martes, 25 de diciembre de 2012

LAS DOS MONJAS



Una viejecita que durante su juventud había sido mandadera y cria­da muchos años de un convento de monjas, hízome, un día de campo, la siguiente confidencia, que da la sensación de los horribles secretos que esconden las tapias de los conventos. He aquí la historia de dos monjas, tal como me la contó la viejecita:
«Una tarde del año... paró un carruaje ante la puerta del convento de... Una mujer elegantemente vestida, joven y hermosa, despidió al cochero y a los lacayos, y tras algunos aldabonazos, la puerta se abrió y entró en el convento. Era una mujer aristocrática, de expresiva fisono­mía, mas en la palidez de su frente, en el circulo azul de sus ojos, en sus mejillas, en la sombría tristeza impresa en su semblante, en sus pasos trémulos, el ojo menos perspicaz hubiese conocido al instante que adolecía de una de aquellas enfermedades que juegan por algún tiem­po con sus víctimas en la seguridad de devorarlas.
»Al mes de este suceso, se detenía también otro coche ante las re­jas del mismo monasterio, y bajaba otra mujer, también joven; pero ni su fisonomía ni sus rasgos se recomendaban por su regularidad ni por su nobleza; su frente carecía de elevación, su nariz afilada, sus labios delgados eran la expresión de aquel dicho viejo: "Como puñalada en puerta de cuero".
No era hermosa, ni fea, aunque su larga y fina cabe­llera tuviese el brillo del azabache y sus dientes rivalizasen en blancura con el marfil más puro. Vestía de luto riguroso, víctima, al parecer, de una de aquellas desesperaciones contra las que no hay más remedio que la tumba. »Una tras otra, las dos se consagraron a Dios y fueron místicas es­posas de Cristo. La primera vez que se encontraron y se vieron aque­llas dos mujeres, tan desconsoladas y tristes, experimentaron como una conmoción eléctrica, se miraron fijamente por espacio de un mi­nuto, después de lo cual la una volvió la cabeza y se alejó disgustada y melancólica, y la otra, bajando sus largos párpados sobre sus ojos como un velo, desapareció por los arcos del claustro: ¿se habían conocido, o se habían adivinado? Ese encuentro fortuito fue luego la comidilla del chismorreo monjil. Las otras monjas formaban juicios variados sobre aquellas compañeras que habían hecho a la comunidad dádivas consi­derables, deduciendo que eran ambas de dos de las más opulentas fa­milias del reino, y sin embargo, no eran ya más que Sor Luisa y Sor Te­resa.
II
»Después de tres años de reclusión y de hacer penitencia Sor Luisa y Sor Teresa, las dos, silenciosas y tristes, ninguna de sus compañeras podía decir haberlas visto jamás reír o llorar. Estaban pálidas, flacas, acabadas, que parecían bajo sus largos hábitos dos espectros escapados del sepulcro. »Sor Luisa tuvo precisión de hacer cama al cabo de un mes que no había salido de su celda, cuando un día en que se ponía el sol, con la úl­tima sonrisa del otoño, pidió solícitamente la bajasen a los emparrados del jardín. »Se sentía morir. »A instancias suyas, acudió allí Sor Teresa, que más animada, o menos débil, se arrastraba aún por el suelo. »A instancias suyas también, las dejaron solas. Ambas se pusieron a temblar cuando se vieron cara a cara. Hubo un momento de silencio. »
-Os doy gracias, hermana mía, por haber venido-murmuró al fin Luisa-: sólo me restan algunos momentos de vida, y al borde de este sepulcro tan frío, donde voy a dormir eternamente, necesito que una voz amiga me hable de la infinita misericordia de Dios, porque tengo miedo. »
-Yo también, hermana mía, me siento morir, y como vos, experi­mento un gran espanto en el fondo de mi alma; pero, acercaos, herma­na mía, vos que sois la virtud, la piedad misma... »
-¡Ah!, callad, callad -interrumpió vivamente Luisa-; hay en mi vida un secreto espantoso, tan horrible, que el oído de un sacerdote no podría escucharlo. »
-Vuestra imaginación os extravía, hermana; os suplico que os calméis. »
-No, dejadme hablar; este secreto me abrasa, me devora. Tened piedad de mi alma y escuchadme, hermana mía. »
Pronunciadas estas palabras, se abrazaron ambas religiosas. Hubo un momento de silencio y habló Luisa al oído de Teresa, entre sollozos y suspiros profundos que conmovían intensamente el corazón de Te­resa...
III
»-Soy el último vástago de una familia ilustre -comenzó a decir Luisa con la voz solemne de los agonizantes-. Mi madre murió al dar­me a luz; a mi padre lo mataron en una batalla y a mi hermano en un duelo. Me recogió y educó un hermano de mi madre, el cual tenía una hija menor que yo, de dos años; él nos quería con igual ternura y noso­tras nos amábamos como hermanas. »En casa de mi tío entraba con la mayor intimidad el hijo de uno de sus antiguos amigos, un joven, el vizconde de Belleuse. Yo le miré, y me pareció que él hacía lo mismo conmigo. Creí haberle causado viva impresión en su corazón, y aunque jamás me declaró su amor, fui muy dichosa con este pensamiento, porque era el esposo de mis sueños. Tenía yo entonces dieciséis años. »Mi prima crecía también; a los quince era la niña más hermosa del mundo, graciosa, alegre, inteligente, buena y linda como un ángel: ¡Era un conjunto de perfección!, y fui sacrificada. El vizconde me olvi­dó. » Como quería a mi prima, ella le amó. Fui yo su confidente, y ya comprenderéis cuánto debí sufrir en silencio. Había heredado de mi madre un carácter apasionado y un alma impasible. » Nadie me vio devorar mis lágrimas.
