martes, 11 de junio de 2013

AMALIA DOMINGO SOLER (Parte 1)


LO QUE ELLA ESCRIBIÓ EN VIDA.

Aquella noche formó época en mi vida: el 4 de Abril de 1874 entré a formar parte en las filas de los propagandistas del Espiritismo; desde aquella noche, cuantas veladas literarias ha celebrado La Espiritista Española, en todas ellas ha resonado mi humilde
voz; mi pobreza y mi modestísima posición social, ya no sirvió de obstáculo para intimar con aquellos hombres eminentes y aquellas mujeres distinguidas.
Cada día desplegaba mi Espíritu mayor actividad para estudiar el Espiritismo; y aunque mi buena hermana, con ternura verdaderamente maternal, me aconsejaba que no trabajase tanto, porque concluiría por no poder hacer nada, una fuerza superior a mi voluntad me impulsaba a no cesar en mi empeño. Así como tuve la inmensa suerte de estar rodeada de buenos espíritus, amantes de la luz, si llego a estar dominada por algún enemigo invisible que me guardase odio de anteriores existencias, hubiera sido víctima de la obsesión más horrible y espantosa; más que obsesión hubiera llegado a ser subyugación absoluta; porque durante muchas horas del día, cuando estaba cosiendo, si me encontraba sola, componía versos, que conservaba en mi mente hasta la noche, molestándome muchas veces la tenaz insistencia de los espíritus, a los que les decía resueltamente:
-Vamos a ver; antes que todo, yo tengo que ganarme el sustento; el día es para mi trabajo, para mi tarea material; bastante hago que las noches y los días festivos, los empleo en escribir. ¿Qué más queréis? Dejadme tranquila.
Todos los directores de periódicos y revistas espiritistas, me escribían, pidiéndome trabajo.
Lo que yo escribí en aquella época, ahora me asombra y me sorprende en alto grado, porque todo me faltaba; no tenía ningún diccionario, ni tratados de gramática, ni libros de consulta de ninguna especie. Cada periódico que recibía, me producía una alegría infantil, diciéndole a mi hermana:
-Mira, ¡Ves! Ya tengo un compañero más.
-Sí; y otro nuevo trabajo, -Me contestaba.
Crecía como la espuma mi correspondencia, y rápidamente me puse en relación con los principales espiritistas españoles. Entonces fue cuando Fernández Colavida me mandó la colección completa de su “Revista”, las obras de Allan Kardec y una carta cariñosísima.
Cuando yo me vi dueña de los libros de Kardec (por lo que tanto había suspirado), mi alegría fue inmensa.
Como mis ojos se resentían mucho de aquel abuso de trabajo, me aconsejó mi médico que tomase baños de mar, y como de todas partes me ofrecían o me brindaban los hermanos, con sus respectivos hogares para que reposara por algún tiempo de mis fatigas, acepté el de una familia espiritista de Alicante, que me envió el dinero para el viaje.
Al llegar a Alicante, fui muy bien recibida por todos los espiritistas, encontré lo que yo no podía esperar, pues, no creía que en tan poco tiempo pudiera ganarme tantas voluntades.
Don Manuel Ansó, presidente de la Sociedad espiritista alicantina, hombre muy sabio, Doctor y Catedrático muy respetado y admirado de todos, me sentaba a su lado y decía a sus compañeros:
-Si Amalia sigue mis consejos hará mucho bien a los desgraciados y a sí misma. Si expiatoria es su existencia, misión hermosa puede cumplir en medio de sus sufrimientos; en trabajar en la propaganda del Espiritismo está su redención.
Yo la envidio porque irá mucho más lejos que yo.
¡Cuánto puede adelantar si no se detiene! ¡Cuánto puede progresar si comprende cuál es su deber!
Yo le escuchaba con el mayor asombro, porque no podía comprender lo que me guardaba el porvenir.
Veía que mis ojos siempre me amenazaban con el tormento más horrible ¡La ceguera!... Vivir de las dádivas y de la protección de los espiritistas, lo rechazaba mi Espíritu totalmente; pues, nunca he creído que debía vivirse a la sombra del ideal filosófico o religioso que el hombre defiende.
El ser digno, me decía yo, antes que todo, debe ganarse su sustento, y después de atender a las primeras exigencias de la vida terrena, el tiempo sobrante que lo emplee en lo que más grato le sea. Yo soy muy pobre, debo procurar el conservar la poca luz de mis ojos, vivir de ella, y después haré lo demás.
Y con un deseo inmenso de aliviarme, me levantaba antes de las cuatro de la mañana y me iba a bañar.
¡Qué bien me encontraba en el mar!
