de mayo de 1867 y luego repetida muchas veces, que le produjo fuertes impresiones, luego relatadas en artículos de prensa, que reunidos formaron su obra: “Mis viajes aéreos”.
Allan Kardec, su amigo personal desde 1861, desencarnó repentinamente el 31 de marzo de 1869, y aunque en los últimos tiempos, debido a sus trabajos y a sus viajes, Camile no había concurrido asiduamente a las reuniones, la Junta Directiva de la Sociedad Espírita de París le solicitó que pronuncira un discurso en sus funerales, como era la costumbre. Le dijo entonces, su “hasta la vista”, hablando del Espiritismo y la Ciencia, afirmando su posición absolutamente científica y rechazando la credulidad sin experimentación y certeza. Recordó con gran reconocimiento la obra de Kardec a quien llamó “ese pensador laborioso” y destacó “el buen sentido encarnado” del fundador del Espiritismo científico, en palabras emocionadas:
“El espiritismo no es una religión sino una ciencia de la que sabemos apenas el abc. El tiempo de los dogmas ha desaparecido. La Naturaleza abarca el Universo, y el mismo
Dios, al que anteriormente se ha hecho a imagen y semejanza del hombre, no puede ser considerado por la metafísica moderna sino como un Espíritu de la Naturaleza. Lo sobrenatural no existe. Las manifestaciones obtenidas mediante los médiums, como las del magnetismo y sonambulismo, son de orden natural, y deben ser severamente sometidas a la comprobación de la experiencia. Ya no hay milagros. Asistimos a la aurora de una ciencia desconocida. ¿Quién puede prever a qué consecuencias conducirá en el mundo del pensamiento el estudio positivo de esta nueva psicología?”. Se ha considerado que este discurso marcó una fecha importante en la historia del Espiritismo. La Junta Directiva le ofreció que sucediera a Kardec en la dirección, pero declinó el ofrecimiento alegando su convicción de que muchos de los adeptos continuarían creyendo, todavía por mucho tiempo, en una religión más que en una ciencia; posición que estaba muy alejada de la suya. Se dedicó entonces a reunir artículos de prensa y publicó en 1870, un volumen con temas atractivos para la instrucción popular común que tituló: “Contemplaciones científicas”.Ese mismo año, acompañado por un ingeniero de minas, decidió hacer exploraciones en la   profundidad de la Tierra, y bajó en una caja con la ayuda de una máquina de vapor. Recordaba después que “la sensación emocionante era similar a la de elevarse en un globo aerostástico, pero que allá abajo todo era oscuro, húmedo, triste y sucio, mientras que en la atmósfera, se veía todo luminoso, alegre y espléndido”.
Estalló la guerra por la invasión alemana a los territorios de la Alsacia y la Lorena, y Flammarion se alistó en un batallón de ingenieros con el grado de capitán, para cumplir junto a otros astrónomos, la labor de calcular la posición de los cañones. Fue una época difícil y dolorosa. En sus apuntes relata una cena de Navidad, a la que fue invitado por unos amigos, en la que el plato principal era gato y ratones guisados al vino blanco; y con extraño y triste sentido del humor comentaba que “no estaban malos del todo”.
Alcanzada la paz, continuó con su trabajo inagotable; sus observaciones continuaron y su obra fecunda se multiplicó. Fundó el Observatorio de Juvisy en 1883 y cuatro años después, la Sociedad Astronómica de Francia. También trabajó como calculador en el Observatorio Astronómico de París, que le permitió describir aspectos de los astros y planetas que lo convirtieron en precursor del invento del radar y el descubrimiento del rayo láser. La ciencia le debe numerosos descubrimientos y observaciones sobre la rotación de los cuerpos celestes, el color de los astros y los aerolitos; así como el estudio del estado higrométrico y la dirección de las corrientes aéreas de la atmósfera, gracias a sus ascensiones en globo. Su condición de escritor fluido y de pedagogo nato contribuyó a la divulgación popular de la ciencia, y ocupa un lugar destacado entre los científicos que aceptaron con convicción la Doctrina de los Espíritus y se dedicaron a la investigación honesta de los fenómenos psíquicos, desmintiendo la tesis de que sólo los ignorantes o mediocres los aceptaban.
