jueves, 24 de mayo de 2012

LOS MILAGROS DEL EVANGELIO




LOS MILAGROS EN EL EVANGELIO



Los hechos ocurridos en el Evangelio, hasta hoy tenidos como milagrosos, pertenecen su mayoría, al orden de los fenómenos psíquicos, a los hechos cuya causa primera está en las facultades y atributos del alma.
El principio de los fenómenos psíquicos reposa sobre las propiedades del fluido periespiritual que constituye el agente magnético. El es la base de todas las manifestaciones de la vida espiritual, durante la encarnación y después de la muerte física. Para encontrar una explicación a esos fenómenos, hablaremos de los fluidos.
No podemos sustraernos a hablar de Jesús en relación a los milagros, ya que su vida y obra, en apariencia están íntimamente relacionadas con ellos.
La superioridad de Jesús en relación a los hombres de su época, es notoria e indiscutible. Sus cualidades y virtudes no están sustentadas en su cuerpo, sino en la perfección de su Espíritu. Su periespíritu estaba formado de los elementos más puros de los fluidos terrestres.
Aquello que los hombres no han entendido a lo largo de la historia, lo han denominado de milagroso; hoy con el progreso de la ciencia, la cual ha explicado hasta la imposibilidad de la creación de la Tierra en siete días, podemos obtener numerosas explicaciones de esos hechos milagrosos, encontrando una explicación racional y lógica.
Es la ignorancia la que nos hace caer en la superstición y oscurantismo, de manera a creer que Dios crea leyes para derogarlas después.
En relación a Jesús, sus “milagros”, tienen una explicación coherente desde que hemos aprendido a aplicar el conocimiento espírita que nos ha abierto los “ojos del alma” y del “intelecto”, para aquellos que tengan oídos, que oigan.
Hay muchos hechos notorios en los Evangelios; sin embargo destacamos varios que parecen hechos más fantásticos, aunque todos tienen una explicación lógica.
Jesús no fue médium, tal como hoy entendemos que es un médium, ya que médium es el intermediario de los Espíritus, y Jesús no necesitaba asistencia espiritual; aunque sí podríamos decir que fue médium de Dios. Sus facultades adquiridas a lo largo de un trayecto de trabajo, esfuerzo y evolución, le permitieron llegar a la perfección: por consiguiente es un Espíritu Puro.
Él que estaba la mayor parte del tiempo gozando de la vida espiritual, dada su elevación moral, podía oír, ver, sanar y anticiparse a los hechos, así como leer el pensamiento de los hombres.

Hay 4 ejemplos muy notorios de esos llamados “milagros”, en el Evangelio:
La pesca milagrosa
La mujer hemorraica
La mujer encorvada
Jesús camina sobre las aguas

El mayor de los milagros de Jesús y el que da testimonio de su superioridad, es el legado que nos dejó: un código moral insuperable. El alcance de su doctrina y la revolución que causó. Un Jesús pobre, humilde, nacido en una tierra casi ignorada, y que sólo predico tres años, sin dejar  nada escrito de su puño y letra; ese es el verdadero “milagro”
“Milagro” que produce el Espiritismo en todos aquellos que de verdad desean caminar a la luz de la verdad, sin preconceptos ni prepotencia; deseando sinceramente alcanzar las luces de la perfección, dejando atrás el dolor y la ignorancia. Asumiendo sus fundamentos y disponiéndose a cumplir humildemente los mandatos y designios divinos, aunque eso suponga sacrificios, renuncias, dificultades y mucha disciplina, pero sobre todo, hay algo que recordar siempre: cada vez que caigamos, por nuestras inclinaciones, debemos de volver a ponernos en pie y caminar, cueste lo que cueste, porque el camino espiritual que debemos caminar, es individual e intransferible. Que no nos falte la fe y la confianza, no sólo en nuestros Amigos Espirituales, sino que debemos recordar constantemente la obra que realizó Jesús en la Tierra, que obrará “milagros” en nosotros.
  
                                                         Isabel Porras González

LA HERENCIA DE JESUS





LA HERENCIA DE JESUS 

Pedro desencarnó en el 67 d.c., en Roma, adonde fue en el año 44. Lo crucificaron bocabajo, por propia voluntad, al no creerse digno de morir como el Maestro.

Jesús, en sucesivas apariciones, le llama Cepha, que significaba “piedra”. Es hermano de Andrés. Su nombre original fue el de Simón.

Juan, discípulo amado de Jesús y hermano de Santiago, hijos de Zebedeo.

Santiago, hermano de Juan, desencarnó a manos de Herodes, en el año 44 d.c., por la espada.

Mateo o Levi, era cobrador de impuestos y el primer Apóstol que escribió los Evangelios.

Felipe, Judas, Tomás, Bartolomé, Santiago Alfeo, Simón, el celador y Tadeo.

En el siglo II, comenzaron los grupos evangélicos a organizarse en monasterios y sacerdocios; comenzando de esta manera, los cimientos del catolicismo. Fueron muchos los integrantes romanos, y es por eso, que la simbología y las imágenes eran de su preferencia, acostumbrados a los ídolos. Los formalismos y formulas convencionales; el comodismo y el hábito de las costumbres del pasado, comenzaban a asfixiar el Evangelio de Jesús; sencillo por demás.

1ª Aparición de Jesús a Pedro, Lucas 24:15

2ª Aparición, 8 días después de la primera, donde Jesús pide a Tomás que pruebe que Él, es Jesús, metiendo su mano en la herida del costado.

3ª Aparición de Jesús en la playa, donde Él orienta a los discípulos a pescar donde había muchos peces.

