sábado, 30 de junio de 2012

Matemática de la Reencarnación

Matemática de la Reencarnación



           










 En el ítem 6 se afirma que en la Tierra están encarnados una pequeña cantidad de los Espíritus vinculados a ella, así que no podemos deducir que todos los Espíritus terrenos estén en el mismo nivel evolutivo.
            La oradora Mirian Stela Dantas Patitucci nos ofrece interesante material sobre el tema en una de sus conferencias, “La Matemática de la Reencarnación”.
            Según Mirian, la Tierra cuenta con 30 mil millones de Espíritus a ella vinculados, de los cuales 6,5 mil millones están encarnados y 23,5 están desencarnados.
            Agrega que 4 mil millones de los encarnados se encuentran en dolorosos procesos de reeducación; 2 mil millones buscan la recuperación y 500 millones son misioneros en la tarea de ayudar en el progreso colectivo. Entre los desencarnados están 12 mil millones en luchas y sufrimientos, algunos incluso sin condiciones de reencarnar en el orbe terreno; 6 mil millones de Espíritus medianos en tareas regenerativas; 5,5 mil millones de Espíritus elevados, la mayoría ya liberados de la reencarnación.
            No vamos a profundizar en la posible exactitud de los números presentados por la investigadora y oradora, más bien queremos presentar un panorama que nos permita hacer una comparación entre el resultados de sus estudios, las palabras del fragmento del Evangelio en análisis y las observaciones de nuestro entorno.
            Según el Evangelio, la población desencarnada es de número superior a la encarnada y la situación de la Tierra está relacionada a la naturaleza de sus habitantes.
            Ante esas informaciones, la diversidad espiritual que observamos entre nosotros y las experiencias mediúmnicas vivenciadas en las Casas Espíritas, podemos notar que entre los Espíritus ligados a la Tierra hay aquellos muy endurecidos en el mal (encarnados actúan con maldad, desencarnados estimulan al mal); otros que sufren correcciones de errores pasados (encarnados pasan por expiaciones dolorosas, desencarnados se depuran en regiones menos felices); algunos que ya poseen la consciencia despierta para el bien, a pesar de sus imperfecciones (encarnados se esfuerzan por ser buenos, desencarnados asisten a los que están en la retaguardia); otros tantos que ya no son malos, pero que aun no son buenos (encarnados o desencarnados que no aprovechan las oportunidades de hacer el bien); y además, están las almas que ya lograron ascender a niveles espirituales más elevados, pueden estar encarnados en misiones o nos sirven de guías y mentores en las tareas edificantes. Y podemos deducir que la mayoría de nosotros aun estamos en niveles muy inferiores en la escala evolutiva, lo que clasifica la Tierra como un planeta de prueba y expiaciones, donde la maldad y el sufrimiento aun predominan.
            En realidad la Tierra es una escuela donde venimos a aprender nuevas enseñanzas y a repetir las experiencias no aprehendidas o no asimiladas. Algunos nos esforzamos más por comprender y concluir el aprendizaje más rápidamente. Otros estamos más preocupados por vivenciar las situaciones transitorias sin captarle el verdadero significado trascendental. Es que aun no podemos observarnos como Espíritus eternos y nos olvidamos que nuestra verdadera patria es el Mundo Espiritual.
            Por este motivo en la Tierra aun predominan las miserias, la maldad y el sufrimiento. Somos quienes hacemos nuestro pasaje por ella una experiencia difícil y quienes la convertimos en un lugar alejado de la realidad feliz con la cual soñamos.
            Es cierto que no podemos ignorar los compromisos asumidos por nuestras equívocos pasados, pero podemos trabajar por una futura encarnación más tranquila. En la pregunta 920 de “El Libro de los Espíritus”, Kardec pregunta si en la Tierra el hombre puede gozar de una felicidad completa y los Espíritus le contestan que “(…) depende de él dulcificar sus males y ser tan feliz como es posible en la Tierra.” Y en la respuesta siguiente le dicen que mayormente “el hombre es causante de su propia desdicha.” (Grifos nuestros).
            En respuesta a la pregunta 933, los Espíritus dicen que “con frecuencia sólo es infeliz el hombre por la importancia que da a las cosas del mundo” y sufre cuando no las alcanza. Eso porque nos olvidamos que lo que tenemos son préstamos de Dios, que nos lo otorga según las necesidades de la experiencia a ser vivenciada. Ni más, ni menos.  
            Emmanuel, en la respuesta a la pregunta 240 de “El Consolador”, nos dice que “si todo Espíritu tiene consigo la noción de la felicidad, es señal que ella existe y espera a las almas en alguna parte (…), sin embargo, la felicidad no puede existir, mientras (…) las criaturas humanas se encuentran intoxicadas”.
            Como nos orienta Joanna de Ângelis en “Jesús y el Evangelio a la Luz de la Psicología Profunda”, nuestra existencia “debe ser vivenciada con placer y emoción”, pero no con el placer del vicio, del crimen o de la vulgaridad, “sino de la conducta” moral elevada que “estimula el avance y compensa” las adversidades, tan comunes en un mundo de pruebas y expiaciones.
            La benefactora agrega que, aunque las lecciones de perfeccionamiento se ejecuten ante el sufrimiento, es posible cambiarlo a través del amor. Eso porque el mundo puede ser considerado por muchos como un pozo de tentaciones, culpas, discordias, vicios, delincuencias, incomprensiones, malicia, maldad, sin embargo, en realidad, la Tierra es la Creación amorosa de Dios, donde aprendemos y evolucionamos hacia Él. Y un día nuestro querido planeta también evolucionará, pues sabemos que transitamos en la condición de mundo de pruebas y expiaciones para alcanzar la condición de un mundo de regeneración, cuando el bien superará el mal.
            Sin embargo, ese cambio no se va a producir de un momento a otro, como un acto de magia. Para que la evolución se haga realidad debe comenzar en el mundo interior de cada uno de nosotros. El proceso es personal, íntimo e intransferible.
            La Tierra es una escuela de reparación y de fraternidad, donde la diversidad espiritual es inmensa. Ella nos ofrece las herramientas para nuestra corrección y muchas veces tales herramientas pueden ser el sufrimiento regenerador. Pero recordemos que la Tierra es nuestro domicilio temporario porque nuestra verdadera familia es la Humanidad. (Emmanuel, Derrotero)
            Un día volveremos a ella y nos cabe a nosotros elegir en qué condiciones queremos llegar. Cómo estudioso aplicado que sabe aprovechar la enseñanza sin quejas inútiles o cómo perezoso reiterativo que insiste en repetir las mismas experiencias y quedar estancado mientras el mundo sigue su paso hacia la evolución.


Articulo de Marina Silva