sábado, 16 de marzo de 2013

ATRACCIÓN Y REPULSIÓN DE LOS FLUIDOS



Los fluidos Espirituales semejantes o afines se atraen y los opuestos se repelen. Existe, pues, incompatibilidad entre los buenos y los malos fluidos, lo que genera consecuencias para los pases.
a) En cuanto al pasista.
Cuanto más elevado moralmente sea el pasista, más depurado será su periespíritu y más facilidad tendrá para atraer y transmitir buenos fluidos. Es como un vaso limpio que recibe y ofrece agua limpia. Cuanto menos elevado moralmente sea el pasista y menos esfuerzos haga para su renovación moral, más denso será su periespíritu y más dificultad tendrá para atraer y transmitir buenos fluidos. Es como un vaso sucio que recibe y ofrece agua sucia. Para favorecer la atracción y recepción de buenos fluidos, es fundamental elevar el pensamiento y el sentimiento. Por ello, el servicio de pases requiere preparación previa de los pasistas a través de la oración y de una lectura edificante.
Por la oración, se llama a la asistencia de los buenos Espíritus, que vienen a sostener al pasista en sus buenas resoluciones y le suplen, por una acción magnética, la insuficiencia de su potencia fluídica, dándole momentáneamente una fuerza excepcional, cuando se le juzga digno de este favor o cuando ello pueda ser útil. Durante la preparación previa del pasista para la realización del servicio de pases, la oración produce un prodigioso baño de fuerzas, dada la vigorosa corriente mental que atrae. Con la oración, los pasistas expulsan de su propio mundo interior los resabios de sus actividades diarias y absorben del plano espiritual sustancias renovadoras que les permiten obrar con eficiencia a favor del prójimo: ayudan y son ayudados.
b) En cuanto al paciente Cuanto más elevado moralmente sea el paciente, más depurado será su periespíritu y más facilidad tendrá para atraer y recibir buenos fluidos.
Por lo tanto, los pases serán tanto más eficaces cuanto más significativa sea la renovación moral del paciente. Para que puedan asimilar con más eficacia los buenos fluidos, se recomienda a los pacientes, a su vez, que, antes de recibir los pases, participen de una actividad doctrinaria en la Casa Espírita, tales como reuniones de estudio o charlas de contenido evangélico, que les renueve las disposiciones para el progreso moral, y permanezcan durante los pases en estado de oración. La acción fluídica es poderosamente auxiliada por la confianza y la fe del paciente.
c) En cuanto al ambiente de la aplicación de los pases Los ambientes impregnados de buenos fluidos son esenciales para el servicio de pases.
Tal es la razón por la que se recomienda la aplicación de pases en la Casa Espírita, preferentemente en el lugar reservado para esta actividad. La aplicación de pases fuera de un ambiente previamente preparado debe ser excepcional, pues puede comprometer sus efectos al exigir más esfuerzos del equipo encarnado y desencarnado para la preparación necesaria del ambiente con el fin de atraer y transmitir buenos fluidos. “De ambiente impuro, nada bueno se puede esperar”. Por ello, André Luiz recomienda: “Prohibir todo ruido, personas fumando o alcoholizadas, así como alboroto o la presencia de hermanos irreverentes o irónicos en los recintos destinados para la asistencia y tratamiento espiritual”. Para preservar la salud de todos, siempre que sea necesario, se debe, además, impedir “la presencia de enfermos portadores de males contagiosos en las sesiones de asistencia en grupo, situándolos en lugares separados para el socorro correspondiente”.