Juan, fue el primer discípulo de Juan el Bautista. Hijo de Zebedeo y Salomé, nació en Betsaida, como Pedro y Andrés. Jesús les llama a él y a su hermano, Santiago, “Hijos del trueno”, por su ímpetu y su celo ardiente. Estuvo en el Gólgota, junto a la madre de Jesús, María. Fue llevado a Roma para ser echado a una caldera de aceite hirviendo, de la cual salió ileso, volviendo a Éfeso, donde desencarna  en el 104, bajo el reinado de Trajano.
Más tarde, serían Timoteo, Lucas y Pablo – Saulo de Tarso – eminentes discípulos de Jesús, sin haberle conocido. Esta es la herencia que Jesús nos deja, sus apóstoles, que tendrían la gran misión de predicar la Buena Nueva, además de ejemplificar todo lo que el Maestro les enseñó. Ellos se encargarían de escribir los Hechos de los Apóstoles, y se dirigirían a lugares distantes de los que no conocían nada, pero sabían que tenían que plantar allí la semilla de las enseñanzas de Jesús. Después que cada uno fue desencarnando, sus discípulos y seguidores se comprometieron en el boca a boca y con lo que había escrito a difundir las verdades más valiosas que nacieron en la Tierra. Gracias Jesús por tú inmensa herencia



                                                                                                Isabel Porras







                                        

  

Habla la Biblia de la Reencarnación

                        

Habla la Biblia de Reencarnación


¿Habla la Biblia de reencarnación? ¡Sí!
Vamos a indagar dónde y de qué manera podemos encontrar la reencarnación en la Escrituras.
         Primer ejemplo: Nicodemo era un fariseo, por cierto que un fariseo especial, ya que buscaba a Jesús para seguirle las ideas y por las simpatías que Jesús le inspiraba. Él una noche preguntó a Jesús: ¿Cómo puede nacer el hombre cuándo es viejo? No puede entrar en la matriz de su madre por segunda vez y nacer, ¿verdad? Esta duda surge a raíz de que Jesús le dice a Nicodemo: “Muy verdaderamente te digo: A menos que uno nazca de nuevo, no puede ver el reino de Dios.” Juan 3: 1.10
         Pacientemente Jesús le explica, ante la incomprensión de él que, lo que es nacido de carne, carne es, y lo que es nacido de espíritu, espíritu es. Nicodemo, como buen estudioso de las Escrituras, debía conocer bien los textos de ella y, sin embargo, no tenía conocimiento de la reencarnación, por esa cuestión de que todos los doctores de la ley le daban a los textos un sentido literal: la letra mata y no el Espíritu que vivifica.
Ante las transfiguración de Jesús en el Monte Tabor, los Apóstoles se acordaron de la profecía de Malaquias (Malaquias 4:5 y 6), y preguntaron al Maestro, ¿Por qué dicen los escribas que Elias debe venir primero? (Mateos 17: 10-13)
         El profeta Malaquias anunció hace siglos que antes de venir el Señor, vendría Elias de vuelta a la Tierra, a fin de prepararle el camino. Los Apóstoles sabían, sin duda que el Mesías, era Jesús, sin embargo, estaba presente en sus mentes la ausencia de Elias, de ahí la pregunta anterior, a la que Jesús responde: “Sin embargo les digo que Elias ya ha venido, y ellos no lo reconocieron…” se estaba refiriendo a Juan el Bautista, que no era ni más ni menos, que el mismo Elias.
         Otra prueba indiscutible de la reencarnación en las Escrituras.
         Los Apóstoles no discutían la palabra de Jesús, en la cual tenían una gran fe, por lo que suponemos que no dudaban de la autenticidad de las enseñanzas de Jesús, en cuanto a las vidas sucesivas.
Más datos, Ezequiel, cap. 18, Job cap. 1:21, Juan 9: 1-14, donde los discípulos le preguntan a Jesús, cuando al pasar por su lado, ven a un ciego de nacimiento: Maestro, ¿quién pecó para que este hombre naciese ciego, él o sus padres? Respondiendo Jesús: Ni él peco ni sus padres, pero esto se dio para que las obras de Dios en él sean manifiestas. Si los Apóstoles  no hubiesen tenido conocimiento de las vidas pasadas, no habrían preguntado acerca de pecar un ciego de nacimiento.
         Un ejemplo de la preexistencia, nos da la cita de Jeremías, cap. 1:5  “Antes que yo te formase en el vientre, te conocí, y antes que saliese de la madre, te santifiqué: un profeta para las naciones te constituí”. Fue santificado, al serle concedidas facultades para ejercer como profeta.
         Apocalipsis 13: 9-10, dice: Aquel que encarceló, para la cárcel ha de ir: el que mató a espada, por la espada ha de perecer. Aquí se exige la paciencia en el sufrimiento y la fe de los santos.
         Clara alusión a la Ley de Causa y Efecto.
         En tiempos remotos grandes pensadores, como Orígenes, Agustín, Francisco de Asís, Jerónimo, habían aceptado y asumido la idea de la preexistencia y las vidas sucesivas.
         Los primeros cristianos creían en la reencarnación, hasta que fue celebrado el Concilio de Constantinopla I y II, donde en el último, el Emperador Justiniano I, en el año 553, fue promulgada una ley, la cual decía: “Todo aquel que sostenga la mística idea de la preexistencia y la maravillosa opinión de su regreso, será anatematizado (perseguido)”
         Fueron filósofos como Aristóteles, Sócrates, Platón etc., que de defendieron, incluso con su vida, la idea de las vidas sucesivas.
         En tiempos más modernos, son muchos los que han investigado y analizado esta idea: Albert de Rochas, en 1911, publicó “Las Vidas Sucesivas”, poco después, Inocencio Calderone, publicó un libro hablando del mismo tema. En 1946, George Browell, utilizó la prensa, para publicar temas de la reencarnación, en E.E.U.U. En la India, Hemendra Banerjee, investigó cientos de casos de personas que daban nombres, lugares y detalles de vidas anteriores.



