¿Mujer luz o mujer tierra?
Joamar Zanolini Nazareth
“La mujer es una copa en la que el Todo Sabiduría vierte
el agua milagrosa de su amor con más intensidad, para que la
vida se engrandezca”.
André Luiz – Francisco Cândido Xavier.
Entre la Tierra y el Cielo, cap. XXXIX, pág. 231,
¡Bendecidas sean todas las mujeres!
Encarnar como mujer, es una oportunidad bendita que la Ley Divina
ofrece a todos los Espíritus en su caminata rumbo a Dios. Lamentablemente,
muchos no aprovechan una circunstancia tan importante.
¿Por qué venir hombre o mujer?En la caminata evolutiva es preciso que adquiramos los nobles valores desarrollados con la ayuda de la razón y del sentimiento. Es solo cuando el
Espíritu llega a reconocer y valorar cada encarnación como una ocasión de
servir y mejorarse, que las experiencias en el plano físico son mejor aprovechadas
por él, sobre todo cuando busca, a través de la luz de la labor edificante,
sembrar flores incluso en el charco.La Providencia Divina instituye campos de trabajo para que el ser
inmortal cultive los atributos para desarrollar las dos alas que le permitirán
alzar vuelos rumbo a una perfección mayor del Espíritu.Por eso, en el reino de la Naturaleza el Padre Eterno creó el género masculino y el género femenino. Ambos con tareas y obligaciones especí-
ficas que servirán de escuela para la adquisición de virtudes y sentimientos
sublimes. Pues, para subir los peldaños de la escalera de la evolución, necesitará
el Espíritu aprender de las experiencias de ambos géneros.
No obstante, el ascenso no lo logra el Espíritu de forma homogénea,
desarrollando, a igual ritmo, razón y sentimiento, es decir, la capacidad de analizar,
dirigir, intelectualizarse con la capacidad de emocionarse sentir y amar.
Cuanto menos evolucionado es el ser espiritual, más apegado se encuentra
a la materia, y tiende a recurrir más a la violencia que al buen sentido,
persiguiendo el poderío y no la sabiduría, para dominar y subyugar antes que
compartir y abrazar.Las vivencias en el género masculino, escuela en la que el Creador,
desde los primeros tiempos talló un instrumento útil al desarrollo de la fuerza
y el vigor necesarios para domar el ambiente agreste de la vida planetaria,
dando con ello inicio al despliegue de su inteligencia que le conduciría a crear
los recursos necesarios para no sucumbir ante ese medio donde iniciaría la
fase de la razón y precisaría de ser más viril para poder imponerse ante un
ambiente hostil y proteger a los suyos, ayudaron a forjar en el Espíritu un
instinto con el que sería más fácil desenvolver la razón, sin detrimento de un
mayor despertar de su sensibilidad.Al mismo tiempo, en las vivencias en el género femenino, talló Dios, igualmente en el período primitivo, un cuerpo en que la forma más graciosa,
la constitución más diversificada, en la que la jurisdicción Divina propició la
generación de los nuevos seres, contribuiría a forjar en ella un instinto en el
que el sentimiento orientaría a la razón.Vemos entonces, como todo Espíritu llega a encarnar como mujer, y con ello adquirir un impulso especial para alcanzar un mejor camino para la
conquista de ese sentimiento supremo que es el amor, energía creadora, renovadora
y sustentadora de la vida.Por eso, el Espíritu que se engrandece como mujer, a través del sentimiento,
se aproxima más aceleradamente a Dios que aquel otro que se conforma
solo con desarrollar la razón.Para alcanzar las cimas en vuelo soberano es menester que el espíritu
desarrolle ambas alas: la de la sabiduría y la del amor, repito.
Ningún ave consigue alzar el vuelo hacia lo alto con alas desproporcionadas.
Del mismo modo hasta que no consigamos desarrollar plenamente
nuestras dos alas seguiremos pegados al suelo de la escuela planetaria. Pero
si aún no podemos volar, al menos podemos caminar en la dirección del bien,
buscando apartarnos de nuestras imperfecciones, e intentar con fuerza, llegar
cada vez más alto en el ideal superior con el auxilio de la escalera del servicio
cristiano, teniendo, aunque sea de manera difusa, una idea de lo Alto.
