sábado, 19 de enero de 2013

LA ESCALA ESPIRITA


Un punto capital en la  Doctrina Espírita es el de las diferencias 
que existen entre los Espíritus, desde el doble punto de vista 
intelectual y moral; en este aspecto, su enseñanza nunca ha variado; 
pero no es menos esencial saber que ellos no pertenecen 
perpetuamente al mismo orden  y que, por consecuencia, estos 
órdenes no constituyen especies distintas: son diferentes grados de 
desarrollo. Los Espíritus siguen la marcha progresiva de la 
Naturaleza; los de los  órdenes inferiores son todavía imperfectos; 
han de alcanzar los grados superiores después de haberse depurado; 
avanzan en la jerarquía a medida  que adquieren las cualidades, la 
experiencia y los conocimientos que les faltan. El niño de cuna no se parece a lo que será en la edad madura y, sin embargo, es siempre el mismo ser.  La clasificación de los Espíritus está basada en su grado de adelanto, en las cualidades que han adquirido y en las imperfecciones de que han de despojarse aún. Esta clasificación, 
además, no tiene nada de absoluto; cada categoría presenta un 
carácter nítido sólo en su conjunto; pero de un grado a otro la 
transición es imperceptible y, en los límites de la misma, los matices 
se esfuman como en los reinos de la Naturaleza, como en los colores del arco iris o también  como en los diferentes  períodos de la vida humana. Por lo tanto, se puede formar un número mayor o menor de clases, según el punto de vista desde el cual se considere la cuestión. Sucede aquí lo que ocurre en todos los sistemas de clasificaciones científicas: estos sistemas pueden ser más o menos completos, más o menos racionales y cómodos para la inteligencia, pero, sea como fueren, no cambian en  nada el fondo de la  ciencia. Por tanto, los Espíritus interrogados sobre este  punto podrán haber variado en cuanto al número de categorías, sin que esto tenga trascendencia. Algunos se han aprovechado de esta aparente contradicción, sin reflexionar en el hecho de que los Espíritus no dan ninguna importancia a lo que es puramente convencional; para ellos el pensamiento lo es todo, dejando para nosotros la forma, la elección 
de los términos, las clasificaciones, en una palabra, los sistemas. 
Agreguemos todavía la siguiente consideración que nunca debe 
perderse de vista: entre los Espíritus, como también entre los 
hombres, los hay muy ignorantes, y nunca se estará bastante 
prevenido contra la tendencia en creer que todos han de ser sabios 
porque son Espíritus. Toda clasificación exige método, análisis y 
conocimiento profundo del asunto. Ahora bien, en el mundo de los 
Espíritus, los que tienen conocimientos limitados son –como los 
ignorantes en la Tierra– inhábiles para abarcar  el conjunto y para 
formular un sistema; incluso los que son capaces de hacerlo pueden 
variar en los pormenores según su punto de vista, sobre todo cuando una división no tiene nada de absoluto. Linneo, Jussieu y Tournefort han tenido cada cual su método, y la Botánica no ha variado por este motivo, porque ellos no inventaron las plantas ni sus caracteres, sino que observaron las analogías según las cuales formaron los grupos o clases. Ha sido así que también hemos procedido nosotros; no hemos inventado los Espíritus ni sus caracteres, sino que los hemos visto y observado, los hemos juzgado por sus palabras y por sus 
hechos, y después los clasificamos por sus similitudes: es lo que 
cualquier uno habría hecho en nuestro lugar. 
Sin embargo, no nos podemos atribuir la totalidad de este trabajo 
como siendo nuestro. Si el cuadro que daremos a continuación no ha sido textualmente trazado por los  Espíritus, y si nosotros hemos 
tomado la iniciativa, todos los elementos que componen el mismo 
han sido extraídos de sus enseñanzas; no nos quedaba más que 
formular su disposición material. 
Generalmente, los Espíritus admiten tres categorías principales o 
tres grandes divisiones. En la última, la que está al pie de la escala, 
se hallan los Espíritus imperfectos que todavía tienen todos o casi 
todos los grados por recorrer; se caracterizan por el predominio de la materia sobre el Espíritu y por  su propensión al  mal. Los de la 
segunda categoría se caracterizan  por el predominio del Espíritu 
sobre la materia y por el deseo del bien: son los Espíritus buenos. En fin, la primera comprende los Espíritus puros, que han alcanzado el grado supremo de perfección.  
Esta división nos parece perfectamente racional y presenta 
caracteres bien nítidos; sólo nos  quedaba por hacer resaltar, por 
medio de un número suficiente de subdivisiones,  los principales 
matices del conjunto, y es lo que hemos hecho con la colaboración 
de los Espíritus, cuyas benévolas instrucciones nunca nos han 
faltado. 