                                                                  Isabel Porras










MISION DE LOS ESPIRITAS



MISION DE LOS ESPIRITAS

Este texto nos invita a predicar la reencarnación, como nuevos apóstoles de la Doctrina Espírita. La reencarnación es para todos nosotros una bendición de Dios, porque nos da nuevas esperanzas de poder hacer bien lo que en otras existencias pasadas hicimos mal; rescatar deudas, reparar el daño hecho a nuestros semejantes. Es un bálsamo que calma nuestra alma y nos muestra a un Dios Justo, Amoroso y Sabio. Nos da la clave y respuestas a muchas cosas. A través de la reencarnación nos vamos elevando, vamos progresando para existencias mejores y, poder así, vivir en mundos mejores que este nuestro. Los Espíritus nos dicen que somos los elegidos para tal predicación, a través de las facultades psíquicas, como médiums que se ofrecen para ser utilizados como instrumentos de comunicación y revelación. Se nos pide que nos olvidemos de las cosas fútiles, de todo aquello que sea objeto de caída y fracaso. Pero la esperanza es lo último que debemos perder y, por esa razón, confiar en que la ayuda de los Benefactores no nos faltará. Ellos nos fortalecerán en los momentos difíciles. Muchos no querrán oírnos, porque eso implicaría cambios morales, abnegación, sacrificios, etc. Nuestra misión como espíritas será predicar el desinterés, la generosidad a los avaros. La abstinencia a los viciosos y la humildad y mansedumbre a los tiranos. Muchas veces serán rechazadas nuestras voces, nuestra predicación con la palabra y el ejemplo, como buenos espíritas. Los médiums aparecerán en todos los círculos de nuestra sociedad; desde la condición más modesta a los más sabios. Lo importante es hacer todo cuanto ellos nos recomiendan, porque son los tiempos llegados desde la Codificación. No importará el desprecio, la indiferencia, el alejamiento de los familiares y amigos, si con ello conseguimos desvelar al mundo entero las palabras de Jesús; sus hechos. Esta vez de forma más clara, más ampliada y con mayores revelaciones. Creemos sin ver, con una lógica y razón que el Espiritismo nos enseñó. La fe es la virtud que mueve montañas, montañas sí, de dificultades, de incredulidad, de impureza instalada en los corazones de los hombres. Tenemos que seguir adelante trabajando, sembrando,  estudiando y perfeccionando mediumnidades. Veremos el final del sopor de la ignorancia, de la pereza y de la maldad. Los Espíritus del Señor nos invitan constantemente a caminar, a seguir luchando contra los vientos de las adversidades e ingratitudes. Ellos nos dicen que el arado está preparado; la tierra espera, y que es preciso trabajar y nos dan la clave para saber quiénes están en el buen camino. Serán aquellos que obedezcan sus principios, como amar a nuestro prójimo, por la abnegación en el trabajo; especialmente a aquellos que cumplen con las leyes divinas. No olvidemos nuestra misión, pues ella es muy importante. Tenemos que ser consciente de la responsabilidad que asumimos y no desfallecer.  Sabemos ya cuales son las características de un buen espírita, ahora sólo queda seguir adelante, ¡¡sabiendo que no estamos solos y que Dios nos ampara!!

Isabel Porras

LAS TABLAS DE LA CIENCIA

                                  

LAS TABLAS DE LA CIENCIA

Artículo de Paul Davies. Profesor de Física Teórica en la Universidad de Adelaida, Australia.
Texto reproducido y digitalizado de la revista Muy Interesante nº 131 – Abril de 1992


Algún tiempo atrás,  cuando el hombre comenzó a transmitir por escrito lo que le preocupaba, describió por vez primera un sueño común a todos los mortales: un día podremos saber por qué vivimos en esta tierra; descubrir el motivo de nuestra existencia y la del universo.

Unos creyeron acceder a este conocimiento decisivo mediante una revelación mística. Otros optaron por encontrar la clave a través de la lógica y la razón. En nuestro mundo moderno, la mayoría ve en la ciencia el camino adecuado para alcanzar este preciado objetivo.

No obstante, siempre queda algo sin respuesta. La verdad a la que los investigadores creen acercarse una y otra vez resulta ser, una imagen engañosa, una quimera. Aún así, los científicos no han renunciado con facilidad a buscar una explicación definitiva sobre el universo. En el mundo moderno, lo han hecho a partir de un supuesto básico: para poder explicar la existencia del cosmos a través de la razón, es necesario que éste sea, en sí mismo, un ente racional.

Sabido es que dicho supuesto no ha sido común a todas las culturas. En la antigüedad, muchos pueblos creían que la naturaleza se encontraba bajo el control de unos dioses caprichosos que ejercían un poder arbitrario. Por eso, a los hombres les resultaba imposible comprenderla y mucho más predecirla. Otras civilizaciones consideraron el universo como algo fundamentalmente irracional, puesto que no se le puede aplicar ningún principio de ordenación básica. Nuestras actuales ciencias hunden sus raíces en la Europa medieval y han surgido bajo la influencia doble de los filósofos griegos y de la teología judeocristiana. Los primeros, profundamente convencidos de la fuerza del razonamiento sistemático, creían que al hombre le es posible descubrir la esencia del cosmos mediante el pensamiento lógico. Algunos, entre ellos Pitágoras, pensaban que el universo era matemático por naturaleza y que sólo se necesitaría desarrollar y perfeccionar las matemáticas para poder explicar todos sus secretos.

En el fondo, los números y las formas geométricas eran para los griegos los eslabones de unión con la lógica fundamental del universo. Esta idea perduró en la lengua latina: la palabra ratio (razón) tenía para los romanos un sentido de clasificación o relación matemática.

Por su parte, la religión judía aportó la idea de un Dios trascendente que creó el mundo y le impuso sus leyes. Desde esta perspectiva, la evolución del universo es comprensible: comienza con la creación y se desarrolla hasta alcanzar un estado definitivo. De modo que los acontecimientos y procesos ocurridos en la naturaleza aparecen como parte del plan divino.


