sábado, 11 de enero de 2020

ESPÍRITUS QUE SE CREEN VIVOS



Disertaciones Espíritas Sobre los Espíritus que aún se creen vivos

Ya os hablamos muchas veces de las diversas pruebas y expiaciones; pero, ¿no descubrís nuevas diariamente? Son infinitas, como lo son los vicios de la Humanidad, y os cabe a vosotros establecer su nomenclatura. Pero como nos reclamáis un hecho, voy a intentar instruiros. Todo no son pruebas en la existencia. La vida del Espíritu continúa, como ya se os ha dicho, desde que nace hasta el infinito; para algunos la muerte no pasa de simple accidente, que en nada influye sobre el destino de aquel que muere. Un azulejo que cae, un ataque de apoplejía, una muerte violenta, muchas veces apenas separan al Espíritu de su envoltorio material; pero el envoltorio periespiritual conserva, al menos en parte, las propiedades del cuerpo que acaba de sucumbir. Si yo pudiera, en un día de batalla, abrir los ojos que poseéis, pero de los cuales no podéis hacer uso, veríais muchas luchas continuando, muchos soldados lanzándose al ataque, defendiendo y atacando los reductos, escucharíais sus hurras y gritos de guerra, en medio del silencioso y triste velo que sigue a un día de matanza. Terminado el combate vuelven a sus hogares para abrazar a sus viejos padres y a sus ancianas madres que los esperan. Para algunos ese estado a veces dura mucho, es una continuidad de la vida terrestre, un estado mixto entre la vida corporal y la vida espiritual. ¿Por qué, si fueron simples y honestos, sentirían el frio de la tumba? ¿Por qué pasarían bruscamente de la vida a la muerte, de la claridad del día a la noche? Dios no es injusto y deja a los pobres de espíritu ese placer, esperando que vean su estado por el desarrollo de sus propias facultades, y que puedan pasar tranquilamente de la vida material a la vida real del Espíritu.
Consolaos pues, vosotros, que tenéis padres, madres, hermanos o hijos que se extinguieron sin lucha. Tal vez se les permita aproximar sus labios a vuestras frentes. Enjugad las lágrimas: el llanto es doloroso para vosotros y ellos se admiran viendo que lloráis; os rodean el cuello con sus brazos y os piden sonreír. Sonreíd pues a estos invisibles y orad para que cambien el papel de compañeros por el de guías; para que abran sus alas espirituales que les permitan volar hacia el infinito y traeros sus suaves emanaciones.
Yo no digo, observen bien, que todas las muertes repentinas lleven al Espíritu a caer en ese estado. No, pero no hay uno solo cuya materia no tenga que luchar con el Espíritu que vuelve en sí. Tras el duelo la carne se rasga, el Espíritu se oscurece en el instante de la separación, y en la erraticidad reconoce la verdadera vida.
Voy a contaros, en pocas palabras, sobre aquellos para los cuales este estado es una prueba. ¡Oh! ¡es doloroso! ellos se creen vivos y bien vivos, con un cuerpo capaz de sentir y disfrutar de los placeres de la tierra, y cuando sus manos quieren tocar se desvanecen, y cuando acercan sus labios a un vaso o una fruta esos labios se aniquilan; ven, quieren tocar, pero no pueden sentir ni tocar. El paganismo ofrece una bella imagen de ese suplicio al presentar a Tántalo con sed y con hambre y jamás podía tocar con sus labios la fuente de agua, que susurraba a sus oídos, o la fruta que parecía madura para él. ¡Hay maldiciones y anatemas en los gritos de esos desgraciados! ¿Qué han hecho para soportar este sufrimiento? Preguntad a Dios: es la ley que fue escrita por él. Quien mata por la espada morirá por la espada; quien profanó al prójimo, a su vez será profanado. La gran ley del talión estaba escrita en el libro de Moisés y aún está en el gran libro de la expiación.
Orad pues incesantemente por los que llegan a la hora final; sus ojos se cerrarán, dormirán en el espacio como duermen en la Tierra y, al despertar, encontrarán no un juez severo sino un padre compasivo, que les señalará nuevas obras y nuevos destinos.
San Agustín
(Sociedad de Paris, 21 de julio de 1864 – Médium: Sr. Vézy)
Revista Espírita (Allan Kardec) Noviembre de 1864

LA MADRE Y EL HIJO

La madre y el hijo (Revista Espírita marzo 1863)

La madre y el hijo (Revista Espírita marzo 1863)

