viernes, 7 de agosto de 2015

SIR ARTHUR CONAN DOYLE Y EL ESPIRITISMO


                                                ACTIVAR LOS SUBTITULOS


                       AQUI OS DEJO LA ENTREVISTA INTEGRAMENTE

Hay dos cosas sobre las que la gente siempre quiere  preguntarme.

Una es cómo llegúe a escribir los relatos de Sherlock Holmes

y la otra es cómo llegúe a tener experiencias espiritistas

y a tomar tanto interés en esa cuestión.

Para empezar, sobre los relatos de Sherlock Holmes,

comenzaron de esta manera:

Yo era un joven dóctor en aquella época,

y tenía, por tanto, un entrenamiento científico

y solía leer ocasionalmente relatos de detectives.

Pero me molestaba que en los antiguos relatos de detectives

los detectives siempre parecían obtener sus resultados por alguna cuestión de suerte o camino

o, si no, quedaba sin explicación cómo lograban la solución.

Él detective lo conseguía, pero sin dar una explicación de cómo.

A mi me eso no me parecía del todo jugar limpio.

Me parecía que estaban obligados a dar explicaciones de por qué había llegado a esas conclusiones.

Entonces empecé a pensar en ello,

¿por qué no introducir métodos científicos en el trabajo de los detectives?

Cuando era estudiante tenía un profesor llamado Bell,

que era extremadamente rápido con el razonamiento deductivo.

Él miraba al paciente, y solo con abrirle la boca,

era capaz de hacer su diagnóstico de la enfermedad,

a menudo de la nacionalidad, o incluso adivinar su empleo

y otras cosas,

enteramente a través de la observación.

Así que, naturalmente, me pareció bien

que personas científicas como Bell

se dedicaran a asuntos detectivescos.

Él no averiguaría las cosas por casualidad.

Él se las apañaría para dar con la solución científicamente.

Así que, una vez tomada esa línea de pensamiento,

es fácil de imaginar que tenía en mente una nueva manera de ver a los detectives,

y era una manera en la que me apetecía trabajar.

Así que empecé a pensar en cientos de pequeños detalles y en cientos de toques

con los que podría llegar a sus conclusiones.

Y empecé a escribir historias basándome en esas premisas.

Al principio llamaron poco la atención,

pero después de un tiempo, cuando empecé a escribir aventuras cortas,

una detrás de otra, publicándose mes tras mes en 'Strand Magazine',

la gente empezó a darse cuenta de que se

trataba de historias de detectives

diferentes a las antiguas,

que tenían algo ahí que era nuevo, y empezaron a comprar las revistas

y empezaron a prosperar. Y yo con él.

Ambos prosperasmos juntos y,

desde ese momento, Sherlock

Holmes quedó establecido.

He escrito mucho más sobre él de lo que nunca pretendí,

pero mi mano ha sido obligada a escribir por los muchos y amables amigos que querían saber más.

Y así es como este gigantesco crecimiento ha salido

de una semilla muy pequeña en comparación.

Pero lo realmente curioso es, ¿cómo hay tanta gente en el mundo que piensa que él es un ser humano real?

Recibo cartas dirigidas a él.

Recibo cartas pidiendome su autógrafo.

Recibo cartas dirigidas a su estúpido amigo, Watson.

Incluso recibo cartas de señoritas que quisieran trabajar como su criada.

Una de ellas, cuando se enteró de que se había pasado a la ocupación del cultivo de abejas,

me escribió diciendo que ella era una experta en segregar a la reina, lo que sea que eso quiera decir,

y que ella estaba evidentemente predestinada

a ser la criada de Sherlock Holmes.

No se si hay algo más que pueda decir privilegiadamente sobre él.

Pero, en cuanto al otro punto, que es mucho más serio para mi,

sobre la cuestión de mi afición por los asuntos psíquicos.

Es bastante curioso que mis primeras

experiencias en esa dirección

fueron en la época en la que Sherlock Holmes

estaba siendo creado en mi mente.

Eso sería entre el año 1886 y 1887.

Así que nadie puede decir que formase

mis opiniones en materias psíquicas

muy precipitadamente.

con 41 años que hace ya desde que escribí un artículo sobre la materia

que aparecía en la revista 'Light', y con el que dejé constancia de ello.

Durante estos 41 años, nunca perdí ni una oportunidad

de leer, estudiar y experimentar en esta materia.

La gente me pregunta si escribiré más relatos de

Sherlock Holmes y, ciertamente, no lo veo probable.

Pero conforme envejezco, el asunto espiritista crece en intensidad y uno lo ve más seriamente,

y yo creo que los pocos años que me quedan

estarán profudamente mucho más

dedicados a esa dirección que

a la de la literatura.

Sin embargo, por supuesto que no he dejado de escribir, la manera de ganarme la vida,

pero mis pensamientos principales son que debería difundir, si puedo,

ese conocimiento, que tengo en asuntos espiritistas, y propagarlo tanto como pueda entre aquellos que han sido menos afortunados.

No supongo ni por un momento que estoy autonombrandome el inventor del espiritismo,

ni que soy el principal exponente de ello.

Hay muchos grandes mediums, muchos investigadores psíquicos, investigadores de todas las clases.

Todo lo que pretendo es ser como un 'gramófono' en la materia.

para ir, enfrentarme a gente cara a cara,

para intentar hacerles ver que esto no

es una cosa tonta, como se la

representa tantas veces.

sino que es una gran filosofía y, como yo la veo,

la base de todos los avances religiosos en el futuro de la humanidad.

Supongo que lo que digo lo digo

con más motivos, buenos y malos,

e indiferentes, que quizá

cualquier ser vivo.

Por tanto, con una gran variedad, porque he viajado tanto, por todo el mundo,

y donde quiera que he ido -he estado en Australia, América, Sudáfrica-

todo lo mejor que hubiera que tuviera

que ver esto era puesto a mi disposición.