Con la ayuda de este  cuadro será fácil determinar el rango y el 
grado de superioridad o de inferioridad de los Espíritus con los 
cuales podemos entrar
en relación y, por consecuencia, el grado de confianza y de estima 
que merecen. Además de ello, nos  interesa personalmente porque 
pertenecemos, a causa de nuestra alma, al mundo espírita –al cual 
retornaremos al dejar nuestra envoltura mortal– y esto nos muestra 
lo que nos falta hacer para llegar a la perfección y al bien supremo. 
No obstante, haremos notar que los Espíritus no siempre pertenecen 
exclusivamente a tal o cual clase; ya que su progreso se realiza en 
forma gradual y a menudo más en un sentido que en otro, pueden 
reunir los caracteres de varias categorías, lo que fácilmente puede 
apreciarse por su lenguaje y por sus actos. 
Escala espírita 

TERCER ORDEN – ESPÍRITUS IMPERFECTOS 

Caracteres generales – Predominio de la materia sobre el 
Espíritu. Propensión al mal. Ignorancia, orgullo, egoísmo y todas las 
malas pasiones que son su consecuencia.  
Tienen la intuición de Dios, pero no lo comprenden. 
Todos no son esencialmente malos, y en algunos hay más ligereza, 
inconsecuencia y malicia que verdadera maldad. Unos no hacen ni el bien ni el mal, pero por el simple hecho de no practicar el bien 
denotan su inferioridad. Otros, por el contrario, se complacen en el 
mal y se sienten satisfechos cuando encuentran la ocasión de 
hacerlo. 
Pueden aliar la inteligencia a la maldad o a la malicia; pero, sea 
cual fuere su desarrollo intelectual, sus ideas son  poco elevadas y 
sus sentimientos más o menos abyectos.  
Sus conocimientos acerca de las  cosas del mundo espírita son 
limitados, y lo poco que saben se confunde con las ideas y prejuicios de la vida corporal. Al respecto, sólo pueden darnos nociones falsas e incompletas, pero el observador atento encuentra con frecuencia en sus comunicaciones –aunque imperfectas– la confirmación de grandes verdades enseñadas por los Espíritus superiores. Su carácter se revela por su lenguaje. Todo Espíritu que, en sus comunicaciones, deje escapar  un pensamiento malo, puede ser incluido en el tercer orden;  por consecuencia, todo pensamiento 
malo que nos sea sugerido proviene de un Espíritu de este orden.  
Éstos ven la felicidad de los buenos y esta visión es para ellos un 
tormento incesante, porque sienten todas las angustias que pueden 
producir la envidia y los celos. 
Conservan el recuerdo y la percepción de los sufrimientos de la 
vida corporal, y esta impresión es frecuentemente más penosa que la realidad. Por lo tanto, sufren verdaderamente no sólo por los males que han soportado, sino también por los que han ocasionado a otros; y como sufren por mucho tiempo, creen que siempre han de sufrir: Dios, para punirlos, quiere que así lo crean. 
Podemos dividirlos en cuatro clases principales. 
Novena clase.  ESPÍRITUS IMPUROS – Tienen inclinación 
hacia el mal y hacen de éste el objeto de sus preocupaciones. Como 
Espíritus, dan consejos pérfidos, promueven la discordia y la 
desconfianza y, para engañar mejor, adoptan todas las máscaras. Se 
vinculan a los caracteres bastante débiles capaces  de ceder a sus 
sugestiones, a fin de arrastrarlos hacia la perdición, y están 
satisfechos cuando consiguen retardar su adelanto al hacerlos 
sucumbir en las pruebas que enfrentan. 
En las manifestaciones se los reconoce por su  lenguaje; la 
trivialidad y la grosería de sus expresiones, tanto entre los Espíritus 
como entre los hombres, son siempre un indicio de inferioridad 
moral y hasta intelectual. Sus comunicaciones revelan la bajeza de 
sus inclinaciones, y  si quieren inducir a  engaño hablando de una 
manera sensata, no pueden desempeñar su papel por mucho tiempo 
y terminan siempre por delatar su origen. 
Ciertos pueblos han hecho de ellos divinidades maléficas, y otros 
los designan con los nombres de demonios, genios malos o Espíritus 
del mal. 
Los seres vivos a quienes animan, cuando están encarnados, 
tienen inclinación hacia todos los vicios que engendran las pasiones 
viles y degradantes: el sensualismo, la crueldad, la bellaquería, la 
hipocresía, la codicia y la sórdida avaricia.  
Hacen el mal por el placer  de hacerlo –muy a menudo sin 
motivos–, y por odio al bien escogen casi siempre sus víctimas entre 
las personas honradas.  Son flagelos para la Humanidad, sea cual 
fuere la clase social a que pertenezcan, y el barniz de la civilización 
no los libra del oprobio y de la ignominia. 