La madre y el hijo (Revista Espírita marzo 1863)
Dentro de una cuna reposaba un bello ángel
Todo rosa y blanco, que cantando acunaban;
Su joven madre, de dulce mirar de Arcángel,
¡Ebria de amor sobre ese infante velaba!…
¡Oh! ¡Qué bello es el hijo de mis cariños!…
Duerme, querido hijo, tu madre está cerca de ti…
¡Al despertar tus primeras caricias
Y tus besos, amigo, serán para mí!…
¡Oh! ¡Qué bello es!… Dios mío, tomad mi vida
Si debéis arrebatarme este hijo…
¡Guardádmelo, Señor, os lo ruego!…
Ya su boca ha murmurado: ¡¡¡Mamá!!!…
Esa palabra tan tierna… esa palabra que se espía,
Como a la primavera un rayo de sol…
Esa palabra de amor cuya suave armonía
¡Cuando se escucha nos hace soñar con el cielo!…
¡Oh! De sus brazos cuando me rodean;
Cuando sobre mi seno siento batir su corazón,
Soy feliz, y mi alma ebria
De vuestros electos comparto el bienestar…
Lo es todo para mí… ¡Este hijo, es mi sueño!
Vivir por él… toda en él, es mi destino.
De mi amor la vivificante savia
¡¡¡De esa cuna debe alejar la muerte!!!…
Pronto, Dios mío, sostenido por su madre
¡Lo veré dar sus primeros pasos!…
¡Oh! Día dichoso… qué impaciente espero…
¡Temo siempre que no llegue!
Y además, en mi dulce esperanza,
Lo veo grande, homenajeado, virtuoso,
Habiendo guardado de su tímida infancia
La pureza que debe tornarlo feliz.
¡Oh! ¡Qué bello es!… ¡Dios mío, tomad mi vida
Si la desgracia debe golpear este niño!
A mi amor, dejadlo, os lo ruego,
Ya su boca ha murmurado: ¡¡Mamá!!…
¡Pero está frío… y sus labios han palidecido!
¡Despiértate, querido hijo de mi corazón!
Ven sobre el seno que te dio la vida…
¡¡Está helado… tiemblo y tengo miedo!!
¡Ah! ¡ya está! ¡ha dejado de vivir!
¡Desgracia sobre mí! ¡porque ya no tengo hijo!
Dios sin piedad… de rabia estoy ebria…
¡No sois un Dios justo y poderoso!
¿Qué os ha hecho este ángel de inocencia
Para arrebatarlo tan pronto a mi amor?…
¡Abjuro aquí toda santa creencia!
Y bajo vuestra mirada voy a morir a mi vez…
. . . . . . . . . . .
“¡Madre!… ¡soy yo!… es mi alma desprendida
Que el Eterno devuelve a tu lado.
Maldice, madre mía, una rabia insensata;
¡Vuelve a Dios… te traigo la Fe!
Inclínate ante la decisión del Maestro.
Madre culpable, en un pasado lejano…
Hiciste morir al hijo que diste a nacer:
¡Dios te pune!… ¡doblégate bajo su mano!
Toma, coge este libro; calmará tu pena.
Este libro santo… dictado por los Espíritus,
Si lo lees… oh madre, puedes estar segura
¡¡¡Que un día en el cielo volverás a ver tu hijo!!!”
Tu ángel de la guarda

Artistas apócrifas espiritas



En la época de Josefa Tolrà (Cabrils, 1880-1959), no educaban a las niñas, les inoculaban lo necesario (las destrezas y las chinchetas en la mente) para ocupar durante el resto de su vida las estancias del silencio y del sufrimiento. En casa y en la escuela, enseñaban, por ejemplo, a coser. En el caso de Tolrá, nadie adivinó que, con cada punzada de aguja e hilo, en realidad, estaban transmitiéndole un idioma.
Tampoco ella lo sospechó. El tiempo tuvo que desguazarle la vida varias veces para que se desencadenara la suma de sucesos que, hoy, en 2019, lleva su legado a ser uno de los protagonistas de Alma. Mediums y visionarias, la insólita exposición de Es Baluard Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Palma (que permanecerá abierta hasta el 2 de junio).
El tiempo desguazó la vida de Tolrà. Primero, con la muerte de su hijo de 14 años tras una enfermedad eterna; y después, durante la Guerra Civil, cuando su otro niño pereció en un campo de concentración. Contó su sobrina María Tolrà en una entrevista que a Josefa le entró miedo, que no quería que la dejasen sola, que no encontraba la forma de salir de casa.
Le aconsejaron visitar a una médium. Hizo caso, acudió, y aquella le recetó que pintara. Un día empezó a trazar líneas, unas sobre otras, parecían una locura, pero tenían una estructura, un sentido. Agarraba un papel cualquiera y un bolígrafo. Solo ahí se sentía bien. No es que olvidara su tragedia, más bien la traducía, se congraciaba con ella. Pintar era crear formas, no importaba el soporte. Entonces se dio cuenta, tomó una aguja y un hilo, y descubrió que tenía dentro un lenguaje dormido.

mujeres espiritistas
Fotografía de Josefa Tolrà mostrando un mantón con bordado fluídico, 1956. © Fotografía: Archivo familiar, cortesía de la Associació Josefa Tolrà, 2019

