sábado, 19 de enero de 2013

LA ESCALA ESPIRITA


Un punto capital en la  Doctrina Espírita es el de las diferencias 
que existen entre los Espíritus, desde el doble punto de vista 
intelectual y moral; en este aspecto, su enseñanza nunca ha variado; 
pero no es menos esencial saber que ellos no pertenecen 
perpetuamente al mismo orden  y que, por consecuencia, estos 
órdenes no constituyen especies distintas: son diferentes grados de 
desarrollo. Los Espíritus siguen la marcha progresiva de la 
Naturaleza; los de los  órdenes inferiores son todavía imperfectos; 
han de alcanzar los grados superiores después de haberse depurado; 
avanzan en la jerarquía a medida  que adquieren las cualidades, la 
experiencia y los conocimientos que les faltan. El niño de cuna no se parece a lo que será en la edad madura y, sin embargo, es siempre el mismo ser.  La clasificación de los Espíritus está basada en su grado de adelanto, en las cualidades que han adquirido y en las imperfecciones de que han de despojarse aún. Esta clasificación, 
además, no tiene nada de absoluto; cada categoría presenta un 
carácter nítido sólo en su conjunto; pero de un grado a otro la 
transición es imperceptible y, en los límites de la misma, los matices 
se esfuman como en los reinos de la Naturaleza, como en los colores del arco iris o también  como en los diferentes  períodos de la vida humana. Por lo tanto, se puede formar un número mayor o menor de clases, según el punto de vista desde el cual se considere la cuestión. Sucede aquí lo que ocurre en todos los sistemas de clasificaciones científicas: estos sistemas pueden ser más o menos completos, más o menos racionales y cómodos para la inteligencia, pero, sea como fueren, no cambian en  nada el fondo de la  ciencia. Por tanto, los Espíritus interrogados sobre este  punto podrán haber variado en cuanto al número de categorías, sin que esto tenga trascendencia. Algunos se han aprovechado de esta aparente contradicción, sin reflexionar en el hecho de que los Espíritus no dan ninguna importancia a lo que es puramente convencional; para ellos el pensamiento lo es todo, dejando para nosotros la forma, la elección 
de los términos, las clasificaciones, en una palabra, los sistemas. 
Agreguemos todavía la siguiente consideración que nunca debe 
perderse de vista: entre los Espíritus, como también entre los 
hombres, los hay muy ignorantes, y nunca se estará bastante 
prevenido contra la tendencia en creer que todos han de ser sabios 
porque son Espíritus. Toda clasificación exige método, análisis y 
conocimiento profundo del asunto. Ahora bien, en el mundo de los 
Espíritus, los que tienen conocimientos limitados son –como los 
ignorantes en la Tierra– inhábiles para abarcar  el conjunto y para 
formular un sistema; incluso los que son capaces de hacerlo pueden 
variar en los pormenores según su punto de vista, sobre todo cuando una división no tiene nada de absoluto. Linneo, Jussieu y Tournefort han tenido cada cual su método, y la Botánica no ha variado por este motivo, porque ellos no inventaron las plantas ni sus caracteres, sino que observaron las analogías según las cuales formaron los grupos o clases. Ha sido así que también hemos procedido nosotros; no hemos inventado los Espíritus ni sus caracteres, sino que los hemos visto y observado, los hemos juzgado por sus palabras y por sus 
hechos, y después los clasificamos por sus similitudes: es lo que 
cualquier uno habría hecho en nuestro lugar. 
Sin embargo, no nos podemos atribuir la totalidad de este trabajo 
como siendo nuestro. Si el cuadro que daremos a continuación no ha sido textualmente trazado por los  Espíritus, y si nosotros hemos 
tomado la iniciativa, todos los elementos que componen el mismo 
han sido extraídos de sus enseñanzas; no nos quedaba más que 
formular su disposición material. 
Generalmente, los Espíritus admiten tres categorías principales o 
tres grandes divisiones. En la última, la que está al pie de la escala, 
se hallan los Espíritus imperfectos que todavía tienen todos o casi 
todos los grados por recorrer; se caracterizan por el predominio de la materia sobre el Espíritu y por  su propensión al  mal. Los de la 
segunda categoría se caracterizan  por el predominio del Espíritu 
sobre la materia y por el deseo del bien: son los Espíritus buenos. En fin, la primera comprende los Espíritus puros, que han alcanzado el grado supremo de perfección.  
Esta división nos parece perfectamente racional y presenta 
caracteres bien nítidos; sólo nos  quedaba por hacer resaltar, por 
medio de un número suficiente de subdivisiones,  los principales 
matices del conjunto, y es lo que hemos hecho con la colaboración 
de los Espíritus, cuyas benévolas instrucciones nunca nos han 
faltado. 
Con la ayuda de este  cuadro será fácil determinar el rango y el 
grado de superioridad o de inferioridad de los Espíritus con los 
cuales podemos entrar
en relación y, por consecuencia, el grado de confianza y de estima 
que merecen. Además de ello, nos  interesa personalmente porque 
pertenecemos, a causa de nuestra alma, al mundo espírita –al cual 
retornaremos al dejar nuestra envoltura mortal– y esto nos muestra 
lo que nos falta hacer para llegar a la perfección y al bien supremo. 
No obstante, haremos notar que los Espíritus no siempre pertenecen 
exclusivamente a tal o cual clase; ya que su progreso se realiza en 
forma gradual y a menudo más en un sentido que en otro, pueden 
reunir los caracteres de varias categorías, lo que fácilmente puede 
apreciarse por su lenguaje y por sus actos. 
Escala espírita 