Octava clase. ESPÍRITUS LIGEROS –  Son ignorantes, 
maliciosos, inconsecuentes y burlones. Se entrometen en todo, y a 
todo responden sin preocuparse con la verdad. Se complacen en 
causar pequeñas contrariedades y picardías, en chismear y en inducir maliciosamente a error por medio de mistificaciones y travesuras. A esta clase pertenecen los Espíritus vulgarmente designados con los nombres de  duendes, gnomos y trasgos, los cuales están bajo la dependencia de los Espíritus superiores, que a menudo los emplean,
como nosotros lo hacemos con nuestros servidores y peones. 
Parecen más que otros apegados a la materia y dan la impresión de 
ser los agentes principales de las  vicisitudes de los elementos del 
globo, ya sea que habiten en el aire, en el agua, en el fuego, en los 
cuerpos duros o en las  entrañas de la Tierra. A
menudo manifiestan su presencia  por medio de efectos sensibles, 
como golpes, movimientos y desplazamientos anormales de cuerpos 
sólidos, agitación del aire, etcétera, lo que los ha hecho acreedores al 
nombre de Espíritus golpeadores o perturbadores. Se reconoce que 
esos fenómenos no son de ninguna manera debidos a una causa 
fortuita y natural cuando tienen un carácter intencional e inteligente. 
Todos los Espíritus pueden producir estos fenómenos, pero en 
general los Espíritus elevados ceden esas atribuciones a los Espíritus inferiores, porque éstos son más aptos para las cosas materiales que para las inteligentes. 
En sus comunicaciones con los hombres, su lenguaje es a veces 
espirituoso y chistoso, pero casi siempre superficial; captan las 
extravagancias y ridiculeces que  expresan con rasgos mordaces y 
satíricos. Cuando usurpan algún nombre, lo hacen más por malicia 
que por maldad. 
Séptima clase. ESPÍRITUS PSEUDOSABIOS – Sus 
conocimientos son bastantes amplios, pero creen saber más de lo 
que en realidad saben. Al haber realizado algún progreso en diversos puntos de vista, su lenguaje  tiene un carácter serio que puede engañar acerca de sus  capacidades y luces; pero, a menudo, no es más que un reflejo de los prejuicios y de las ideas sistemáticas de la vida terrestre; es una mezcla de algunas verdades al lado de los más absurdos errores, en medio de los cuales se descubren la presunción, 
el orgullo, los celos y la terquedad de que no han podido despojarse. 
Sexta clase. ESPÍRITUS NEUTROS – No son ni lo bastante 
buenos para hacer el bien, ni lo suficientemente malos para hacer el 
mal; se inclinan igualmente hacia el uno como hacia el otro, y no se 
elevan por encima de la condición vulgar de la Humanidad, ni moral ni intelectualmente. Tienen apego a las cosas  de este mundo, de cuyos goces groseros sienten nostalgia. 
SEGUNDO ORDEN – ESPÍRITUS BUENOS 
Caracteres generales – Predominio del Espíritu sobre la materia; 
deseo del bien. Sus cualidades y su poder para hacer el bien están en 
razón del grado a que han llegado: unos tienen el conocimiento, 
otros la sabiduría y otros la bondad; los más adelantados reúnen el 
saber a las cualidades morales.  Al no estar aún completamente 
desmaterializados, conservan más  o menos –según  su rango– los 
trazos de la existencia corporal, ya sea en la forma del lenguaje o en 
sus hábitos, en los que incluso vuelven a encontrarse algunas de sus 
manías; de otro modo, serían Espíritus perfectos. 
Comprenden a Dios y al infinito, y gozan ya de la felicidad de los 
buenos; son dichosos por el bien que hacen y por el mal que 
impiden. El amor
que los une es para ellos la fuente de una dicha inefable no alterada 
por la envidia, ni por los remordimientos, ni por ninguna de las 
malas pasiones que atormentan a  los Espíritus imperfectos; pero, 
aún, todos ellos han de pasar  pruebas hasta que alcancen la 
perfección absoluta. 
Como Espíritus, inspiran buenos pensamientos, apartan a los 
hombres de la senda del mal, protegen durante la vida a los que se 
hacen dignos de su protección y  neutralizan la influencia de los 
Espíritus imperfectos sobre los que no se complacen en tolerarla. 
Como encarnados son buenos y benévolos para con sus 
semejantes; no están movidos por el orgullo, ni por el egoísmo, ni 
por la ambición; no sienten odio, rencor, envidia ni celos y hacen el 
bien por el bien mismo. 
A este orden pertenecen los Espíritus designados en las creencias 
vulgares con los nombres de  genios buenos, genios protectores y 
Espíritus del bien.  En tiempos de superstición e ignorancia se ha 
hecho de ellos divinidades benéficas. 
