domingo, 23 de septiembre de 2012

CONSECUENCIAS DEL SUICIDIO








CONSECUENCIAS DEL SUICIDIO


Para poder abordar este tema tan delicado como es el suicidio, no tengo más remedio que, reportarme primeramente a la esencia misma de toda la Creación: Dios.

El Padre generador de todas las cosas; desde las cosas más ínfimas, hasta los grandes Imperios Estelares, mostrándonos a cada momento de nuestra vida, su Poder y su Gloria en todas las manifestaciones de la Naturaleza, que el hombre, en la mayoría de los casos, no sabe apreciar por ser un fenómeno habitual a sus sentidos, cuando vemos, por ejemplo, como de la unión de un espermatozoide masculino y un óvulo femenino, se crea una nueva vida, un nuevo cuerpo perfecto para que, en él pueda un Espíritu adquirir su tan necesaria experiencia terrestre, con vistas a su evolución y desarrollo espiritual.

Decimos: ¡Qué sabia es la Naturaleza!, cuando observamos como un grano de trigo al encontrar el cobijo de la Tierra en buenas condiciones, germina, transformándose en una hermosa espiga. ¡Cuanta perfección hay a nuestro alrededor! Cuando vemos al gusano morir para la Tierra; transformarse en hermosa mariposa.

Nos quedamos extasiados, al ver, a través de las Estaciones, el árbol aparentemente seco, reverdecer llenándose de flores y, posteriormente de sabrosos frutos.

No nos queda más, que admitir la perfección en nuestro entorno.

Pero estos fenómenos, por estar sujetos a leyes inmutables, nos parecen naturales, normales y, pocas, muy pocas veces obligamos a nuestra mente a la meditación sobre hechos tan transcendentales; el ser que piensa y medita sobre ello liberado de toda carga de orgullo y vanidad, que tanto nos ciega y tanto nos embrutece, la criatura humana, humilde y sincera, no puede por más que ver en todo lo que nos rodea, la manifestación poderosa y sabia del creador, alabando al Padre Supremo en su majestad y su gloria.

LA CREACIÓN

Pues bien, una vez asentada la paternidad de Dios sobre toda la Creación, vamos a abordar ésta para entender que todo lo que existe, que todo lo que vibra a nuestro alrededor, en sus múltiples formas visibles o sutiles, tiene un único principio o, una única esencia: El Fluido Cósmico Universal, o sea, todo lo que nosotros llamamos materia sea conocida o no, deriva de una misma fuente, de la cual salen los astros, los soles, las galaxias, los animales, las plantas, el aire, el agua y también el Hombre; además, Dios crea paralelamente el Principio Espiritual; parte inteligente de la Creación con el fin de , auxiliándose del principio material, elevar la vida a las cotas más altas de la perfección.

Así tenemos la Trinidad Universal: DIOS, ESPÍRITU y MATERIA.

Dios como creador absoluto; Espíritu, creado a imagen y semejanza de Dios y Materia, emanación del Todo sabio para desarrollo y evolución de la vida en sus múltiples facetas.

EL HOMBRE

El Hombre, Espíritu en grado de desarrollo intelectual y moral apto para la vida organizada y libre, está formado por una triple naturaleza: Humana, Astral y Espiritual.

Humana: auxiliado de la materia de su cuerpo físico, organismo perfecto y perecedero, donado por el Creador para adquirir del plano físico toda la experiencia, que la materia nos brinda a través de la vivencia como encarnados.

Astral: dotado de un cuerpo fluídico o Periespíritu, que siendo el doble del mismo organismo físico, aunque imperecedero, funciona como soporte del Espíritu, cuando nos separamos del cuerpo material compacto, cual es el cuerpo físico.

Espiritual: esencia misma del Todopoderoso; ser inteligente e inmortal, llamado a la gloria de la perfección por la misericordia del Padre magnánimo y misericordioso.