TERCER ORDEN – ESPÍRITUS IMPERFECTOS 

Caracteres generales – Predominio de la materia sobre el 
Espíritu. Propensión al mal. Ignorancia, orgullo, egoísmo y todas las 
malas pasiones que son su consecuencia.  
Tienen la intuición de Dios, pero no lo comprenden. 
Todos no son esencialmente malos, y en algunos hay más ligereza, 
inconsecuencia y malicia que verdadera maldad. Unos no hacen ni el bien ni el mal, pero por el simple hecho de no practicar el bien 
denotan su inferioridad. Otros, por el contrario, se complacen en el 
mal y se sienten satisfechos cuando encuentran la ocasión de 
hacerlo. 
Pueden aliar la inteligencia a la maldad o a la malicia; pero, sea 
cual fuere su desarrollo intelectual, sus ideas son  poco elevadas y 
sus sentimientos más o menos abyectos.  
Sus conocimientos acerca de las  cosas del mundo espírita son 
limitados, y lo poco que saben se confunde con las ideas y prejuicios de la vida corporal. Al respecto, sólo pueden darnos nociones falsas e incompletas, pero el observador atento encuentra con frecuencia en sus comunicaciones –aunque imperfectas– la confirmación de grandes verdades enseñadas por los Espíritus superiores. Su carácter se revela por su lenguaje. Todo Espíritu que, en sus comunicaciones, deje escapar  un pensamiento malo, puede ser incluido en el tercer orden;  por consecuencia, todo pensamiento 
malo que nos sea sugerido proviene de un Espíritu de este orden.  
Éstos ven la felicidad de los buenos y esta visión es para ellos un 
tormento incesante, porque sienten todas las angustias que pueden 
producir la envidia y los celos. 
Conservan el recuerdo y la percepción de los sufrimientos de la 
vida corporal, y esta impresión es frecuentemente más penosa que la realidad. Por lo tanto, sufren verdaderamente no sólo por los males que han soportado, sino también por los que han ocasionado a otros; y como sufren por mucho tiempo, creen que siempre han de sufrir: Dios, para punirlos, quiere que así lo crean. 
Podemos dividirlos en cuatro clases principales. 
Novena clase.  ESPÍRITUS IMPUROS – Tienen inclinación 
hacia el mal y hacen de éste el objeto de sus preocupaciones. Como 
Espíritus, dan consejos pérfidos, promueven la discordia y la 
desconfianza y, para engañar mejor, adoptan todas las máscaras. Se 
vinculan a los caracteres bastante débiles capaces  de ceder a sus 
sugestiones, a fin de arrastrarlos hacia la perdición, y están 
satisfechos cuando consiguen retardar su adelanto al hacerlos 
sucumbir en las pruebas que enfrentan. 
En las manifestaciones se los reconoce por su  lenguaje; la 
trivialidad y la grosería de sus expresiones, tanto entre los Espíritus 
como entre los hombres, son siempre un indicio de inferioridad 
moral y hasta intelectual. Sus comunicaciones revelan la bajeza de 
sus inclinaciones, y  si quieren inducir a  engaño hablando de una 
manera sensata, no pueden desempeñar su papel por mucho tiempo 
y terminan siempre por delatar su origen. 
Ciertos pueblos han hecho de ellos divinidades maléficas, y otros 
los designan con los nombres de demonios, genios malos o Espíritus 
del mal. 
Los seres vivos a quienes animan, cuando están encarnados, 
tienen inclinación hacia todos los vicios que engendran las pasiones 
viles y degradantes: el sensualismo, la crueldad, la bellaquería, la 
hipocresía, la codicia y la sórdida avaricia.  
Hacen el mal por el placer  de hacerlo –muy a menudo sin 
motivos–, y por odio al bien escogen casi siempre sus víctimas entre 
las personas honradas.  Son flagelos para la Humanidad, sea cual 
fuere la clase social a que pertenezcan, y el barniz de la civilización 
no los libra del oprobio y de la ignominia. 
Octava clase. ESPÍRITUS LIGEROS –  Son ignorantes, 
maliciosos, inconsecuentes y burlones. Se entrometen en todo, y a 
todo responden sin preocuparse con la verdad. Se complacen en 
causar pequeñas contrariedades y picardías, en chismear y en inducir maliciosamente a error por medio de mistificaciones y travesuras. A esta clase pertenecen los Espíritus vulgarmente designados con los nombres de  duendes, gnomos y trasgos, los cuales están bajo la dependencia de los Espíritus superiores, que a menudo los emplean,
como nosotros lo hacemos con nuestros servidores y peones. 
Parecen más que otros apegados a la materia y dan la impresión de 
ser los agentes principales de las  vicisitudes de los elementos del 
globo, ya sea que habiten en el aire, en el agua, en el fuego, en los 
cuerpos duros o en las  entrañas de la Tierra. A
menudo manifiestan su presencia  por medio de efectos sensibles, 
como golpes, movimientos y desplazamientos anormales de cuerpos 
sólidos, agitación del aire, etcétera, lo que los ha hecho acreedores al 
nombre de Espíritus golpeadores o perturbadores. Se reconoce que 
esos fenómenos no son de ninguna manera debidos a una causa 
fortuita y natural cuando tienen un carácter intencional e inteligente. 
Todos los Espíritus pueden producir estos fenómenos, pero en 
general los Espíritus elevados ceden esas atribuciones a los Espíritus inferiores, porque éstos son más aptos para las cosas materiales que para las inteligentes. 
En sus comunicaciones con los hombres, su lenguaje es a veces 
espirituoso y chistoso, pero casi siempre superficial; captan las 
extravagancias y ridiculeces que  expresan con rasgos mordaces y 
satíricos. Cuando usurpan algún nombre, lo hacen más por malicia 
que por maldad. 
Séptima clase. ESPÍRITUS PSEUDOSABIOS – Sus 
conocimientos son bastantes amplios, pero creen saber más de lo 
que en realidad saben. Al haber realizado algún progreso en diversos puntos de vista, su lenguaje  tiene un carácter serio que puede engañar acerca de sus  capacidades y luces; pero, a menudo, no es más que un reflejo de los prejuicios y de las ideas sistemáticas de la vida terrestre; es una mezcla de algunas verdades al lado de los más absurdos errores, en medio de los cuales se descubren la presunción, 
el orgullo, los celos y la terquedad de que no han podido despojarse. 
Sexta clase. ESPÍRITUS NEUTROS – No son ni lo bastante 
buenos para hacer el bien, ni lo suficientemente malos para hacer el 
mal; se inclinan igualmente hacia el uno como hacia el otro, y no se 
elevan por encima de la condición vulgar de la Humanidad, ni moral ni intelectualmente. Tienen apego a las cosas  de este mundo, de cuyos goces groseros sienten nostalgia. 