Flammarion, hombre de ciencia y humanista, que mereció el nombre de “poeta de las estrellas”, terminó su fecunda vida el 4 de junio de 1925, a la edad de 83 años, en Juvisy-sur-Orge.

Gabriel Delanne

Gabriel Delanne – Biografía

Gabriel DelanneGabriel Delanne

El escenario era la capital de Francia: París, considerada culturalmente en la vanguardia occidental del arte, filosofía, ciencias y letras, ya sea como cuna o como receptora de escuelas y movimientos de significación.
Hippolite León Denizard Rivail había consolidado sus investigaciones espíritas, publicado “El libro de los espíritus” y fundado un año después, la primera institución espírita que denominó “Sociedad parisiense de estudios espíritas”. En ese momento, vivían también en París, Alexandre Delanne y su esposa Marie Alexandrine Didelot, quienes se ganaban la vida con la venta de artículos de limpieza en una pequeña tienda. Ella la atendía mientras su esposo viajaba para encontrar clientes. Tenían dos hijos varones de poca edad: Gabriel, nacido el 23 de marzo de 1857 y Ernesto, con quienes vivían en una modesta casa en la calle Saint Denis.
En uno de sus viajes de negocios, Alexandre Delanne llegó hasta la ciudad de Caén, ubicada en la región de Normandía, al N.O. de Francia sobre el Canal de la Mancha y a orillas del río Orne. Un domingo fue al Café “Grand Balcon” donde oyó la conversación de dos desconocidos, en la que uno de ellos afirmaba que los espíritus existían y era posible comunicarse con ellos. El tema era atractivo y conmovedor, por lo que no pudo evitar la curiosidad y se acercó a ellos con el fin de averiguar más.
Le aclararon entonces, que un profesor francés había escrito algunas obras donde explicaba aquello y que a esa doctrina, la había llamado Espiritismo; le dieron además, la dirección en París de la Sociedad Espírita y los títulos de los libros que podía leer.
A su regreso al hogar, comentó ese encuentro con su esposa y ésta, vivamente interesada lo convenció de que buscara “El Libro de los Espíritus” y “El Libro de los Médiums“.
Después de su lectura, el interés fue aún mayor y decidieron hacer lo posible por conocer al autor. Se dirigieron al Pasaje Santa Ana, donde vivían los esposos Rivail y fueron recibidos en forma muy cortés; hablaron sobre las obras que habían leído y después de una conversación amistosa durante la cual Marie refirió algunos fenómenos personales que podían interpretarse como una facultad mediúmnica espontánea, el profesor Rivail los invitó a acompañarlos a una reunión en la Sociedad recién fundada.
Aceptaron gustosos y allí se puso de manifiesto la sensibilidad de médium escribiente mecánica de la Sra. Delanne, quedando desde entonces, al servicio de las actividades de investigación del profesor Rivail o Allan Kardec, tal como firmaba sus libros.
De allí en adelante, los viajes de negocios de Alexandre Delanne fueron aprovechados para desarrollar una intensa labor de divulgación de la doctrina. La educación de Gabriel y su hermano se consolidó en este medio espírita, y para ellos, el vocabulario, los fenómenos y las lecciones morales fueron naturales desde su infancia. El Sr. Delanne contaba que cuando Gabriel tenía 7 años le preguntaron un día sobre la profesión de sus padres y él ingenuamente respondió que eran espiritistas, su madre era una buena médium y él esperaba ser como ella.
Siendo ya mayor, afirmaba que la facultad de Marie le había permitido no tener dudas sobre la verdad espírita y desde niño se había esforzado en explicarla a sus amigos; además terminaba diciendo con una sonrisa, que sorprendentemente los convencía. De allí que luego se afirmara que Gabriel comenzó su tarea de Apóstol del Espiritismo desde sus años escolares.