Por tanto podemos ver, que el Hombre es un Espíritu que, utilizando a veces la coraza de un cuerpo de carne y otras, del cuerpo fluídico, va desarrollándose a través de los siglos, adquiriendo las virtudes necesarias para que un día no necesitemos más la encarnación y podamos seguir nuestra vida inmortal e imperecedera, a través de los siglos, en los mundos universales, sin la pesada carga del cuerpo carnal, para ello tendría que utilizar de forma correcta, los diferentes cuerpos que le son ofrecidos, para la bendita adquisición de valores, al mismo tiempo que vamos lavando nuestras faltas en la escuela de la vida, en este punto ya podemos entender nuestra naturaleza, qué somos y hacia dónde nos dirigimos.

EL SUICIDA

El suicida es un Espíritu cobarde e ignorante que huye a los compromisos adquiridos en la Espiritualidad, como medio de rescate de su propio pasado; destruyendo un cuerpo que no le pertenece, ya que es una obra de Dios, un instrumento puesto al servicio del hombre para su propio progreso y, huyendo a los compromisos de rescate, lo único que consigue es, agravar sus deudas para con las leyes sabias e inmutables de Dios; teniendo que volver a reencarnar de forma más precaria que la vez anterior, con el fin de saldar las deudas que su propia conciencia le reclama, a fin de hallar la paz que todos anhelamos y necesitamos.

Distintos modelos de suicidas: conscientes o inconscientes.

Alimentación, tabaco, alcohol, drogas, desequilibrio emocional por la insatisfacción y profundo desorden.

1ª SORPRESA DEL SUICIDA

¿Cuál es la primera sorpresa del suicida al realizar el acto criminal y cobarde del suicidio?
Evidentemente, sentir el terror de seguir sintiéndose vivo, no obstante el dolor inmenso que está padeciendo.
Sigue pensando; llegando al límite de las resistencias, fustigado por los mismos problemas que lo llevaron al suicidio y por el dolor tremendo de las heridas que se ocasionó, siendo el ahorcado, por ejemplo, que padecerá la asfixia constante por falta de oxígeno.
Si es que se arrojó a las aguas intencionadamente, sentirá por mucho tiempo, como las aguas penetran e inundan sus pulmones, al mismo tiempo que bracea y patalea en acción refleja, sin conseguir asirse a ninguna parte. Si recurrió al veneno, sentirá el veneno quemar sus entrañas, de una forma tal, que pedirá a Dios, lo fulmine con el fin de dejar de sufrir.
Si acabó su vida con un tiro en la cabeza, será la bala que va penetrando las capas de su cerebro de forma constante, percibiendo como va destrozando cada fibra íntima, repercutiendo los dolores agudos al mismo tiempo que la herida no deja de sangrar.
El que se quemó, será el fuego el que se encargue de torturarlo de forma indeterminada, sin que jamás, se extingan sus llamas. Al que se arrojó a algún vehículo en marcha, será la visión de sus carnes despedazadas, las que constantemente le martiricen el cerebro, percibiendo el triturar de sus huesos y el desgarramiento de su cuerpo.

Sea cual sea la forma de suicidio, lo único que encuentra el suicida, es horror y desespero. La vida no se extingue jamás; la criatura siente esa sorpresa que no esperaba y pasa a vivir las más altas cotas de sufrimiento que a él le parece que no tiene fin, lo que le aumentará su desesperación.

¿POR QUÉ TANTO DOLOR EN EL SUICIDA?

En primer lugar, el suicida es un tránsfuga de la Ley de Dios,
Atentando contra el V Mandamiento: NO MATARÁS, huyendo a sus responsabilidades, que en la mayoría de las veces, fue él mismo que las eligió, las pruebas y expiaciones, que lo condujeron al suicidio, con el fin de rescatar el pasado culpable, es por lo que pasa a sufrir un dolor moral de grado superlativo: es su propia conciencia que le reclama de forma que no puede evadirse del acto criminal, pasando a la condición de reo, habitando los lugares más infelices del mundo espiritual.