Hacia este tiempo, un señor alto, hermoso, bien formado, que se llamaba el marqués de Santa Lu­cía, se hizo presentar en casa de mi tío: me había visto en un baile y es­ taba violentamente enamorado de mí... o de mi fortuna, porque él era un noble arruinado y yo era riquísima. »Me adoró o fingió adorarme, esperando yo encender con la llama de los celos los apagados sentimientos del vizconde. »Pero, ¡vana esperanza! Quedó muy alegre, y os lo diré: me felicitó por mi conquista. Mi prima y el vizconde se desposaron. ¡Cuán felices eran! Yo no podía serlo, y pasaba las noches en un mar de lágrimas. »Era martes, y el mismo día de la semana siguiente se había señala­do para la celebración del matrimonio. Mi prima se mostraba alegre al contemplar los atavíos de la boda, y ensayaba en mi cabeza la corona que debía colocar en la suya. »¡Tanta felicidad en una parte y tantos sufrimientos en otra! Mi imaginación se acaloró, y mi razón quedó expuesta a mil desvaríos.
IV
»El martes de que os hablo estábamos los cuatro en el jardín del pa­lacio, ella con él, y yo con el marqués; ella alegre, y yo sonriendo tam­bién; pero i qué sonrisa! Nos paseábamos en una larga calle de árboles, y mientras mi prima volvía a bajar apoyada en el brazo del vizconde, yo subía apoyada en el del marqués. De repente detuve al marqués: esta­ba loca. »-¿Me amas? -le pregunté bruscamente.» Y me miró lleno de admiración. Yo no bajaba la vista. »
-Te amo -me respondió-; ¡,qué prueba quieres exigir de mi amor? »-Dos -añadí resueltamente-, una hoy, otra mañana. »
-Habla -replicó el marqués-, y te juro por el alma de mi madre que serás obedecida. »
-Quiero esta tarde --le dije-, un veneno. »
El marqués retrocedió asustado. Pero yo continué en estos térmi­nos: »
-No un veneno que mate como el rayo, porque es muy dulce mo­rir así, sino un veneno que mate lentamente. ¡Mi venganza necesita al menos tres días de agonía para mi víctima! Aquellos venenos los cono­cen todos los nobles de Italia y de España, desde el tiempo de los Bor­gias. »Continuó mirándome sin responder.
-¿Y te atreves a decir que me amas?... -le dije entonces con amarga sonrisa. »
-Tendrás esta tarde -murmuró- el veneno que me pides. »
-Pues bien -proseguí-, existe un hombre que debe morir maña­na, y poco me importa que le mates tú mismo o que lo hagas matar, con tal que muera. »
El marqués quedó pálido como un espectro.»
-Vamos -añadí yo irónicamente-, veo que tienes miedo; no ha­blemos ya de eso; adiós, marqués. »
Y me marchaba volviéndole la espalda, cuando se lanzó hacia mí. »
-Mañana-dije entonces-, habrá baile en el palacio del duque de Abriones; yo asistiré, y no quiero que vaya ese hombre; os espero; pa­saréis por delante de mí con una mano enguantada y la otra sin el guan­te: la mano desnuda será señal de estar yo vengada. ¡Ese hombre no existirá ya! »
En aquel momento se juntaron con nosotros mi prima y su pro­metido esposo. Nos sonreímos; hablamos algunas palabras y se aleja­ron enteramente abstraídos y enamorados. »
-¿Y quién es el hombre que debe morir? -me preguntó el mar­qués. »
-Ese que veis -repliqué, señalando con la mano al vizconde de Belleuse.»
-¡El vizconde! ¡Jamás! -exclamó con horror. »
-Entonces -respondí fríamente-, otro me vengará de ese hom­bre, y obtendrá mi amor, mi fortuna y mi mano. »
Quedó pensativo. Luego, a media voz, me dijo: »
- ¡Morirá! ¡Te lo juro! »
Nos separamos al momento. Al día siguiente estaba yo en el baile con mi prima. El marqués pasó por delante de mí sin llevar el guante en una mano. »A las dos de la mañana, mi prima se sintió indispuesta; la llevaron a su casa, y la acompañé. El resto de la noche lo pasó en angustias, es­pasmos y dolores. Hallábame cerca de su cama. El primer día fue ataca­ da de un horrible delirio. Al segundo, sus cabellos, blancos casi de re­pente, fueron cayéndose, sus ojos se hundieron, quedándose entera­mente ciega, su lengua y todos sus miembros sufrieron una espantosa parálisis. Llegó el tercer día y yo la vestí de blanco como a una desposa­da, y la coloqué en su féretro, para que la llevaran con gran pompa fú­nebre a la sepultura de su familia. »El marqués entendía mucho de venenos. »Ocho días después, mi pobre tío expiraba de dolor en mis brazos. »
Permanecí un mes encerrada en su palacio, no queriendo ver a na­die, consumida por la desesperación y los remordimientos, y por últi­mo me marché una noche, dirigiéndome a este convento, donde voy a morir. »¡Oh, Dios mío! ¡Dios mío!... -exclamó inclinando su frente-. ¿Puedo esperar que vuestra misericordia sea mayor que mis crímenes? »
-Levántate, hermana mía, y escúchame -dijo entonces Sor Tere­sa, poniéndose de rodillas-, porque yo también reservo en mi corazón un secreto espantoso que ningún sacerdote podría oír. ¡Y sin embargo, me estoy muriendo! Horrible y extraño destino el nuestro -continuó diciendo-. ¡Hermanas en el crimen y la expiación, y después la muer­te! ¡El amor fue causa de vuestra perdición, y el amor y la ambición me perdieron a mí! »Al decir estas palabras, no pudo continuar; su semblante palide­ció, sus ojos se cerraron; ¡había muerto! Sor Luisa murmuró una ora­ción, dirigió su vista moribunda hacia el cielo y exhaló su último suspi­ro.»
Luego dirán que las novelas y el teatro son lugares donde se mues­tran historias inverosímiles, cuando no copian más que una pequeñísi­ma parte de la vida real. Cuando acabó su relato la viejecita, quédeme sumida en reflexio­nes, y como otras tantas veces, comencé a divagar, preguntando al es­pacio el porqué de tantas anomalías que se ven en la Tierra.