SEGUNDO ORDEN – ESPÍRITUS BUENOS 
Caracteres generales – Predominio del Espíritu sobre la materia; 
deseo del bien. Sus cualidades y su poder para hacer el bien están en 
razón del grado a que han llegado: unos tienen el conocimiento, 
otros la sabiduría y otros la bondad; los más adelantados reúnen el 
saber a las cualidades morales.  Al no estar aún completamente 
desmaterializados, conservan más  o menos –según  su rango– los 
trazos de la existencia corporal, ya sea en la forma del lenguaje o en 
sus hábitos, en los que incluso vuelven a encontrarse algunas de sus 
manías; de otro modo, serían Espíritus perfectos. 
Comprenden a Dios y al infinito, y gozan ya de la felicidad de los 
buenos; son dichosos por el bien que hacen y por el mal que 
impiden. El amor
que los une es para ellos la fuente de una dicha inefable no alterada 
por la envidia, ni por los remordimientos, ni por ninguna de las 
malas pasiones que atormentan a  los Espíritus imperfectos; pero, 
aún, todos ellos han de pasar  pruebas hasta que alcancen la 
perfección absoluta. 
Como Espíritus, inspiran buenos pensamientos, apartan a los 
hombres de la senda del mal, protegen durante la vida a los que se 
hacen dignos de su protección y  neutralizan la influencia de los 
Espíritus imperfectos sobre los que no se complacen en tolerarla. 
Como encarnados son buenos y benévolos para con sus 
semejantes; no están movidos por el orgullo, ni por el egoísmo, ni 
por la ambición; no sienten odio, rencor, envidia ni celos y hacen el 
bien por el bien mismo. 
A este orden pertenecen los Espíritus designados en las creencias 
vulgares con los nombres de  genios buenos, genios protectores y 
Espíritus del bien.  En tiempos de superstición e ignorancia se ha 
hecho de ellos divinidades benéficas. 
Se los puede igualmente dividir en cuatro grupos principales. 
Quinta clase. ESPÍRITUS BENÉVOLOS – Su cualidad 
dominante es la bondad; se complacen en prestar servicios a los 
hombres y protegerlos, pero sus  conocimientos son limitados: su 
progreso se ha realizado más en el sentido moral que en el sentido 
intelectual. 
Cuarta clase. ESPÍRITUS ERUDITOS – Lo que especialmente 
los distingue es la amplitud de sus conocimientos. Se preocupan 
menos con las cuestiones morales que con las científicas, para las 
cuales tienen más aptitud; pero sólo encaran la ciencia desde el 
punto de vista de la utilidad, y en ello no mezclan a ninguna de las 
pasiones que son propias de los Espíritus imperfectos. 
Tercera clase. ESPÍRITUS DE SABIDURÍA – Las cualidades 
morales del orden más  elevado forman su carácter distintivo. Sin 
tener conocimientos ilimitados, están dotados de una capacidad 
intelectual que les proporciona un juicio recto acerca de los hombres 
y de las cosas. 
Segunda clase. ESPÍRITUS SUPERIORES – Reúnen el 
conocimiento, la sabiduría y la  bondad. Su lenguaje sólo refleja 
benevolencia y es constantemente digno, elevado y frecuentemente 
sublime. Su superioridad los hace más aptos que a los otros para 
darnos las nociones más justas sobre las cosas del mundo 
incorpóreo, dentro de  los límites de aquello  que es permitido al 
hombre conocer. Se comunican de buen grado con aquellos que de 
buena fe buscan la verdad y cuyas almas están lo suficientemente 
desprendidas de los lazos terrestres como para comprenderla; pero 
se alejan de los que solamente están animados por
la curiosidad o a quienes la influencia de la  materia desvía de la 
práctica del bien.  
Cuando, por excepción, encarnan en la Tierra, es para cumplir una 
misión de progreso y, entonces, nos ofrecen el tipo de perfección a 
la que puede aspirar la Humanidad en este mundo.
PRIMER ORDEN – ESPÍRITUS PUROS 
Caracteres generales – Influencia nula de la materia. 
Superioridad intelectual y moral absoluta con relación a los Espíritus 
de los otros órdenes. 
Primera clase. Clase única – Han recorrido todos los grados de la 
escala y se han despojado de todas las impurezas de la materia. Por 
haber alcanzado la suma de perfección de la cual es susceptible la 
criatura, no han de sufrir más pruebas ni expiaciones. Al no estar 
más sujetos a la reencarnación en cuerpos perecederos, la vida es 
para ellos eterna y la disfrutan en el seno de Dios. 
Gozan de una felicidad inalterable, porque no están sujetos a las 
necesidades ni a las vicisitudes de la vida material; pero esta 
felicidad no es de manera alguna la de una ociosidad monótona que 
transcurre en una perpetua contemplación. Son los mensajeros y 
los ministros de Dios, cuyas órdenes ejecutan para el mantenimiento 
de la armonía universal. Comandan a todos los Espíritus que les son 
inferiores, ayudándolos a perfeccionarse y asignándoles su misión. 
Asistir a los hombres en sus aflicciones, inclinarlos al bien o a la 
expiación de las faltas que los alejan de la felicidad suprema, es para 
ellos una agradable  ocupación. A veces son designados con los 
nombres de ángeles, arcángeles o serafines. 
Los hombres pueden entrar en comunicación con ellos, pero muy 
presuntuoso sería quien pretendiese tenerlos constantemente a sus 
órdenes. 
ESPÍRITUS ERRANTES O ENCARNADOS 
En el aspecto de las cualidades íntimas, los Espíritus son de 
diferentes órdenes, que recorren sucesivamente a medida que se 
depuran. Con respecto al  estado en que se encuentran, pueden 
hallarse: encarnados, es decir, unidos a un cuerpo en algún 
mundo, o  errantes, es decir, despojados del cuerpo material y 
esperando una nueva encarnación para mejorarse. 
Los Espíritus errantes no forman una categoría especial: es uno de 
los estados en los cuales pueden encontrarse. 
El estado errante o de erraticidad de manera ninguna constituye 
una inferioridad para los
Espíritus, puesto que pueden allí haberlos en todos los grados. Todo 
Espíritu que no esté encarnado es, por esto mismo,  errante, con 
excepción de los Espíritus puros que, al no tener que pasar más por 
encarnaciones, se encuentran en su estado definitivo. 
Al ser la encarnación un  estado transitorio, la  erraticidad es en 
realidad el estado normal de los Espíritus, y de ningún modo este 
estado es forzosamente una expiación para ellos; son felices o 
infelices según el grado de su elevación y de  acuerdo al bien o al 
mal que hayan hecho.