- Las leyes físicas son tan absolutas como antes lo era Dios    

Esta imagen de Dios como legislador todopoderoso fue transmitida también a la doctrina cristiana e imperó en la cultura europea medieval, mientras se arrumbaba la filosofía clásica. En el siglo XIII, sin embargo, el Viejo Continente volvió a descubrir las obras de pensadores como Platón y Aristóteles, gracias a las traducciones de los filósofos árabes. La mezcla de las dos concepciones del universo puso los cimientos del pensamiento occidental.

Tomás de Aquino, que estudió en Colonia y se hizo famoso en París, comenzó a aplicar al estudio de la Teología, las rigurosas técnicas de la geometría griega, con sus axiomas (principios no demostrables, pero reconocidos como ciertos) y teoremas (tesis demostrables). La doctrina tomista imaginaba a Dios como un algo perfecto y racional; es decir, consciente. Este Dios habría creado el universo como signo de su inteligencia superior.

Lo esencial en este pensamiento es que Dios, el creador, existe fuera del tiempo. Por ello, sus leyes son verdades eternas -algo parecido a lo que pensaban los griegos sobre sus teoremas matemáticos-. El Dios de Tomás de Aquino es abstracto y está por encima de nuestra realidad. A pesar de ello, su idea ha determinado el pensamiento cristiano durante muchos siglos y, por lo tanto, también el pensamiento europeo.

Todavía cuando Isaac Newton y sus contemporáneos del siglo XVII crearon los fundamentos de la física, estaban convencidos de que con sus descubrimientos seguían las huellas de Dios y de sus obras. Creían firmemente que el orden racional descubierto en la naturaleza tenía su origen en la divinidad. Estos científicos se imaginaban un universo cuyo orden regían unas leyes naturales muy concretas que, a sus ojos, eran ideas de Dios. Tal concepción perduró en generaciones científicas posteriores, que perpetuaron la creencia de que las leyes de la naturaleza son eternas.
Más tarde, se imaginaron las leyes como algo fluctuante libremente, como simples principios reguladores, que venían dados, sin pararse a pensar más en su validez.

EI último estadio fue traspasar a las propias leyes algunas de aquellas propiedades que se habían adjudicado al Dios de quien se creía que procedían.

Así continúa siendo hoy. Los investigadores coinciden en que las leyes básicas de la física son, en general, válidas, absolutas, todopoderosas y eternas. Además, muchos creen que estas leyes son también transcendentes; es decir, que existen por sí mismas, indiferentes al estado físico en el que se encuentre el universo.

La creencia newtoniana en la inspiración divina ha sido definitivamente abandonada, pero no se ha explicado el auténtico origen de las leyes naturales. Es más, resulta curioso que la mayoría de los científicos de hoy en día no malgasten ni un minuto de su tiempo en explicar de dónde proceden los principios de la ciencia. Y eso que esta gigantesca empresa que denominamos ciencia se basa, precisamente, en que el universo es un sistema regido por leyes racionales y aprehensibles.


-                     Un código secreto enmascara los principios naturales

El recurso a la divinidad resolvió muchos problemas en un tiempo de fervor religioso como el que les tocó vivir a Newton y sus discípulos, pero su abandono crea un vacío serio en el pensamiento de nuestros días. De hecho, si renunciamos a creer en las leyes naturales como ideas de Dios, podemos convertir a la ciencia en algo cercano a lo enigmático. Un enigma que se hace mayor cuando se considera que las leyes de la naturaleza no son, de ningún modo, fáciles de entender.
Piénsese si no en la sencilla ley de la caída de los cuerpos. Galileo Galilei sólo llegó a comprenderla después de haber realizado muchos experimentos y haberla observado cuidadosamente durante largo tiempo. Y cuando luego se atrevió a formularla, chocó con el escepticismo general. El problema es que la mayoría de las personas no pueden ver intuitivamente que los cuerpos, tanto pesados como ligeros, se aceleran del mismo modo al caer bajo el influjo de la fuerza de la gravedad terrestre. Esta ley se oculta también frecuentemente detrás de la máscara de la resistencia del aire, que nos impide acceder al verdadero fundamento de la caída de los cuerpos, si no contamos con un complicado sistema de conocimientos físico-matemáticos.

En fin, después de olvidar la herencia divina, la ciencia se da cuenta de que las leyes naturales son difíciles de comprender a simple vista, sin la ayuda de elementos transcendentes que expliquen lo que la lógica no puede llegar a abarcar.

El físico norteamericano Heinz Pagels habló de un código cósmico secreto para referirse a la dificultad de aprehensión de la ciencia. Las leyes de la naturaleza, decía, están redactadas en una especie de escritura cifrada, por lo que no las podemos percibir directamente. La misión de los científicos sería hincarle el diente a este código y descifrar el mensaje, lo que sólo se consigue a través de una equilibrada combinación de experimentos y teoría. Heinz Pagels pensaba que el experimento es una consulta a la naturaleza. En este interrogatorio, el científico recibe respuestas en clave. Luego, el teórico intenta descifrar las respuestas y ordenarlas de una forma racional.

Pero el interrogante no acaba aquí. En este orden de cosas, los científicos ateos se encuentran ante un nuevo problema. ¿De dónde viene esta aptitud del hombre para descifrar las leyes de la naturaleza? Si nuestras cualidades intelectuales son el resultado de una evolución biológica, igual que nuestras propiedades corporales, será de esperar que nuestra capacidad de deducir las leyes de la naturaleza lleve consigo una ventaja en la lucha por la vida. Pero esto es precisamente lo difícil de reconocer.