También encontramos paralelamente al dolor moral, el dolor físico, pues no debemos olvidar, que al mismo tiempo que lesionó su cuerpo físico, al punto de causarle la muerte, hizo lo mismo con su cuerpo periespiritual que, aunque inmortal, sí está lesionado en la misma cuantía que el físico, siendo que la mente recibe de el Periespíritu, la respuesta de dolor, como consecuencia del acto brutal del suicidio.
Dolor éste que parece multiplicarse, al no tener el organismo carnal que lo amortigüe; no olvidemos que, cuando encarnamos para una nueva vida, llevamos como tesoro un organismo repleto de fluido vital; energía ésta en cantidad suficiente al número de años que por nuestra programación, deberemos vivir en la superficie del planeta como encarnados. Al cortar violentamente, a través del brutal acto del suicidio, nuestra vida encarnada, rompiendo éste lazo de unión con el Periespíritu, éste queda repleto de esta energía vital animalizada; siendo ésta misma energía, que refleja la sensación de la materia, en este caso, violentamente destruida, y pasa a vivir su mente el dolor material, la sensación de deterioro.
A veces vive todo el período de putrefacción de su cuerpo, notando como los gusanos corroen sus entrañas; no pudiendo separarse del cuerpo hasta su completa desintegración.

¿DÓNDE ESTÁ LA MISERICORDIA DE DIOS?

La misericordia de Dios la encontramos a cada paso que damos en la vida de encarnados y de desencarnados, pues Dios nunca nos condena, somos nosotros con nuestros actos rebeldes que nos ocasionamos tantas desgracias, por no seguir la senda del deber: Dios, en su infinita misericordia quiere que todas sus criaturas, un día gocen de la felicidad plena, una vez que hallan alcanzado, con su propio esfuerzo, las cumbres de la evolución y para ello, disponemos de todos los medios necesarios: un cuerpo carnal para las sucesivas encarnaciones planetarias, al mismo tiempo que un cuerpo fluídico para la vida en el espacio; una casa planetaria con todo lo necesario para la vida del Hombre, con todos los recursos a la medida de su evolución.

Nos proporciona el bien de la familia, como medio de educación y progreso, reforzándonos para enfrentar la edad adulta en buenas condiciones morales y físicas; nos provee a cada uno de nosotros de un Espíritu Guía y protector para que constantemente nos guíe por la senda correcta, orientándonos en el bien y en la buena moral. Nos permite la ayuda de Espíritus amigos y familiares con el fin de inspirarnos por el camino correcto.

Nos dio a un Guía Planetario, para dirigir la evolución de nuestro orbe, tanto desde el Plano Espiritual, como del físico, siendo que hace unos dos mil años, encarnó entre nosotros, dándonos el Código de la más alta moral, para nuestra propia salvación, ¿y nosotros qué hacemos a cambio?

Hacemos oído sordo a los buenos consejos de buena moral cristiana.

Nos engolfamos en los vicios más bajos y desastrosos. Nos parapetamos en nuestro castillo inexpugnable del orgullo desmedido y de la vanidad exagerada.

Rechazamos todo lo que nos puede conducir a ser mejores personas, y en el máximo de nuestra iniquidad, apedreamos, insultamos, calumniamos, azotamos y crucificamos al Salvador de ésta Humanidad; despreciándolo entonces y ahora.

Pues hoy, dos mil años después, seguimos despreciando esa luz, que a través del Evangelio nos dejó el Maestro de maestros, el venerable Jesús. Y aún decimos, ¿dónde está la Justicia y la Misericordia de Dios?

Se nos han dado, además, los testimonios de una infinidad de Espíritus elevados que vinieron a encarnar entre nosotros, con el firme propósito de ayudarnos a comprender, para abrir nuestras mentes a un nuevo concepto de la vida. Para alejarnos de ese mal destructor por excelencia, el EGOÍSMO.

¿Y qué hemos hecho? No oír; seguimos regocijándonos en el mundo de las sensaciones.
No estamos dispuesto a ceder nada de lo que creemos es nuestro patrimonio personal.
Ni pensamos en la renuncia, ni en la humildad, y aún seguimos pensando, ¿dónde se encuentra Dios que no nos oye? No oye nuestros lamentos, creados por nuestra incuria y comodísimos, pero Dios nunca nos abandona, aunque hayamos descendido a los abismos del dolor y el desespero voluntariamente.

¿CÓMO PUEDE REHACERSE EL SUICIDA DE ESTA CONDICIÓN?