Así que, cuando la gente llega y me contradice, sin tener ningún tipo de experiencia,

habiendo leido poco y quizá sin haber viajado nunca por los oceanos,

puedes imaginar que no me tomo sus posturas muy en serio.

Cuando hablo de esta materia,

no hablo sobre algo en lo que creo,

no hablo sobre lo que pienso,

hablo sobre lo que se.

Hay una enorme diferencia, creanme, entre creer en una cosa y saber una cosa,

y hablar sobre cosas con las que me he enfrentado, que he visto

que he escuchado con mis propios oidos,

y siempre, fíjense, en presencia de testigos.

No han podido ser alucinaciones.

Normalmente, en la mayoría de mis experimentos, he tenido 6, 8 o 10 testigos,

y todos ven y escuchan las mismas cosas que yo.

Gradualmente, me fui volviendo más y más convencido en la materia, estudiandola regularmente,

pero fue sólo en la época de la guerra cuando nuestros espléndidos jóvenes colegas desaparecieron de nuestra vista.

El mundo entero se preguntaba: ¿Qué ha sido de ellos? ¿Dónde están? ¿Qué están haciendo ahora?

¿Se han desvanecido en la nada? ¿O aún son los grandes colegas que conocíamos?

Fue solo en ese momento en que me di cuenta de la tremenda importancia para la humanidad de saber más sobre esta materia.

Esto hizo que me lanzase aún más seriamente a ello

y sentí que el propósito más alto al que podría dedicarme en lo que me quedaba de vida

era intentar dar a conocer a todo el

mundo algo de ese conocimiento

y esa seguridad que había adquirido yo mismo.

Ciertamente, los resultados me lo han justificado. Estoy seguro de que podría llenar una habitación de mi casa

con las cartas que he recibido de gente, hablandome del consuelo que mis escritos sobre esta materia

y mis conferencias sobre ello, le han dado a ellos. Cómo ellos,

por una vez más, han podido volver a escuchar el sonido de una voz que se había apagado, y han vuelto a sentir el tacto de una mano que se había desvanecido.

¡Oh, adiós!

Arthur Conan Doyle.

Célebre narrador de la sagacidad.
Cada vida se dirige desde el ángulo por el cual el espíritu trazó su proyecto, y se ha dicho que: "el epitafio de esa vida debiera situarse en ese ángulo que abarcase todo el edificio de la existencia". La esposa de Sir Arthur Conan Doyle expresó en un breve epitafio la clave de la vida de ese gran hombre:

Sir Arthur Conan Doyle
Nació el 22 de mayo de 1859
"Temple de acero, rectitud de espada"
Esta inscripción en su tumba da una idea exacta de lo que quiso ser y de su total convencimiento de que seguiría viviendo, expresado en el detalle de no mencionar la fecha del deceso. Consecuente con ese pensamiento, el 11 de julio de 1930, un día de sol esplendoroso, la esposa de Conan Doyle lucía un vestido veraniego estampado con flores y sus amigos no vestían la indumentaria acostumbrada para un entierro. Acompañaban sus restos mortales con un gran sentimiento de admiración y respeto hacia el notable escritor y gran hombre que terminaba una fructífera jornada de 71 años.
Esa trayectoria hay que referirla necesariamente, desde las circunstancias anteriores a su nacimiento, porque si bien es verdad que el ser humano se hace a sí mismo, también es cierto que se vale de los elementos recibidos por herencia en el claustro materno y por el ejemplo en el seno del hogar.
John Doyle, abuelo paterno de Arthur pertenecía a una familia católica de terratenientes irlandeses emigrada forzosamente por persecuciones religiosas. Las leyes encaminadas a despojar de sus bienes al ciudadano común y el poder político que le confería la propiedad de sus tierras a la alta y pequeña nobleza, terminaron por arruinar a la familia Doyle.
John llegó a Londres a conquistar la ciudad, sin más capital que su inteligencia y su habilidad de pintor y dibujante. De semblante severo, maneras parsimoniosas y solemnes se hizo famoso con el lápiz y el pincel, como humorista y caricaturista intencionado que firmaba con el pseudónimo H.B.
Fue acogido socialmente y, muchos ilustres de esa época, entre ellos Walter Scott, Woodsworth, y Disraeli, el consejero de la Reina Victoria, fueron invitados habituales, en su mesa de Cambridge Terrace.
El abuelo John, hombre de profunda convicción católica, lindante con la intransigencia, se casó con Marianne Conan, una irlandesa católica perteneciente a una familia de artistas, con quien tuvo cinco hijos, a los que llamaron James, Richard, Henry, Charles y Annette.
Los cuatro fuertes y robustos varones fueron educados por su padre en el arte del dibujo y Richard (Ricky) superó el talento de su progenitor, haciéndose famoso en el "Punch", la prensa inglesa antagonista del "Times", donde ocupó un alto cargo hasta que renunció por negarse a aprobar una publicación humorística que incluía al Papa, considerada por él una irreverencia.
Charles, quien sería más tarde el padre de Arthur, además de dibujante se convirtió en arquitecto y fue nombrado jefe de Obras Públicas de Edimburgo, por lo que se trasladó a la capital de Escocia. Allí se hospedó en la casa de una respetable viuda irlandesa católica y después de un tiempo se casó con su hija Mary Foley, joven de 17 años, educada en Francia, donde se había especializado en Heráldica, disciplina muy apreciada en Europa para aquella época, donde se daba mucha importancia al estudio de los escudos de armas, las reglas que los rigen y el derecho a usarlos.
Al referirse a sus padres era elocuente en la expresión de sus sentimientos. De su progenitor decía: "Ya sabe cuanta es mi admiración por él, aunque sospecho que existe poca simpatía intelectual entre nosotros dos". Pero, al hablar de su madre le dedicaba párrafos especiales: "En todo momento era una dama, una señora, igual cuando le regateaba al carnicero o regañaba a una empleada atolondrada, pero también cuando revolvía el guiso con la cuchara de madera mientras sostenía con la otra mano la "Revue des Deux Mondes", leyendo muy cerca de sus ojos miopes".
Según él, "era una extraña mezcla de mujer hogareña y de mujer de letras sobre la base de una verdadera dama de abolengo e ideales". Toda su vida fue una apasionada lectora y dominaba la literatura inglesa y la francesa; pero se las ingeniaba para satisfacer su necesidad intelectual sin dejar de atender a sus quehaceres. Por eso era frecuente verla leer mientras fregaba, tejía o alimentaba a sus bebés. Arthur hablaba con cariño de sus manos serviciales y de su cerebro que comprendía todo con facilidad.
Por otra parte, esa mujer laboriosa tenía el orgullo de su origen, de pertenecer a una familia con muchos personajes ilustres, entre los que se encontraban algunos monarcas del mundo y se complacía en contar sus historias a sus hijos pequeños, mientras cumplía con sus tareas domésticas.
Muchos años más tarde, Arthur recordaba los momentos felices, cuando la escuchaba sentado sobre la mesa, balanceando sus piernas con pantalón corto y el orgullo que le daba sentirse diferente a otros niños. También comprendía que su madre no tenía simple vanidad, sino un respeto muy profundo por el cumplimiento de las normas consideradas honorables en la familia, se esforzaba por estar a la altura de su abolengo, y sólo su difícil situación económica le impedía mostrarse más espléndida con los que la rodeaban; pero también demostraba una férrea rigidez ante la simple sospecha de una bajeza o una falta a la honradez.
El niño recibía sus lecciones de heráldica con las que iba grabando en su pensamiento y en su sensibilidad las divisas del caballero que le servirían de ideal para el trazado de su vida: "Altivo frente al poderoso, humilde con el débil. Serás caballero con todas las mujeres, con las de alta alcurnia lo mismo que con las de humilde condición. Quienquiera que te pida ayuda, dásela, si es un desvalido".
Estos conceptos se verían luego reflejados en la conducta de Sherlock Holmes, el personaje novelesco que lo hizo famoso a lo largo de 59 libros en los que relató sus hazañas de detective excepcional.
De los Doyle, la familia de su padre, heredó la fortaleza física que le permitió ser un atleta destacado en boxeo, futbol y cricket; pero la influencia de su madre, menuda, activa e inteligente, se sintió mucho más fuerte y profundamente que la ejercida por su padre. Charles terminó encerrado en un empleo burocrático y su rutina se redujo a su oficina oficial, sus obras sin vender y su caña de pescar. La gran ilusión de su vida, exponer sus cuadros y dibujos en Londres, nunca la logró; pero Arthur se ocupó de hacerlo, después de su muerte, como un acto de solidaridad, amor y justicia.