lunes, 24 de diciembre de 2012

¡NO ME QUIERO IR!



Entre los pasajeros de un tranvía, me llamó la atención una joven de unos dieciocho años, que tenía la belleza de los que se van. Los lla­mados a dejar la Tierra tienen en sus ojos extraños y vívidos resplandores; llevan dibujada en sus labios una sonrisa, triste y amarga, y su talle se inclina, a semejanza de los lirios marchitos. Mi compañera de viaje vestía de luto, elegante. Acompañaba a su padre, que la miraba cariño­samente. Ella, a su vez, miraba a todos lados, con la confianza de los ni­ños mimados. Cuando estaba más distraída, una tos leve, pero tenaz, le hizo sacar un pañuelo y aplicárselo a los labios, para ahogar un gemi­do. Su padre nada dijo, pero la contempló con angustia, hasta que pa­sado el acceso, volviese ella a su padre con el mayor cariño, le arregló una punta de la corbata, le habló en voz baja, le miró de modo tan ex­presivo y se acercó tanto a él... que parecía buscar el calor de otro ser para retener la vida que se le escapaba. ¡Cuánto decían sus ojos! ¡Pobre niña! Su presencia trajo a mi memoria el recuerdo de otra joven que, como ella, decía también: ¡No me quiero ir!
II
Paseando por una huerta, me llamó la atención una linda casita si­tuada a corta distancia, y pregunté al jardinero que me guiaba:
-¿Quién vive en aquella casita?
-Un loco.
-¿Un loco?
-Sí, señora; pero loco pacífico; no molesta a nadie; da limosnas a los necesitados, y hace el bien a manos llenas, aunque no es rico; pero más hace el que quiere que el que puede.
-Entonces ese hombre no está loco.
-Sí que lo está; sepa usted que ese señor es médico: ganaba el di­nero que quería, porque hacía curas milagrosas. De pronto se encerró en su casa y no ha querido visitar más; ¡y cuidado que viene gente a consultarle! Hay épocas, que vienen como en peregrinación; pero es inútil, su criado se encarga de despedir y cerrar la puerta a todos
-Tendrá algún motivo para proceder así.
-Motivo... motivo... le diré a usted: dicen que se le murió una hija; pero, ¿y eso qué es? A todos los padres nos sucede lo mismo. A mí se me han muerto varios hijos y me he resignado, y ese, por una que se le ha muerto, hace unos aspavientos... que, vamos... el pobre está loco re­matado.
-Y se conoce que tiene bien cuidado el jardín.
-Como que el loco se pasa horas y horas cultivándolo.
-Me gustaría pasar al jardín del doctor y conocerle personalmente.
-Nada más fácil. Vaya usted con mi hija Teresina.
Y salimos, dirigiéndonos a la posesión del vecino. Pronto estuve ante un caballero como de cincuenta años, alto, del­gado, de porte gentil, que me saludó cortésmente y se convirtió en nuestro cicerone, haciéndonos recorrer todo su domicilio: el jardín, una selecta biblioteca, el salón para recibir, un gabinete de estudio y un laboratorio para experimentos químicos. En este aposento me llamó la atención un cuadro de grandes di­mensiones, cubierto con un tapiz negro, en el cual había un letrero do­rado que decía: ¡No me quiero ir! Teresina, algo revoltosa, quiso saber qué había debajo de aquel tapiz. Mientras, el doctor me hablaba de botánica; cuando, de pronto, oímos un grito lanzado por Teresina, y vimos que, al tocar la pobre criatura el tapiz de aquel cuadro, éste se desprendió, cayendo a los pies de la curiosilla, quedando descubierto el retrato de una hermosa jo­ven, cuyas largas trenzas de oro se perdían entre los encajes de su vestido blanco. El doctor se encolerizó súbitamente; pero su enojo duró un instan­te. Teresina se asustó de tal modo, que cayó de hinojos ante el cuadro, gritando:
-¡Virgen mía! ¡Virgen mía!... ¡Sálvame!
El doctor, al oír aquella súplica, se conmovió, y levantando a la niña ,con dulzura, le dijo:
-¡Sabes quién es esa?
-Sí, señor. Es la Virgen. ¡Qué bonita es!
El rostro del médico cambió de color: dejóse caer en un sillón y co­menzó a llorar con inmenso desconsuelo. Le pedí disculpas por haberle ocasionado tal disgusto, y él se levan­tó para explicar su estado especial, y al salir al jardín, me dijo con cierta ansiedad el doctor:
-Señora, ¿cree usted que yo estoy loco?
-Sí, está usted loco; pero loco... de dolor.
-Gracias a Dios que hallé quien me comprenda: ¿ha perdido usted también a su única hija?
-No, señor; por esta vez no me he creado familia.
-¿Cómo por esta vez? ¿Venimos acaso muchas veces a la Tierra?
-Todas las que nos son necesarias para nuestro progreso.
-¿Qué dice usted, señora?
-¿No ha leído usted las obras de Allan Kardec? ¿No oyó hablar del Espiritismo?
-Algo, pero no le di crédito.
-Pues usted, más que otros, debía estudiar las obras espiritistas.
-¿Por qué?
-Porque se comprende que es usted profundamente desgraciado. Usted se cree solo, y probablemente el espíritu de esa hermosa joven del retrato estará constantemente a su lado.
-No me hable usted en ese sentido, señora; creo que concluiría por volverme loco de veras. ¡Los muertos no vuelven! ¡Oh! ¡Si volvie­ran... mi Angelina estaría aquí!...
Y cubriéndose el rostro con las manos, se alejó...Tristemente preocupada regresé, aquella noche, a la ciudad.
III
Seis meses después, en una sesión espiritista, vino a saludarme un caballero.
-Señora -me dijo-, le debo a usted más que la vida; ¿no me re­cuerda?... Soy aquel loco que usted visitó en la casita de campo.
-¿Y cómo usted por aquí?
-Usted tiene la culpa. Desde el día que vino usted a mi casa, co­mencé a leer las obras espiritistas.
-¿Y qué ha sacado usted en claro de su estudio?
-Negar el todo y negar la nada. He salido de aquella atonía que me hacía morir por consunción; he vuelto a la vida, porque he vuelto a la duda; creía que en la tumba terminaba todo, y crea usted que no hay nada más horrible que encerrar la creación en el hueco de un sepulcro.
Nos sentamos, y el doctor hízome estas confidencias:
-A los veintitrés años, me casé por amor, mejor dicho, por lástima, con una pobre niña que encontré una noche en la calle llorando amar­gamente, porque su madre la golpeaba sin piedad; ¿y por qué? Asóm­brese usted, señora: ¡porque la infeliz no quería ir a un lupanar! Me impresionó tanto aquella escena, y más aún cuando la niña se dirigió a mí, exclamando: «¡Sálveme usted, señor; sálveme!», que la tomé en mis brazos, pedí auxilio a la autoridad, y aquella noche misma quedó depositada en casa del juez la que un mes después fue mi esposa. Un año fui feliz a su lado. ¡Sofía era un ángel! A los diez meses de casada dio a luz a una niña hermosísima: no hay Virgen de Murillo tan hermosa como lo era la virgen de mi amor acariciando a nuestra hija. Dos meses viví extasiado contemplando a Sofía, y a mi Angelina recibiendo del pecho de su madre el néctar de la vida. Cuando era yo más dichoso y todo me sonreía y veíalas madre e hija y me llamaban soñando, he aquí que una tisis galopante me arrebata a Sofía, sin com­prender yo que tuviera tal enfermedad. ¿Por qué no han de ser inmor­tales los seres a quienes amamos? Me consagré a mi hija apasionadamente. Diecinueve años perma­neció Angelina en la Tierra. Yo mismo la eduqué. No quise que ningu­na influencia extraña a mi cariño tomara parte en su educación e instrucción. Yo le daba libertad para que gozara mi hija de todos los afectos de la infancia y de la juventud. Ya mujer, fue galanteada y admirada por su belleza. Yo era completamente dichoso. A los dieciséis años comenzó a palidecer y yo a temblar. Comp­rendí que tenía la enfermedad de su pobre madre. Tres años luché desesperadamente, haciendo prodigios con mi hija; adquirí una reputación extraordinaria, porque al mismo tiempo ensayaba en otros en­fermos las medicinas que después le daba a Angelina, y muchas ma­dres desoladas vinieron a bendecirme, por haber salvado la vida de sus hijos. Angelina, abrazada a mi cuello, declame con voz dulcísima:
-Soy muy feliz a tu lado; estoy muy contenta de estar en la Tierra; no me quiero ir, ¿oyes?, ¡no me quiero ir!
Aquella súplica me partía el al­ma. ¡Cuando no me la hacía con los labios, me la hacía con los ojos! Muchas noches, estando yo en mi despacho, la veía entrar, apoya­ba su cabeza en mi hombro, y mirando el libro que yo leía, exclamaba:
-Estudias para mí, ¿es verdad? Sí, sí, estudia, estudia mucho; ya sa­bes que no me quiero ir.
Estaba agonizando y aún decía débilmente, mimosamente:
-¡Te quiero mucho, papá mío!, ¡no quiero irme!
Murió; maldije de la ciencia; lloré, me hice completamente egoís­ta, hasta negarme a recibir y visitar enfermos; muerta mi hija, ¡qué me importaba que reventara el mundo entero!... Así he vivido ocho años, creyendo a veces que estaba loco, porque oía claramente la voz de mi Angelina. Corría como un loco a mirar el retrato de mi hija, Figurándo­me que iba a saltar del cuadro, y desengañado, caía rendido de fatiga, pidiendo a gritos la muerte. Por eso los criados creían que me había vuelto loco; pero vino usted aquel día y me dijo que verdaderamente estaba loco... de dolor. Estudié el Espiritismo, según consejo de usted, y esta creencia me consuela y me explica por qué oigo la voz de mi hija. Ahora es cuando repito con Pitágoras: Allá es aquí, y aquí es allá.
IV
Un año después, volví a ver al doctor en un hospital. Estaba hablan­do cariñosamente con varios enfermos. Al verme, me acompañó, sa­liendo juntos de aquel triste asilo.
-Amalia -me dijo-, al estudio del Espiritismo debo mi renacimiento físico, intelectual y moral. Yo me iba asesinando poco a poco: mataba mi actividad en una inacción vergonzosa; ahogaba mi sentimiento en la innoble atmósfera del egoísmo, y mi inteligencia en la de­sesperación y el escepticismo. Hoy trabajo, acudo a los hospitales, curo a los enfermos, estudio y me relaciono de nuevo con la ciencia. En mi soledad vivo acompaña­do, pues he logrado comunicarme con mi Angelina. Nunca me aban­dona su espíritu. Cuando nos despedimos, pensaba yo: ¡Una víctima menos! Ayer le apellidaban loco; hoy le reputan sabio; ayer era inútil para los demás; hoy se complace en suavizar el dolor ajeno, y emplea su inteligencia en bien de la Humanidad.
¡Bien haya la escuela espiritista!

domingo, 23 de diciembre de 2012

El Espiritismo en su más simple expresión


1. Dios es la inteligencia suprema, causa primera de todas las cosas. Dios es eterno, único, inmaterial, inmutable, todopoderoso, soberanamente justo y bueno. Debe ser infinito en todas sus perfecciones, porque si supusiésemos imperfecto uno solo de sus atributos, no sería ya Dios.