Naturalmente, nunca somos abandonados a nuestra suerte, siempre contamos con la ayuda y la protección de abnegados hermanos Espirituales que velan por nosotros. No hay nadie, ningún ser abandonado, por muy criminal que sea. Todos estamos siendo observados por ese Pastor que espera a sus ovejas descarriadas para introducirlas en el momento propicio en su redil.

Una vez que esas fuerzas animalizadas se van extinguiendo, es cuando estamos en condiciones de ser socorridos por abnegados Espíritus, rescatándonos de los lugares de terror y tinieblas, y conducidos a Casas de Socorros Espirituales, con el fin de ser reeducados y preparados psicológica y moralmente para volver a repetir esa encarnación frustrada, con el doble sentido de cumplir la programación de la Ley y, a la vez, reequilibrar y reajustar nuestro organismo Periespiritual, seriamente dañado por el acto del suicidio.

(Ejemplo del libro Memorias de un Suicida, del Espíritu Camilo Castelo Branco.)

(En que condiciones pueden reencarnar los suicidas)

Los suicidas pueden reencarnar en las más variadas y difíciles situaciones, soportando en la mayoría de los casos un cuerpo enfermo, tarado o desfigurado (consecuencia del desequilibrio producido con el acto del suicidio).
Pueden tener encarnaciones muy cortas, con el objetivo de reequilibrar sus fuerzas periespirituales al contacto con un nuevo cuerpo físico, y en la mayoría de los casos estos enfermos espirituales son conducidos a otros enfermos del alma; los hombres y mujeres que corrompieran los propios centros genesicos, por la delincuencia emotiva o por los crímenes reiterados del aborto provocado.
Para que sirviendo en la condición de enfermeros y guardianes como padres de estos espíritus endeudados ante la Eterna Justicia, al igual que ellos, se recuperan a su turno, regenerándose a sí mismos, a través del cuidado amoroso con que atienden a sus hijitos; sorbiendo lágrimas de dolor, al ver a sus pequeños atormentados por el dolor, ya desde la cuna.

¿QUÉ NOS DICE EL ESPIRITISMO DEL SUICIDIO?

El Evangelio Según el Espiritismo, en el capítulo V, página 80, Item 16, nos aclara la respuesta de la siguiente manera: "La incredulidad, la simple duda acerca del porvenir, las ideas materialistas, en una palabra: son los más grandes excitantes para el suicidio; engendran la cobardía moral, y cuando se ven hombres de ciencia apoyarse en la autoridad del saber, para esforzarse en probar a sus oyentes o a sus lectores, que nada tienen que esperar después de la muerte, ¿no equivale a conducirles a ésta consecuencia?, es a saber: ¿que si son infelices, nada pueden hacer mejor que matarse?

¿Qué podrían decirles que les desviara de esa idea? ¿Qué compensación pueden ofrecerles? ¿Qué esperanza pueden darles?
Nada absolutamente, sino la nada. De donde se sigue que, si la nada es el sólo remedio heroico, la sola perspectiva, más vale caer en ella enseguida que más tarde y sufrir de éste modo menos tiempo.

La propagación de las ideas materialistas es, pues, el veneno que inocula en un gran número el pensamiento del suicidio, y aquellos que se proclaman sus apóstoles, asumen una terrible responsabilidad. No siendo permitida la duda con el Espiritismo, el aspecto de la vida cambia; el creyente sabe que la vida se prolonga indefinidamente más allá de la tumba, pero en diferentes condiciones; de aquí nace la paciencia y la resignación, que naturalmente desvían el pensamiento del suicidio; en una palabra, de aquí viene el " valor moral".


¿Cómo podemos ayudar a los suicidas?
Oración y Evangelio en el hogar. Como medio de educar y fortalecer.