Sus padres coincidían en su fe católica, pero ambos la manifestaban de muy distinta manera. El padre era inflexible y no hacía concesiones; según él, todo el que vivía fuera de la Iglesia de Roma estaba condenado sin excepción y le preocupaban algunas expresiones de su esposa y ciertas inclinaciones románticas que podían alejarla del recto camino. Años más tarde, Arthur recordaba con una sonrisa, un consejo de su madre al despedirlo cuando partía en un viaje en tren: "Cuídate. Usa ropa interior de franela, hijo mío, y no creas nunca en la condenación eterna".
En este escenario hogareño, con esta influencia espiritual, el niño creció orientando las preferencias de su personalidad. Cursó estudios de enseñanza media en el Colegio Jesuíta de Stonyhurst, Lancashire, situado en pleno campo, donde imperaba una disciplina férrea y los juegos atléticos ocupaban un lugar casi tan importante como el estudio de las materias académicas.
Su permanencia en el colegio representaba para su familia un sacrificio, que hacían gustosos para poder darle una educación esmerada. Allí comenzaron a despuntar sus aptitudes de escritor y el estudio de los clásicos latinos y griegos, de la literatura inglesa y francesa imprimieron en el muchacho una marca indeleble. Sin embargo, parece no haber tenido una gran simpatía intelectual ni sentimental, por sus maestros,
Era un muchacho de físico desarrollado, muy descuidado en el vestir y con una gran capacidad de observación; tenía un carácter muy firme, y hasta terco a veces, que lo llevaba a rebelarse frecuentemente contra determinadas normas muy severas que regían en el Colegio. Esto generaba fuertes castigos, duros golpes con la regla que dejaban sus manos hinchadas y deformadas, pero que sólo conseguían hacer estallar al tenaz y orgulloso muchacho.
Convencido de que sus maestros no lo querían y que tampoco eran justos, terminó por quebrantar las reglas deliberadamente y con desafío. Sin embargo, los favorables informes enviados por las autoridades a sus padres demostraban que el joven no estaba en lo cierto.
Se presentó al examen general en la Universidad de Londres, aprobó con honores y lo seleccionaron para que perfeccionase sus estudios humanísticos y sus conocimientos del alemán en el Colegio Jesuita de Feldkirch, en el Tirol austríaco, ubicado cerca de la frontera con Suiza. Allí pasó un año en un ambiente diferente, porque la disciplina no era tan rígida, el objetivo era el perfeccionamiento de lo aprendido, además de la orientación vocacional de los alumnos y también dedicaban muchas horas a actividades extra-académicas, como disfrutar de frecuentes excursiones a la montaña en el verano y del patinaje en el invierno.
En ese tiempo se convirtió en lector y admirador de Walter Scott, sobre todo de su "Ivanhoe", de Lord Macaulay con sus "Baladas de la Roma Antigua" y de Edgar Allan Poe con su "El escarabajo de Oro", obras que le dejaron una impresión perdurable.
Transcurrido ese año aceptó una invitación de sus tíos Richard y Anette para pasar unos días en Londres. En la Abadía de Westminster, visitó la tumba del gran historiador Macaulay a quien tanto admiraba; y luego se hospedó en la casa de su tío Michael en París, donde tuvo la gran satisfacción de recorrer los lugares gratos a Edgar Allan Poe.
Arthur reconoció que su ingreso a la Facultad de Medicina de Edimburgo fue sugerido y estimulado por su madre. Él no se opuso porque no tenía inclinación por ninguna carrera en especial, pero tampoco le disgustaba la medicina y en cambio sentía aversión por cualquier estudio que le obligara a dominar las matemáticas. Se presentó entonces, al concurso por oposición y ganó una beca que nunca recibió por complicaciones burocráticas, sin embargo inició sus estudios, con el apoyo familiar.
Fue una época distinta a la anterior, porque el ambiente universitario predominante en Edimburgo era libre-pensador y agnóstico, tal como imperaba en otras universidades europeas. Arthur no perdió el sentimiento de religiosidad aprendido en el hogar, pero fue apartándose de la ortodoxia, lo que lo inclinó hacia la tolerancia religiosa, a un deismo casi poético y a la pérdida de la fe ciega, lo que significó para él una gran lucha interna. "Me dicen que tenga fe, como si ésta pudiera tenerse por un acto de voluntad. Con la misma razón podrían decirme que sea pelinegro y no pelirrojo. La fe católica es una porción de buenas y nobles cosas mezcladas con un montón de asuntos inservibles ".
La vida universitaria cumplió con su objetivo formador, y durante toda su vida recordó siempre con cariño y admiración a uno de sus profesores, el Dr. Joseph Bell, quien le enseñó el arte de observar, ver y deducir, lo que más tarde se conoció como el "método Sherlock Holmes"
Había una circunstancia que lo intranquilizaba y que él llamaba "su estado habitual de vaciedad de bolsillo", ocasionado por el aporte mínimo imprescindible que recibía de su padre. Por eso, en las vacaciones consiguió un puesto de practicante con un médico instalado en un barrio pobre de Sheffiel; pero fracasó y se retiró a las tres semanas con una de sus típicas expresiones: "Estos habitantes prefieren ser envenenados por un hombre con barba que curados por un imberbe".
Se trasladó entonces, a la aldea de Shropshire con la intención de ayudar al médico de la localidad, pero en sus primeras conversaciones chocó inmediatamente con sus ideas conservadoras, sobre todo con su aprobación hacia la pena de muerte, lo que hizo imposible que continuara trabajando con él.
Durante las siguientes vacaciones se colocó como ayudante de un médico radicado en Birmingham dedicado a la atención de una numerosa clientela de obreros. Recibía un sueldo muy modesto pero lo hacía sentir más cómodo y confiado. Además, allí tuvo su primera satisfacción como escritor, pues tres meses antes de su traslado, había enviado al "Chambers Journal" una novela corta titulada "El Misterio del Valle de Sasassa", y con grata sorpresa recibió una carta comunicándole su aceptación y el pago de 3 guineas.
No se había graduado aún, cuando aceptó un puesto como cirujano en un pequeño barco ballenero en viaje hacia el mar Artico, con la ilusión de ganar 50 libras para entregárselas a su madre. La primera noche abordo se ganó el respeto de todos los rudos hombres de mar, pues el despensero lo trató con insolencia y Arthur le propinó una paliza, dejándolo muy maltrecho, incidente que hizo desaparecer cualquier gesto de insubordinación y que permitió un viaje en paz.
