miércoles, 23 de mayo de 2012

ORIGEN DEL SUFRIMIENTO



ORIGEN DEL SUFRIMIENTO

Aún según el budismo, los orígenes del sufrimiento se presentan a través de condiciones internas y externas, resultando de ahí otros dos órdenes: las Kármicas y las emociones perturbadoras.
Indudablemente, conforme acentúa la doctrina espírita, el hombre es la síntesis de sus propias experiencias, autor de su destino, que elabora mediante los impositivos del determinismo y del libre albedrío.
Ese determinismo – inevitable sólo en algunos aspectos: nacimiento, muerte, reencarnación -, establece las líneas matrices de la existencia corporal, impulsando al ser en la dirección de su última fatalidad: la perfección relativa. Los factores que programan las condiciones del renacimiento en el cuerpo físico son el resultado de los actos y pensamientos de las existencias anteriores. Ser feliz cuanto antes o desventurado por largo tiempo depende del libre albedrío personal. La opción de cómo y cuándo actuar libera al espíritu del sufrimiento o lo sujeta en sus tenazas.
La vida es el resultado de los acontecimientos que a cada instante se encadenan, incesantemente. Una acción provoca una reacción correspondiente, generadora, de nuevas acciones y así sucesivamente.
De ese modo, el individuo es el resultado de sus actividades anteriores. Empero, no siempre esos efectos se le presentan inmediatamente, aunque eso no lo libera de los actos practicados.
Es posible que una experiencia fracasada o dañina, funesta o perjudicial se manifieste  a otras personas como a su autor a través de los resultados, después de la próxima o pasadas algunas reencarnaciones. Entre tanto, esos resultados llegarán de inmediato o en un tiempo más tarde. Lo cierto es que vendrán en busca de la reparación indispensable.
De la misma forma, las construcciones del bien se reflejarán en el comportamiento posterior del individuo, sin que, necesariamente, tengan carácter instantáneo. El factor tiempo, en su relatividad, es lo de menos importancia.
Por tanto, los sufrimientos humanos de naturaleza cármica pueden presentarse bajo dos aspectos que se complementen: probación o expiación. Ambos tienen por objetivo educar o reeducar, predisponiendo a las criaturas al inevitable crecimiento íntimo, en busca  de la plenitud que les aguarda.
La probación es la experiencia requerida o propuesta por los guías espirituales antes del renacimiento corporal del postulante, examinada sus fichas de evolución, evaluadas sus probabilidades de victoria y los recursos a su alcance para tal emprendimiento. Se presenta como tendencias, aptitudes, límites y posibilidades bajo control, dolores soportables y alegrías sin exageración, que permitan la más amplía cosecha de resultados educativos. Nada es impuesto, pudiendo ser alterado el calendario de los acontecimientos, sin ningún perjuicio para la programación iluminadora del aprendiz. En el plano de los compromisos, no figuran las  imposiciones más aflictivas ni mandatos traumáticos irreversibles.
Las opciones de cómo actuar se multiplican favorablemente, de manera que, habiendo aristas que alisar, ese trabajo no impone una acción inmediata por el sufrimiento.
La acción del amor brinda al ser excelentes posibilidades de alterar para su mejor empeño y sus actividades, componiéndole pruebas soportables el fracaso de alguna aspiración, el desafío ante algunas metas que le parecen inalcanzables, los dolores de los procesos de desgaste orgánico y mental, sin las caídas profundas en lo calabozos de las parálisis, de las alienaciones, de las enfermedades irrecuperables.
Si tal sucediera, aún podremos catalogar como elección personal, por creer el postulante ser ese el medio más eficaz para su felicidad próxima, librándole del yugo rudo de la inferioridad moral.
Se podrá identificar esa providencial elección, en la resignación y el coraje demostrados por el educando y hasta en la alegría que siente delante de los acontecimientos dolorosos.