La familia Delanne mantuvo una estrecha amistad con los esposos Rivail; se visitaban frecuentemente y Kardec disfrutaba jugando con los niños y sentándolos en sus piernas, esperando que se convirtieran en seguidores del Movimiento Espírita. Gabriel conservaría toda la vida el recuerdo de esas vivencias y de sus enseñanzas, que compartía en sus conferencias y discursos, con cariño y agradecimiento.
Corría el año 1863, los continuadores de la obra del Profesor Rivail comenzaban su camino, Gabriel tenía 6 años, mientras León Denis tenía 17 y estaba conociendo el Espiritismo en una librería de Tours.
Después de recibir la primera instrucción en su hogar, como era la costumbre, ingresó en el Colegio de Cluny, ciudad de Saône-et-Loire; más tarde, se trasladó con su hermano al Colegio de Gray en Haute-Saône, residencia de una de sus tías y cuñada de Alexandre, donde se desempeñó como un estudiante brillante y en 1876 ingresó en la Escuela Central de Artes y Manufacturas.
Después de una época marcada por las dificultades económicas, por las que tuvo que dejar la Escuela, logró graduarse de ingeniero electricista y trabajó en la Compañía de Aire Comprimido y Electricidad “POPP” hasta 1892.
Sus biógrafos mencionan la dificultad para obtener datos de su vida porque Gabriel era muy reservado y no le gustaba hablar de sí mismo; sin embargo quedaron algunas informaciones
Su salud nunca fue muy buena; en su infancia tuvo una infección en su ojo izquierdo con una disminución importante de la visión. Más tarde, desde los 30 años, sufrió de ataxia, incoordinación de los movimientos de origen neurológico, caracterizada por inestabilidad, vacilación y falta de medida al trasladarse, lo que le dio un peculiar modo de caminar.
Desde los 17 años fue espírita militante y asistió a las reuniones mediúmnicas en la casa de sus padres, mudados entonces al Pasaje Choiseul Nº 39 y 41 donde tenían su negocio en la planta baja y su habitación en el piso superior.
Más tarde, sus amigos presentes en esas sesiones, relataron muchos fenómenos observados durante ellas y recordaban una comunicación personal dirigida a Gabriel: “No temas nada, ten confianza. Desde el punto de vista material, jamás serás rico, pero nada te faltará”; y dicen que esto se cumplió durante toda su vida.
En marzo de 1880, a los 23 años tomó parte activa en el importante acto conmemorativo anual de la desencarnación de Allan Kardec, de la que se cumplían 11 años En el cementerio “Père Lachaise” se reunieron amigos y seguidores de su obra, y a Gabriel le correspondió ofrecer un discurso, en el cual ya se notaba su interés en hacer énfasis en el aspecto científico del Espiritismo y de resaltar que Allan Kardec no había pretendido fundar una nueva religión o un nuevo culto. Sin embargo, también admitió que sería necesario un intenso trabajo para lograr la consolidación de una teoría científica a partir de esas relaciones con el mundo espiritual; aunque confiaba que finalmente serían reconocidas como fenómenos naturales y dejarían de representar un misterio. Finalmente, hizo la promesa de hacer los mayores esfuerzos para expandir sus ideas y sembrarlas en todo el mundo. Años después, en reconocimiento al cumplimiento de su palabra, mereció el nombre de Apóstol del Espiritismo Científico.
Era lógico que debido a su formación dentro de la ciencia positiva, Delanne se dedicara, preferentemente a las investigaciones de los fenómenos espíritas; es decir, al aspecto científico de la Doctrina Espírita, en verdad la más dificultosa y poco comprendida, hasta por aquellos que se dicen sus adeptos.
En 1882, los dirigentes de los grupos espíritas parisinos, bajo la presidencia de P. G. Leymaire y Gabriel Delanne como secretario, realizaron una reunión con el objeto de estudiar un programa enviado por los espíritas belgas. La proposición de reunirse en Bélgica fue aceptada y culminó con la creación de la Federación Espírita Francesa-Belga, convertida un año más tarde, en Federación Francesa-Belga-Latina.