En 1881 se graduó de médico y en lugar de disminuir, sus angustias económicas aumentaron, porque no tenía capital para instalar un consultorio. Dejándose llevar por su carácter aventurero, decidió colocarse en un vapor de carga y pasajeros, en navegación por las costas occidentales de África. A su regreso le escribía a su madre "unas líneas para anunciarle que estoy a salvo y de regreso, después de pasar las fiebres de África, de estar a punto de ser devorado por un tiburón y como final, de haberse incendiado el barco Mayumba, entre Madera e Inglaterra".
Evidentemente, allí no encontró la solución a sus problemas económicos y el joven médico estaba preocupado y en aprietos porque debía ayudar a su familia. Sus tíos de Londres desearon auxiliarlo y le propusieron recomendarlo con la sociedad católica más influyente de la ciudad, si el sobrino aceptaba hacer honor a su condición de creyente; pero su respuesta fue impulsiva e irritada, afirmando su repudio a convertirse en un simulador.
Su familia insistió, no sólo para que lograra el ejercicio lucrativo de su profesión sino también para que "salvara su alma", y no se rompiera la tradición católica de la familia, mantenida a prueba de persecuciones. Lo invitaron a Londres pero la entrevista con sus tíos se desarrolló con mucha violencia, pues eran tan tercos como el sobrino y sostenían a ultranza que el Catolicismo era la verdad y todo lo demás era error. Por su parte, Arthur defendió con el mismo ardor su agnosticismo, sosteniendo que "la razón es la más alta dote que tenemos, y debemos usarla", con lo que perdió la oportunidad de una carrera lucrativa.
Se reencontró entonces, con el Dr. Budd, un antiguo compañero de la Universidad, convertido en un médico aventurero que se estableció inicialmente con gran propaganda para terminar en la quiebra, y luego se trasladó a otra ciudad en la que con procedimientos reñidos con la ética, consiguió hacerse muy popular.
Invitó a Arthur a asociarse con él quien aceptó a pesar de la oposición familiar; principalmente de su madre. Una carta suya donde emitía un juicio muy severo sobre el médico, cayó en poder de Budd, lo que desencadenó su venganza para colocar también a Arthur en la quiebra. Con esa idea, lo estimuló a establecerse en Portsmouth, garantizándole su apoyo económico para cumplir con el pago de los gastos iniciales. Arthur creyó en su lealtad y se lanzó a la aventura, trasladándose a esa ciudad donde no conocía a nadie, con el único capital de 5 libras, y sin los elementos indispensables, para alimentarse, dormir y mantener una habitación aseada y en orden; lo que lo obligaba a una vida muy estrecha. Más tarde recordaría que a la noche él mismo salía a pulir su placa de médico y a barrer la acera, mientras los vecinos dormían, para no desprestigiarse. Por otra parte, no ocultó sus ideas librepensadoras frente a las autoridades religiosas anglicanas de la ciudad lo que le valió cierta desconfianza y resistencia.
Al poco tiempo, recibió una carta de Budd retirándole su apoyo económico con lo que descubrió su intención y obligó a Arthur a reducir todavía más sus gastos, dispuesto a demostrar su temple.
Enfrentado a esa oscura situación, apareció una esperanza alentadora en julio de 1883, cuando recibió una carta del director del Cornhill Magazine, donde le comunicaba que había sido aceptada su novela corta "El Relato de Habakur Jephson" y le enviaba un cheque de 25 guineas. Esta revista tenía mucho prestigio y solamente publicaba literatura de buena calidad; por eso cuando apareció el trabajo de Arthur, muchos críticos supusieron que se trataba de escritos del propio Robert Stevenson o de Edgar Allan Poe.
Mientras tanto, Arthur comenzó a introducirse en los círculos deportivos de Portsmouth y pronto estuvo inscrito en los equipos de cricket y football.
Su trabajo mejoraba; pues poco a poco, iban llegando los clientes. Innes, su hermano menor, se instaló en su casa y se convirtió en su ayudante, con lo que alivió la carga familiar.Consecuente con su tradición, su madre le envió papel con el escudo de la familia para su correspondencia personal; pero la realidad era que muchas veces, Arthur no tenía dinero para pagar el franqueo.
Se dedicó enteramente a prepararse para el doctorado en medicina y simultáneamente, continuar escribiendo sus novelas. Sin embargo, esto último no era tan fácil como lo supuso con su primer éxito y sufrió el desencanto de ver como le devolvían, uno tras otro, todos sus trabajos.
Por fin, consiguió el doctorado en Edimburgo y un mes más tarde, el 6 de agosto de 1885, contrajo matrimonio con Louise Hawkins. Sus problemas económicos quedaron atrás, pues contaba con considerables ingresos profesionales y una renta de su esposa; por lo que contó con más tiempo disponible para leer y escribir, sus dos grandes y profundas inclinaciones.
El año 1891 fue decisivo en su vida. Hasta entonces había sido un modesto médico de provincia dedicado a la literatura, la cual no le reportaba mucho, a pesar de las cuatro novelas largas ya publicadas: "Estudio en Escarlata", su primera obra con los personajes Sherlock Holmes y Dr. Watson, "El Signo de los Cuatro", "Micah Clarke" y "La Compañía Blanca", así como varios cuentos cortos publicados en revistas reconocidas.
Era muy respetado en la población pero no se resignaba a esa vida limitada y decidió trasladarse a Londres. Antes de hacerlo se dirigió a Viena y París donde asistió a clases de oftalmología, dictadas por reconocidos especialistas, y se preparó para instalar su consultorio en un barrio distinguido de la ciudad donde esperaba tener éxito. Pero ni siquiera se estrenó como especialista de los ojos, porque en julio de 1891 comenzó a publicarse en capítulos su novela "Un Escándalo en Bohemia", en una revista popular llamada Strand, y antes de finalizar el año, Sherlock Holmes era el personaje más popular de Inglaterra, mientras el Sr. George Newnes se convertía en el más próspero y feliz de los editores.
Arthur Conan Doyle se enriqueció con este éxito y cerró definitivamente su consultorio médico, dedicándose exclusivamente a escribir, como siempre lo había deseado. Esto le permitió vivir con holgura, adquirir una hermosa casa y ocuparse económicamente de su familia. Su madre y su hermana menor, se instalaron en una pequeña casa de campo, su padre quedó internado en un sanatorio, dos de sus hermanos se mudaron con él y su hermano menor entró a la Academia Militar.