A veces se dice que ya es una ventaja en la vida el poder esquivar los objetos que caen desde lo alto, saltar por encima de los arroyos y poder captar los ritmos naturales, como el de las estaciones del año. Pero estas aptitudes no se consiguen precisamente con la inteligencia, sino que se nos dan de un modo puramente intuitivo. Y no sólo el ser humano lo consigue, sino que también lo logran muchos animales, que ciertamente no pueden desarrollar ninguna facultad de comprensión de las leyes científicas. La capacidad de superar tales situaciones está simplemente archivada en el cerebro, porque se han tenido anteriormente experiencias en situaciones similares. Por ejemplo, cuando nos apartamos al ver caer un árbol, no utilizamos los conocimientos sobre las leyes de la física adquiridos a través de la investigación.

Es cierto que las ciencias de la naturaleza han logrado éxitos altamente espectaculares en los campos de la física atómica y de la astrofísica, pero nadie deducirá que es más fácil sobrevivir en la selva para alguien que sepa penetrar en los secretos del átomo o calcular la estructura de un agujero negro. Evidentemente, nuestros cerebros están adecuados de una forma admirable para comprender los modelos y principios del ordenamiento de la naturaleza, precisamente en aquellos campos que no tienen la más mínima importancia para la evolución biológica de la especie. Sin embargo, en términos estrictos de supervivencia, parecería que gozamos de las mismas ventajas que otros animales avanzados.
El misterio es aún mayor si examinamos cómo se utilizan los conocimientos científicos. La mayor parte de nuestros resultados en el campo de las denominadas ciencias exactas están formulados en lenguaje matemático. Todas las leyes fundamentales de la física se pueden expresar simplemente y de forma resumida a través de fórmulas numéricas.
La idea que impulsaba a los filósofos naturalistas griegos de la antigüedad de que el mundo  no sería otra cosa que una manifestación de principios matemáticos ha continuado viva hasta hoy, sobre todo en la teoría física.

Naturalmente, el físico matemático actual tiene en su mano más medios que la sola geometría euclidiana para introducirse en los secretos de la naturaleza. Por ejemplo, puede utilizar modernas ramas de las matemáticas, como la teoría de grupos, la geometría diferencial y la topología. Es tal la importancia de las matemáticas que el astrónomo inglés Sir James Jeans llegó a exclamar: «Dios es un matemático».

Las matemáticas, en cualquier caso, no nos han sido dadas por la evolución, sino que son un producto de la inteligencia humana superior. Surgen de las partes altamente desarrolladas de nuestro cerebro, el órgano más complejo que conocemos. No resultará entonces raro que un sistema tan evolucionado permita entender los procesos más elementales de la naturaleza. Pero esta posibilidad de resolver problemas de cálculo integral o ecuaciones diferenciales apenas sí supone una ventaja biológica.

No hay que desdeñar, sin embargo, la importancia de las aptitudes matemáticas en nuestro mundo. Fijémonos, por ejemplo, en la aparición esporádica de genios, que nos sorprenden con sus extraordinarias capacidades. Personajes de este tipo existen en cada generación, lo que demuestra que las aptitudes matemáticas extraordinarias tienen que estar grabadas como factor estable en los genes humanos hereditarios. Pero, ¿por qué?


- Ahora se aclaran la mayoría de los procesos de la naturaleza

En los últimos años se ha impuesto en el campo de la física matemática un objetivo prioritario: la unificación. Muchos físicos teóricos esperan y confían en que todas las leyes básicas de la física puedan fundirse en una única super ley. Esta teoría se podría expresar como una breve fórmula matemática, suficientemente corta para que pudiera ser impresa sobre una camiseta. A partir de esta fórmula, se podría deducir luego la descripción de toda la naturaleza.

El matemático Stephen Hawking estaba totalmente imbuido de esta esperanza cuando tituló su lección magistral de ingreso en la Universidad de Cambridge con la siguiente pregunta:

¿Está a la vista el fin de la física teórica? Naturalmente, puede tratarse de un exceso de optimismo. Pero lo cierto es que, en los tres escasos siglos transcurridos desde Newton, la ciencia ha realizado suficientes progresos para poder explicar con teorías matemáticas ya existentes una enorme cantidad de fenómenos de la naturaleza. Muchos físicos creen incluso que tenemos buenas explicaciones para la mayoría de los procesos naturales.

Por ejemplo, las teorías de las cuatro fuerzas fundamentales, complementadas con la mecánica cuántica, se van confirmando cada vez más con los nuevos experimentos y observaciones. Con estas teorías no sólo podemos hacer comprensible el micromundo interior de un átomo sino que nos sirven igualmente para explicar fenómenos cósmicos. Así, puede decirse que la teoría física disponible actualmente comprende, aunque de forma provisional, una descripción exacta del mundo, desde los campos más pequeños hasta los más grandes.

Uno puede pensar que las leyes que rigen el universo son demasiado complicadas para nuestra inteligencia. Pero, sorprendentemente, no es así. Es verdad que, según todas las apariencias, estas leyes están consignadas en clave y tienen una enigmática profundidad. Pero, al mismo tiempo, son absolutamente comprensibles, si se utilizan las matemáticas, cuyo grado de dificultad queda dentro de las posibilidades humanas.

La feliz circunstancia de que esto sea así merece una consideración más exacta. Si lo examinamos, surge algo sorprendente. Un matemático-físico únicamente estará preparado para la investigación básica al cabo de unos 20 años de estudios y formación. Por otro lado, la historia de la ciencia nos demuestra que la mayoría de los grandes avances en este campo ha sido conseguida por científicos jóvenes, cuyas edades rondan los 30 años. Ambos valores se complementan. La duración de la preparación necesaria es sólo un poco más corta que el tiempo de la mayor productividad. En otras palabras, los hombres suelen alcanzar al mismo tiempo una experiencia matemática madura y la creatividad suficiente para poder colaborar en la tarea de descifrar el código cósmico.