EL ORGULLO


Si recorremos, palabra a palabra, todas las obras dejadas por Allan Kardec, llegaremos a la conclusión de la necesidad que tenemos todos de combatir, en nosotros mismos, el orgullo, el egoísmo y la insensata vanidad. 
Una que otra vez, oradores espíritas, se quejan, y con razón, de la insuficiencia de los diccionarios, no solo los nacionales, sino también los de otros idiomas, en suministrarnos elementos para la comprensión exacta de los tres términos tan enfatizados por los Espíritus Superiores que asistieron al Codificador en su bendita misión de traernos a Cristo de regreso, posibilitándonos la fe razonada, dentro de la lógica de la Reencarnación.

Veamos sólo cuatro de esos léxicos:

1 – Diccionario Contemporáneo de la Lengua Portuguesa, de Caldas Aulete (Rio, Editora Delta, 5ª Edición, 1970, Volumen IV, p. 2597)
Orgullo, s.m. elevado concepto que alguien se hace de sí mismo; especie de amor propio que nos inspira una idea exagerada de nuestro mérito o que nos incita a inculcarlo a otros, egoísmo. (....) F. Germ. Urgoli a través de la  prov. cat. Cf. Antenor Nascentes, Diccionario Etimológico.”

2 – Nuevo Diccionario de la Lengua Portuguesa, de Aurélio Buarque de Holanda Ferreira (Rio, Editora Nueva Frontera, 2ª edición, revisada y aumentada, s.d., p. 1232): 

“Orgullo [Del francés urguli, ‘excelencia’, atr. del cat. orgull y del esp. orgullo.] s.m. 1. Sentimiento de dignidad personal, brío, altivez. 2. Concepto elevado o exagerado de sí mismo; demasiado amor propio; soberbia.”

3 – Pequeño Diccionario de la Lengua Portuguesa, por Cândido de Figueiredo (Lisboa-Portugal-Brasil, Sociedad Editora Arthur Brandão & Cía, Rua de la Condesa, 80, s.d., p. 1003):
“Orgullo, 
m. Sentimiento o estado del alma, donde se forma el concepto elevado, que alguien hace de sí mismo. Soberbia. Pundonor, sentimiento de dignidad personal. Legítima ufanía. (Del ant. Al. Orguol).”


4 – Gran Diccionario Etimológico-Prosódico de la Lengua Portuguesa, por Francisco da Silveira Bueno (Santos, São Paulo, Editora Brasilia, 1974, 6º Volumen, p. 2766)
Orgullo–s.m. Soberbia, presunción, vanidad, infatuación. Del francés orgoli, a través del esp. Orgullo. En catalán orgull.”

A fin de cuentas, se ha de preguntar el lector: realmente, ¿qué es el orgullo, desde el punto de vista práctico? ¿A través de que medios podré tomar conciencia plena de que soy orgulloso?

Felizmente, en 1994, en Italia, un doctor en letras clásicas y filosofía, profesor de latín y griego–Antonio Poliseno–, escribió I difetti degli altri, lanzado en Brasil, por la Editora Paulus, en 1996 (Trad. De Georges I. Maissiat, Revisión de Iranildo B. Lopes), con el título de Los defectos de los otros.

De este libro, admirable bajo todos los aspectos, vamos a transcribir algunos fragmentos, enumerado por nosotros, tan sólo del Cap. 24 –“El Orgulloso”–, que se extiende de la p. 112 a la 116:

1.”�?l se enorgullece de su altura, de su belleza, del encanto de sus ojos, de la fuerza de sus músculos, de sus virtudes y de su inteligencia. Y voy a parar aquí, pues no sería capaz de enumerar todos dones excepcionales de los que se juzga poseedor y de los cuales se alaba, elogiándose a sí mismo. En una palabra, se enorgullece de sí mismo; y en este ‘sí’ están reunidas todas las prendas de las que se pavonea. Y tal vez fuese un orgullo justificado, si de hecho poseyese todas esas cualidades de las que se jacta y si ese sentimiento no fuese exagerado.

Pero exagera y, más que orgulloso de sí mismo, está lleno de sí mismo; es un orgulloso en sentido pleno, pues posee todas las características de ese defecto tan común como reprobable. Camina con el pecho hinchado, altivo, pisando muy firme y erguido sobre los demás: quien está convencido de que todo el mundo le pertenece, necesita dejar muy evidentes todas las marcas de su presencia. Es verdad que las apariencias nunca son tan solo apariencias, pues al final tendrán que ser apariencias de algo; pero, si su orgullo se limitase sólo a ciertas actitudes externas, menos mal. Sin embargo, el orgullo, es un defecto del alma, invadiendo lo más íntimo de la persona humana; es el vicio de la inteligencia, así como la humildad es su virtud. Pues bien, como la inteligencia es la parte más noble del ser humano, su virtud es la mayor de todas las virtudes y su vicio es el peor de todos los vicios. (....)

2. El orgullo no encuentra hospedaje en una persona de inteligencia equilibrada: ésta se rinde a la constatación de la verdad, que acabó con cualquier presunción. La realidad de nuestras propias limitaciones es el más eficaz de los convites a la humildad. Es de los labios de los científicos y filósofos, esto es, de las personas realmente sabias que se recogen las más sorprendentes manifestaciones condenando cualquier tipo de orgullo. Una cultura que despertase el orgullo no sería una cultura con C mayúscula –que se coloca ante la realidad con la intención de comprenderla–, pues sería una cultura que presta culto a su propio Ego.

3. El orgulloso no se preocupa de conocer la verdad, sino apenas en ocupar una posición en la que pueda ser el centro la norma; libre de cualquier subordinado, pretende que todo esté sujeto a sí mismo.

4. La afirmación de que el orgullo es el padre de todos los vicios no es un lugar común, repetido por el uso, sino una verdad que justifica esa afirmación.

5. El orgulloso posee todos los vicios.

Es egoísta. Coloca su persona en el centro de todo, sirviéndose de una inteligencia incensada por el orgullo para justificar este egoísmo suyo.

Es injustoDe hecho, justicia significa respetar los derechos de los demás, mientras que el orgulloso sólo reconoce un derecho: el suyo, que no le impone ninguna especie de obligación, pues él ignora la correlatividad de los términos y la dialéctica de las relaciones en la vida en sociedad.

Es ingrato. Sólo el recuerdo de cualquier dependencia, próxima o remota, ya lo hace sufrir y se libera de ella rechazándola; mientras que la gratitud envuelve el reconocimiento de que una mano extraña nos ayudó a ser lo que somos. �?l es fruto sólo de sí mismo, pues el orgullo no le permite compartir con otros sus merecimientos. �?l no tiene religión. Quién no admite ninguna dependencia de Dios, ¿cómo podría tolerar que su alma se vuelva agradecida al Creador? El sentimiento religioso se basa en el reconocimiento de que fuimos creados y de que existe un Dios que cuida de todo; sin embargo, el orgulloso, no precisó que lo ayudasen a nacer y tampoco precisa que lo ayuden a vivir: ¡su orgullo cuidará de todo!

Es inmoralEs incapaz de admitir vínculos morales para su comportamiento quien se juzga superior a las leyes. Sus actos no precisan respetar moral alguna, mas imponen a otros normas morales.

Es fanfarrón. Está siempre hablando de sí, atribuyéndose elogios por hazañas jamás realizadas; expone como proezas actos que solamente su exagerada jactancia considera como tales. Es prepotente, arrogante, insolente y violento.


Y yo podría señalar, no para demostrar que el orgullo es de hecho el padre de todos los vicios, sino por que el orgulloso realmente los posee todos, incluso el de presentarse con actitudes humildes y modestas.

6. Y cuando el orgulloso habla de los otros, lo hace con desprecio y con sentimientos de compasión. Está claro que conversar contigo sobre ti y sobre los otros ya sería un acto excepcional; habitualmente evita la compañía de los demás, incapaces de comprenderlo, recogiéndose a meditar sobre su incomprendida grandeza.

7. Solamente él es capaz de entender su Ego y de dialogar con su orgullo; los otros son míseros mortales que merecen el desprecio o si él hasta quisiera ser benévolo, su compasión. Ya que lo quiere así, déjenlo solito; no lo perturben en la meditación sobre sus merecimientos. De eso se encargará la amarga soledad, que lo punirá por su orgullo. Cuando tuviere necesidad de los otros, no los encontrará. Es el castigo que se merece. Sólo que, entonces, nos acusará a todos de ser orgullosos. Es muy cierto que los defectos de los demás son los nuestros vistos en los otros.