En diciembre de ese mismo año, Alexandre Delanne y su hijo Gabriel fundaron la Unión Espírita Francesa, establecida en París, bajo la presidencia del Dr. Josset y Marie Delanne como tesorera. La Comisión Directiva de la agrupación se reunía en la casa de la familia Delanne y su objetivo era reunir a todas las sociedades espíritas diseminadas por Francia.
En enero de 1883 desencarnó Amelie Rivail a los 88 años, en plenitud de sus funciones intelectuales y aún con la suficiente fortaleza física que le había permitido continuar la labor espírita, con el sello de su carácter dulce y consolador, durante los 14 años que sobrevivió a su esposo.
Gabriel, recordando la estrecha amistad que la había unido a su familia, y el aporte que había brindado al estudio y la enseñanza de la Doctrina Espírita, pronunció un discurso de despedida durante sus funerales en el cementerio de París, y ese mismo año, una vez más, recordó a Allan Kardec en la fecha aniversaria, con palabras que son mencionadas frecuentemente por los estudiosos espíritas afines con su posición: “No temamos divulgar nuestra fe. Más que cualquier otra filosofía, el Espiritismo fortalece y penetra las almas con sus dulces efluvios. Tenemos la convicción, hagámosla penetrar entre nuestros hermanos, unamos nuestros esfuerzos para sembrar fértilmente nuestras ideas en las masas y marchemos a la conquista de la sociedad moderna, apoyados de un lado en la Ciencia y de otro en la Razón”.
Gabriel disfrutaba contando una historia a sus amigos. Decía que un día de 1883 recibió una carta escrita en un papel tosco, mal redactada, con numerosas faltas ortográficas y un imperfecto francés, firmada por una señora que le pedía se dirigiera a Versalles, en las afueras de la ciudad, donde ella residía, para poder comunicarle algo importante con relación al Espiritismo.
Al principio no le dió mucha importancia pero al fin, decidió acudir. En un suburbio alejado y escondido encontró la casa antigua al fondo de un patio descuidado, subió por una escalera destartalada y se encontró frente a una puerta despintada, con una campanilla colgando de un sucio y raído cordón sin borla.
Dudó una vez más, pero por fin llamó; lo hizo 3 veces, y ya se iba, cuando una anciana entreabrió la puerta y preguntó que deseaba. Mencionó la carta y ella lo hizo entrar tomándolo bruscamente de la mano. El cuarto y los muebles le desagradaron, igual que el aspecto de la mujer; quien le indicó una silla y se sentó frente a él hablando en un francés con fuerte acento inglés.
Gabriel se sorprendió cuando ella le confió su deseo de fundar un diario para difundir el Espiritismo. Confundido atinó a decir que era necesario mucho dinero y entonces la anciana se dirigió a un mueble, sacó una bolsa y de ella 5000 francos, – suma suficiente para una operación comercial importante -, se los alargó diciéndole que estaban destinados a los primeros gastos y le preguntó si estaba dispuesto a dirigir la publicación. Gabriel no salía de su sorpresa y quiso expresar su agradecimiento, pero ella contestó que sólo quería difundir la doctrina y eso no era de agradecer.
Gracias a esa donación se fundó la revista “Le Spiritisme” cuyo primer número salió en marzo de 1883; y que debió su nacimiento a la generosa señora inglesa Elizabeth D’ Esperance, una de las pioneras del Espiritismo quien más tarde desarrollaría su facultad mediúmnica.
La Revista “Le Spiritisme” tuvo por sede el Passage Choiseul Nº 39 y 41, y luego, la calle Delayrac Nº 38, donde la familia Delanne había fundado un grupo espírita. Gabriel escribió artículos y luego se convirtió en Redactor General con el apoyo de su padre, emprendiendo una propaganda incansable y habilidosa que logró disminuir las prevenciones hacia la doctrina.