Se convirtió en creadora y médium espiritista, y ninguna de esas facetas se las atribuyó a sí misma. Cuenta su sobrina que cuando la visitaban gentes frágiles, necesitadas de consuelo, y le daban las gracias, ella respondía: «A mí no, a ellos», y señalaba al cielo, que es donde se ubican los mundos que no nos pertenecen. Tampoco le pertenecía su arte. Un día, cuenta su sobrina, le dijo a su hija que no se le ocurriera nunca cobrar ni cinco céntimos por sus dibujos.
Su caso no es único, y Es Baluard reúne una muestra de creadoras como ella: Madge Gill, Julia Aguilar, Nina Karasek, Clara Schuff, Hélène Reimann, Aloïse Corbaz, Agatha Wojciechowsky, Margarethe Held, Käthe Fischer, Anna Zemánková, Cecilie Marková o Emma Kunz. El proyecto se enmarca dentro de una línea de investigación hoy en vigencia a nivel europeo.
La comisaria es Pilar Bonet, historiadora del arte. Comenzó a explorar en esta veta de artistas olvidadas hace más de diez años. La fascinación por Tolrà la guió hacia otros nombres. «Son todas europeas, nacidas antes del final de la Primera Guerra Mundial, vivieron la guerra y la entreguerra, un periodo de dolor, muertes, cambios territoriales», apunta Bonet.

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Josefa Tolrà, La gran teósofa, 1953. Colección del Museo Nacional del Prado, Madrid. Fotografia: Associació Josefa Tolrà © de la obra, Associació Josefa Tolrà, 2019

Eran las mujeres. Ellas, en la retaguardia del hogar, sufrían con más fuerza la densidad de las pérdidas: «Entonces, consiguen traspasar una línea fronteriza entre el mundo material y espiritual», expresa. Ahí empieza el relato de la exposición. «Las mujeres son las que desean conectar con los hijos que han fallecido, lo necesitan».
Muchas de las protagonistas de la muestra entran, por la puerta del desasosiego, en el espiritismo de finales del siglo XIX y principios del XX. Eso, junto a su sexo, sus raíces humildes y sus enfoques artísticos forjados por instinto –al margen de lo académico–, provocó que no recibieran el reconocimiento que merecían.
«El espiritismo, además, estaba conectado al socialismo utópico y al anarquismo. A ninguno de esos movimientos se les ha concedido un lugar prioritario porque estaban vinculados a clases obreras y a revuletas y revoluciones contra el propio sistema», desliza Bonet. El espiritismo era, según esto, una forma de religiosidad insumisa, alejada de las imposiciones de las instituciones eclesiásticas.

mujeres espiritistas
Madge Gill, Sin título (1954). Colección LAM-Lille Métropole Musée d’art modern, d’art contemporain et d’art brut, Villeneuve d’Ascq. Donación de L’Aracine, 1999. © Fotografía: Alain Lauras

Artistas apócrifas

Quizás este suero del espiritismo y de la conexión con el más allá les dio la legitimidad que necesitaban (ellas, mujeres, golpeadas, la mayoría pobres) para atreverse a dar una solución plástica, material, a las borrascas acumuladas durante su pasado. Sin embargo, no disponían de referencias ni de técnicas.
«No conocían iconografías ni géneros artísticos. Entonces aparecen en sus obras escenarios e imaginarios extraños. Eran médiums, escribían de manera automática o dibujaban lo que visualizaban», detalla Bonet.
No eran representaciones de ciénagas espectrales y aterradoras, más bien, al contrario: «Son dibujos extraños y maravillosos. La potencia de las miradas es enorme. Son personajes etéreos, ingrávidos; escenarios llenos de trazos, círculos, espirales que representan la energía. Crearon cartografías de planetas, arquitecturas planetarias», resume.
Los formatos son pequeños. No pensaban en exponer o vender. Tomaban cualquier papel que hubiera a su alcance y cualquier herramienta. Así es como, de pronto, Josefa Tolrà descubrió que tenía un idioma entre las manos y se puso a coser mundos. Una técnica que servía como herramienta para el confinamiento femenino se convirtió en un arma expresiva.

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Anna Zemánková, Sin título, década de 1970. Colección Karin & Gerhard Dammann. Fotografia: Cortesía Colección Dammann

«Sabían tejer, bordar, hacer ganchillo, y lo utilizaron. En sus telas aparecen animales simbólicos y floraciones extrañas que no eran tradicionales en los bordados».
La checa Anna Zemánková inventaba flores «que no existen en ningún lugar». Por ejemplo: una planta que se disgrega en seis apéndices como ojos, como criaturas del caldo primigenio, criaturas unicelulares enlazándose para construir algo más grande. Ese cuadro ofrece una ironía: mirado de lejos parece, además, una máscara de carnaval. «No pensaban en flores botánicas, sino en la flor alegórica de la vida», analiza la comisaria.
Han pesado décadas de olvido sobre estas mujeres. Pero algunas de ellas lo habrían considerado justo y oportuno. Cuenta Bonet que la suiza Emma Kunz, fallecida en 1963, avisó: «Mis obras son para el siglo XXI».