Artículo de: Esteban Zaragoza García
Espiritismo

EL PORVENIR Y LA NADA




El porvenir y la nada

1. Vivimos, pensamos, obramos, he aquí lo positivo: moriremos, esto no es menos cierto.
Pero dejando la Tierra, ¿a dónde vamos? ¿Qué es de nosotros? ¿Estaremos mejor o peor? ¿Seremos
o no seremos? Ser o no ser: tal es la alternativa, es para siempre o para nunca jamás, es todo o nada,
viviremos eternamente o todo se habrá concluido para siempre. Bien merece la pena pensar en ello.
Todo hombre siente el deseo de vivir, de gozar, de querer, de ser feliz. Decid a uno que sepa
que va a morir que vivirá todavía, que su hora no ha llegado, decidle sobre todo que será más feliz
de lo que ha sido, y su corazón palpitará de alegría. ¿Pero por qué estas aspiraciones de dicha, si un
soplo puede desvanecerlas?
¿Acaso existe algo más aflictivo que el pensamiento de la absoluta destrucción? Puros
afectos, inteligencia, progreso, saber laboriosamente adquirido, todo esto sería perdido, aniquilado.
¿Qué necesidad habría de esforzarse en ser mejor, reprimirse para refrenar sus pasiones, fatigarse en
adornar su inteligencia, si no debe uno recoger de todo fruto alguno, sobre todo con el pensamiento
de que mañana quizá no nos sirva ya para nada? Si así sucediese, el destino del hombre sería cien
veces peor que el del bruto, porque el bruto vive enteramente para el presente, para satisfacción de
sus apetitos materiales, sin aspiración al porvenir. Una intuición íntima afirma que esto no es
posible.
2. Con la creencia en la nada, el hombre concentra forzosamente todos sus pensamientos
sobre la vida presente, y no es posible, en efecto, preocuparse lógicamente de un porvenir en el cual
no se cree. Esa preocupación exclusiva del presente que conduce naturalmente a pensar en sí mismo
ante todo es, pues, el más poderoso estimulante del egoísmo, y el incrédulo es consecuente consigo
mismo cuando deduce esta conclusión: “Gocemos mientras estamos aquí, gocemos lo más posible,
puesto que con nosotros todo concluye. Gocemos aprisa, porque ignoramos cuánto durará esto.” Y
este otro argumento, mucho más grave para la sociedad: “Gocemos a pesar de todo, cada uno para
sí. La dicha aquí es del más listo.”
Si el respeto humano detiene a algunos, ¿qué freno tendrán aquellos que nada temen? Dicen
que la justicia humana sólo alcanza a los torpes, por esto discurren cuanto pueden para eludirla. Si
hay una doctrina malsana y antisocial, seguramente es la del nihilismo, porque rompe los
verdaderos lazos de la solidaridad y de la fraternidad, fundamentos de las relaciones sociales.
3. Supongamos que, por una circunstancia cualquiera, todo un pueblo adquiere la certeza de
que dentro de ocho días, de un mes, de un año si se quiere, habrá desaparecido, que ni un solo
individuo sobrevivirá, y que no quedará ni huella del mismo después de la muerte. ¿Qué hará
durante este tiempo? ¿Trabajará para su mejoramiento e instrucción? ¿Se sujetará al trabajo para
vivir? ¿Respetará los derechos, lo intereses y la vida de sus semejantes? ¿Se someterá a las leyes, a
una autoridad, cualquiera que sea, incluso la más legítima: la autoridad paternal? ¿Se obligará a
algún deber? Seguramente que no. Pues bien, lo que no sucede en masa, la doctrina del nihilismo lo
realiza cada día aisladamente.
Si las consecuencias no son tan desastrosas como lo pudieran ser, es primeramente porque la
mayor parte de los incrédulos tienen más fanfarronería que verdadera incredulidad, más duda que
convicción, porque tienen miedo del que manifiesta al anonadamiento. El título de espíritu fuerte,
lisonjea su amor propio. Además, los incrédulos absolutos están en ínfima minoría, sufren, a pesar
suyo, el ascendiente de la opinión contraria, y son contenidos por una fuerza material. Pero si la
incredulidad absoluta fuese un día la opinión de la mayoría, la sociedad quedaría disuelta. A esto
tiende la propaganda de la idea del nihilismo.
1
1. Un joven de dieciocho años padecía de una enfermedad de corazón declarada incurable. La ciencia
             