Es importante aprovechar las experiencias que la escuela del cuerpo
físico sexuado nos permite vivir.
La opresión de la mujer y la igualdad necesaria
En el pasado los hombres valoraron más la fuerza bruta, y así en vez
de proteger, amparar y compartir con la mujer, terminaron subyugándola,
dominándola y abusando de ella, creando las condiciones de sufrimientos y
constreñimientos que aún persisten en el universo femenino.
Con su libre arbitrio, el Espíritu hombre instituyó una sociedad patriarcal
y machista, causando sinsabores y angustias a los semejantes que
portaban un cuerpo femenino.
La experiencia femenina que serviría para ayudar a desarrollar en la
Tierra valores nobles, que beneficiarían al Espíritu al venir al mundo en forma
femenina, principalmente a través de la sublime experiencia de la maternidad,
acabó por constituir para las almas que transitan en tal género,
un pesado camino de dolor, injusticia, abuso y esclavitud a los caprichos
masculinos.Sordo a los consejos de lo Alto que le alertaban sobre la Ley de acción
y reacción, se olvidó el espíritu encarnado en los hombres que tendría que
vivir todas las experiencias necesarias para fundir las virtudes producto de la
razón y del sentimiento, pasando para eso por la experiencia de la feminidad,
la cual ellos mismos tendrían que vivenciar para su propio escarnio.
De este modo, con la instauración del patriarcado –además, en un
mundo de pruebas y expiaciones–, las vidas desarrolladas por hombres y mujeres
se polarizaron al extremo, de manera que la razón ejercida en forma
prepotente y exclusiva por los primeros, terminó desvalorizando y doblegando
las tareas que propician el desenvolvimiento de los sentimientos sublimes
para el Espíritu en el cuerpo femenino.Los espíritus que encarnan como hombres se vieron tentados al usosevero de la fuerza y, cuando no, a establecer el dominio con ayuda de la
razón; mientras que los que encarnan como mujer se vieron forzados a disminuir
sus dotes intelectuales y encontraron un campo fértil para el desarrollo
de su sensibilidad a través del sufrimiento y la resignación.
En estas condiciones se hizo más fácil al espíritu el progreso
intelectual, que ante estas condiciones se hacía más rápido y menos doloroso
que el desarrollo de sentimientos sublimes, que entonces se hizo más lento,
gradual por el peso de la violencia y el sufrimiento. La capacidad más exaltada
fue, en consecuencia, la intelectual, desvalorizándose así, por siglos,
importantes realizaciones que proporcionarían una experiencia femenina no
sometida a tales condiciones terribles.
Esto explica por qué es tan necesaria a la misión libertadora y redentora
de la mujer del yugo patriarcal.
La respuesta sabia de los Mentores Espirituales a Allan Kardec en la
pregunta 821 de El libro de los Espíritus indica la importancia de la misión
de la mujer:
821 – Las funciones a las que está destinada la mujer por la
Naturaleza, ¿tienen tanta importancia como las reservadas al hombre?
–Sí, y mayores; ella es quien le da las primeras nociones de
la vida.
Lamentamos que en lugar de comprender la importancia de la experiencia
liberadora de la tarea femenina, como escuela bendita para el cultivo
de la sensibilidad del espíritu, se promuevan discusiones infructíferas, estériles
e interminables sobre la superioridad del hombre en relación con la mujer.
Esto es insensato, pues el espíritu inmortal, en su trayecto hacia la
perfección, solo tiene un género transitoriamente definido por el conjunto
más acentuado de los valores de la masculinidad o de la feminidad en función
de sus más recientes experiencias, porque, como se dijo anteriormente, en
esencia el espíritu no tiene sexo.