De esa forma, las pruebas se manifiestan de manera suave, como lenitivos en su contenido, educan de forma consciente, incitando al aprovechamiento de la ocasión en forma eficiente y más lucrativa, con lo que equipan a aquellos que la sufren, para que se conviertan en ejemplos, apóstoles del amor, del sufrimiento, misioneros del bien, mártires de los ideales que sostienen, aunque estén en e4l anonimato de los testimonios, siempre convirtiéndose en modelos dignos de ser imitados  por otras personas.
Las pruebas cambian de curso, suavizándose o agravándose de acuerdo al desempeño del espíritu.
La elección de ciertos compromisos más difíciles en el proceso evolutivo, representa un acto de sabiduría, teniendo en cuenta la rapidez de la existencia corporal y los beneficios obtenidos que son de duración ilimitada.
Considerando la vida desde el punto de vista casual, de sus orígenes eternos, los acontecimientos en la esfera física don de breve duración, no prolongándose más que un corto periodo que, superado, deja las marcas prolongadas de cómo fueron vividos. Por tanto, son valederos cualquier empeño, los sacrificios, las pruebas y exámenes que recomponen los tejidos dilacerados del alma, heredados de las insensatas actitudes anteriores.
Todo aprendizaje requiere esfuerzo para ser asimilado y toda ascensión exige la contribución de la persistencia, de la fuerza y del valor moral.
Los compromisos negativos, pues, resurgen en el esquema de la reencarnación como pruebas sanadoras, que el amor suaviza y el trabajo edificante consuela.
No obstante, las expiaciones son impuestas, irrecusables, por constituir la medicina eficaz, la cirugía correctora para el mal que se agravó.
Semejante a lo que sucede en el área civil, el delincuente principiante tiene crédito que le disminuye la pena y aún ante los gravámenes pesados, logra cierta libertad de movimiento sin tener la libertad totalmente cercenada. El reincidente es obligado a la multa y a la prisión domiciliaria, conforme sea el caso, empero, aquel no se corrige es conducido al régimen carcelario y delante de las leyes más bárbaras, a la muerte infame.
Guardadas las proporciones, en los primeros casos, el infractor espiritual es conducido a penas, en cuanto que, en  una última hipótesis, a la expiación rigurosa. Porque el amor de Dios está vigente en todas Sus Leyes, mucho más justas que las de los hombres, sea  cual fuere el crimen, tiene por objetivo reeducar y conquistar al rebelde, no matarlo, esto es, no extinguirlo. Jamás intentan vengarse del alucinado, más bien buscan recuperarlo, porque todos son pasibles de rehabilitación.
El encarcelamiento en las parálisis, las limitaciones orgánicas y mentales, las patologías congénitas sin posibilidades de reequilibrio, ciertos tipos de locura, de cánceres, de enfermedades degenerativas se transforman en un recurso expiatorio para el infractor reincidente que, en el aprendizaje de las pruebas, agravó más la propia situación, arrojándose a los abismos de la rebeldía y de la alucinación provocada. Entre esos, están los suicidas premeditados, los homicidas fríos, los adúlteros contumaces, los explotadores de vidas, los vendedores de los placeres viciosos, tales como las drogas alucinógenas, el sexo, el alcohol, los juegos de azar, el chantaje y muchos otros elementos de la crueldad humana catalogados en los estatutos divinos. Cada   ser vive con la conciencia que estructura.
De acuerdo con sus códigos, impresos profundamente en su conciencia, recoge las resonancias como experiencias reparadoras o propiciatorias de la libertad.
En nombre del amor, hay casos de aparentes expiaciones – seres mutilados, sordo-mudos, ciegos y paralíticos, leprosos y con sida, entre otros, que escogieron esas situaciones para enseñar el coraje y el bienestar moral a los debilitados en la lucha y desolados en la redención.
Jesús, que nunca actuó incorrectamente, es el máximo ejemplo.
Después, Francisco de Asís, que eligió a la pobreza y el dolor para ascender más, no expurgaba débitos, sino que demostraba la grandiosidad de sus beneficios.
Helen Séller, Steinmetz y muchos otros héroes de ayer tanto como de hoy son lecciones vivas del amor en forma de abnegación, invitando a la felicidad y al bien.
Las expiaciones pueden ser atenuadas, pero no eliminadas.

                                    Joanna de Angelis (del libro Plenitud)