2. Dios creó la materia que constituye los mundos; creó también seres inteligentes que llamamos Espíritus, encargados de administrar los mundos materiales según las leyes inmutables de la creación y que son perfectibles por su naturaleza. Al perfeccionarse se van aproximando a la Divinidad.

3. El espíritu, propiamente dicho, es el principio inteligente; desconocemos su naturaleza; para nosotros, él es inmaterial, porque no tiene ninguna analogía con lo que llamamos materia.

4. Los Espíritus son seres individuales, tienen un envoltorio etéreo, imponderable llamado periespíritu, especie de cuerpo fluídico de tipo de la forma humana. Ellos pueblan los espacios que recorren con la rapidez del relámpago, y constituyen el mundo invisible.

5. El origen y la forma de creación de los Espíritus nos son desconocidos; sólo sabemos que fueron creados simples e ignorantes, quiere decir, sin ciencia y sin conocimiento del bien y del mal, pero, con igual aptitud para todo, porque Dios en su justicia, no podía eximir a unos del trabajo que hubiese impuesto a los otros para llegar a la perfección. En el principio, están en una especie de infancia, sin voluntad propia y sin conciencia perfecta de su existencia.

6. El libre albedrío se desarrolla en los Espíritus al mismo tiempo que las ideas, y Dios les dice: "Todos podéis aspirar a la felicidad suprema, cuando hayáis adquirido los conocimientos que os faltan y cumplida la tarea que os impongo. Trabajad, pues, para vuestro adelanto; he ahí el objetivo: lo alcanzaréis obedeciendo a las leyes que he grabado en vuestra conciencia." A consecuencia de su libre albedrío, unos toman el camino más corto, que es el del bien, otros el más largo que es el del mal.

7. Dios no creó el mal; estableció leyes y esas leyes son siempre buenas, porque Él es soberanamente bueno; aquél que las observara fielmente sería perfectamente feliz; pero los Espíritus, teniendo su libre albedrío no siempre las observaban y el mal resultó para ellos de su desobediencia. Pues se puede afirmar entonces, que el bien es todo lo que está conforme con la ley de Dios y el mal todo lo que es contrario a esa misma ley.

8. Para concurrir, como agentes del poder divino, a la obra de los mundos materiales, los Espíritus se revisten temporalmente de un cuerpo materia (encarnación). Mediante el trabajo que su existencia corpórea requiere, perfeccionan su inteligencia y adquieren, dentro de la observancia de la ley de Dios, los méritos que deberán conducirlos a la felicidad eterna.

9. En el principio, la encarnación no es impuesta al Espíritu como castigo; es necesaria a su  desarrollo y al cumplimiento de las obras de Dios, y todos deben soportarlas, tomen el camino del bien o del mal; sólo aquellos que siguen la ruta del bien avanzan más rápido, tardando menos en alcanzar el objetivo y llegan a él en condiciones menos penosas.

10. Los Espíritus encarnados constituyen la Humanidad, que no está circunscrita a la Tierra, sino que puebla todos los mundos diseminados en el espacio.

11. El alma del hombre es un Espíritu encarnado. Para secundarlo en el cumplimiento de su tarea, Dios les dio, como auxiliares, a los animales que le son sumisos y cuya inteligencia y carácter son proporcionales a sus necesidades.

12. El perfeccionamiento del Espíritu es fruto de su propio esfuerzo; no pudiendo, en una sola existencia corpórea, adquirir todas las cualidades morales e intelectuales que deben conducirlo al objetivo, él lo alcanza por una sucesión de existencias, en cada una de las cuales da algunos pasos adelante en el camino del progreso.

 13. En cada existencia corporal el Espíritu debe llevar a cabo una labor en proporción con su grado de desarrollo; cuanto más ruda y trabajosa sea tanto mayor será el mérito en cumplirla. De esta manera, cada existencia es una prueba que lo acerca al objetivo. El número de esas existencias es indeterminado. Depende de la voluntad del Espíritu abreviarlo esforzándose activamente por su perfeccionamiento moral; del mismo modo que depende de la voluntad del obrero, que debe entregar un trabajo, el disminuir la cantidad de días que emplea en hacerlo.

14. Cuando una existencia fue mal empleada y sin provecho para el Espíritu, debe recomenzarla en condiciones más o menos penosas, debido a su negligencia y su mala voluntad; del mismo modo, en la vida, se puede ser constreñido a hacer al día siguiente, lo que no se hizo en la víspera o a rehacer lo que se hizo mal.

15. La vida espiritual es la vida normal del Espíritu y es eterna; la vida corpórea es transitoria y pasajera: no es sino un instante en la eternidad.

 16. En el intervalo de sus existencias corpóreas, el Espíritu está errante. La erraticidad no tiene una duración determinada; en ese estado, el Espíritu es feliz o infeliz; según el buen o mal empleo que hizo de su última existencia; él estudia las causas que apresuraron o retardaron su adelanto; toma las resoluciones que procurará poner en práctica en su próxima encarnación y escoge, él mismo, las pruebas que cree más apropiadas para su evolución; pero en algunas ocasiones se equivoca o sucumbe, porque no mantiene, como hombre, las resoluciones que había tomado como Espíritu.

21. Los Espíritus, al encarnarse, tienen consigo lo que adquirieron en sus existencias anteriores; esta es la razón por la cual los hombres muestran, instintivamente, aptitudes especiales, inclinaciones buenas o malas que parecen innatas en ellos. Las malas tendencias naturales son restos de las imperfecciones del Espíritu y de las cuales no está enteramente despojado; son también los indicios de las faltas que cometió y el verdadero pecado original. En cada existencia se debe limpiar de algunas impurezas.

 22. El olvido de las existencias anteriores es un beneficio de Dios que, en su bondad, ha querido ahorrar al hombre los recuerdos, frecuentemente penosos. En cada nueva existencia (reencarnación), el hombre es lo que ha hecho de sí mismo; es para él un nuevo punto de partida, conoce sus defectos actuales; sabe que esos defectos son la consecuencia de aquellos que tenía, de eso concluye el mal que pudo cometer y eso le basta para trabajar a fin de corregirse. Si otrora adolecía de defectos que ya no posee, no tendrá por qué preocuparse de ellos; bastante tiene con sus imperfecciones presentes.

27. En las sucesivas encarnaciones, el Espíritu se va despojando poco a poco de sus impurezas y perfeccionándose por el trabajo, llegado así al fin de sus existencias corpóreas; pertenece, entonces, a la orden de los Espíritus puros o de los ángeles y goza, al mismo tiempo de la vida completa de Dios y de una felicidad sin mácula por la eternidad.

¡HAY QUE PAGAR!