No es tan sencillo con la denigración del género femenino, el proceso
de evolución del espíritu. La herramienta física indica posibilidades
y aprendizajes, pero el aprendiz que no desee oír las orientaciones que lo
conduzcan al buen aprovechamiento del instrumento y lo utiliza mal, no
aprende casi nada bueno en el arte de vivir. En este sentido, nada bueno
aprende al venir y ser tentados como hombres a hacer mal uso de la razón,
en detrimento de su propio desarrollo como seres sensibles; y poco aprenden
al encarnar como mujeres, llevando una existencia, en la cual no logran
descubrir el amor con sus compañeros masculinos. Pero ello puede hacer
que, como mujeres, busquen en Jesús la inspiración para el resguardo de sus
sentimientos o unirse con sus congéneres para contrarrestar los abusos de los
hombres machistas.
La azada que tritura y caba la tierra, también puede herir al semejante.
El libro que esclarece, también sirve para calzar una mesa desnivelada.
El tenedor que facilita la alimentación saludable, también fue usado
para herir el vientre de un misionero de la caridad en la Tierra (nos referimos
al maltrato que sufrió Chico Xavier por parte de su madrina).
La pluma que enriquece la lección, también firma la pena de muerte.
El dinero que es invertido en hospitales y escuelas también puede ser
empleado en la propagación de tóxicos.
La energía eléctrica que ilumina la residencia también permitió la tortura
a víctimas indefensas.El agua que mantiene la vida también puede ser foco irradiante de
enfermedades.La mano que acaricia puede ser la misma que agrede…
Quien desee crecer, encontrará en el buen uso de la herramienta un
instrumento propiciador de conocimientos y habilidades. Quien no lo desee
desperdiciará el equipo, relegándolo a la inutilidad o a la herrumbre.
Los siglos y milenios pasados fueron de mucha opresión para la mujer,
por lo tanto, los que encarnaron en cuerpos femeninos, se vieron en
medio de dolores y luchas agudas, iluminando, no obstante, las almas que
supieron aprovechar la experiencia, incluso dolorosa, mientras otras, aunque
sin premeditación, permanecieron en la rebeldía y en resentimiento, desperdiciando
la ocasión de crecer en la adversidad y en el sufrimiento.
Al avanzar la sociedad en sus leyes y patrones sociales, se libera a la
mujer de la discriminación y el maltrato.
Los derechos deben ser iguales para hombres y mujeres. Dios ejemplifica
por medio de sus leyes, como informan los Instructores Espirituales en la
pregunta 818 de la obra El libro de los Espíritus: ¿No ha dado Dios a ambos
la inteligencia del bien y del mal y la facultad de progresar?
Aún se debe hacer un gran esfuerzo en ese sentido. En Oriente la mujer
es tratada todavía con prejuicios y con marcada desigualdad, no teniendo
derechos análogos al hombre. En Occidente se avanzó mucho, pero aún no
goza de igualdad plena de derechos. En unos países más, en otros menos, aún
existen desigualdades que vencer.
No es a causa de que se instituya la igualdad que perderá el espíritu
la ocasión de desarrollar valores diferenciados cuando encarne en un cuerpo masculino o femenino. Incluso existiendo derechos iguales, la Naturaleza
mantiene requisitos especiales que determinen experiencias diferentes. El
hombre, por más que el espíritu encarnado en él, busque desarrollar su sensibilidad,
no vivirá la sublimidad de la experiencia maternal, mientras que la
mujer, incluso teniendo acceso total al conocimiento disponible en el mundo,
no posee la constitución masculina que le permita desempeñar determinadas
tareas duras que solo el hombre puede afrontar.
Asistiendo tiempo atrás a un documental sobre una empresa constructora
de la capital paulista que contrata normalmente hombres y mujeres para
trabajar en las obras y, naturalmente, evaluando las habilidades de cada uno,
las mujeres asumieron plenamente la instalación de pisos y revestimientos en
las paredes, pues sus habilidades de mayor delicadeza y tacto les permitían
ser mejores en esa área, mientras los trabajos pesados eran mejor realizados
por los hombres. Es obvio que encontraremos mujeres en tareas más ásperas
y hombres haciendo labores más delicadas, pero eso será en la medida en que
haya una natural adaptación de unos y otros.
Del mismo modo encontramos mujeres en las autopistas conduciendo
camiones gracias a los progresos de la dirección hidráulica y hombres
cuidando niños en albergues, pero no será una regla general y dependerá de
las habilidades individuales del espíritu ya desarrolladas en existencias anteriores.