En aquella hora estaba completamente sola; pensaba en mi pasado con horror, en mi presente con melancolía, en mi porvenir con ese temor que inspira lo desconocido; positivista por excelencia, jamás he vivido de ilusiones; y la realidad era muy triste para mí, porque mis fuerzas eran muy débiles.
De Alicante, después de tomar los baños, pasé a Jijona, donde tenían gran empeño los espiritistas, que pasara con ellos una temporada.
Allí encontré atenciones y cuidados verdaderamente maternales, desvelos y demostraciones cariñosísimas que jamás olvidaré.
En Jijona pasé horas muy agradables, más este goce se turbó con la enfermedad que adquirí, enfermedad que me duró algunos meses; las calenturas del país. Ansó desde Alicante, ordenó mi traslado, para tenerme más cerca y poder estudiar mejor mi enfermedad.
De nuevo me trasladé a Alicante, dónde la ciencia de mi buen amigo, supo combatir y vencer mi tenaz padecimiento.
Para la convalecencia, marché a Murcia, donde una familia espiritista me esperaba con los brazos abiertos, y allí permanecí cuatro meses, teniendo una convalecencia muy parecida a una enfermedad; pero me cuidaron con tantísimo cariño, y me dieron tan buen alimento, que al fin recobré la salud.
En mis ratos lúcidos, seguí escribiendo lo que me fue posible y aquella buenísima familia, D. Eduardo de los Reyes y su angelical esposa, me propusieron muy formalmente que no me separase de ellos; más yo les dije:
-No; no puedo quedarme aquí. En Murcia el trabajo escasea, y el poco que hay está muy mal pagado; yo, mientras humanamente pueda, quiero ganar el sustento; no quiero vivir a la sombra del Espiritismo.
Y a pesar de sus reiteradas insistencias, me trasladé a Madrid en el mes de Febrero de 1876.
Mi hermana me recibió con la más viva alegría, compartió conmigo su lecho, y de nuevo empecé a coser y a escribir.
Una noche, al volver de mi trabajo, me dijo mi hermana:
-¡Cuánto siento que no hayas estado aquí! Han venido a verte dos espiritistas catalanes, me han hablado de tus escritos con muchísimo entusiasmo; traen una tarjeta para ti, del presidente del circulo espiritista “La Buena Nueva”, de la villa de Gracia, y dicen que es tan buen espiritista, y que tiene un gran empeño en que tú vivas en su casa. ¡No te decía yo que volarías muy lejos!...
Y mi hermana lloró con gran desconsuelo.
-Mujer, no digas disparates antes de tiempo: ¿Qué me he de ir yo a Gracia si no conozco a ese hombre?
-Pues el te conoce mucho; y tanto él como su familia dicen que pronto irás a su casa; ellos volverán pasado mañana, que es domingo, para verte.
-Me verán, pues tengo que trabajar sin descanso lo menos una semana, velando hasta las doce de la noche.
-Pues lo que es el domingo tienes que estar, no hay más remedio. Tráete el trabajo y yo te ayudaré.
Así lo hice, y el día señalado, recibí la visita de los dos espiritistas catalanes, que eran un anciano y un joven, ambos muy distinguidos; el de más edad, que se llamaba Pedro, me dijo:
-Traigo encargo especial de nuestro hermano Luis, que es el Presidente del Círculo “La Buena Nueva”, de ofrecerle a usted su casa, mejor dicho, una habitación exclusivamente para usted, porque está empeñado en que viva usted en su compañía; está
casado, con dos hijos: una niña de 12 años y un chico de 14, es muy buena familia.
En su casa está el Circulo Espiritista, y todos los domingos tiene sesiones por la tarde, y al despedirme me dijo, muy, formalmente: “dile a Amalia que la espero, que venga cuanto antes”.
Mi hermana y yo tomamos a broma tales ofrecimientos, y nos reímos de muy buena gana.
Seguimos hablando largamente; yo les dije entonces mi verdadera situación y mi hermana añadió:
-Yo bien, conozco que mi hermana no puede vivir mucho tiempo así, porque su situación es insostenible; como no tiene seguridad de poder seguir cosiendo, como no sabe ¡nunca con lo que cuenta, y yo no le puedo proporcionar lo que necesita porque soy tan pobre como ella, resulta que su situación es muy crítica. Por otro lado los espíritus la rodean de tal manera, que no la dejan coser tranquilamente; y entre la lucha del trabajo para vivir y el de la escritura, va a caer para no levantarse más; yo creo que el estudio del Espiritismo, más bien la ha perjudicado que otra cosa.
-Eso nunca señora, -Replicó Pedro, -Porque sus escritos han consolado a muchos afligidos, y el consuelo que a otros ha prestado, ella lo encontrará también, no tenga usted duda, y lo encontrará del modo más sencillo.