De Santiago de Cuba me escribe Antonio Giro, diciéndome lo siguiente:
“Hermana mía: Leyendo en sus periódicos relatos de existencias pasadas, viendo que el que mal siembra hoy, malos frutos recogerá mañana, y que éstos son las calamidades de este mundo, dispénseme una y mil veces que la moleste, pero como curioso que soy de aprender los asuntos de ultratumba, quisiera que le preguntara al guía de sus trabajos, cuando tenga oportunidad, el porqué se ha visto envuelto en llamas el sacerdote católico, párroco de la catedral de esta ciudad. Se ha comunicado diciendo que la ley era justa. Él era muy bueno. Adjunto el relato de la catástrofe”.
Anoche, como a las diez, y en momentos en que el señor Gabriel Moreno y Castro, natural de La Coruña, España, de cuarenta y ocho años, segundo teniente cura de la parroquia de la catedral, se encontraba quemando papeles para espantar los mosquitos, tomó una lata de petróleo con el objeto de echar un poco de dicho líquido sobre los papeles que tenía colocados sobre un hornillo; se inflamó la lata, reventando por su fondo, derramándose encima el petróleo que, a su vez, le incendió la sotana y las ropas interiores. El hecho ocurrió en una habitación del curato, situado en San Pedro, esquina Heredia. Envuelto por las llamas que lo devoraban, salió la víctima al pasillo, en cuyo lugar fue divisado por las personas que se encontraban en el parque Céspedes, quienes, tal vez por la distancia, no se dieron cuenta que era una persona la que veían ir de un lado para otro. Cuando se dieron cuenta de lo que era corrieron hacia el curato y se encontraron con la puerta cerrada, y a un niño llamado Pepito García que acompañaba al cura lo vieron subido a la baranda de las persianas; el público le gritaba que abriera la puerta o se tirase a la calle, haciendo lo último. Tanto el niño como el cura no acertaban a abrir la puerta de la calle. El público, en número de más de treinta personas, estaba perplejo. Entonces los señores José P. Mogicas, Ballesteros, Creus y el Curro, se lanzaron hacia la puerta y la derribaron a empujones, saliendo a la calle el cura, cuya sotana estaba convertida en cenizas.
El quemado quedó inmóvil, dando gritos de auxilio; el público también estuvo lo mismo por unos instantes. Se oyeron algunos gritos: “Señores, quítenle las ropas a ese hombre”. Al fin algunos corrieron hacia él y empezaron la piadosa tarea. Ropas y carnes caían a pedazos; el señor Ballesteros le arrancó los pantalones. El sacerdote quedó completamente desnudo, siendo entonces envuelto en una sábana y llevado a la casa de Socorro en un coche de plaza, donde fue asistido por el doctor José Amado Salazar, a quien ayudó el practicante José Cabrera… El sacerdote Moreno, según pronóstico facultativo, recibió quemaduras graves de segundo y tercer grado. Según nos hemos podido informar hacía varias noches que el señor Moreno se entregaba a la tarea de ahuyentar los mosquitos, que no lo dejaban dormir. A las 11 de la mañana de hoy, tras horribles dolores, ha muerto en el sanatorio de la Colonia Española, el presbítero Gabriel Moreno y Castro. Verdaderamente es muy triste el relato de la muerte del pobre sacerdote, y en cuanto he tenido ocasión he pedido luz sobre este asunto, obteniendo la siguiente comunicación al respecto: “¡Cuántas calamidades! ¿No es verdad?
Es muy triste vivir en un presidio, porque los penados, tienen tan pocas horas felices; un dolor alcanza a otro dolor, una enfermedad a otra enfermedad, un quebranto a otro quebranto, y no hay más remedio que habitar en el lugar que a cada uno le pertenece. Ten en cuenta, que mal estáis ahí, pero estaríais peor en un mundo dichoso, no siendo vuestra categoría igual a la de los moradores de aquel paraíso, porque nunca se ve uno más pequeño que al lado de los que parecen grandes. Decís con vuestros refranes muchas verdades, tenéis un adagio que dice: Cada oveja con su pareja. Por eso en la Tierra os juntáis tantos penados, os buscáis unos a otros por afinidad, y aunque te parezca que vives fuera de tu centro, no olvides que si merecieras habitar en otro mundo, no estarías en el globo terráqueo, pues si cada especie ocupa su sitio, la raza humana también ocupa el suyo sin descender del lugar que le corresponde, ni entrar en terreno vedado a sus conocimientos y aspiraciones”.
“De vez en cuando asistís a algunas ejecuciones en las cuales los verdugos de la Tierra no ejercen su triste ministerio y mueren los culpables sin que la justicia humana levante el patíbulo. Ahora ha muerto un criminal de otro tiempo, devorado por el fuego, elemento del que él hizo uso en su larga carrera eclesiástica”. “Ese Espíritu, desde que se dio cuenta de que pensaba, se dedicó al sacerdocio de la religión católica y gozaba con las matanzas de los herejes, con los autos de fe; era feliz cuando el fuego quemaba a los judíos, gozaba con el exterminio, su religión le hacía cruel. En una de sus encarnaciones, conoció a un joven libre pensador que empleaba sus cuantiosas riquezas en obras benéficas; alguien le dijo al celoso inquisidor que aquel joven tan bueno no cumplía con los mandamientos de la Iglesia, por lo cual el prelado citó en su palacio al joven, el cual le dijo con sencillez que no le habían engañado; que él, en lugar de visitar las iglesias visitaba a los enfermos, y en vez de vestir a los santos de madera, vestía a los niños huérfanos y a los ancianos desvalidos, creyendo que era mejor levantar un hospital para enfermos que construir un templo para el culto.
“El prelado se indignó y encerró en una mazmorra al librepensador; pero como éste era muy querido por sus buenas obras, no se atrevió el inquisidor a quemarlo públicamente; roció su cuerpo con un líquido corrosivo dentro de su calabozo, y por primera vez sintió remordimiento por haber asesinado a un hombre tan bueno. Se apoderó de él honda tristeza, y cuando tenía que firmar una sentencia de muerte, la pluma se caía de su diestra, llorando avergonzado, asombrado de su emoción, que obedecía a la bondad del Espíritu cuyo cuerpo él quemó sigilosamente, Espíritu generoso que, en vez de odiar a su matador, se consagró a despertar sus sentimientos, a hacerle comprender la verdadera religión, y gracias a esa benéfica influencia, el cruel inquisidor reconoció sus errores y sus crímenes, llegando a ser un buen ministro de Dios, como lo fue en su última existencia; pero quería pagar la deuda que más le preocupaba: la muerte horrible que le dio al librepensador, razón por la cual eligió la soledad de la noche y el retiro de su hogar para morir como murió su víctima. Como ya era bueno, despertó rápidamente, ayudado por su guía, por el Espíritu que desde hace muchos siglos ha adorado a Dios en espíritu y verdad, amando a los débiles y a los vencidos en las rudas batallas de la vida. El librepensador le perdonó el martirio de su muerte y se consagró a regenerarle, a despertar su dormida inteligencia, haciéndole ver la luz del amor. Ha conseguido su nobilísimo deseo, ha sensibilizado a un ser que era de piedra tosca, le ha hecho sentir y amar por él. El sacerdote sin corazón será un hombre que se sacrificará por la humanidad. Adiós”.
¡Cuan cierto es que hay que pagar!... y dichosos los que pagan sus deudas verdaderamente arrepentidos, porque de los arrepentidos es el reino de los cielos. Dice muy bien el Espíritu que me ha dado la comunicación: muchas veces asistimos a horribles ejecuciones, sin que los hombres levanten el patíbulo ni el verdugo tome parte en la ejecución. Nos bastamos nosotros para instruir el sumario y ejecutar la sentencia a su debido tiempo. ¡Cuánto hay que estudiar en la vida eterna del Espíritu! ¡Qué bien tan inmenso nos ha proporcionado la divulgación del Espiritismo! ¡Cuántos orgullos caen a tierra sabiendo lo que hemos sido antes! ¡Cuántos que se consideraban grandes, a pesar suyo se reconocen muy pequeños! Estudiemos el Espiritismo para vernos tal como somos, pues los terrenales necesitamos no mirarnos con cristales de aumento, sino tal como somos: espíritus débiles que tenemos que regenerarnos por el sacrificio y el amor universal.