Por mucho tiempo aún será más seguro que los hombres conduzcan
camiones y las mujeres, por tener más tacto, tendrán que lidiar con niños.
La aclaratoria en cuanto a eso ya fue dada por los Espíritus también en
la primera obra de la Codificación, en la pregunta 819:
El hombre es para los trabajos rudos, como más fuerte que es;
la mujer para los trabajos ligeros, y ambos para ayudarse mutuamente
a pasar las pruebas de una vida llena de amarguras.
Ciertamente surgirán voces exaltadas diciendo: pero las mujeres hoy
día se fortalecen físicamente, entrenan en artes marciales, entre otras cosas.
Respondemos que está ahí otra prueba. Necesitan de técnicas especiales
y arduo entrenamiento para nuevas áreas de trabajo y deportivas, pero,
naturalmente no pueden ni necesitan un mayor desarrollo muscular.
También pueden los hombres estudiar pedagogía y educación y dedicarse
a tales áreas. Pero la habilidad adquirida no se equipara al tacto natural
de las mujeres para lidiar con niños.
¿Basta ser mujer?
Se dijo que el Espíritu en esencia no tiene sexo, debiendo encarnar
como hombre y como mujer, para aprender los valores de ambas experiencias.
Cristalina la enseñanza dada en la pregunta 201 y 202 de El libro de
los Espíritus.
201 – El Espíritu que animó el cuerpo de un hombre, ¿puede en
una nueva existencia, animar el de una mujer?
–Sí, unos mismos Espíritus animan a los hombres y a las mujeres.
202 Cuando se es Espíritu, ¿hay preferencia para encarnarse en
el cuerpo de un hombre o de una mujer?
–Eso poco importa al Espíritu, pues escoge según las pruebas
que ha de soportar.
Y acota Kardec:
Los Espíritus se encarnan hombres o mujeres porque carecen
de sexo. Como deben progresar en todo, cada sexo, como cada posición
social, les ofrece pruebas y deberes especiales, además de la
oportunidad de adquirir experiencia. El que fuese siempre hombre, no
sabría más que lo que saben los hombres.
Por un principio de educación, la vivencia en una o en otra de las
polaridades sexuales se hace por vía de seguidas reencarnaciones, pero entonces,
tarde o temprano, surge la necesidad de vivir las experiencias de la
otra polaridad. En otras palabras, para aprender lo que la masculinidad y la
feminidad proporcionan, el Espíritu amerita reencarnar muchas veces en la
misma polaridad, para fijar el aprendizaje y crecer con tal experiencia.
Solamente la repetición posibilita el aprendizaje real. Los cambios de
una polaridad a otra no son, como regla, hechos apresuradamente.
Surge otra inevitable pregunta: ¿Las mujeres de hoy son Espíritus que
vienen reencarnando desde hace mucho tiempo en cuerpos femeninos?
No todas, indudablemente. Hay las que ya demuestran enorme patrimonio
y grandeza de alma; pero en los días modernos, en que la facilidad de
extraviarse en un mundo de pasiones y llegar al fondo del lodazal del propio
egoísmo viene acometiendo a las criaturas, sean hombres o mujeres, sirven
tales circunstancias como pruebas para generar valores reales en cada una.
Observamos Espíritus que traen muy elevada dignidad femenina o
que apenas lucen un cuerpo de mujer, buscando solamente la perfección del
cuerpo verificando por dentro un vacío enorme de espiritualidad.
El culto al placer egoísta, al sensualismo sobrepujado, y al auto irrespeto,
la entrega desequilibrada a los vicios y a la embriaguez de los sentidos
demuestra y expone los malos instintos traídos por el ser, bien sea en la forma
masculina o femenina.
Hay mujeres diferentes.
Ningún Espíritu es superior solo por vestir un cuerpo femenino.
¡Si fuese así de fácil, bastaría con aumentar el número de Espíritus
encarnando en cuerpos de mujeres, y pronto estaría, entonces, concluido el
trabajo del Tercer Milenio!
Pero tales argumentos son ingenuos.