Su fama hizo que su trabajo se cotizara cada vez más; de allí que por su primera novela "Estudio en Escarlata" había recibido 25 libras, mientras que por "El Valle de Terror" le llegaron a pagar 10 chelines por cada palabra. Más tarde, sus obras fueron llevadas al teatro y al cine, traducidas a varios idiomas y conocidas en el mundo.
De su matrimonio con Louise Hawkins nacieron dos hijos: Kingsley y Mary Louise. La pareja disfrutó su felicidad hasta 1893, cuando a su esposa se le diagnosticó tuberculosis. Decididos a luchar contra la enfermedad se trasladaron durante una temporada a Davos, Suiza, y más tarde, a Surrey, donde se instalaron en una casa en la montaña, rodeada de bosques y protegida del viento. En este ambiente la vida de Louise se prolongó en condiciones de invalidez durante trece años, hasta que falleció el 5 de julio de 1906.
Desde marzo de 1897, Arthur estaba profundamente enamorado de Jean Leckie, quien le correspondía el sentimiento, pero fueron fieles a su sentido de la lealtad y el deber. Arthur escribía: "No podemos mandar en nuestros sentimientos, pero sí debemos mandar en nuestra conducta".
El 18 de septiembre de 1907, un año después del fallecimiento de su primera esposa, Arthur y Jean contrajeron matrimonio y se convirtieron en una pareja feliz que compartió ilusiones, ideales, luchas y la felicidad de tener tres hijos: Denis, Adrián y Lena.
Su obra literaria durante este período fue muy intensa y si bien cultivó otros géneros, su fama se basó en su aporte al relato policíaco y la creación de "Sherlock Holmes", uno de los detectives más famosos de la literatura universal.
La popularidad de Arthur Conan Doyle no se basó únicamente en la tendencia a identificar al personaje de ficción con su autor. Él mismo demostró, en muchas ocasiones, que su imaginación creadora y su arte de deducción los aplicaba mucho más allá de lo corriente, llegando a extraordinarios aciertos; tanto, que supo deducir algunos hechos técnicos, que motivaron a algunas personalidades de la época a compararlo con Julio Verne.
Su actividad era muy participativa y llegó a ser militante político dentro de las filas del partido liberal-unionista, donde sus líderes lo instaron a presentarse como candidato a diputado por dos distritos en los que tenía como única posibilidad, su gran popularidad como novelista.
En uno de ellos, la maquinaria partidista lo venció, porque la propaganda en su contra se basó en su antigua condición de alumno jesuita y no fue suficiente para los electores, que afirmara tener ideas deistas tolerantes. Mientras que la segunda derrota se debió al rechazo popular del programa imperialista de Chamberlain; pero hay que admitir, que en ambos casos influyó la negativa de Conan Doyle de hacer concesiones electoralistas renunciando a sus propias convicciones.
Sin embargo, se le reconoce que sin haber ejercido la actividad política en el gobierno, ni haber servido en el ejército, trabajó intensamente por Inglaterra, como lo hizo en la guerra anglo-boer, desencadenada por el enfrentamiento entre británicos y los colonos de origen holándes establecidos al norte de la colonia del Cabo en África del Sur, conocidos como boers; lucha originada por el descubrimiento de oro y diamantes, durante la segunda mitad del siglo XIX, en los estados independientes de Orange y Transvaal, fundados por los habitantes de origen holandés.
En 1877, una comisión británica se instaló en Pretoria, capital del segundo de los estados mencionados, declarando anexadas las repúblicas boer a Inglaterra, y desde entonces, se sucedieron las invasiones y las reconquistas entre boers y británicos.
El 11 de octubre de 1899 estalló una nueva guerra anglo-boer, los generales ingleses perdieron tres batallas en una semana y se encontraron con sus fuerzas cercadas. Hacía mucho que el Imperio no sufría una derrota semejante y envió a la colonia del Cabo sus mejores tropas, viéndose obligados también, a solicitar voluntarios.
Arthur Conan Doyle dirigió una carta a sus compañeron deportistas, hábiles jinetes en la caza del zorro y en las carreras, sugiriéndoles que formaran un Cuerpo de Voluntarios de Caballería, al cual él mismo se alistó, aunque su edad superior a los 40 años, no lo hizo apto. Apeló entonces, a su título de médico y se incorporó en condición de honorario a un Hospital de Campaña dirigido y financiado por un colega amigo suyo, el Dr. John Langman.
El 2 de abril de 1900, en plena época lluviosa, llegó a Bloemfonteim, donde acampaban 40.000 soldados británicos y se desató una epidemia de tifus que provocó más de 4.000 muertos. Conan Doyle se hizo cargo del hospital y se desempeñó como médico, enfermero y administrador, dedicándose, en sus momentos libres, a contarles a los enfermos cuentos e historias para entretenerlos, escribirles sus cartas y despedirlos cuando morían. Luego se incorporó al frente de batalla y le escribía a su madre: "Marcho hacia el sur, con la conciencia de que no he dejado por hacer nada de lo que debía. Y, gracias a Dios, he ganado con la experiencia".
Escribió también un libro donde presentaba numerosa documentación defendiendo al ejército inglés de la campaña de desprestigio lanzada en Europa por la prensa de los países rivales, con la acusación de cometer crueldades contra el enemigo. Este testimonio se conoció en varios idiomas y las utilidades de su venta fueron destinadas a crear una beca en la Universidad de Edimburgo, exclusivamente para sudafricanos, obtenida por primera vez por un zulú.
Más tarde, durante la guerra de 1914, los gobernantes de Inglaterra, especialmente su gran amigo Winston Churchill, acogieron algunas de las sugerencias aportadas por Conan Doyle.
Su obra literaria llegó a ser muy voluminosa y multifacética. Sus novelas históricas, fueron las más apreciadas por él, y es indudable que aportó en ellas su maestría técnica y su concepto de la acción dentro del relato. Esto se aprecia en "La Compañía Blanca", "Micah Clarke", "Sir Nigel y "Los refugiados", que integran el grupo dedicado a la historia antigua, como en las novelas dedicadas al ciclo napoleónico, "Las hazañas del brigadier Gerard", "Las aventuras de Gerard" y "Uncle Bernac", donde se evidencia el sentimiento de un inglés que amaba a Francia.