Al final de ese mismo año, se planteó una controversia pública entre Gabriel Delanne y J. Guerín sobre la encarnación de Jesús, publicada en la Revista Espírita de enero de 1884. Guerín sostenía su idea sobre la naturaleza divina de Jesús, mientras su interlocutor evaluaba a Jesús como un ser excepcional por su inteligencia y su grado de evolución, pero consideraba que la vida espiritual de Jesús no constituía elemento suficiente para admitir una naturaleza orgánica especial, y agregaba: “según pienso, Jesús es un espíritu eminentemente superior, es el modelo por el cual nos debemos guiar, pero entre Dios y él, la distancia es aún mayor de la que hay entre nosotros y Jesús”.
En 1884, Gabriel fue nombrado delegado por la “Unión Espírita Francesa” para representarla en el Congreso Espírita Belga, a realizarse en Bruselas, y con sólo 28 años de edad, publicó su primera obra espírita titulada “El Espiritismo frente a la Ciencia”.
Este libro, dedicado a sus padres, está dividido en 6 partes:. En la primera examina diferentes filosofías; en la segunda examina el cerebro; la tercera comprende el estudio del magnetismo y su historia, examina el sonambulismo natural, el magnético y el hipnotismo; en la cuarta analiza las pruebas de la inmortalidad del alma por las experiencias científicas; en la quinta define el periespíritu, examina las pruebas de su existencia, su composición, su utilidad y su papel después de la desencarnación y en la última estudia algunas clases de mediumnidad.
Es interesante notar que en septiembre de ese año apareció la publicación de León Denis “El porqué de la vida”, de tal forma que el comienzo de la labor editora de los dos grandes continuadores de la obra de Kardec, fue simultánea.
En diciembre de ese año fue elegido Vicepresidente de la “Unión Espírita Francesa” y desplegó una intensa labor como conferencista en París, en el interior de Francia, Bélgica, Inglaterra y Holanda logrando un gran éxito en sus exposiciones, que suscitaron la publicación de elogiosos artículos en el “Journal de Charleroy”, el “Express de Liege”, el “Independente Belga”, “Le Matin d’Anveres” y “La Chronique”.
En 1890, su hermano Ernesto, espírita y amigo íntimo de León Denis, contrajo matrimonio con Noemí; dos años después enfermó y abandonó París, trasladándose a la ciudad de Gray, a la casa de su tía donde habían vivido cuando eran niños. Acostumbrado a la unión fraternal y por el aprecio que sentía por ellos, Gabriel se afecto profundamente por la separación.
En 1892 renunció al trabajo en la Compañía “POPP”, se convirtió en representante de una casa comercial y debía viajar continuamente, aprovechando esta circunstancia para su labor divulgativa doctrinaria. En uno de esos viajes a Argel, recibió la noticia de la desencarnación de Ernesto, pero no pudo ir a su funeral. Sólo su madre estuvo presente, puesto que su padre, también estaba en viaje de negocios. Al poco tiempo, su cuñada Noemí, deseó obtener una comunicación espiritual con el que fuera su esposo, pero a pesar de asistir con Gabriel a muchas sesiones, no lo pudo conseguir. Un año después desencarnó la Sra Delanne y sus restos fueron trasladados al cementerio Père Lachaise, a la tumba familiar, muy cercana a la de Allan Kardec.
Gabriel y su padre continuaron trabajando por la divulgación del Espiritismo. En 1896 apareció el primer número de la “Revista Científica Moral del Espiritismo” fundada por Gabriel Delanne, donde recogía trabajos de numerosos autores espíritas y naturalmente, de él mismo. Desde este momento, a los 39 años de edad, dejó totalmente su actividad comercial y se dedicó completamente a la labor espírita.
En la conmemoración anual de la desencarnación de Allan Kardec dictó en Lyon, la ciudad natal del maestro, su famosa conferencia titulada: “La fuerza psíquica”.
Para aquellos tiempos, Héctor Durville fundaba en París la Universidad de Altos Estudios, compuesta por las Facultades de Ciencias Magnéticas, de Ciencias Herméticas y de Ciencias Espíritas. Gabriel Delanne asumió la responsabilidad de la dirección de esta última y los cursos se dictaron en la Federación Espírita ubicada en la calle Chateau d’Eau, 55. En este período se publicaron varias de sus obras doctrinarias, que hasta hoy han contribuido al patrimonio cultural espírita.