Se los puede igualmente dividir en cuatro grupos principales. 
Quinta clase. ESPÍRITUS BENÉVOLOS – Su cualidad 
dominante es la bondad; se complacen en prestar servicios a los 
hombres y protegerlos, pero sus  conocimientos son limitados: su 
progreso se ha realizado más en el sentido moral que en el sentido 
intelectual. 
Cuarta clase. ESPÍRITUS ERUDITOS – Lo que especialmente 
los distingue es la amplitud de sus conocimientos. Se preocupan 
menos con las cuestiones morales que con las científicas, para las 
cuales tienen más aptitud; pero sólo encaran la ciencia desde el 
punto de vista de la utilidad, y en ello no mezclan a ninguna de las 
pasiones que son propias de los Espíritus imperfectos. 
Tercera clase. ESPÍRITUS DE SABIDURÍA – Las cualidades 
morales del orden más  elevado forman su carácter distintivo. Sin 
tener conocimientos ilimitados, están dotados de una capacidad 
intelectual que les proporciona un juicio recto acerca de los hombres 
y de las cosas. 
Segunda clase. ESPÍRITUS SUPERIORES – Reúnen el 
conocimiento, la sabiduría y la  bondad. Su lenguaje sólo refleja 
benevolencia y es constantemente digno, elevado y frecuentemente 
sublime. Su superioridad los hace más aptos que a los otros para 
darnos las nociones más justas sobre las cosas del mundo 
incorpóreo, dentro de  los límites de aquello  que es permitido al 
hombre conocer. Se comunican de buen grado con aquellos que de 
buena fe buscan la verdad y cuyas almas están lo suficientemente 
desprendidas de los lazos terrestres como para comprenderla; pero 
se alejan de los que solamente están animados por
la curiosidad o a quienes la influencia de la  materia desvía de la 
práctica del bien.  
Cuando, por excepción, encarnan en la Tierra, es para cumplir una 
misión de progreso y, entonces, nos ofrecen el tipo de perfección a 
la que puede aspirar la Humanidad en este mundo.
PRIMER ORDEN – ESPÍRITUS PUROS 
Caracteres generales – Influencia nula de la materia. 
Superioridad intelectual y moral absoluta con relación a los Espíritus 
de los otros órdenes. 
Primera clase. Clase única – Han recorrido todos los grados de la 
escala y se han despojado de todas las impurezas de la materia. Por 
haber alcanzado la suma de perfección de la cual es susceptible la 
criatura, no han de sufrir más pruebas ni expiaciones. Al no estar 
más sujetos a la reencarnación en cuerpos perecederos, la vida es 
para ellos eterna y la disfrutan en el seno de Dios. 
Gozan de una felicidad inalterable, porque no están sujetos a las 
necesidades ni a las vicisitudes de la vida material; pero esta 
felicidad no es de manera alguna la de una ociosidad monótona que 
transcurre en una perpetua contemplación. Son los mensajeros y 
los ministros de Dios, cuyas órdenes ejecutan para el mantenimiento 
de la armonía universal. Comandan a todos los Espíritus que les son 
inferiores, ayudándolos a perfeccionarse y asignándoles su misión. 
Asistir a los hombres en sus aflicciones, inclinarlos al bien o a la 
expiación de las faltas que los alejan de la felicidad suprema, es para 
ellos una agradable  ocupación. A veces son designados con los 
nombres de ángeles, arcángeles o serafines. 
Los hombres pueden entrar en comunicación con ellos, pero muy 
presuntuoso sería quien pretendiese tenerlos constantemente a sus 
órdenes. 
ESPÍRITUS ERRANTES O ENCARNADOS 
En el aspecto de las cualidades íntimas, los Espíritus son de 
diferentes órdenes, que recorren sucesivamente a medida que se 
depuran. Con respecto al  estado en que se encuentran, pueden 
hallarse: encarnados, es decir, unidos a un cuerpo en algún 
mundo, o  errantes, es decir, despojados del cuerpo material y 
esperando una nueva encarnación para mejorarse. 
Los Espíritus errantes no forman una categoría especial: es uno de 
los estados en los cuales pueden encontrarse. 
El estado errante o de erraticidad de manera ninguna constituye 
una inferioridad para los
Espíritus, puesto que pueden allí haberlos en todos los grados. Todo 
Espíritu que no esté encarnado es, por esto mismo,  errante, con 
excepción de los Espíritus puros que, al no tener que pasar más por 
encarnaciones, se encuentran en su estado definitivo. 
Al ser la encarnación un  estado transitorio, la  erraticidad es en 
realidad el estado normal de los Espíritus, y de ningún modo este 
estado es forzosamente una expiación para ellos; son felices o 
infelices según el grado de su elevación y de  acuerdo al bien o al 
mal que hayan hecho.