había dicho: puede morir tanto dentro de ocho días, como dentro de dos años, pero no pasará de ahí. Lo supo el
joven, y al momento abandonó los estudios y se entregó a todos los excesos. Cuando se le decía lo peligroso que
era en su situación esa vida desordenada, contestaba: “¡Qué me importa, puesto que sólo he de vivir dos años!
¿A qué cansar mi imaginación? Yo disfruto de lo que me resta y quiero divertirme hasta el fin.”
He aquí la consecuencia lógica del nihilismo. Si este joven hubiese sido espiritista, habría sostenido: “La
muerte sólo destruirá mi cuerpo, que dejaré como un vestido viejo, pero mi espíritu vivirá siempre. Yo seré en la
vida futura lo que habré procurado ser en ésta. Nada de cuanto pueda adquirir en cualidades morales e
intelectuales será perdido, y redundará en provecho de mi adelanto. Todos los defectos de que me despoje son un
paso más hacia la felicidad. Mi dicha o mi desgracia venideras dependen de la utilidad o inutilidad de mi
existencia presente. Me interesa mucho aprovechar el poco tiempo que me queda, y evitar cuanto pueda
debilitar mis fuerzas.”
De estas dos doctrinas, ¿cuál es la preferible?
Cualesquiera que sean las consecuencias, si el nihilismo fuese una verdad habría que
aceptarlo. Y no serían ni sistemas contrarios, ni el temor del mal que resultaría, los que podrían
impedir que lo fuese. No hay, pues, que hacerse ilusiones. El escepticismo, la duda, la indiferencia,
aumentan cada día, a pesar de los esfuerzos de la religión. Si la religión es impotente contra la
incredulidad es porque le falta algo para combatirla, de manera que si permaneciese inactiva en un
tiempo dado, sería infaliblemente vencida. Lo que le falta en este siglo de positivismo, en el que se
quiere comprender antes que creer, es la sanción de esas doctrinas por hechos positivos, así como la
concordancia de ciertas doctrinas con los datos positivos de la ciencia. Si ésta dice blanco y los
hechos dicen negro, hay que optar entre la evidencia o la fe ciega.
4. En tal situación, el Espiritismo viene a oponer un dique a la invasión de la incredulidad,
no sólo con el raciocinio, no sólo con la perspectiva de los peligros que trae consigo, sino más bien
con hechos materiales, haciendo palpables al tacto y a la vista el alma y la vida futura.
Cada uno es libre, sin duda alguna, en su creencia, de creer algo o de no creer nada. Pero
aquellos que quieren hacer prevalecer en la mente de las masas, de la juventud sobre todo, la
negación del porvenir apoyándose en la autoridad de su saber y del ascendiente de su posición,
siembran en la sociedad gérmenes de turbación y de disolución, y contraen una grave
responsabilidad.
5. Hay otra doctrina que asegura no ser materialista, porque admite la existencia de un
principio inteligente fuera de la materia: es la de la absorción en el todo universal. Según esta
doctrina, cada individuo se apropia desde su nacimiento una partícula de este principio, que
constituye su alma, y le da la vida, la inteligencia y el sentimiento. A la muerte, ese alma
vuelve al centro común y se pierde en el infinito, como una gota de agua en el océano.
Esta doctrina, sin duda alguna, es preferible al materialismo puro, puesto que admite algo, y
el otro no admite nada. Pero las consecuencias son exactamente las mismas. Que el hombre sea
sumido en la nada o en un depósito común, es igual para él. Si en el primer caso está destruido, en
el segundo pierde su individualidad, esto es, como si no existiera. Las relaciones sociales quedan
destruidas, lo esencial para él es la conservación de su yo. Sin esto, ¿qué importa ser o no ser? El
porvenir para él es siempre nulo, y la vida presente es lo único que le preocupa e interesa. Desde el
punto de vista de sus consecuencias morales, esta doctrina es tan malsana, tan desconsoladora, tan
excitante del egoísmo como el materialismo puro.
6. Se puede, además, formular la objeción siguiente contra esa doctrina: todas las gotas de
agua procedentes del océano se asemejan y tienen propiedades idénticas, como las partes de un
mismo todo. ¿Por qué las almas, si proceden de ese gran océano de la inteligencia universal, se
asemejan tan poco? ¿Por qué el genio al lado de la estupidez? ¿Las virtudes más sublimes al lado de
los vicios más vergonzosos? ¿La bondad, la dulzura, la mansedumbre, al lado de la maldad, de la
crueldad y la barbarie? ¿Cómo difieren tanto unas de otras partes de un todo homogéneo? Se dirá.
Acaso, que es la educación la que las modifica. Pero entonces, ¿de dónde proceden las cualidades
           