“El fenómeno espírita”, apareció en 1896 y contiene los testimonios de intelectuales de diferentes países donde se ocupaban del tema, afirmando categóricamente la legitimidad de los fenómenos. Entre ellos se destacaban el físico inglés William Crookes, inventor, experimentador y descubridor del talium, quien al referirse a los fenómenos espíritas dijo: “Yo no digo que es posible, digo que existe”; y el escritor francés Víctor Hugo, que expresó: “Evitar el fenómeno espírita, negar la atención a que tiene derecho, es negar la verdad”.
Un año después publicó “La evolución anímica” donde presentó un estudio general de la vida de los seres organizados, un análisis minucioso de la estructura del periespíritu y de sus propiedades funcionales al que definía como “el estatuto de las leyes que rigen la evolución orgánica”; analizaba la memoria y las personalidades múltiples por la reencarnación, y hacía un trabajo de integración de la concepción evolucionista presentada por Darwin y la filosofía palingenésica sustentada por el Espiritismo. Su análisis lo llevó a resumir magistralmente:
“El principio pensante recorrió lentamente, todas las escalas de la vida orgánica, y fue por medio de una ascención ininterrumpida, en el transcurso de siglos innumerables, que él pudo, poco a poco, lentamente, fijar en el contenido fluídico todas las leyes de la vida vegetativa, orgánica y psíquica. Le fue preciso rematerializarse un sinnúmero de veces para que todos esos movimientos, sentidos y deseos conscientes, llegasen a la inconsciencia y al automatismo perfecto, que caracterizan las reacciones vitales y las acciones reflejas. No es de improviso que el ser llega a ese resultado, pues la Naturaleza no hace milagros y opera siempre de lo simple a lo complejo. Para que un ser tan complejo como el hombre, que reúne los caracteres más elevados de todas las criaturas vivas, pueda existir, necesita, absoluta y necesariamente, que tenga recorrida toda una serie, cuyos diferentes estados, él mismo resume”
Su teoría superó todas las anteriores, por cuanto su concepto reencarnacionista no era fatalista y se proponía encontrar respuestas a los problemas palingenésicos, descartando un carácter místico. Su visión del Espiritismo era fundamentalmente filosófica y científica de donde se extraen consecuencias morales; mientras se declaraba contrario a la posición dogmática y religiosa, a la que consideraba generadora de oscurantismo e inhibidora en la búsqueda de la explicación de los fenómenos naturales.
En 1898 los espíritas parisinos conmemoraron los 50 años del Espiritismo con dos conferencias públicas a cargo de León Denis y Gabriel Delanne. Simultáneamente, apareció su obra “Investigaciones sobre la mediumnidad”, como resultado de su larga experiencia en ese campo; y en junio de ese mismo año, gracias a su renombre como conocedor de la Doctrina y como orador, Gabriel Delanne se acreditó como Delegado de la Sección Francesa, de la Federación Espírita de Londres y de la Unión Kardecista Italiana en un importante Congreso Internacional celebrado en Londres, donde presentó un extenso y profundo trabajo sobre las “Vidas sucesivas”.
Poco después la Federación Espírita Universal se transformó en Sociedad Francesa de Estudios de los Fenómenos Psíquicos, con el Dr. Moutin como Presidente y Gabriel Delanne como Vicepresidente, para asumir la Presidencia, a corto plazo. Esta Institución adquirió un gran renombre en Francia, y se admite que pocas instituciones después de la fundada por Allan Kardec, hicieron un esfuerzo tan grande para desarrollar y extender el conocimiento espírita. Desde allí, Delanne se dedicó a su apostolado y se declaró un decidido adepto del estudio racional y científico. Su extraordinaria memoria y su gran erudición, le permitieron formar experimentadores espíritas de primera categoría, examinar cuidadosamente los fenómenos producidos por los médiums, y presentar en todos los Congresos Internacionales que se celebraban para la época, el resultado de sus trabajos.