En Barcelona se paga el trabajo mucho mejor que en Madrid, y Amalia, en la ciudad condal, ganará lo suficiente para poder vivir, trabajando mucho menos que aquí, y quedándole, por consiguiente, más tiempo libre para sus tareas literarias; teniendo la ventaja de poderse bañar en el mar, ya que tanto lo necesita para los ojos. Tendrá más reposo, muy buenos hermanos que la quieran; y si la detiene el no querer separarse de una hermana tan querida, véngase usted también y encontrará las mismas ventajas que ella; trabajará menos y ganará más.
Mi hermana y yo, ya no nos reímos de las proposiciones del anciano espiritista, y como en Madrid (desgraciadamente) nada bueno nos retenía, porque mi hermana, para mantener y educar a sus hijos, era una esclava del trabajo, decidimos trasladarnos a Barcelona, una primero y otra después.
Se decidió que yo fuera primero, para aprovechar la temporada de los baños y preparar el trabajo que debía empezar mi hermana a su llegada.
Sin perder un momento, hicimos los planes y proyectos más agradables, y el 20 de Junio de 1876, salí de Madrid con dirección a Barcelona, separándome de mi hermana, con la dulce esperanza de volverla a ver muy pronto.
Cuando llegué a la fabril ciudad, me esperaban en la estación varias familias
espiritistas, hospedándome en casa de don Miguel Pujol, cuyas simpáticas hijas, ya me eran muy queridas, por haber tratado a la mayor en Madrid.
Al día siguiente de mi llegada, vino a verme Luis, el presidente del Circulo “La Buena Nueva”, que desde el primer momento me trató con la misma franqueza que si me hubiera visto nacer; estrechó mis manos entre las suyas y mirándome fijamente, me dijo con acento cariñoso.
-Y ¿Qué piensas hacer en Barcelona?
-¿Que qué pienso hacer? Pues trabajar; nuestro hermano Pedro ya me ha dicho, que aquí se paga el trabajo mucho mejor que en Madrid; vendrá mi hermana, viviremos juntas, trabajaremos, y escribiré cuanto pueda ya que aquí tendré más tiempo disponible.
-¡Ah, no...! Para eso no has venido tu a Barcelona; aquí lo que sobran son modistas y costureras; lo que falta son escritoras.
-Pero como escribiendo no gano para vivir, tengo primero que coser, y las horas que me sobren serán las que emplearé en escribir.
-¿Y tú piensas que podrás coser mucho tiempo? Todo lo más que te queda de vista ara coser, (y eso tirando por lo largo) son tres meses; eso te lo digo yo, en cambio, para escribir, siempre verás; te sacaremos cuando seas muy viejecita en un capazo al sol y aún escribirás.
Las palabras de Luis me dejaron helada; había en la mirada de aquel hombre, algo que imponía; magnetizador de gran potencia, su mirada me hacía estremecer, y algo inexplicable me decía que el pronóstico de aquel hombre era una verdad; pero disimulé la penosa impresión que recibí y dije:
-Confío aliviarme mucho con los baños de mar, procuraré coser lo menos posible, pero yo quiero trabajar para vivir.
-Tú podrás querer, pero tus ojos te dirán que no; no hay más que mirártelos; dentro de tres meses o antes me lo dirás, y como yo sé lo que te sucederá, ya te estoy arreglando un habitación en mi casa; mi hijo te la pintará; tú, mientras, toma los baños, y después te vienes a Gracia, donde nadie te molestará; yo te daré la habitación y alimentos, con la sola condición de que tú emplees tu tiempo en escribir para los periódicos espiritistas. Para difundir la luz de la verdad, siempre tendrán luz tus ojos; para coser... para coser, antes de tres meses dirías con tristeza: “¡Se cumplió la profecía de Luis!”
La seguridad con que aquel hombre hablaba me causaba un espanto inexplicable; pero no me abandonó la esperanza y tomé muchos baños de mar, esperando un pronto alivio; mas contra todos mis deseos, mis ojos empeoraban lentamente.
En la plenitud del día, me vi obligada a suspender la costura, porque sobre mis ojos había caído un velo de brumas, y vi todos los objetos envueltos en una densa niebla.
Entonces dije a Luis:
-Se ha cumplido tu profecía; todo lo veo cubierto de una espesa niebla; quiero coser y parece que me clavan agujas en los ojos. ¡Dios mío!... ¿Volveré a estar como antes?
-No; durante algunos días, abstente de todo trabajo y cuando yo te avise, te pondrás a escribir, y ya verás cuántas cosas buenas harás con tus ojos medio cerrados, y eso es lo que yo quiero, porque en Barcelona ya te lo he dicho muchas veces, sobran costureras y faltan escritoras. No te inquietes ni te apures, haz lo que digo y ya verás como propagarás el Espiritismo.

Continuara . . . .