innatas, las inteligencias precoces, los instintos buenos y malos, independientes de toda educación y
muy a menudo poco en armonía con los ámbitos en que se desarrollan?
La educación, sin duda alguna, modifica las cualidades intelectuales y morales del alma.
Pero aquí surge otra dificultad. ¿Quién da al alma la educación para hacerla progresar? Otras almas
que, siendo de un mismo origen, no deben estar más adelantadas. Por otra parte, el alma, volviendo
al Todo Universal de donde salió, después de haber progresado durante la vida, lleva allí un
elemento más perfecto, de lo que se deduce que ese todo, con el tiempo, debe encontrarse
profundamente modificado y mejorado. ¿Cuál es la causa de que incesantemente salgan almas
ignorantes y perversas?
7. En esa doctrina, el manantial universal de inteligencia que provea las almas humanas es
independiente de Dios. No es precisamente el panteísmo. El panteísmo, propiamente dicho, difiere
porque considera el principio universal de vida y el de inteligencia como constituyendo la
Divinidad. Dios es a la vez espíritu y materia. Todos los seres, todos los cuerpos de la Naturaleza
componen la Divinidad, de la que son moléculas y elementos constitutivos. Dios es el conjunto de
todas las inteligencias reunidas. Cada individuo, siendo una parte del todo, es Dios mismo, ningún
ser superior e independiente manda al conjunto. El Universo es una inmensa república sin jefe o,
más bien, en ella cada uno es jefe con un poder absoluto.
 8. A este sistema se pueden oponer numerosas objeciones, de las cuales las principales son:
No pudiéndose comprender la Divinidad sin perfecciones infinitas, uno se pregunta: ¿Cómo un todo
perfecto puede componerse de partes tan imperfectas y que tienen necesidad de progresar? Estando
cada parte sometida a la ley del progreso, resulta que el mismo Dios debe progresar. Si progresa sin
cesar, debió ser en el principio muy imperfecto. ¿Cómo un ser imperfecto, compuesto de voluntades
e ideas tan divergentes, pudo concebir leyes tan armoniosas de tan admirable unidad, sabiduría y
previsión como las que rigen el Universo? Si todas las almas son porciones de la Divinidad, todas
han contribuido a formar las leyes de la Naturaleza. ¿A qué se debe que estén murmurando sin cesar
contra esas leyes que ellas hicieron? Una teoría no puede ser aceptada como verdadera más que
con la condición de satisfacer la razón y dar cuenta de todos los hechos que abraza. Si solamente
un hecho viene a desmentirla, es porque no está en lo verdadero en absoluto.
9. Desde el punto de vista moral, las consecuencias son también ilógicas. Por de pronto es
para las almas, como en el sistema precedente, la absorción en un todo y la pérdida de la
individualidad. Si se admite, según la opinión de algunos panteístas, que conservan su
individualidad, Dios no tiene ya una voluntad única, es un compuesto de millones de voluntades
divergentes. Siendo, pues, cada alma parte integrante de la Divinidad, ninguna es dominada por
una potencia superior. No asume, por consiguiente, ninguna responsabilidad por sus actos buenos o
malos, ni tiene interés alguno en hacer el bien, y puede hacer el mal impunemente, puesto que es
señora soberana.
10. Además de que estos sistemas no satisfacen ni a la razón ni a las aspiraciones del
hombre, se tropieza, como vemos, con dificultades insuperables, porque no pueden resolver todas
las dudas que de hecho suscitan. El hombre tiene, pues, tres alternativas: la nada, la absorción, o
la individualidad del alma antes y después de la muerte. La lógica nos conduce inevitablemente a
esta última creencia. Es también la que ha sido el fundamento de todas las religiones desde que el
mundo existe.
Si la lógica nos conduce a la individualidad del alma, nos trae también esta otra
consecuencia: que la suerte de cada alma debe depender de sus cualidades personales, porque sería
irracional admitir que el alma rezagada del salvaje y la del hombre perverso estuviesen al nivel de
las del sabio y del hombre de bien. Según la justicia, las almas deben tener la responsabilidad de sus
actos. Pero para que sean responsables, es menester que sean libres de escoger entre el bien y el
             