En 1899, como fruto de sus investigaciones presentó su libro “El alma es inmortal”, donde realizó un estudio minucioso del periespíritu, su demostración experimental y la comprobación de la inmortalidad del espíritu.
El Congreso Espírita Internacional, reunido en 1900, bajo la Presidencia Ejecutiva de León Denis y con la Presidencia Honoraria del respetado naturalista inglés Alfred Russel Wallace, se convirtió en un hito para el Espiritismo. Gabriel Dellane formó parte de la Comisión encargada de preparar los trabajos que se presentarían. El mismo debía elaborar un relato sobre Reencarnación, pero luego de pronunciar el discurso de apertura, su mala salud le impidió asistir a la presentación de los trabajos, incluso el suyo propio. Ese mismo año escribió el prefacio de la biografía de Allan Kardec escrita y publicada por Henri Sausse.
Un año después desencarnó Alexandre Delanne a los 71 años de edad y con más de cuatro décadas dedicadas a la difusión de la Doctrina Espírita. Esta separación le causó a Gabriel un gran dolor y durante el resto de su vida recordó con agradecimiento el apoyo moral y material brindados por su padre, para que él pudiera trabajar sin trabas en su obra espírita.
Al poco tiempo adoptó a una niña abandonada, Suzanne Rabotin, de sólo 7 meses de edad, a la que cuidó con la ayuda de su prima Mathilde Peley, siempre muy cercana a su familia y desde entonces, dedicada a la atención de ambos.
En 1905 presentó en Lieja-Bélgica su trabajo “La exteriorización del pensamiento” y viajó a Argel donde, en compañía de su gran amigo el profesor Charles Richet, asistió a experiencias donde intervenía el conocido médium de efectos materiales apellidado Miller.
Su salud empeoró notablemente en los siguientes 10 años, su marcha era muy difícil, caminaba arrastrando los pies con sacrificio y dolor, lo que lo obligaba a usar muletas. A pesar de eso no perdía su deseo de trabajar, su cordialidad con todos y su habitual jovialidad. Desde 1908 acostumbró a pasar algunos meses en la costa azul del Mediterráneo, gracias a unos amigos que lo recibían en su casa de la ciudad de Niza, donde disfrutaba trabajando frente a una ventana que daba al mar.
Su último viaje fuera de París tuvo por destino un lugar cercano a Marsella; allí empeoró y tuvieron que transladarlo en silla de ruedas hasta el tren que lo llevaría de regreso a su hogar.
A pesar de esto siguió trabajando en su experimentación mediúmnica y en sus escritos, encontrando auxilio en sus espíritus guías, entre ellos Durand, también inspirador de León Denis en su obra espírita y a quien Gabriel Delanne acreditaba como colaborador en su labor sobre reencarnación.
Desde 1909 hasta 1911 se dedicó a trabajar en dos volúmenes que serían su obra maestra: “Las apariciones materializadas de los vivos y los muertos”.
En el primer volumen contestaba todas las objeciones relacionadas con la existencia del espíritu, presentando una documentación extraordinaria, basada en innumerables experiencias científicas; mientras en el segundo volumen comparaba lo acontecido durante la vida encarnada de los seres con lo que sucede cuando ya no tiene cuerpo físico, pero puede continuar aún manifestando su sobrevivencia, con mensajes post-mortem.
Los extensos trabajos de Gabriel Delanne sobre reencarnación culminaron con dos obras aparecidas en 1924: la primera titulada “Documentos que sirven al estudio de la reencarnación”, con 50 casos demostrativos, y la segunda con el título de “Reencarnación”, una obra de alto valor histórico, doctrinario y científico.
En 1925 desencarnó su prima Mathilde y toleró el gran dolor con la fuerza que siempre lo había caracterizado. Delanne tenía entonces 68 años y enfermedad no le impedía trabajar, pero lo hacía con mucho esfuerzo. A pesar de eso, se desempeñó como Secretario del Congreso Espiritista Internacional celebrado en París en 1925, en el que León Denis fue Presidente y que reunió a estos dos destacados espíritas con Jean Meyer y Arthur Conan Doyle.