Estas fueron seguidas por cuatro novelas largas. En la primera, "Estudio en Escarlata", apareció sin éxito, su personaje Sherlock Holmes, prototipo del detective y modelo de educación científica. Pero en la segunda, "El Signo de los Cuatro", el personaje se hizo notar y comenzó a aparecer en forma regular en la Strand Magazine, alcanzando tal popularidad, que el autor debió "resucitarlo" por la presión del público, después de haber decidido su desaparición. De esta forma, ese hombre delgado, alto, de nariz afilada, de mirada aguda y penetrante llegó a superar las previsiones de Conan Doyle, hasta eclipsarlo a él mismo a los ojos del lector. Siguieron después, con e´xito similar, "El Sabueso de los Baskerville" y "El Valle del Terror".
Al mismo tiempo, escribió 57 novelas cortas, entre ellas "Un Escándalo en Bohemia", en la que triunfó definitivamente su personaje Sherlock Holmes, "Las Aventuras", "Memorias", "La Reaparición", "El Archivo" y "Su Último Saludo en el Escenario".
Otra de sus grandes figuras de ficción, el Profesor Challenger, encarnó a dos de sus admirados profesores de la Universidad, y se convirtió en el héroe de sus novelas de fantasías científicas "El Mundo Perdido", "El Cinturón Envenenado" y "El País de la Niebla".
Son de destacar, así mismo, algunas obras autobiográficas, surgidas de un especial estado de ánimo, con un hondo sentido humano y no dirigidas a todo el público, como "Memorias y Aventuras" y "Un Dueto, con un Coro Ocasional". Escribió la primera durante su estancia en Suiza, acompañando en su enfermedad a su primera esposa Louise, y la segunda, poco después de haber conocido a la que habría de ser su segunda esposa, compañera animosa y colaboradora de su vida. Además no podía dejar de lado sus experiencias en la guerra anglo-boers, cuyas emociones y anécdotas quedaron plasmadas en dos libros.
Se interesó profundamente en el estudio de las distintas actitudes en relación con la muerte; cuyas conclusiones inspiraron novelas como "La Tragedia del Korosko", que obtuvo gran éxito en el teatro.
No menos interesantes, sus cuentos y novelas cortas se reunieron para formar varios volúmenes, demostrando ser un maestro indiscutible del género, abarcando distintos temas de misterio, de médicos y de piratas, entre las que se destacan "Alrededor de Cuentos de Fuego", "Alrededor de la Lámpara Roja" y "La Bandera Verde"
Su fuerte afición al deporte, en los cuales descolló, se manifestó en novelas relacionadas al tema, sobre todo al boxeo que era su gran pasión, como en "Rodney Stone" donde logró pintar con extraordinaria viveza el ambiente boxístico en los tiempos de los grandes aristócratas deportistas.
Su riqueza cultural quedó plasmada en el teatro, demostrando las múltiples facetas de su personalidad artística y su enorme capacidad para lo dramático, logrando obras que alcanzaron renombre internacional, como: "Waterloo"; "Los Fuegos del Destino", "La Tragedia del Korosko"; "La Casa de Temperley", basada en "Rodney Stone"; "Un Pote de Caviar"y "La Banda de Lunares".
Sus obras de tesis y propaganda espiritualista ocupan un lugar aparte. Con ellas perdía una parte del dinero que ganaba a manos llenas con las otras obras suyas, y formaban parte, lo mismo que sus giras de conferencias, de una labor impregnada de sentimientos poéticos y de elementos orientales, unida a un criterio científico. "El Mensaje Vital", "La Nueva Revelación", "El Límite de lo Desconocido", "Meditaciones de un Espiritualista" y "Una Historia del Espiritualismo", se ubican entre sus obras espiritualistas más conocidas, así como innumerables artículos, varios volúmenes de poesías y su autobiografía "Memorias y Aventuras".
Su pensamiento evolucionó en tres etapas: la primera marcada por una profunda fe católica, la segunda agnóstica y racionalista, afirmada en un deísmo ecléctico y universalista, y la última cuando encontró pruebas de la inmortalidad del alma, bajo una concepción espiritualista.
Indudablemente, libró una lucha entre el sentimiento católico enraizado por su educación en el hogar y en la escuela, contra su razón que lo guiaba. En las "Cartas de Stark Munró" decía: "No creeré en nada que no pueda demostrarse por la razón".
La guerra de 1914 representó para él, una gran crisis sentimental, porque vió a varios seres queridos caer en la batalla o regresar heridos, entre ellos a su hijo y a su hermano. En esos momentos trágicos, la International Psychic Gazette dirigió una pregunta a algunos hombres eminentes, entre ellos Conan Doyle: ¿"Qué diría usted para consuelo de los que sufren?". Su contestación fue lacónica y propia del racionalista que odiaba la retórica vacía: "Me temo no poder decir nada que valga la pena. Sólo el tiempo sana".
Lily Loder-Symonds, gran amiga de Jean, la segunda esposa de Arthur, pasaba con ellos largas temporadas, sobre todo después de la guerra, cuando necesitaba compañía, porque había perdido a tres de sus hermanos y otro había sido herido y caído prisionero.
La joven había desarrollado la facultad de escribir automáticamente y se acostumbraron a reunirse en sesiones mediúmnicas, que Conan Doyle explicaba así: "Parecía que alguna fuerza extraña se apoderaba de su brazo y escribía mensajes que se decía que procedían de los muertos", aunque agregaba, "Hay que mirar siempre con recelo esto de la escritura automática, porque es muy fácil engañarse a sí mismo. ¿Cómo puede uno saber si la médium está inconscientemente dramatizando trazos de su propia personalidad?".
Sin embargo, un día recibió un mensaje de su amigo y cuñado Malcon Leckie, muerto recientemente en la guerra, quien se refería a un episodio del que sólo ellos dos podían estar enterados, por lo que ya no dudó más. Brotó en él, una fe en la inmortalidad del propio yo, tan ardiente como la de su niñez, pero muy distinta en su origen Por un camino diferente llegaba a la misma conclusión, su sensibilidad encontraba donde aferrarse y se convirtió en un emisario de la entonces llamada Nueva Revelación. En la Revista "Light" de 1916, decía: "O es una completa locura o es una revolución en el pensamiento religioso, una revolución que nos proporciona un inmenso consuelo cuando los seres que nos son queridos pasan al otro lado del velo".
Arthur Conan Doyle se aproximaba a su sexagésimo cumpleaños, era conocido y admirado mundialmente como el creador del superdetective Sherlock Holmes, se mostraba como modelo de caballero poseedor de los valores de la sociedad establecida, acorde con las creencias positivistas e ideales victorianos del siglo XIX, cuando anunció su conversión al Espiritualismo en la publicación de fenómenos psíquicos, y que confirmó con su libro "La Nueva Revelación", en el que daba una amplia información de su nueva creencia.