mal. Sin el libre albedrío hay fatalidad, y con la fatalidad no cabe la responsabilidad.
11. Todas las religiones han admitido igualmente el principio de la suerte feliz o desgraciada
de las almas después de la muerte, es decir, de las penas y de los goces futuros que se resumen en la
doctrina del cielo y del infierno, que se encuentra en todas partes. Pero en lo que difieren
esencialmente es en la naturaleza de esas penas y de esos goces y, sobre todo, en las circunstancias
que pueden merecer las unas y los otros. De aquí puntos de fe contradictorios que han hecho surgir
diferentes cultos, y los deberes particulares impuestos por cada uno de ellos para adorar a Dios, y
por este medio ganar el cielo y evitar el infierno.
12. Todas las religiones han debido, en su origen, estar en proporción o relación con el
grado de adelanto moral e intelectual de los hombres. Éstos, todavía demasiado materiales para
comprender el mérito de las cuestiones puramente espirituales, han hecho consistir la mayor parte
de los deberes religiosos en el cumplimiento de formas exteriores. Durante cierto tiempo, esas
formas bastaron a su razón. Más tarde, haciéndose la luz en su inteligencia, sienten el vacío que
dejan las formas tras de sí, y si la religión no llena este vacío, la abandonan y se vuelven filósofos.
13. Si la religión, apropiada en un principio a los conocimientos limitados de los hombres,
hubiese seguido siempre el movimiento progresivo del espíritu humano, no habría incrédulos,
porque está en la del hombre la necesidad de creer, y creerá si se le da un alimento espiritual en
armonía con sus necesidades intelectuales.
El hombre quiere saber de dónde viene y a dónde va. Si se le señala un fin que no
corresponda ni a sus aspiraciones ni a la idea que se forma de Dios, ni a los datos positivos que le
suministre la ciencia; si además se le imponen para alcanzarlo condiciones cuya utilidad no admite
su razón, todo lo rechaza. El materialismo y el panteísmo le parecen aún más racionales, porque en
ellos se discute y se raciocina. Es un raciocinio falso, es verdad, pero prefiere razonar en falso a
dejar de razonar. Pero que se le presente un porvenir con condiciones lógicas, digno en todo de la
grandeza, de la justicia y de la infinita bondad de Dios, y abandonará el materialismo y el
panteísmo, cuyo vacío siente en su fuero interno, y que admitió únicamente por no saber nada
mejor.
El Espiritismo da algo mejor, y por eso es acogido tan fervorosamente por todos aquellos a
quienes atormenta la punzante incertidumbre de la duda, y que no encuentran ni en las creencias ni
en las filosofías vulgares lo que buscan. Tiene a su favor la lógica del raciocinio y la sanción de los
hechos, y por esto se le ha combatido inútilmente.  
14. El hombre tiene instintivamente la creencia en el porvenir. Pero no teniendo hasta hoy
ninguna base cierta para definirlo, su imaginación ha forjado sistemas que han traído la diversidad
de creencias. No siendo la doctrina espiritista sobre el porvenir una obra de imaginación más o
menos ingeniosamente expresada, y sí el resultado de la observación de hechos materiales que se
desarrollan hoy a nuestra vista, reunirá, como lo hace ya actualmente, las opiniones divergentes o
flotantes, y traerá poco a poco y por la fuerza natural de las cosas la unidad de creencias sobre este
punto, creencia que no tendrá por base una hipótesis, sino una certeza. La unificación hecha en lo
relativo a la suerte de las almas será el primer punto de contacto entre los diferentes cultos, un
paso inmenso hacia la tolerancia religiosa primero, y más tarde hacia la fusión.