Comenzó entonces, la preparación de dos nuevas obras: “Oigamos a los muertos” y “Sobre ideoplastia”, en colaboración con dos amigos espíritas. El 12 de febrero de 1926 su estado de salud se agravó, se quejaba de sofocación, pero conservaba su plena conciencia. Dos días después, algo recuperado, recibió a un joven que pedía su orientación con relación a algunos fenómenos que hacían suponer una enfermedad mental en una prima suya. Delanne le explicó durante dos horas la mediumnidad de escritura que manifestaba la joven y luego, muy fatigado y con intensos dolores, se sentó a la mesa con su hija adoptiva y sus amigos, para disfrutar de la comida, pero no pudo hacerlo y estaba cada vez más pálido. Arrastrándose se dirigió a la otra habitación y después de unos minutos, se oyó un golpe y un gemido, porque sus piernas no lo sostuvieron y cayó. Lo llevaron a su poltrona y dijo: “Creo que es el fin, es una advertencia”. Su amigo Bourgeois trató de animarlo y entonces él respondió: “Recuerde, querido amigo, que Delanne no le teme a la muerte”.
Continuó empeorando y la hija llamó al médico, quien se esforzó por reanimarlo, pero inútilmente porque tres horas después finalizaba su vida encarnada en Autenil, en la Villa Montmorency, propiedad de Jean Meyer cedida para que pasara los últimos años. Era el 15 de febrero de 1926 y tenía 69 años.
Los funerales se llevaron a cabo en el cementerio Père Lachaise. Atendiendo a su deseo manifestado hacia tiempo, su cuerpo fue incinerado y las cenizas colocadas en el mausoleo de la familia, cercano a la tumba de Allan Kardec. Su amigo Henri Regnault dijo en su funeral que el mejor homenaje que se le podía brindar era seguir su ejemplo y difundir la doctrina espírita, la verdadera filosofía del futuro.
De su intensa actividad como propagador de la doctrina espírita nos ha quedado una importante obra escrita. Fue fiel discípulo de Allan Kardec, por quien conservó toda la vida una gran admiración. En 1907 decía: “El día que los sabios se decidan a estudiar científicamente los fenómenos psíquicos, tendrán algunas sorpresas, mostrándoles que sus futuros descubrimientos han sido previstos por esos espíritus de quienes ellos ignoran tan profundamente sus doctrinas”.
El tiempo le fue dando la razón, ya que diferentes corrientes de experimentadores científicos, han ido descubriendo fenómenos que no contradicen lo afirmado por los estudiosos espíritas.
gabriel_delanne_2Si Allan Kardec fijó los trazos esenciales, su discípulo comprendió claramente que debía asegurar una difusión cada vez más amplia, con el auxilio de los trabajos rigurosamente científicos, de tal forma que la unión entre el mundo espiritual y el físico fuera cada vez más estrecha.
Gabriel Delanne eliminó del Espiritismo las fórmulas dogmáticas y rígidas, apoyándolo en realidades experimentales estrictamente científicas; examinó cuidadosamente los hechos espíritas en cada una de sus modalidades, los analizó y llegó a conclusiones racionales de acuerdo a su formación positivista. Sin embargo, sus obras fueron escritas en un lenguaje sencillo y comprensible para la mayoría, buscó el término exacto y evitó la metáfora, por eso en lugar de ser áridas y frías, despiertan un interés cada vez mayor, por su estilo preciso y claro.
Sus propias palabras en su libro “El Alma es Inmortal” son el reflejo del pensador espírita apoyado en bases de experimentación científica:
“Si nuestros trabajos tienen por resultado determinar a algunos espíritus independientes a formar nuestras filas, no habremos perdido nuestro tiempo; más, cualquiera sea el resultado de nuestros esfuerzos, estamos seguros de que está próximo el tiempo en que la ciencia oficial, forzada en sus últimas trincheras se verá obligada a ocuparse del asunto que fue objeto de nuestras investigaciones. Ese día el Espiritismo aparecerá como lo que realmente es: LA CIENCIA DEL PORVENIR.”