Pero, ¿será que esta meticulosa excavación hecha en el alma vivida del orgulloso estará realmente exenta de un secreto deseo de descubrir en él algo que existe dentro de nosotros mismos?

Está claro que el orgulloso hace mal en acusar a los otros de orgullo; pero, ¿quién de nosotros estará totalmente inmune de un vicio que nació junto con el ser humano y que tal vez lo verá morir? Que no seamos totalmente víctimas de un vicio no significa que estemos totalmente exentos de él. Existen dos cosas irreales: un ser humano que sólo tenga vicios y, por otro lado, un ser humano que sólo tenga virtudes.”

En el Diccionario de Psicología y Psicoanálisis, de Álvaro Cabral (Editora Expresión y Cultura, s.d., p. 272), encontramos esta síntesis para el término Orgullo Neurótico:“Concepto central del sistema de orgullo definido por Karen HORNEY (cf. Nuestros Conflictos Interiores y Neurosis, yDesenvolvimiento Humano) El sistema consiste en la totalidad de atributos neuróticamente evaluados y odiados del yo. La evaluación puede incidir sobre atributos inexistentes o cuando existentes, extremadamente exagerados. Por otra parte, los atributos odiados son generalmente reales y la exageración que los envuelve es una consecuencia de la exageración del mismo sentimiento de odio. Y el orgullo neurótico es el reflejo de una exagerada e irracional evaluación de las supuestas características personales.”

Emmanuel, en el Capítulo 101 –“La cortina del yo”–, de Fuente Viva, recibido por el médium Francisco Cândido Xavier (Rio, FEB, con prefacio datado en Pedro Leopoldo, 11 de febrero de 1956, pp. 231-233), estudiando a Pablo en Filipenses, 2:21– “Porque todos buscan lo que es suyo y no lo que es de Jesucristo.”–, entre otras consideraciones, nos ilustra:

“Por detrás de la cortina del “yo”, conservamos lamentable ceguera frente a la vida. (...).

La antigua leyenda de Narciso permanece viva, en nuestros mínimos gestos, en mayor o menor porción.

En todo y en todas partes, nos apasionamos por nuestra propia imagen.

En los seres queridos, habitualmente nos amamos a nosotros mismos, porque, si demuestran puntos de vista diferentes de los nuestros, aun cuando sean superiores a los principios que abrazamos, instintivamente disminuimos el cariño que les consagrábamos.

En las obras del bien a las que nos dedicamos, estimamos, por encima de todo, los métodos y procesos que se exteriorizan de nuestro modo de ser y de entender, porque si el trabajo evoluciona o se perfecciona, reflejando el pensamiento de otras personalidades por encima de la nuestra, operamos, casi sin percibirlo, una disminución de nuestro interés con los trabajos iniciados.

Aceptamos la colaboración ajena, pero sentimos dificultades para ofrecer el concurso que nos compete.

Si no hallamos en una posición superior, donamos con alegría una fortuna al hermano necesitado que sigue con nosotros en condición de subalterno, a fin de contemplar con voluptuosidad nuestras cualidades nobles en el reconocimiento de largo curso al que se siente constreñido, pero rara vez concedemos una sonrisa de buena voluntad al compañero más rico o más fuerte, puesto por los Designios Divinos a nuestro frente.

En todos los pasos de la lucha humana, encontramos la virtud rodeada de vicios y el conocimiento dignificante casi sofocado por los espinos de la ignorancia, porque, infelizmente, cada uno de nosotros, de modo general, vive buscando su propio ‘yo’.

Entretanto, gracias a la Bondad de Dios, el sufrimiento y la muerte nos sorprenden, en la experiencia del cuerpo y más allá de ella, arrebatándonos a los vastos continentes de la meditación y de la humildad, donde aprenderemos, poco a poco, a buscar lo que pertenece a Jesucristo, en favor de nuestra verdadera felicidad, dentro de la gloria de vivir.”

Que el Divino Maestro continúe bendiciéndonos y podamos, con denuedo, esforzarnos en el sentido de tener conciencia de nuestro propio orgullo, para que, poco a poco, vayamos a ingresar, aun tropezando, en la senda que más temprano o más tarde será frecuentada un día por todos nosotros, ya que el Espíritu progresa siempre y nunca retrograde –¡la de la Humildad!