sábado, 22 de diciembre de 2012

NINGÚN SER QUEDA DESAMPARADO


NINGÚN SER QUEDA DESAMPARADO


Hermanos amados: Sed condescendientes a la hora de juzgar
a vuestro prójimo. Recordad que es muy fácil encontrar las debilidades
de los demás y al mismo tiempo ignorar las propias. Ved en todo ser
que os rodea a vuestro hermano, al hijo de nuestro Padre, y que
tiene, como vosotros, trazado un camino que ha de conducirle a la
evolución, a la paz y al equilibrio.
Tenéis hermanos pequeñitos, son hermanos que han nacido
después que vosotros, seres que empiezan a dar sus primeros pasos,
aún titubeantes, por el largo y difícil camino del progreso. Pero no
olvidéis, ni por un momento, que también tenéis hermanos mayores,
que han vivido antes que vosotros y esto os recordará y os dará la
medida del punto exacto en que os estáis moviendo, además hará
que os sintáis más generosos y más comprensivos con los más
pequeños.
Hermanos, quiero deciros hoy, que nunca ningún ser está solo,
la conexión del mundo espiritual con los que vivís en la Tierra, jamás
se interrumpe. Cuando este enlace se rompe, siempre es por causa
del ser que habita en el mundo físico, que por su propia ignorancia
rechaza esa maravillosa unión, que le envía de continuo Energía,
Vida, Paz, Equilibrio... Todo eso y más, cada uno de vosotros recibís.
Ahora bien, es preciso que los seres que habitáis este planeta, seáis
capaces de recibir todo cuánto se os envíe.
Por tanto, tened siempre esta certeza, andad con firmeza por
vuestro sendero, y tened la seguridad total, de que no será posible
que caigáis, sin que una mano amorosa se os tienda, para que de
nuevo podáis levantaros.
Todas aquellas experiencias vividas, que vosotros creéis que
son negativas, porque os han hecho sufrir, y que por ellas habéis
derramado muchas lágrimas... Hermanos, ¡bendecid esas
experiencias!, de esas nacen seguridad, certeza y fuerza, ya que es
muy difícil aprender de lo experimentado por los demás. Normalmente
todo ser aprende de sus propias acciones.
Y por tanto os digo: Si no estáis solos, ¿de qué tenéis miedo?,
hermanos. La vida del espíritu es una, una única vida, sabéis que
tenéis innumerables existencias que se entrelazan las unas con las
otras, con sus errores muchas veces, con sus debilidades, su gemir...
Cuando el ser siente ansias de renovación, empieza con pasos débiles,29
pero ya con intentos de enderezarse, para finalmente llegar al
equilibrio, la seguridad y la fuerza de voluntad.
Es una fuerza, es cierto, que en gran parte la habéis recibido
de la conexión con el mundo espiritual, pero que sólo la podéis poseer,
cuando realmente la deseáis y seáis capaces de sentirla, aunque lo
más importante es, que será enteramente vuestra, cuando la hayáis
elaborado vosotros mismos. Sólo el propio esfuerzo en el trabajo,
conduce al espíritu a obtener los frutos deseados.
Hermanos amados, tenéis que sentir indudablemente dentro
de vosotros el amor que os transmitimos, por eso gozáis de esa paz
y por cuya razón casi no notáis vuestro cuerpo, experimentáis una
agradable debilidad física, porque por unos momentos, acogemos
con nuestra llamada a vuestros espíritus, y por tanto os desprendéis
de vuestros respectivos cuerpos, para que Espíritus cargados de una
fuerte energía positiva, os comuniquen la fuerza que precisáis para
seguir adelante con un mayor equilibrio físico.
Hermanos, esta paz y equilibrio, deseamos que estén y queden
en vosotros ahora y para siempre.

viernes, 21 de diciembre de 2012

DEUDAS DEL AYER






Con profunda pena, leí hace algunos días, una carta
fechada en Puerto Rico, de la cual copiaré algunos
párrafos:
"Higinia Ramos, pobre mujer del pueblo, tenía dos hijos: una
niña de cuatro años y un niño de dos años escasos; madre
 joven y apasionada, amaba a sus hijos con toda la potencia de
su ser. Pero, no hay felicidad completa para los habitantes de
 este mundo; y la pobre Higinia ha pasado por la prueba más
 espantosa.
El 22 de Agosto, a la una de la tarde, salió Higinia de su casa,
 para buscar unas yerbas medicinales que cortaran las fiebres
de su hija, que estaba en la cama postrada por la calentura.
Dejo a la lumbre un puchero con agua y saltó una chispa del
hornillo encendido que prendió a las viejas paredes de la
 Cabaña, (paredes que eran de tablas carcomidas) no se sabe
la causa del horrible siniestro; la verdad es, que la casucha
ardió rápidamente, y cuando Higinia volvió a su casa sólo
encontró un montón de humeantes cenizas y el cuerpo de la
niña completamente carbonizado.
De aquella criatura tan hermosa, tan gentil, tan hechicera, sólo
quedaban huesos ennegrecidos y carne achicharrada; los
 restos de la inocente niña fueron recogidos en hojas de
 higuera. ¡Qué horror! ¡Qué fin tan terrible el de la pequeña
 Georgina! ¿Por qué, siendo tan niña, ajeno su corazón a las
bajas pasiones; ángel de amor y de inocencia en el cielo de su
 hogar? ¿Por qué, tras de las necesidades y sufrimientos de la
 vida, tuvo un fin tan espantoso y triste?. Amalia; vos que sois
la interprete más dulce y consoladora de las amarguras de este
mundo; vuelva su mirada a este campo de Puerto Rico, y vea a
 una madre desolada que, hace pocos días abrazaba con amor
a su hija y en breves momentos vio destrozado su cuerpo por
el fuego devorador, sin haber tenido el consuelo de recibir su
 último suspiro, besando su frente y sus hermosos ojos...
Los espiritistas, que contemplamos tan desastroso cuadro
, ante dolor tan inmenso, inclinamos sumisos la cabeza y
decimos, con tristeza: ¡Cúmplase la ley! Pedimos luz para el
Espíritu arrancado de un cuerpo por la brutal violencia de las
llamas. Amamos la verdad; queremos dar un consuelo a esa
 pobre madre y dar luz a los seres que creen en la injusticia de
 Dios o en la casualidad; y recurrimos a vos para ver si vuestro
guía quiere o puede decir algo sobre este caso tan triste, tan
doloroso, tan cruel; pida inspiración, Amalia, pida inspiración,
pulse la lira de su mediumnidad y que la luz y el consuelo
lleguen hasta una madre dolorida que llegará a la
desesperación, si no recibe una palabra de esperanza y de amor.
Mucho me conmovió la lectura de las líneas que he copiado y
pedí, con verdadero afán, al guía de mis trabajos, una
comunicación para la pobre madre que en breves segundos
había perdido lo que más amaba, y obtuve la contestación
siguiente: "Muchos llegan a ti, pidiéndote consuelo, y uno de
los seres más necesitados que te lo han pedido, es esa madre
desolada que nunca se consolará, que jamás volverá a sonreír
como sonreía acariciando a su hija, porque lo que yo pueda
decirle, es amargo, es triste, no tiene otro lado ventajoso que
ser cierto, que ser verídico lo que voy a decirte y que con mi
relato puede adquirir el convencimiento de que no es victima
 de la fatalidad, ni de un destino adverso, recoge, únicamente,
lo que sembró ayer".
"Hace muchos siglos que Higinia y Georgina van juntas; son
 dos espíritus unidos por el amor, por un amor inmenso; se han
 querido tanto mutuamente, que no han dejado en su corazón
el más leve latido para los demás; satisfechos sus deseos, no
se han ocupado, ni poco ni mucho, de la humanidad ni de las
luchas sociales. Han pertenecido muchas veces al sexo fuerte,
y en una de sus encarnaciones, Georgina era un magnate
poderoso y su escudero predilecto era Higinia, que en aquella
época era un hombre sometido por completo a los caprichos
de su señor. Los dos se querían entrañablemente; lo que
pensaba el uno, lo sancionaba el otro, y como no pensaban
nada bueno, cometían crímenes, que quedaban envueltos en el
misterio, como quedan siempre las infamias cometidas por los
grandes de la Tierra; que el oro ha sido la venda que ha dejado
sin vista a los jueces más incorruptibles en todos los tiempos;
y Georgina, que era entonces un prócer, en cuyos dominios no
se ponía el Sol, ayudado y secundado por su fiel escudero,
satisfacía todos sus caprichos, sin inquietarse por los daños
que causaba.
Vivía únicamente para sí, y el escudero vivía para su señor;
estando este contento, lo demás le era indiferente. Sancho de
Ulloa, que así se llamaba entonces el opulento magnate,
consideraba a las mujeres como bonitos juguetes para
entretener los ocios del hombre; gentil y apuesto, sus triunfos
y sus victorias en el campo del amor fácil, eran innumerables;
le bastaba mirar para conseguir; así es que le sorprendió
mucho y le exasperó más, la negativa de una mujer joven y
bella, casada y madre de una niña hermosísima, y entre él y su
escudero se propusieron conseguir lo que tanto Sancho
 ambicionaba, y no quisieron que sucumbiera por la fuerza, la
honrada joven, sino que la gratitud la hiciera caer en los brazos
de su rendido galanteador. Con un pretexto muy bien buscado,
 hicieron salir de la ciudad al esposo de la virtuosa mujer que
desdeñaba a sus adoradores, y prendieron fuego a la casa que
aquella habitaba, y que estaba fuera de la población rodeada de
 jardines.
Sancho, sacó de entre las llamas al objeto de sus ansias, pero
ni él ni su escudero se acordaron de la inocente niña que
dormía tranquilamente en su lecho; los criados, todos se
 salvaron, y cuando la infeliz madre se dio cuenta de que aún
vivía gritó, llamando a su hija; corrió por los jardines de su
destruida morada y llegó a encontrarla carbonizada; cayó
 sobre ella y lanzó una de esas carcajadas que arrebatan para
 siempre la razón. Sancho, se horrorizó de su obra; su
escudero, también y por primera vez sintieron el dolor del
remordimiento. Sancho, arrepentido de sus muchos crímenes,
 hizo una confesión general y se retiró a un convento y su fiel
 escudero le siguió, muriendo los dos en el Cenobio". "En el
plano espiritual estan tan unidos como habían estado en la
Tierra, y encarnaron repetidas veces, enlazados por diversos
afectos. Últimamente, volvieron a ese mundo con la envoltura
femenina, y Georgina pidió pagar en esta existencia el crimen
 cometido con la inocente niña que por su culpa murió
carbonizada; ella pagó una de sus deudas, y su madre ha
 pagado, con su dolor inmenso, la activa parte que tomó en
todos los crímenes que llevaba a cabo su señor y dueño". "Ya
sabe Higinia porqué ha perdido a su adorada hija; porque nadie
puede ser dichoso hasta estar libre de pecado. Que reconozca
 la justicia de la eterna ley y sólo piense en borrar con buenas
obras las manchas indelebles de su ayer".
Ciertamente que es triste conocer nuestras miserias, pero, la
verdad ante todo, porque sabiendo la verdad es más fácil
buscar el remedio a nuestros males. Todo crimen se borra con
 el sacrificio por nuestros semejantes, con el amor a la
humanidad, con la abnegación sin límites. Bendito sea el
estudio y la propaganda del Espiritismo, pues sólo por el
Espiritismo, la humanidad será algún día libre y feliz. No
habiendo culpables, no habrá penitenciarías habitadas por
criminales, como lo está la Tierra.