- Hay verdades matemáticas que son indemostrables

Hay que recordar que la vida, el tiempo de máxima actividad y el período de formación de una persona son valores puramente biológicos (la formación depende de la capacidad física de aprendizaje). Todos los valores biológicos, a su vez, se derivan de procesos de selección evolutiva. Resulta, pues, inimaginable que exista cualquier tipo de relación entre estos procesos naturales y la complejidad matemática de las leyes. Por ello es curioso que todos los hombres estén capacitados para comprender los principios científicos en el mismo tiempo biológico.

Puede haber personas que dejen de lado estas realidades y consideren que carecen totalmente de importancia, que son una casualidad. Pero, en mi opinión, tales realidades indican una profunda relación entre nuestra existencia como seres racionales y la existencia del universo natural con sus diferentes leyes y sistemas. Con ello, no pretendo negar que en el Homo Sapiens haya algo especial. Pero afirmo que la aparición del conocimiento, como un fenómeno del universo, en un determinado lugar y en un determinado tiempo concreto, no es ningún suceso casual, sino fundamental.

Llego a esta conclusión, porque resulta claro que el conocimiento -el nivel más alto de desarrollo- va unido a la estructura del mundo natural, sus leyes y sus partículas -el nivel más bajo de desarrollo-.

El físico David Deutsch, de la Universidad de Oxford, ha destacado un aspecto especialmente raro de esta relación, al certificar una convivencia extraordinaria entre las leyes matemáticas y las que rigen la naturaleza. Sus ideas tienen algo que ver con la teoría matemática y, por lo tanto, no es tan fácil de explicar. De modo que tendremos que hacer algunas aclaraciones previas.

A los ojos de la mayoría de las personas, las matemáticas son una serie casi inabarcable de relaciones formales. Por ejemplo: la cantidad A equivale a la cantidad B, si de la cantidad B se resta la cantidad C. Hay tantas relaciones de este tipo, que una persona sólo podría realizar efectivamente una mínima parte de ellas, aun que dedicara a ello toda su  vida.

Sin embargo, existe la creencia muy generalizada de que todas las operaciones matemáticas pueden ser realizadas con un ordenador adecuadamente potente y el tiempo necesario. Es una opinión errónea.

Juiciosos científicos, como el matemático Kurt Göde1 en los años treinta, demostraron que hay verdades matemáticas que son desde luego ciertas, pero que no pueden ser demostradas. Y esto no ocurre sólo en algunos campos abstractos de las matemáticas, sino también en las operaciones de cálculo cotidianas.

Poco después de que Gödel publicara su hallazgo, el matemático inglés Alan Turing lo utilizó para demostrar que hay cifras que no pueden ser calculadas. Son cifras que, aunque está demostrada su existencia, no se derivan de ningún cálculo realizado por cualquier procedimiento matemático sistemático (algoritmo). De modo que sólo podemos resolver una pequeña parte de las verdades matemáticas existentes.

Junto a estas ideas, cobra especial importancia el pensamiento del mencionado David Deutsch sobre la relación entre las leyes matemáticas y las naturales. Según el físico de Oxford, «el modo de trabajo de un ordenador depende de la estructura del mundo natural. Es una parte de este mundo y por lo tanto consta de los materiales en él existentes. Lo mismo puede decirse del cerebro humano: la forma de calcular de un ordenador o la manera de pensar de nuestro cerebro dependen de cómo sean las leyes de la naturaleza».

Y de todo esto, ¿qué deducimos? Simplemente, que lo que puede y lo que no puede ser calculado es decidido por las leyes de la física. Ya se ha comentado aquí cómo se adaptan nuestras matemáticas, inventadas por el ser humano, a las leyes de la naturaleza; de qué forma tan magníficamente sencilla pueden describirse con ellas los fenómenos naturales.

De modo que, con esta apreciación, se cierra el círculo: las leyes de la física permiten que surja un mundo en el que son posibles determinadas operaciones matemáticas que, a su vez, explican las leyes de la física. Trabalenguas éste, que nos lleva a la siguiente pregunta. ¿Es este círculo cerrado algo exclusivo de nuestro universo? ¿Es nuestro mundo el único en el que se puede calcular su código cósmico? Si existen otros mundos, independientemente del nuestro, ¿pueden surgir en ellos también unas estructuras complejas, como los seres vivos biológicos, que sean conscientes de su entorno?

Debemos preocuparnos de estas cuestiones que van mucho más allá del campo de la física, para adentrarse en la metafísica. No conocemos las respuestas. Yo, personalmente, creo que la coincidencia entre seres racionales, capaces de pensar matemáticamente, y la estructura matemática de su mundo es tan improbable que tiene que ser única. La relación descrita entre matemáticas y mundo natural nos proporciona una cadena de pruebas en favor de que la inteligencia no ha surgido casualmente en el universo, sino que es una propiedad fundamental de éste.

Como comprobantes adicionales, hay que añadir las curiosas casualidades, conocidas bajo el concepto de principio antrópico.

Desde hace algún tiempo, los científicos han percibido que nuestra existencia depende con una gran exactitud de toda una serie de circunstancias evidentemente felices.

Un ejemplo: si las leyes físicas de la naturaleza fueran sólo un poco distintas de lo que son en realidad, no podrían existir estructuras importantes para nosotros, como las estrellas estables que queman hidrógeno, caso de nuestro Sol. Tampoco podrían haberse desarrollado las condiciones necesarias para que surjan y existan seres vivientes biológicos. Sólo en un universo con leyes y condiciones como las que se dan efectivamente en el nuestro podrían surgir seres racionales y preguntarse luego por el sentido de la vida.