Por Elias Barbosa

martes, 15 de enero de 2013

El aparecido de mademoiselle Clairon



Esta historia tuvo una gran repercusión en su tiempo, por la 
posición de la heroína y por el gran número  de personas que 
atestiguó lo ocurrido. A pesar  de su singularidad, ya sería 
probablemente olvidada si mademoiselle Clairon no la hubiese 
consignado en sus Memorias, de donde nosotros hemos extraído el 
relato que vamos a hacer.  La analogía que ella presenta con 
algunos de los hechos que pasan hoy en día le da un lugar natural en esta Compilación.  Mademoiselle Clairon, como se  sabe, era tan notable por su belleza como por su talento de cantante y de actriz trágica; ella había inspirado a un joven bretón, el Sr. S..., una de esas pasiones que frecuentemente deciden una vida, cuando no se tiene  la suficiente fuerza de carácter para vencerla. Mademoiselle Clairon no correspondió sino con la amistad; sin embargo, las asiduidades del Sr. S... se volvieron tan inoportunas que ella decidió romper toda relación con él. La tristeza que él sintió le causó una larga enfermedad de la cual falleció. El hecho sucedió en 1743. Dejemos ahora hablar a mademoiselle Clairon.  
«Dos años y medio habían pasado desde que nos conocimos hasta 
su muerte. Envió a alguien para rogarme que yo le concediera la 
dulzura de verlo en sus últimos momentos; mis allegados me 
impidieron acceder a esa solicitud. Murió en la sola presencia de sus criados y de una dama anciana, que era la única compañía que tenía desde hacía mucho tiempo. En aquel entonces él vivía cerca de La Chaussée d'Antin, próximo a las  murallas que comenzaban a ser construidas; yo, en la rue de Bussy, cerca de la rue de Seine (calle del Sena) y de la abadía Saint-Germain (San Germán). Yo estaba con mi madre y con varios amigos que vinieron a cenar conmigo... Había terminado de cantar algunas bellas melodías                                            
IV Mademoiselle Clairon nació en  1723 y falleció en 1803. Debutó en la Compañía Italiana a la edad de 13 años y en la Comédie Française en 1743. Se retiró del 
teatro en 1765, a la edad de 42 años. [Nota de Allan Kardec.]
pastorales que hubieron encantado a mis amigos, cuando al sonar las once horas se produjo un grito muy agudo. Su modulación sombría y su duración causaron espanto a todos; me sentí desfallecer y estuve casi un cuarto de hora sin conocimiento...  
«Toda mi gente, mis amigos, mis vecinos, incluso la policía, han 
escuchado ese mismo grito, siempre a la misma hora, saliendo 
siempre por debajo de mis ventanas y pareciendo surgir de la 
vaguedad del aire... Raramente yo cenaba en la ciudad, pero cuando lo hacía no se escuchaba nada, y  varias veces, al preguntar a mi madre y a mi gente sobre si había alguna novedad, cuando entraba en mi cuarto el grito surgía entre  nosotros. Una vez, el presidente B..., en cuya casa había cenado, quiso llevarme a mi hogar para asegurarse que nada me sucedería en el camino. En el momento en que se despedía en mi puerta, el grito surgió entre él y yo. Así como toda París, él sabía de esta historia: no obstante, lo recondujeron a su carroza más muerto que vivo.  
«En otra oportunidad le pedí a mi amigo Rosely que me 
acompañase a la rue Saint-Honoré (calle San Honorato) para elegir 
algunas telas. El único asunto de nuestra conversación era mi 
aparecido (así se lo llamaba). Este joven, lleno de espíritu, no creía 
en nada; sin embargo, había quedado impresionado con mi aventura 
y me urgía a evocar el fantasma, prometiéndome creer en él si me 
contestase. Ya sea por debilidad o por audacia, hice lo que me pedía: el grito se escuchó tres veces y fue terrible por su estallido y rapidez. A nuestro regreso, fue necesario el socorro de todos para sacarnos del carruaje donde ambos estábamos desvanecidos. Después de esta escena permanecí algunos meses sin escuchar nada. Creí haberme liberado para siempre, pero estaba equivocada.  
«Todos los espectáculos habían sido transferidos a Versalles para 
el casamiento del Delfín.  Me habían reservado un cuarto en la 
avenue de Saint-Cloud (avenida San Cloud), que ocupé con la 
señora Grandval. A las tres horas de la madrugada, le dije: Estamos 
en el fin del mundo; sería muy difícil que el grito nos buscara aquí... 
¡Y éste se hizo escuchar! La señora Grandval creyó que el infierno 
entero estaba en el cuarto; corrió en camisón de arriba a abajo de la 
casa, donde nadie pudo dormir esa noche; por lo menos, ésa ha sido 
la última vez que el grito surgió. «Siete u ocho días después,  mientras conversaba con mis compañías habituales, la campanada de las once horas se hizo seguir de un tiro de fusil disparado en una de mis ventanas. Todos escuchamos el tiro; todos vimos el fogonazo; la ventana no presentaba ningún tipo de daño. Dedujimos que lo que se quería era mi vida, que habían errado el blanco y que era necesario tomar precauciones para el futuro. El Sr. Marville, que en aquel entonces era teniente de policía, hizo inspeccionar todas las casas ubicadas enfrente de la mía; en mi calle fueron apostados todos los espías posibles; pero, por más cuidados que se hubieron tomado, durante tres meses seguidos ese tiro fue visto y escuchado, siendo disparado siempre a la misma hora y en la misma ventana, sin que nadie haya podido nunca ver de qué lugar partía. De  este hecho ha quedado constancia en los registros de la policía.  
«Acostumbrada a mi aparecido, al que yo no consideraba una 
mala persona, ya que se limitaba a hacerme jugarretas, no me di 
cuenta de la hora que era –puesto que hacía mucho calor– y abrí la 
ventana en cuestión, apoyándonos el administrador y yo sobre el 
balcón. Al sonar las once horas el tiro disparó y nos arrojó a ambos 
al centro del cuarto, donde caímos como muertos. Cuando nos 
recuperamos, fuimos a ver si no teníamos nada, y nos echamos a reír como locos cuando constatamos que cada uno había recibido la más terrible bofetada que jamás nos hayan dado, a él en la mejilla 
izquierda y a mí en la derecha.  
«Dos días después, al ser invitada por mademoiselle Dumesnil 
  a asistir a una pequeña fiesta nocturna que ella daba en su casa de 
Barrière Blanche  (Barrera Blanca), tomé un fiacre 
  a las once horas con mi criada. Bajo un bello claro de luna fuimos conducidas por los bulevares que comenzaban a poblarse de casas. Mi criada me dijo: ¿No fue aquí que murió el Sr. S...? –Según las informaciones que he recibido, debe ser ahí, le dije, indicándole con mi dedo a una de las dos casas que teníamos delante nuestro. Y de una de las dos se disparó el mismo tiro de fusil que me perseguía: atravesó nuestro carruaje e hizo conque el cochero redoblase la velocidad, creyéndose que estaba siendo atacado por ladrones. Llegamos a la fiesta estando apenas recompuestas y,  por mi parte, presa de un terror que –confieso– he conservado por mucho tiempo; pero esta proeza ha sido la última con armas de fuego.  