¡Ya está bien de disputas inútiles!
La disputa necesaria que precisa afrontar la mujer es con sus propias
tentaciones en el mundo moderno.
Encontramos entre las reflexiones espirituales traídas de la Espiritualidad
Superior el análisis lúcido de que “no basta nacer mujer, sino serlo de
la mejor manera”.
En otras palabras, hay mujeres que ya se engrandecieron en la experiencia
femenina y hay mujeres que aún no han aprovechado la elevación de
la tarea que les fue asignada oportunamente por Dios. En otras palabras hay
mujeres cuyas experiencias han contribuido a fortalecer su Espíritu en valores,
y mujeres sometidas por las circunstancias.
André Luiz, en la obra Entre la Tierra y el Cielo enaltece una de las
circunstancias que ha ayudado a forjar valores en el Espíritu humano –la maternidad–:
La maternidad es un sagrado servicio espiritual en el que el alma
se demora siglos, en la mayoría de las veces perfeccionando cualidades del
sentimiento.
Por su parte, Emmanuel se refiere a la otra circunstancia en la que el
Espíritu con instintos malsanos pervierte su progreso cuando encarna como
mujer:
“Pero, ese mismo joven distinguido, fue en el pretérito –en
existencias que ya se fueron– la víctima de ella misma, cuando, libertina
o caprichosa, le desfiguró el carácter, metamorfoseándolo en el
hombre vicioso o fingido que le compete tolerar y reeducar”.
No abdicar de la femineidad
Con tales reflexiones no acusamos o rebajamos la grandeza de la mujer.
Toda criatura es digna de comprensión y respeto, incluso cuando yerra en
las difíciles lecciones de la carne, y con certeza merece de todos nosotros el
apoyo y el reconocimiento que los procesos de renovación nos invitan a no
juzgar, sino a incentivar la superación de nuestras imperfecciones para retomar
el camino del engrandecimiento.
Solo nos mueve la intención de exaltar la grandeza de los grandes
Espíritus encarnados en cuerpos de mujeres, que sufrieron largamente en el
transcurso de los siglos para adquirir extenso patrimonio en el campo del sentimiento,
sin valorar la forma en detrimento de la perfección íntima. La materia
debe ser aprovechada por el Espíritu para su mejoramiento y elevación.
No será la vestimenta física la que revelará el tenor de las conquistas
del Espíritu, al contrario, es el Espíritu el que utilizará su grandeza para dignificar
la vida física.
Como dice André Luiz en la misma obra citada antes, con respecto a
la oportunidad que un Espíritu puede encontrar en uno de los aspectos más
significativos de la femineidad; la maternidad:
“En verdad, la mayoría de las madres está constituida por un
sublime grupo de almas en las más bellas experiencias de amor y sacrificio,
cariño y renuncia, dispuestas a sufrir y a morir por el bienestar
de retoños que la Providencia Divina confió a sus manos tiernas y
dedicadas”.
Y, en ese mismo sentido, Emmanuel apela al buen sentido del Espíritu
cuando nace mujer:
“…no comprendemos como legítimo ese movimiento de masculinización
espectacular, preconizada por innumerables orientadores
del feminismo, los cuales engañan a la mujer en cuanto a sus
obligaciones en el seno de la colectividad”.
Y complementa: La mujer no precisa masculinizarse. Precisa educarse
dentro de su femineidad. Es decir, subvertir el orden que el Espíritu
masculinizado machistamente ha impuesto, y contribuir a su sensibilización.
No pervierta el Espíritu el instinto maternal cuando encarna en el
cuerpo de una mujer, para que no se le ocurra abandonar a su pobre hijo en
un balde entre escombros.
Sea, como mujer, un Espíritu que equilibra el instituto doméstico, incluso
trabajando fuera, y no el que, de manera egoísta, desprecia al marido
–su hermano espiritual– porque no atiende sus caprichos.
Sea la mujer que esparce el perfume de su femineidad en cualquier
lugar y no la que menosprecia ser reconocida como tal.
Sea, como mujer, un ser que no abdica de su sensibilidad, para infligir
dolor a sus semejantes.
