sábado, 10 de noviembre de 2012

LA MUERTE DE UN CUERPO DIO VIDA A UN ALMA



LA MUERTE DE UN CUERPO DIO VIDA A UN ALMA

Entre las muchas cartas que recibo diariamente, me impresionó muchísimo una que me enviaron desde Mayagüez, firmada por Rosendo Torrens, en la que después de elogiar mis escritos por el consuelo que le producían, me decía lo siguiente:
“El 18 de febrero de 1905, la señorita Eloísa Castro estaba muy entusiasmada con la próxima fiesta de carnaval, pues sabía que iba a ser proclamada la reina de tan alegres festejos en el vecino pueblo de Cabo Rojo; y, con tal motivo, se vistió con sus mejores galas y adornó con todas sus joyas para ir con su madre a Mayagüez a comprarse su equipo de reina, y tal esmero puso en adornarse y en embellecerse, que su madre asombrada le decía: Pero Eloísa, ¿por qué te engalanas con tanto afán? ¿Piensas que vamos a una recepción? Y la madre tenía motivos más que sobrados para extrañar el capricho de su hija en vestirse con tanto lujo, porque nunca había tenido deseos de parecer bella, pues asistía al teatro y al casino vestida con la mayor sencillez, mas aquel día se engalanó como si fuera a casarse.
“Subió con su madre a una hermosa carretela y se dirigieron a la ciudad. Desgraciadamente, en la carretela hay un cruce con el ferrocarril. La madre vio venir a un tren y gritó al cochero que se detuviera, pero Eloísa gritó a su vez: No, mamá, no, no, mamá, no hay tiempo, y... hubo tiempo para que el tren destrozara el coche y muriera hecha en pedazos la infeliz Eloísa, en tanto que su madre se salvó para lamentar, con el mayor desconsuelo, la trágica muerte de su hija, que hasta la Naturaleza parece que lloró ante tanto infortunio, pues llovía a torrentes cuando el tren destrozó el carruaje donde iba la gentil Eloísa. Su pobre madre pone el grito en el cielo diciendo: Lo que yo no comprendo, lo que yo no me explico, cómo llevando mi hija tantas reliquias encima, tantos relicarios con imágenes de santas, no haya podido salvarse yendo tan bien acompañada. ¿Será mentira la protección de los santos?
“¿Podrán decirme algo los Espíritus sobre tan triste suceso? Escribidle a Amalia, decidle que una madre desolada se lo ruega, que pregunte al guía de sus trabajos por qué mi hija ha tenido que morir de un modo tan desgraciado; no es la curiosidad, es el dolor de una madre sin consuelo la que pide un rayo de luz para no acabar de enloquecerse.
“Esto pregunta la madre de la infortunada Eloísa, si se puede, a los Invisibles: por qué ha muerto de un modo tan trágico una niña amada, que no tenía enemigos, porque no había hecho daño a nadie; pregunte, Amalia, pregunte, que una madre espera su escrito como espera el sediento una gota de agua que humedezca sus secos labios, y con ella esperamos muchos espiritistas”.
Mucho me impresionó la carta de mi hermano Rosendo Torrens, pero no siempre hay médiums disponibles para hacer uso de ellos; he tenido que esperar más tiempo del que yo hubiera querido para preguntar sobre el pasado de la hermosa joven que se vistió con tanto esmero para morir, y se contempló con todas sus joyas ante el espejo, cosa que ella no tenía costumbre de hacer. Al fin mis deseos han sido cumplidos y un Espíritu me ha dictado la comunicación siguiente:
“El dolor de una madre es sagrado, y prestarle consuelo es una obra de caridad; ella se lamenta que su hija no se pudiera salvar de la muerte, llevando sobre su pecho tantos escapularios benditos. ¡Pobre madre!... Cuando el Espíritu se decide a pagar una deuda, no hay santo que le detenga ni Cristo que le salve, ni virgen que le separe del abismo; se cumple la ley creyendo en todas las leyendas religiosas o negando la existencia de Dios; la justicia eterna es superior a todas las creencias y a todas las negaciones, y Eloísa murió del modo que ella quiso morir.