«A la explosión siguió un palmoteo, que repetía un determinado 
compás. Ese ruido, al cual la bondad del público me había 
acostumbrado, no me ha dejado  hacer ningunas  observaciones 
durante largo tiempo; mis amigos las hicieron por mí. Hemos 
espiado –me han dicho– y es a las once horas que se produce, casi 
bajo vuestra puerta; nosotros lo hemos escuchado, pero no vimos a 
nadie; esto no puede ser otra cosa que la continuidad de lo que 
habéis pasado. Como este ruido no tenía nada de terrible, no 
conservé el tiempo de su duración. Tampoco presté atención a los 
sonidos melodiosos que después se hicieron escuchar; parecía que 
una voz celestial recitase un aria noble y conmovedora que iba a ser 
cantada; esta voz comenzaba en el carrefour de Bussy (cruce Bussy) y finalizaba en mi puerta; al igual que como había sucedido con todos los sonidos anteriores, éstos se escuchaban pero no se veía nada. En fin, todo cesó después de un poco más de dos años y 
medio.» Posteriormente, mademoiselle Clairon se enteró a través de la dama anciana que había sido la única amiga devota del Sr. S..., el relato de sus últimos momentos.  «Él contaba –decía la anciana–  todos los minutos, cuando a las diez y media su lacayo vino a decirle que, decididamente, vos no vendríais. Después de un momento de silencio, tomó mi mano con una desesperación creciente que me asustó y dijo: ¡Insensible!... No ganará nada con eso; ¡la perseguiré después de mi muerte tanto como la he perseguido durante mi vida!... Quise tratar de calmarlo, 
pero había muerto.» En la edición que nosotros tenemos a la vista, este relato es precedido por la siguiente nota sin firma:  
«He aquí una anécdota muy singular que sin duda ha suscitado y 
suscitará los más diferentes juicios. Se adora lo maravilloso, incluso 
sin creer en ello: mademoiselle  Clairon parece convencida de la 
realidad de los hechos que cuenta. Nos contentaremos en hacer notar que en el tiempo en que fue  o se creyó atormentada por su 
aparecido, ella tenía de veintidós años y medio a veinticinco; ésta es la edad de la imaginación, y esa facultad era continuamente ejercida y exaltada en ella por el género de vida que llevaba en el teatro y fuera del mismo. Recordemos que dijo, en el comienzo de sus Memorias que, en su infancia, solamente le contaban aventuras de aparecidos y de hechiceros, que le aseguraban que se trataba de 
historias verdaderas.»  Al no conocer el hecho sino por el relato de mademoiselle Clairon, sólo podemos juzgar por inducción; ahora bien, he aquí nuestro razonamiento. Este acontecimiento, descrito en sus más mínimos detalles por la propia mademoiselle Clairon, tiene más autenticidad que si hubiera sido narrado por un tercero. Agreguemos que cuando ella escribió la carta en la que se encuentra el relato tenía aproximadamente sesenta años, y que había pasado la edad de la credulidad de que habla el autor de la nota. Este autor no pone en duda la buena fe de mademoiselle Clairon sobre su aventura; únicamente piensa que ella ha podido ser el juguete de una ilusión. Que lo haya sido una vez, no sería nada sorprendente; pero que lo haya sido durante dos años y medio, esto nos parece más difícil, y más difícil aún es suponer que esta ilusión haya sido compartida por tantas personas, testigos oculares y auriculares de los hechos, y hasta por la propia policía. Para nosotros, que conocemos lo que puede ocurrir en las manifestaciones espíritas, la  aventura no tiene nada que pueda sorprendernos, y la damos como  probable. En esta 
hipótesis, no tenemos dudas en pensar que el autor de todas esas 
malas pasadas no era otro que el alma o el Espíritu S..., sobre todo si observamos la coincidencia de sus últimas palabras con la duración de los fenómenos. Él había dicho:  La perseguiré después de mi muerte tanto como la he  perseguido durante mi vida. Ahora bien, sus relaciones con mademoiselle Clairon habían durado dos48
años y medio, exactamente el mismo tiempo que duraron las 
manifestaciones después de su muerte.  
Algunas palabras aún sobre la naturaleza de este Espíritu. No era 
malo, y mademoiselle Clairon está con la razón cuando no lo califica como una mala persona; pero tampoco se puede decir que era la bondad en persona. La pasión violenta a  la cual sucumbía como hombre, prueba que en él las ideas terrestres eran predominantes. Los trazos profundos de esta pasión –que sobrevivió a la destrucción del cuerpo– prueban que, como Espíritu, estaba todavía bajo la influencia de la materia. Su venganza, por inofensiva que haya sido, denota sentimientos poco elevados. Por lo tanto, si nos remitimos a nuestro cuadro de la clasificación de los Espíritus, no será difícil asignarle su rango; la ausencia de maldad real lo aparta naturalmente de la última clase, la de los Espíritus impuros; pero evidentemente se encuadra en las otras clases del  mismo orden; nada en él podría justificar un rango superior.  
Algo digno de ser señalado es la sucesión de los diferentes modos 
por los cuales ha manifestado su presencia. Ha sido en el mismo día 
y en el momento de su muerte que se hace oír por primera vez, y 
esto sucede en medio de una cena jovial. Cuando estaba encarnado, 
veía a mademoiselle Clairon en pensamiento, rodeada con un halo 
que la imaginación presta al objeto de una ardiente pasión; pero una 
vez que el alma se ha despojado de su velo material, la ilusión da 
lugar a la realidad. Él está ahí, a su lado, la ve rodeada de amigos, 
debiendo por completo incitar sus  celos; su alegría y su canto 
parecen insultar a su desesperación, y ésta se manifiesta a través de 
un grito de rabia que repite cada  día a la misma hora, como para 
reprocharle el haberse rehusado a consolarlo en sus últimos 
momentos. A los gritos suceden los  tiros de fusil,  inofensivos –es 
cierto–, pero que no por eso denotan menos una impotente rabia y el deseo de perturbar su reposo. Posteriormente, su desesperación 
reviste un carácter más calmo; influido, sin duda, por ideas más 
sanas, parece haberse resignado; sólo le queda el  recuerdo de los 
aplausos de que ella era objeto, y los repite. En fin, más tarde le dice adiós, haciéndola escuchar sonidos que parecían como el eco de esa voz melodiosa que tanto lo había encantado cuando estaba 
encarnado.