-         Aún estamos lejos de conocer la conciencia de Dios

Ya se ha especulado frecuentemente sobre la cuestión de si las leyes de la naturaleza están codificadas de forma óptima. El filósofo alemán Leibniz afirmaba que vivimos en el mejor de todos los mundos posibles. Esto ha hecho que en nuestro tiempo surjan científicos que defienden esta idea y quieren hacer de ella una afirmación matemática exacta.
Al final de estas controversias debe resultar un principio de la máxima multiplicidad. Nadie puede decir qué es lo que ocurrirá en el futuro con el hombre. Quizás los vertiginosos progresos científicos que estamos viviendo
actualmente son sólo una escapada solitaria dentro de un desarrollo por lo demás tranquilo.
Y quizás estemos tan lejos como siempre de conocer la conciencia de Dios.
Pero yo me siento obligado a creer que, a través de la ciencia, podemos tener efectivamente a nuestro alcance los fundamentos racionales de la existencia natural. Esta confianza se basa en que hemos descifrado ya grandes partes del código cósmico y que algún día conoceremos quizás toda la verdad. Y esto me parece demasiado admirable para que pudiera tratarse de una simple casualidad.

De un modo extraño, quizás por caminos inescrutables, parece que hubo algo o alguien que quiso que los humanos estuviéramos aquí. Paul Davies

La Escuela del Dolor



La Escuela Del Dolor


El tema del dolor, dentro de la Doctrina Espírita, es muy discutido, por haber varios conceptos del dolor.
Obviamente, los espíritas no somos masoquistas, ni gozamos hablando del dolor, personal o ajeno, pero lo cierto es que, en el estado evolutivo en que estamos la mayoría, la escuela del dolor es importante.
Hay muchas formas de sentir ese dolor; físico, mental o espiritual.
En ocasiones el dolor moral/espiritual, nos afecta más que el físico. El físico está para frenar la carrera de desatinos y errores que cometemos. Dios no se divierte viéndonos sufrir; nos ayuda a educarnos y, sabiendo que somos “alumnos” rebeldes, perezosos, falsos y egoístas, entre muchas otras cosas, pone barrera al desenfreno de muchos de los seres humanos. Infelizmente, no todos tienen la posibilidad del esclarecimiento del Espiritismo, pero sí que tienen el discernimiento del Bien y del Mal: la Conciencia.
Los que nos consideramos espíritas, deberíamos difundir la Doctrina de forma teórica, pero, sobre todo, de forma práctica; dando ejemplo con nuestros actos. Seguro que más de uno/a, se sentiría atraído por nuestros ejemplos de caridad, perdón, tolerancia y comprensión. ¡Cuánto podrían beneficiarse si actuásemos así!, pero no es demasiado habitual esta conducta ejemplar.
Cuando Dios nos da tantas oportunidades de regeneración y las rechazamos con nuestro comportamiento desequilibrado y orgulloso, nos impulsa a entrar en la Escuela del Dolor, para nuestro propio bien. Si el alumno es muy rebelde y obstinado, el curso del dolor se hace más intenso. Hay varios objetivos a conseguir; reflexionar sobre el tipo de vida que estamos viviendo; los vicios que podamos tener; la pereza que deja para mañana lo que se puede hacer hoy, el no sometimiento a las Leyes Divinas, etc. Y esto es un absurdo, porque jamás conseguiremos estar por encima de esas leyes. Son leyes para todos los que poblamos el Universo.
Si Dios quisiera de un soplo barrería la Tierra y a nosotros con ella, pero Dios no quiere nada malo para sus hijos;  al contrario, por eso nos abre las puertas del dolor, porque sólo sufriendo es cuando muchos espíritus encarnados y desencarnados, agotan dentro de sí, la rebeldía, la obstinación, el orgullo y los vicios. Todo tiene un límite y un tiempo. Cuando intentamos pasar ese límite, con nuestro libre albedrío, Dios interviene, a través de Su Mensajero; Jesús y, a la vez, el Mensajero solicita cooperación a Espíritus sabios y buenos. Ahí empieza lo que nosotros llamamos “calvario”, porque no entendemos que lo que sufrimos nos va a “domar”. El ideal sería verlo como una necesidad del Espíritu, para su progreso; o sea, el nuestro. También sería ideal estar preparados y no renegar del curso del dolor, en sus variantes.
Cuando es físico, casi siempre, es para frenar nuestro ímpetu y nuestras locuras terrenales. Nuestras pasiones desenfrenadas, nuestros hábitos aberrantes y nuestras tendencias inferiores.
En cierta ocasión una madre lloraba, pidiendo a Dios que quitase a su hijo de la silla de ruedas; pedía con llanto constantemente para que Dios se lo concediera. Lo pidió tanto que, Dios, en su sabiduría, le otorgó ese beneficio. El hijo se recuperó. Era un muchacho lleno de vitalidad, con numerosas posibilidades de instruirse y evolucionar, pero no fue así. Se mostró rebelde a la Ley de caridad; se “convirtió” en un egoísta, haciendo sufrir a su madre, con sus borracheras, amistades peligrosas y hasta provocarle a su madre malos tratos. La madre veía como día a día, su hijo estaba más desequilibrado; convirtiéndose en un delincuente. Un día se le hizo la luz en su espíritu y, por fin, comprendió el porqué de que estuviese su hijo desde pequeño en un silla de ruedas. Llorando le imploraba a Dios que lo pusiera de nuevo donde estaba, además, de pedirle perdón por su insistencia e intromisión en la prueba del hijo. Al día siguiente, su hijo estaba de nuevo frenando los impulsos negativos, en una silla de ruedas.
Esto nos ayudará a comprender el por qué Dios permite el dolor; es nuestra posibilidad de renovación moral; ya sea de forma física o moral.
La moral es una de las dos alas que tenemos para crecer; la otra es la sabiduría. Cuando el sufrimiento es moral, así como físico, lo importante es que sirva de algo sufrir. Que no repitamos los mismos errores, y aprendamos a ser humildes y a tener fe. La fe, en todos los casos, es imprescindible. Ya lo dijo el Maestro: “La fe mueve montañas”. Las montañas de nuestras imperfecciones y nuestros sufrimientos, si confiamos.
No dejemos que el dolor nos ciegue y nos causemos más dolor aun, con la no aceptación de nuestra situación. Confiar y esperar; renunciar y ser humildes; ponernos en manos de Dios para que Él haga su trabajo, y nosotros hagamos la parte que nos corresponde.
Lo cierto es que no vamos a sufrir menos, por rebelarnos o renegar de la situación que estemos viviendo; será un dolor mucho peor que además, nos aislará, por propia voluntad, de la protección y ayuda de los Buenos Espíritus.
Tarde o temprano tendremos que doblegar la “fiera” que tenemos dentro; el ideal sería hacerlo pronto, aceptando la realidad de nuestra situación y CONFIAR en nuestro Padre que sabe lo que hace, y no nos desampara jamás: nos educa y, si lo hace en la Escuela del Dolor, es porque sólo ahí aprenderemos y nos haremos mejores personas, evolucionando y dando ejemplo a los demás de cómo se puede sobrellevar situaciones de dolor, sin sumar más dolor, con actitudes de rebeldía.