“En una de sus anteriores existencias perteneció al sexo fuerte y era un apuesto mancebo de gentil continente, muy preciado de su hermosura física, porque era lo que decís vosotros un guapo mozo, pero... no tenía corazón. Galanteaba a las mujeres por orgullo, por verlas rendidas a sus pies, y gozaba deshonrando a las mujeres más virtuosas, sembrando la discordia en los hogares más tranquilos, y muchas madres de familia se vieron despreciadas por sus maridos y por sus hijos por haber faltado a sus deberes, víctimas de las asechanzas de aquel hijo de Marte, porque era militar el irresistible seductor, quien con su uniforme recamado de oro y su sombrero adornado de blancas plumas era una figura tan atractiva y tan interesante, que en todas las lides de amor él ganaba la victoria; le bastaba mirar para vencer.
“Estuvo largo tiempo en una populosa ciudad cercado por fuerzas enemigas, y para entretener sus ocios requirió de amores a una hermosa joven perteneciente a una familia de alto linaje. La joven cedió a todas sus amorosas exigencias; fue la esclava sumisa de todos sus caprichos, no vivía más que para amarle, deliraba por él; cuando era más dichosa, las fuerzas enemigas levantaron el sitio, se firmó un tratado de paz y las tropas que habían defendido la ciudad sitiada recibieron orden de abandonar la plaza, y el seductor dijo a su víctima con la más ruda franqueza: .
“La joven no le contestó una palabra; pero al día siguiente se vistió con sus mejores galas, se adornó con sus preciosas joyas, y sabiendo por dónde pasaría la columna mandada por su amante subió a la torre de una iglesia situada a las afueras de la población, y cuando vio venir a los hijos de Marte se arrojó a su paso, cayendo precisamente a los pies de su seductor. Éste se impresionó tan profundamente, sintió tan hondo remordimiento al ver aquel cuerpo destrozado por su causa que, loco de espanto, corrió velozmente, huyendo del cadáver hecho pedazos; pero su vertiginosa carrera no le alejó de su víctima, porque ésta iba estrechamente abrazada a él; y los dos corrían juntos, trepando a las montañas y descendiendo a los abismos, sintiendo el hijo de Marte tan inmenso remordimiento, tenía tan grabada en su imaginación la imagen de la joven suicida, de aquella mujer que tanto le había querido y que tanto le había complacido con sus apasionadas caricias, que se entregó por completo en brazos del remordimiento, y en la primera ocasión que tuvo se hizo matar por el enemigo, huyendo de sí mismo. Pero al llegar al Espacio encontró a su víctima más enamorada que nunca, la que le dijo: .
“El hijo de Marte encarnó varias veces en la Tierra, siempre descontento de sí mismo, siempre triste; su remordimiento era un fuego lento que nunca se apagaba, hasta que se decidió a sufrir la misma suerte que tuvo la víctima de su indiferencia, y por eso no podían salvarle ni reliquias, ni relicarios, ni amuletos, pues cuando el Espíritu firma su sentencia de muerte no hay salvación posible; decidle a esa madre desolada que el Espíritu de su hija ya está tranquilo y que le acompaña su ángel bueno, quien con sus sacrificios consiguió la redención de un Espíritu rebelde.
“¡Bendito sea el dulcísimo sentimiento del amor! ¡Por el amor se purifican las almas! ¡Por el amor se engrandecen los pueblos! ¡Por el amor se realiza el progreso universal! 
De gran enseñanza es la comunicación que he recibido; sirva ella de consuelo a la madre desolada y de estudio a los espiritistas. La historia de la humanidad es el mejor libro de texto para estudiar el porqué de las cosas, para dar solución a los grandes problemas sociales que tanto preocupan a los que deseamos que reine en la Tierra el amor con toda su dulzura y la justicia con todos sus derechos, sueño que sólo podrá realizarse cuando se comprenda la verdad del Espiritismo; cuando todos los hombres se convenzan que hemos vivido ayer y que viviremos mañana, y que de nosotros depende vivir en el cielo o en el infierno; y como la elección no es dudosa, llegará un día que los espiritistas harán de la Tierra un oasis, un paraíso, una mansión de paz habitada por hombres sabios y por hombres buenos.