domingo, 6 de enero de 2013

LA INTUICIÓN



LA INTUICIÓN

         El estudio de la facultad de intuición comporta vastas explicaciones, pero, debido al exiguo límite de este trabajo, estamos obligados a limitarnos a una ligera síntesis.
         En el esfuerzo de la evolución el espíritu vino del instinto. Adquirió más tarde la razón y marcha ahora hacia la intuición, que, sin embargo, apenas se vislumbra en el horizonte.
         El momento que vivimos, en sentido general, es de pleno dominio de la razón, etapa en que las fuerzas intelectivas preponderan; pero hay algunos hombres evolucionados que ya se gobiernan, más o menos conscientemente, por el uso de esta facultad más perfecta.
         En el tema de intuición no hay lugar para los términos corrientes tan apreciados de “conciencia, subconciencia e inconciencia” en el sentido restrictivo que se les da, porque las realizaciones espirituales verdaderas no dividen la mente sino, al contrario, la unifican, la dilatan, para integrarla el la mente Universal.
         La intuición es la percepción de la verdad Universal, total, y de cualquier indicio que de ella se tenga en un particular de esa verdad completa, aunque manifestada en relación a un caso en particular o aislado.
         La verdad total tiene poder y autoridad en sí misma y no tiene restricciones de cualquier naturaleza, siendo por eso que el hombre de intuición no discute ni analiza sus comunicaciones, sino simplemente, obedece.
         La obediencia a las manifestaciones de la intuición es una de las condiciones fundamentales del desarrollo y ampliación de esa facultad en el individuo.
         Un conocimiento mental  puede ser adquirido por el estudio, por la aplicación, por el razonamiento, por la experimentación; la intuición, aunque, no depende en nada de eso; es únicamente un conocimiento infuso, o mejor dicho, es un discernimiento espontáneo de una verdad pacífica y única.
         Las mujeres en general, son más intuitivas que los hombres, dado que se dejan gobernar más por el sentimiento que por la razón, y la intuición no es un producto de la razón, es, una percepción que se siente en ciertos momentos y circunstancias de un determinado asunto, una determinada situación, la cual, cuanto más aflictiva, imperiosa y urgente sea, más alto y rápido hablará y la intuición señalando el verdadero camino o la verdadera solución.
         Pero, ¿qué es la intuición y de dónde viene?
         Ya lo dijimos: es una voz interior que habla y que debe ser obedecida sin vacilaciones; es un sentimiento íntimo que tenemos con respeto a ciertas cosas o asunto; es la verdad cósmica, divina, existente en nuestro Yo, en forma potencial, porque Dios es la verdad única y eterna y Él está derramando en toda la Creación Universal, de la cual somos una parte viva, operante y sensible.
         La intuición es nuestra unión directa y original con el dios potencial, interior, así como la razón es nuestra unión con el mundo.
         El hombre es un ser limitado por sus cuerpos orgánicos y fluídico; mas el punto que no alcanza con el brazo lo alcanza con la inteligencia, y donde la inteligencia no alcanza, alcanza la intuición.
         Como espíritu, pues, él posee amplios poderes.
         Viniendo el conocimiento por el intelecto nos hace conocer el mundo ambiente, mientras que la intuición nos da el discernimiento de las cosas divinas; el primero estriba en la razón que midió, pesó, dividió, analizó y dedujo; la segunda sin embargo, se apoya en la fe, porque solamente cree y confía.
         La razón es metódica, mecánica, limitada, pero la intuición es intrínseca, ilimitada, independiente, por encima de cualquier ley, reluciente.
         El campo de la razón va hasta donde alcanza la inteligencia; pero el de la intuición no tiene límites, porque es el campo de la conciencia Universal.
         Por eso  a veces la razón dice: “si”, cuando la intuición dice “no”; cuando una habla de “prudencia”, la otra ordena “confianza”; la otra dice “razona primero”, mas la otra determina: “cree y sigue”.
         Una es sombra siempre vacilante, la otra es luz siempre clara; una duda y se niega, la otra se confía y se entrega.
         Una se ejerce en el campo de la mente limitada, la otra es la esfera del espíritu libre que no obedece a convenciones, preconceptos o leyes humanas.
Porque la razón es la ley, mientras la intuición, en cierto sentido, es la gracia.
         El apóstol Pablo siempre se refería a hombres que viven la ley y realizan actos de acuerdo con la ley, pero señalaba siempre como verdadero el camino de la gracia, mediante el cual se debe ser honesto no por haber leyes contra la falta de honestidad; virtuosos, no por haber leyes contra la licencia, verdaderos, no por haber leyes contra la mentira; sino porque la gracia eleva el sentimiento humano y lo purifica por encima mismo de la ley; porque hay un plano de vida espiritual no afectado por la ley, un reino por encima de la ley, donde solo imperan los predicados del Espíritu emancipados del error.

*****

 El hombre actúa en tres planos a saber: el físico, el mental y el espiritual, que corresponden respectivamente al instinto, a la razón y a la intuición, más la verdad total, esencial, divina, sólo es percibida por el hombre de intuición.
         El hombre del futuro, esto es, el hombre renovado, que se venció así mismo venciendo la dominación de la materia grosera, será un hombre de intuición.
         Cuando la intuición habla, ella no  se limita solamente al aspecto local o parcial de los problemas, más abarca lo que esta detrás y enfrente, alcanza el aspecto total, según la proyección del individuo en el campo general de su evolución.
         Es difícil localizar en el campo físico la región o el órgano por intermedio del cual se ejerce la intuición. El órgano de intelecto es el cerebro, y podemos decir que la razón tiene su sede en ese órgano. Más, en cuanto a la intuición, a no ser que se ejerza por la glándula pineal y pituitaria14  (órgano de las manifestaciones mediumnicas), tal vez su sede sea en el cerebelo. Órgano sensorio supranormal que en el futuro deberá desarrollarse.
         Amor, fe e intuición, son éstas las características sublimadas del hombre espiritual.
         El hombre de intuición resuelve sus problemas con efectos que obtiene del plano divino, mientras que el de la razón los resuelve según los recursos de la propia inteligencia humana ligada a las cosas del mundo.
         Dice Alexis Carrel, uno de los mas destacados exponentes de la ciencia oficial, con respecto a esta maravillosa facultad: Es evidente que los grandes descubrimientos científicos no son únicamente obras de la inteligencia. Los sabios de genio, además del don de observar y  comprender, poseen otras cualidades como la intuición y la imaginación creadora. Por medio de la intuición aprenden lo que los otros hombres no ven; perciben la relación entre fenómenos aparentemente aislados, sienten inconscientemente la presencia del tesoro ignorados. Todos los grandes hombres están dotados por el poder intuitivo. Saben sin razonamiento y sin análisis lo que les importa saber.”
         Y prosigue: “Los descubrimientos de la intuición deben ser siempre desenvueltos por la lógica. Tanto en la vida corriente como en la ciencia, la intuición es un medio de adquirir conocimientos de gran poder, pero peligroso. A veces es difícil distinguirlos de la ilusión. Aquellos que sólo por ella se dejan guiar están expuestos al error. Más a los grandes hombres o a los simples de corazón puro puede ella conducirlos a la más elevada cumbre de la vida mental o espiritual”. El Hombre, ese desconocido.
         Veamos ahora La Grande Síntesis, de Pietro  Ubaldi.
         “En el mundo de la materia tenemos, en primer lugar, fenómenos; después vuestra percepción sensorial y, por fin, a través de vuestro sistema nervioso, convergiendo en el sistema nervioso, convergiendo en el sistema cerebral, vuestra síntesis psíquica - la conciencia -. Hasta aquí llegasteis en el terreno de la investigación científica y de la experiencia cotidiana. No erró vuestro materialismo cuando vio en esa conciencia un alma hija de vuestra vida física y destinada, como ésta, a extinguirse.
         “Si deseamos más el fondo nos enfrentamos con la conciencia latente, que es en relación a la conciencia externa, como las ondas eléctricas para la sondas acústicas. A esa conciencia más profunda pertenece la intuición, que es el medio de percepción al cual, como también ya os dije, se hace necesario que lleguéis para que vuestro conocimiento pueda avanzar”.
         Es, pues, a ese reino de plena conciencia que lleva la intuición, y lo hace por un camino tan claro y tan horizontal que hasta los ciegos jamás se desvían de la ruta.
         Mas su voz solo puede ser oída en el silencio, en la pureza y en la intimidad del Ser, condiciones incompatibles con los rumores del mundo. Débil al principio, si fuese siempre obedecida sin vacilaciones y con confianza, ella irá poco a poco agrandándose, ganando fuerza creciente acabando por ser oída en cualquier circunstancia y a cualquier hora, señalando al individuo la orientación más segura, más elevada y más recta, abriéndose como una flor a la claridad y al calor del sol supremo.
         De las facultades mediúmnicas es la más elevada y la más perfecta, porque pone al individuo no sólo en contacto con cosas y Seres del Mundo Espiritual, sino en forma directa y superior con la esencia divina de las realidades.

Del libro “Mediumnidad”
Edgard Armond


Juan Carlos