                                                                    Isabel Porras González

Mente sana en Cuerpo sano





LA CURACIÓN POR LA MENTE

Artículo de Anna Paula Buchalla
Extraído de la revista Veja, São Paulo, SP, número 1804, 28/5/2003
Traducción de Anuario Espírita

Todo es cuestión de mantener la mente calmada, la espina dorsal erecta y el corazón tranquilo, cantaba Walter Franco en los años 70, en lo que era una síntesis del modo de vida hippie. Hoy esos versos cabrían en un informe médico. Investigaciones recientes dan respaldo científico a una creencia que fue divulgada en Occidente por quienes propagaron la vivencia de la paz y el amor, y que está en la base de filosofías orientales milenarias — la de que una mente apaciguada ayuda a prevenir enfermedades, acelera la recuperación física y hasta logra la curación. Lo contrario también se reveló verdadero. Pensamientos y sentimientos negativos contribuyen para la manifestación de molestias y dificultan el restablecimiento de un enfermo. Rencor, hostilidad, resentimientos y angustia pueden estar en el origen de disturbios cardíacos, hipertensión, depresión, ansiedad, insomnio, jaquecas e infertilidad.
Más allá de eso, el peso de los sentimientos ruines debilita el sistema inmunológico, permitiendo que el organismo se torne un blanco fácil de infecciones, alergias y enfermedades como la artritis reumática. A partir de esa constatación, los investigadores resolvieron examinar a fondo los métodos de perfeccionamiento mental que, hace poco más de dos décadas, venían embalados en un aura de puro misticismo, yoga, meditación y relajamiento y que ahora son objeto de innumerables estudios con respecto a su eficacia terapéutica. Hasta el momento, las conclusiones son bastante positivas. “Después de analizar rigurosamente el alcance de esas técnicas, pasamos a utilizar tales métodos como línea auxiliar de algunos tratamientos”, dice el psicólogo José Roberto Leite, coordinador de la Unidad de Medicina del Comportamiento de la Universidad Federal de São Paulo.
Uno de los mayores investigadores del poder de la mente sobre la salud  es el cardiólogo norteamericano Herbert Benson, de la Universidad Harvard, autor del libro Medicina Espiritual. Investigaciones conducidas por él muestran que, en promedio, 60% de las consultas médicas podrían ser evitadas, si las personas usasen su capacidad mental para combatir naturalmente las tensiones causantes de problemas físicos. La meditación, demuestra Benson, figura entre las maneras más efectivas de fortalecer. La mente. (…)
“Se debe orar para tener mente sana en cuerpo sano”
El célebre proverbio “mens sana in corpore sano” (mente sana en cuerpo sano), atribuido al poeta latino Juvenal, del inicio de la era cristiana, resumía una convicción de los médicos de la Antigüedad —la de que existía una estrecha relación entre pensamientos y emociones y salud orgánica. Tal noción perdió fuerza en Occidente en el siglo XVII con la aparición del racionalismo exacerbado, que separó la mente del cuerpo. Lo que hacen los médicos actuales es recuperar esa antigua percepción. Poca gente sabe que la frase entera de Juvenal, en verdad es: “Se debe orar para tener mente sana en cuerpo sano”. Este detalle gana relevancia porque los científicos se muestran ahora muy interesados en saber cuál es el impacto de la fe en la actividad mental.

Uno de los más famosos estudios sobre el asunto es de autoría de Andrew Newberg de la Universidad de Pennsylvania. Él demostró que el trance religioso interfiere en el funcionamiento de ciertas estructuras cerebrales. Newberg, monitoreó, a través de tomografías computarizadas y usó de contraste, el momento exacto en que monjes budistas y monjas católicas mostraban estar en contacto con lo que consideraban una esfera divina — ellos, por medio de la más profunda meditación: ellas, por medio de fervorosas oraciones. El investigador notó una desactivación casi total del área del cerebro responsable por el sentido de orientación. Eso es consecuencia de la sensación placentera de que uno se está desprendiendo del cuerpo físico. Este desprendimiento cerebral captado por Newberg es la prueba material más cercana posible al nirvana budista y éxtasis de los que la literatura católica está repleta.

Desde el punto de vista médico, una de las grandes ventajas de las técnicas que trabajan la mente es que no existe contraindicación. “Pero es importante dejar claro que ningún especialista serio minimizaría la importancia de los remedios”, dice el cardiólogo Herbert Benson. Según él, la longevidad y el bienestar de las personas están basados en una tríada: remedios (por ejemplo, no existen substitutos para la penicilina); cirugías ( la única salida para una gran cantidad de problemas) y los cuidados personales (que incluyen ejercicios para el cuerpo y para la mente). O sea, la medicina preventiva prescribe ahora no solo dieta y gimnasia, sino también el cultivo de las emociones y de los pensamientos positivos.