Muchos no entendieron que este brillante practicante de la deducción racional se involucrara en ese movimiento filosófico, considerado por algunos como una superstición fraudulenta, y se embarcara en una cruzada con el objeto de ganar adeptos para su creencia Espiritualista, durante quince años.
En realidad, tuvo conocimiento del Espiritualismo Moderno en 1887, porque uno de sus pacientes, el general Dreyson, astrónomo y matemático, le informó de su adhesión a esa nueva filosofía por su convicción en la continuidad de la vida luego de la muerte.
Conan Doyle se dedicó entonces, a leer literatura Espiritualista, comenzando con "Las Reminiscencias del Juez Edmonds", la historia de un juez americano que mantenía contacto, a través de un médium, con su esposa fallecida. Su primera reacción negativa, no le impidió leer el libro con interés, aunque con escepticismo. Sin embargo, estaba intrigado y asistió a varias sesiones con un médium, pero consideró que los resultados no eran concluyentes.
En su libro "La Nueva Revelación" describió el interés despertado por el tema, en aquellos tiempos: "Cuando estimé el Espiritualismo como un vulgar engaño de los ignorantes, podía evaluarlo; pero cuando estaba respaldado por Crookes, a quien conocía como un químico distinguido de Inglaterra; por Wallace, quien rivalizaba con Darwin, y por Flammarion, el más conocido astrónomo, no podía rechazarlo".
Este creciente interés se estimuló aún más, cuando descubrió que notables como Darwin lo habían rechazado sin un examen cuidadoso, lo que lo indujo a opinar: "Admití que no importa lo grande que eran ellos en ciencia, su acción al respecto fue muy anticientífica. Mientras que aquellos que estudiaron el fenómeno y que trataban de encontrar las leyes que los gobernaban, seguían la verdadera senda que ha brindado todo avance y sabiduría".
Hasta ese momento estaba interesado en la posibilidad de ampliar el conocimiento científico estudiando el fenómeno psíquico, pero diez años más tarde, la guerra afectó profundamente sus puntos de vista y la respuesta dada a la "Gaceta Internacional Psíquica" cambió radicalmente: "En presencia de un mundo de agonía, oyendo cada día acerca de la muerte de la flor de nuestra raza, veo súbitamente que este asunto por el que por tanto tiempo he luchado, no era meramente un estudio de las fuerzas fuera de las reglas de la ciencia, sino de algo tremendo, un derrumbe de las paredes entre dos mundos, un mensaje directo, innegable del más allá, una llamada de esperanza y de exhortación a la raza humana, en el momento de su mayor aflicción."
El mensaje personal de Conan Doyle recibido durante la guerra, quedó ignorado por todos, ya que él mismo optó por tenerlo toda su vida como un secreto privado. Su biógrafo John Dickinson Carr, asegura que él tenía una "intensa renuencia a hablar o escribir para el público de lo íntimo o personal"
Desde la finalización de la guerra hasta su muerte, en 1930, dedicó todas sus energías a la causa del Espiritualismo, que se convertiría en la fuerza central de su vida pública y privada. En su hogar, su esposa desarrolló la facultad de escritura automática y contaron con la colaboración de un instructor espiritual llamado Finias, de quien recibían constante orientación.
En la vida pública, Conan Doyle y su esposa viajaron por Europa, América y Australia; llevando el Espiritualismo ante grandes congregaciones, y participando de las reuniones y Congresos Espiritualistas y Espiritistas realizados en Francia y Bélgica. Entre ellos, el Congreso Espiritista de 1925 celebrado en París, donde se encontró con León Denis, Gabriel Delanne y Jean Meyer.
Con León Denis lo unió una estrecha amistad, tanto que en su honor, llamó Denis a uno de sus hijos; unida a una gran admiración por el maestro del Espiritismo y su obra filosófica. Una de ellas, "Juana de Arco, médium" la tradujo al inglés con el nombre "The Mystery of Joan D' Arc", alcanzando gran difusión en Inglaterra.
En su obra "Historia del Espiritualismo", recopiló datos y experiencias con su amenidad y dinamismo característicos, y afirmó la superioridad de esa filosofía sobre las religiones establecidas: "De la fe se ha abusado, hasta convertirse en imposible para muchas mentes alertas, y hay un llamado para pruebas y conocimientos. Esto es lo que el Espiritualismo aporta. Fundamenta nuestras creencias en la vida de ultratumba y la existencia de mundos invisibles, no sobre tradición antigua o vagas intuiciones, sino sobre hechos probados, de manera tal que puede crearse una religión científica, dándole al hombre un paso seguro".
La personalidad de Conan Doyle, alegre, extrovertida y vigorosa, había tenido pocas experiencias psíquicas espontáneas. No obstante, desde su juventud había descubierto una curiosa facultad por la que podía tender una cortina mental entre él y el mundo, induciendo un estado artificial de la mente, un estado disociado que lo convertía en el personaje del cual estaba escribiendo. Además, su precoz inclinación hacia el misterio y lo desconocido, lo inclinó a la búsqueda y lo dispuso para aceptar el Espiritualismo.
La primera guerra mundial destrozó la comodidad de la Inglaterra victoriana y destruyó los valores sobre los cuales Conan Doyle había basado su vida y su trabajo. Para hombres como él, la idea del progreso humano a través del progreso material se borró; la guerra retó sus creencias materialistas, por lo que buscó un propósito más alto, alguna última explicación por el horror de esta guerra. El Espiritualismo se la proveyó, dándole la única clave del enigma de esa masacre humana. Después de la guerra, Sherlock Holmes no volvió a la calle Baker.
Conan Doyle trató de ser un ejemplo, con su conducta noble y el respeto hacia todas las creencias. Sin embargo, no recibió reciprocidad en el trato, puesto que el rey Jorge V de inglaterra lo distinguía con su amistad personal y deseó elevarle al rango de par del Reino, pero los lores de la Iglesia Anglicana le pusieron el veto.
En febrero de 1925, completó un libro titulado "Las Aventuras Psíquicas de Edward Malone", publicado por Magazine Strand como "La Tierra de la Bruma", y aunque es una obra de ficción, contiene el más claro concepto de las creencias de Conan Doyle, a medida que se acercaba a la vejez y a la muerte; para alcanzarla en Sussex, en Julio de 1930.