LA PRISION CORPORAL


LA PRISION CORPORAL


El presente mensaje fue a raíz del despertar de un espíritu,
que en su última existencia, padeció deficiencia mental y física, en el
primer momento le era imposible hablar. Después de ayudarlo a
comprender su estado, y al recobrar la lucidez, nos dijo:
Gracias. Quizás me resulte difícil expresar lo que siento. He
animado un cuerpo muy deficiente por espacio de cuarenta y tres
años.
La causa es que me he sentido, mejor dicho, he tenido que
sentirme prisionero, porque había sido dueño de seres humanos, en
aquella época los tenía como esclavos bajo mis órdenes y no me
porté bien con ellos.
En modo alguno, el hombre, no obra bien cuando esclaviza a
otros hombres. Esta última existencia me ha sido muy útil, que según
mis guías, estaba programada desde hacia mucho tiempo en el mundo
espiritual. Era necesario que viviera en esta ocasión sin la capacidad
de valerme por mi mismo y lo que es más importante, sin poder dar ni
la más pequeña orden. Mi cerebro no era capaz de gobernar ni mis21
propias manos. Es en la humildad, me dicen mis guías, cuando un
espíritu puede crecer, con el orgullo siempre se degrada y
empequeñece.
No podéis tener una idea exacta del bien que me habéis hecho,
ya que todas mis limitaciones siguieron existiendo en el mundo
espiritual. Gracias a vuestra intervención, he despertado de una
interminable pesadilla.
Todas las noches cuando mi cuerpo descansaba, mi espíritu
se horrorizaba por tener que estar unido a ese cuerpo, por encontrarme
prisionero, inmóvil, sin la facultad de expresar lo que sentía, ni tan
siquiera poder pedir que me atendieran en cualquiera de mis
necesidades físicas.
El hombre tiene que ser libre, dueño de sus sentimientos y de
sus actos. ¡Pero el ser humano no tiene ningún derecho a encadenar
a sus hermanos!, ¡no lo tiene!
Gracias, muchas gracias.

EL SUICIDIO


EL ACTO DEL SUICIDIO


Hola hermanos: Perdonad, quisiera deciros unas palabras. A
lo mejor, no van a tener mucha importancia para vosotros, son muchas
las cosas que ya sabéis, pero quizá, lo que no recordáis, porque si lo
habéis vivido ya lo tenéis olvidado, es la situación tan dolorosa que
experimenta un espíritu que se haya quitado la vida.
En el momento de despertar, cuando el sufrimiento físico ha
cesado –a mí este sufrimiento me duró bastante tiempo-, pero cuando
cesó experimenté un padecimiento que todavía era más intenso, es
el remordimiento, al darte cuenta de lo que has hecho con tu propia
vida y de la forma que has decepcionado a los demás, en la manera
que tan profundamente se duelen, de tu acto, los seres que te han
rodeado. Nunca es igual que un ser abandone su cuerpo de forma
natural o bien que sea él mismo el que interrumpa su existencia. No
es igual, ni para el que se va, ni para los que se quedan.
Cuando estás en la Tierra, hay un momento, a veces muy largo,
que en realidad sólo ves aquello que te molesta, lo que te desespera,
no ves ninguna salida, no la ves, ni se te ocurre pedir ayuda al Cielo,
seguro que me habrían tendido una mano, pero no, la idea negativa
te absorbe totalmente y se va haciendo cada vez más grande, a medida
que pasa el tiempo va ocupando más espacio, y ya no ves más allá
de esa idea.
Este hecho me ha marcado profundamente, ha sido de una
manera tan intensa, que estoy seguro me ayudará a no volver a caer
en semejante debilidad. ¿De qué me ha servido? ¡De nada!, ha sido
un acto totalmente inútil, no mejoró en nada mi situación, inútil porque
el resultado ha sido todo lo contrario de lo que yo creía, quería quitarme
la vida y he seguido viviendo, ahora sé, que hay que regresar a la
vida física, además tendré que demostrarme a mi mismo, cuando
vuelva a la Tierra, que soy capaz de sobreponerme a lo que tenga
que vivir, por duro que sea, y también sé ahora que todo lo que sufrimos
mientras estamos encarnados, tiene su razón de ser, no hay nada
que no tenga un motivo, somos acreedores de nuestro pasado.
No quise cosechar mi propia siembra, en vez de hacerlo, obré
como si hubiera echado granizo a todo lo sembrado hasta entonces.
No quiero que vuelva a sucederme. Mi consejo es este: Sed fuertes y
orad, alejad siempre de vosotros todo pensamiento negativo, porque
si le dais entrada se apoderará de vuestra voluntad y no seréis capaces
de echarlo lejos. Orad, que la oración eleva el espíritu, es su alimento,
lo fortalece y hace que lo vea todo con mayor claridad. Lo sé, porque
ahora estoy orando y pidiendo a mis guías que nunca me abandonen,
que siempre estén junto a mí, que me sostengan, que me ayuden a
enderezar mis pasos. No quiero que penséis que mis guías me dejaron
abandonado en aquellos momentos, más bien fui yo quien me olvidé
de ellos, mi debilidad estaba ahí, era más grande que yo mismo, por
otra parte, tampoco pedí su ayuda, obré por mi libre albedrío. Es obvio,
que si nuestros guías nos apartaran los escollos del camino, no habría
mérito en nuestros actos y éstos deben ser fruto del propio esfuerzo.
Cuando el ser desea fervientemente que sus guías le ayuden y reclama
esta ayuda, la obtiene siempre, mas si se encierra dentro de la
oscuridad, no puede ver la luz.
Hermanos, que vuestros ojos espirituales se abran siempre a
la luz. Muchas gracias por la ayuda, que en su momento, me
prestasteis. Adiós.