Sea, como mujer, un Espíritu que se emociona y sensibiliza y no alguien
que se burla de la emotividad ajena.
Sea, como mujer, un alma que valora el poder del sentimiento y que
no lo considere como flaqueza.
Sea, como mujer, una persona que busca la satisfacción sexual valorando
el amor.
Que sea una mujer que, incluso en medio de los compromisos humanos,
busca un tiempo para pensar en la posibilidad de ser madre y no consumir
su tiempo en la perfección de las formas físicas…
Señor, en estos días en que vemos la manipulación de la belleza femenina
como un producto comercial, o como un objeto de placer, y en que
tantas se pervierten usando su gracia femenina para dominar, consumir, obtener,
envilecer, enriquecerse y nadar en el falso placer, te rogamos, Señor, que
inspires a esos Espíritus que mal usan sus vidas como mujeres a dignificarse
y a sublimar las obligaciones que caracterizan la luz de la femineidad, sin
vanidades y falsos supuestos de haber escalado algún peldaño hacia lo Alto
por la simple utilización de la forma femenina.
Ayúdalos Señor, a ver el horizonte claro, si abdicasen de los engaños
humanos y asumiesen el papel que Dios les convidó a desempeñar.
En fin, Señor, que aprendan esos Espíritus a ser mujeres de alma y no
solamente de cuerpo…
Bendecida sea la verdadera femineidad en el Espíritu
¡Espíritus en cuerpos de mujeres! En este momento delicado que vive
la Humanidad, más necesitamos todos de que aprendan a ser grandes mujeres
que saben usar de sus nobles conquistas del sentimiento y de su inteligencia,
para elevar el patrón de su espiritualidad.
Ocupen todas las posiciones en la sociedad, con el brillo de la experiencia
única que les da la femineidad, y no repitiendo engaños que la masculinidad
desastrosamente multiplicó a través de los siglos.
El Espíritu que sabe valorar su patrimonio interior y que ya vivió mucho
y sufrió en la experiencia laboriosa como mujer a través de los siglos,
tiene un papel preponderante en la construcción de la nueva sociedad.
El Espíritu que aún no traiga tan extenso caudal por no haber vivido
tal experiencia con tanta libertad como otrora, o que sienta el llamado de la
ilusión humana con mucho clamor, le pedimos superar la sombra del materialismo
y utilizar la bendita oportunidad de la encarnación femenina para
engrandecer y pavimentar el futuro con los luminosos esfuerzos del servicio
a los demás.
Exaltemos al Espíritu que ha sabido sublimarse en el cuerpo de una
mujer, de la forma tan bien expresada por André Luiz en la obra En el Mundo
Mayor, al hacer alusión al papel convencional, pero no poco meritorio, que
tradicionalmente ha tenido aquella que cumplir, en la sociedad patriarcal:
“La mujer, santificada por el sacrificio y por el sufrimiento, se
convierte en portadora del divino amor maternal, que interviene en el
mundo para ennoblecer el sentimiento de las criaturas. (…)
La mujer digna y generosa, excelsa y cristiana, olvida el mal y
ama siempre”.
¡Espíritu en el cuerpo de una mujer! Usted tiene en las manos el poder
de transformar este mundo, porque tiene la oportunidad de desarrollar una
capacidad mayor de sentir y comprender, perdonar y amar.
¡No se entregue a luchas inútiles por la materia perecible y transitoria!
Como nos dice la iluminada Aura Celeste, Es indispensable que la
mujer cristianizada se disponga a ejemplificar los mayores sacrificios a fin
de que el erguimiento terrestre no se haga esperar.
¡Espíritu encarnado en Mujer!, ¡Deseamos que seas mujer luz y no
mujer tierra y opaca!
Cerramos con el comentario de Augusto Cezar, gracioso y muy lúcido:
“Así son las cosas, querido amigo. Si la mujer –o el Espíritu
encarnado en mujer–, nos abandona a nuestra propia suerte, negándose
a cumplir con la misión que el Cielo le atribuyó, –de contribuir a
la sensibilización del hombre y de la Humanidad–, con certeza, todos
nosotros, los hombres vinculados aún a la Tierra, estaremos perdidos…”