IDEAS PRECONCEBIDAS DE COMO ES EL MAS ALLA



IDEAS PRECONCEBIDAS DE COMO ES EL MAS ALLA



Hola hermanos: Realmente resulta aleccionador, ver los
pensamientos, y  comparar las ideas que tenemos los espíritus con
respecto a la inmortalidad. Son ideas más o menos arraigadas, que
las personas tienen mientras habitan la Tierra, pero al  encontrarnos
en el mundo espiritual, junto a nuestros guías, no nos bastan, resulta
muy difícil adaptarse a la nueva realidad, y nos damos cuenta que
debemos cambiar nuestras creencias. Lo sé por experiencia, a mí
también me costó mucho. En mi última existencia  fui un hombre
pacífico, acudía con regularidad a la iglesia, creía en todo lo que los
sacerdotes decían, y nunca quise ponerlo en tela de juicio, porque
pensaba, que ellos tenían un gran conocimiento ya que habían estado
estudiando durante muchos años las verdades que nos predicaban.
No quería indisponerme con Dios, intentando hurgar en sus
misterios y analizar lo que decían los Evangelios. Ahora me doy cuenta
que mi postura venía también dictada por las prohibiciones que hacía
la misma Iglesia. Así que aceptaba por fe todos sus dogmas y todas
sus enseñanzas.
A decir verdad, después de dejar mi cuerpo, no puedo decir
que me sintiera incómodo en el mundo espiritual. Me encontraba como
adormecido y confuso. Andaba buscando... buscando algo, y creo
que ni yo mismo sabía exactamente qué. Tenía un vacío por dentro,
me sentía desamparado, triste, y esta situación iba empeorando. Hasta
que llegó el día que mis guías me llevaron junto a vosotros.
 Entonces, con vuestra ayuda, me di cuenta de que ya no tenía
el cuerpo físico, empecé a  concienciarme, y también empecé a tener
noción de la época en que vivía y qué me había pasado desde que
abandonara la Tierra, y fue cuando me enfrenté con esa realidad.
Con la realidad del mundo espiritual, lo que vosotros llamáis el mundo
de la Luz, y os puedo asegurar que en nada coincide con las ideas
preconcebidas que habían alimentado mi alma, durante más de setenta
años. No existe un tribunal, ni cielo, ni purgatorio y mucho menos
infierno. No fueron unos ángeles con alas, los que me recibieron al
entrar en ese mundo. No había un trono donde estuviera sentado
Jesús y llamara a su derecha a los justos.
¡Nada, nada! Y vosotros lo sabéis muy bien, ¡nada de esto
encontré! Te cuesta entenderlo, te ves obligado a luchar contra las
ideas e imágenes que tu imaginación ha dibujado, te es difícil
cambiarlas y admitir la realidad. Para poner un ejemplo, es como si
cualquiera de vosotros estudiara un idioma, y al llegar al país donde
podríais practicarlo, os encontráis que las palabras no coinciden con
el lenguaje que hablan los habitantes de aquella tierra. Por ello se
hace imprescindible estudiar de nuevo.
De hecho hermanos, la ayuda más importante, consiste en
recordar las innumerables veces que has dejado tu cuerpo, y te has
reincorporado al mundo espiritual. Debo deciros, que siempre tenemos
la ayuda incondicional de nuestros guías, ellos nos ponen al corriente
de cómo es este mundo, nos hablan de inmortalidad, y del quehacer
que tenemos todos pendiente.
No sé hasta que punto he podido expresar mis ideas y
pensamientos, espero que me habréis entendido. Puedo aseguraros
que tenéis, -por decirlo en lenguaje terrenal-, la más grande de las
suertes al conocer el camino, y los pasos que hay que dar a partir del
instante que se apaguen las vidas de vuestros cuerpos físicos. Creo
que en vosotros no habrá ni duda ni extrañeza, todo lo contrario,
sabréis perfectamente cuál será vuestra situación, y hacía dónde
debéis encaminaros, y lo que es más valioso, la oración que en ese
momento deberá llenaros el espíritu, porque siempre que el espíritu
llama es atendido.
Gracias hermanos, por escucharme. Si en algo me he
equivocado, rechazadlo, porque vuestra doctrina, es una doctrina de
meditación y de estudio. Yo lo entenderé perfectamente, y me sentiré
muy satisfecho de que hayáis estudiado mi mensaje, lo cierto es que
os lo transmito con mi mejor voluntad.
Adiós, reitero mi agradecimiento.

EL LIBRO DE LA VIDA



EL LIBRO DE LA VIDA



La paz sea con vosotros, hermanos amados: He ahí que vengo
hoy, para daros un pequeño consejo. ¡Abrid el gran libro de la vida!
Abridlo en sus primeras páginas y leed. Leed y maravillaos de la
creación, de su inmensidad, del orden que rige las galaxias. Maravillaos
hermanos, y preguntaos después: ¿Quién será el artífice de esa
maravilla?, mirad luego en torno vuestro, prestad atención, observad
las vidas de vuestros semejantes e intentad escudriñar en sus
interiores.
Ved qué gama tan extensa de sentimientos, de ilusiones, de
odios, de rebeldías, de sinsabores, de dudas, de mezquindades...
pero también veréis seres abnegados, con sentimientos llenos de
tolerancia, de bondad y de paz. Sabéis que no todos los niños nacen
con idénticas cualidades físicas, intelectuales o morales. Preguntaos
el porqué de esa diferencia. ¿Por qué esa diversidad, si hay un solo
Creador, una Causa primera? ¿Por qué existen tan múltiples efectos?
Estudiad con detenimiento la vida, ese libro prodigioso, porque
profundizando en él rescataréis grandes enseñanzas, lo cual os
conducirá a corroborar la autenticidad de la ley de reencarnación. No
debéis desdeñar tales lecciones, porque de sabios es aprender de
las experiencias del prójimo.
Reparad en los seres de vuestro entorno, y observad que a
menudo, no veis en ellos más que imperfecciones. Sed justos, sed
humildes y equitativos y buscad también sus virtudes. Resulta en
extremo fácil descubrir los defectos ajenos, y ver los propios como si
se trataran de virtudes. Sed tolerantes y limad toda aspereza, todo
defecto propio, porque será el mejor método, de enseñar a los demás,
para que aprendan cuál debe ser su comportamiento. No olvidéis que
el único valor auténtico, es el que se pregona con el ejemplo.
Seguid un día tras otro, con el estudio de ese inmenso libro de
la vida. Nunca terminaréis de hojearlo mientras estéis en la Tierra, y
puede ser su lectura la que os ayude a mejorar vuestros hábitos, para
que así también podáis enderezar vuestros pasos hacia horizontes
de equilibrio y de paz.
Así sea, hermanos.