Los centros de fuerza
El periespíritu es un producto del fluido universal, así como el cuerpo físico. Tiene, pues, naturaleza idéntica a la de los fluidos espirituales. Por lo tanto, el periespíritu los asimila con facilidad, “como una esponja se embebe de un líquido”62 y reacciona sobre el cuerpo físico, con el cual se encuentra en contacto molecular. Si los fluidos espirituales son buenos, el cuerpo experimenta una impresión saludable; si son malos, la impresión es penosa y, si son además permanentes y enérgicos, los fluidos malos pueden causar enfermedades. En la aplicación de los pases, es importante tener en cuenta los centros de fuerza que rigen el periespíritu, absorbiendo y distribuyendo los fluidos. Los centros de fuerza están conjugados con plexos del cuerpo físico, es decir, con redes formadas por el entrelazamiento de ramificaciones de nervios o de vasos sanguíneos. André Luiz relata la existencia de siete centros de fuerza:
a) Centro Coronario - instalado en la región central del cerebro. Considerado por la filosofía hindú como el loto de mil pétalos, es el más significativo en razón de su alto potencial de radiaciones, ya que en él se asienta la unión con la mente. Recibe en primer lugar los estímulos del Espíritu, comandando a los demás centros de fuerza y vibrando con ellos de manera interdependiente. Del centro coronario, emanan las energías de sostenimiento del sistema nervioso y sus subdivisiones. Es el gran asimilador de los rayos de la Espiritualidad Superior y proveedor de todos los recursos electromagnéticos indispensables para la estabilidad orgánica;
b) Centro Cerebral - contiguo al centro coronario, ordena las percepciones, que, en el cuerpo físico, constituyen la visión, la audición, el tacto y la red de procesos de la inteligencia con relación a la palabra, a la cultura, al arte, al saber. En el centro cerebral, poseemos el comando del núcleo endocrínico, referente a los poderes psíquicos;
c) Centro Laríngeo - preside los fenómenos vocales, incluso las actividades del timo, de las tiroides y de las paratiroides, así como la respiración;
d) Centro Cardiaco - sustenta los servicios de la emoción y del equilibrio general;
e) Centro Esplénico - está situado en la región del bazo en el cuerpo físico. Regula la distribución y la circulación adecuada de los recursos vitales;
f) Centro Gástrico - responsable de la digestión y absorción de los alimentos en nuestra organización;
g) Centro Genésico - donde se localiza el santuario del sexo. Guía la reproducción y el establecimiento de estímulos creadores en el campo del trabajo, de la asociación y de la realización entre las almas.
Coronario
Cerebral
Laríngeo
Cardiaco
Esplénico
Gástrico
Genésico
Ubicación de los siete centros de fuerza
Figura 1: los siete centros de fuerza. El conocimiento de los centros de fuerza tiene una importante utilidad práctica en la aplicación de los pases. La literatura espírita, particularmente las obras de André Luiz y de Manoel Philomeno de Miranda, narran varios casos de aplicación de pases en los centros de fuerza afectados del paciente. Manoel Philomeno de Miranda relata, entre otros, los casos siguientes, en los cuales la aplicación de pases ocurre, según las necesidades del paciente, en los centros de fuerza: - Cerebral y Genésico - en una obsesa encarnada, bajo la acción de antidepresivos, que había practicado el aborto. Como resultado de los pases, la intoxicación fluídica y la que había sido causada por las drogas ingeridas disminuyeron; - Coronario y Cerebral - en una obsesa vampirizada, que tenía la idea fija de conquistar a un hombre casado - para interrumpir la influencia obsesiva y diluir las ideoplastias perturbadoras; - Cerebral, Coronario y Cardíaco - en la esposa de un obseso alcohólico, después de una severa tensión emocional - dispersión en el centro cerebral, para liberarla de la constricción psíquica que casi la bloqueaba; vitalización de los centros coronario y cardíaco, con el fin de reequilibrar la circulación y el ritmo respiratorio. André Luiz, a su vez, se refiere más comúnmente a las regiones de los órganos, en lugar de emplear la denominación de los centros de fuerza. Entre los casos que describe, mencionamos los siguientes a título de ejemplo: - movimiento de las manos de la pasista sobre la paciente, desde la cabeza hasta la región del hígado enfermo, bajo la inspiración del dirigente espiritual; - pases sobre los ojos de una desencarnada que no veía; - aplicación de fluidos magnéticos sobre el disco foto-sensible del aparato visual, en una encarnada desdoblada durante el sueño, para que pudiera ver a la genitora desencarnada, que deseaba darle consejos. Por lo tanto, los ejemplos en las obras de André Luiz y de Manoel Philomeno de Miranda no se limitan, en general, a la aplicación de pases sobre el coronario, a pesar del hecho de que ese centro de fuerza comanda los demás.
El halo vital o aura
En conexión con la mente, las células del cuerpo físico y del doble etérico (en el caso de los encarnados), así como del periespíritu, emiten radiaciones, que forman un campo ovoide, peculiar a cada individuo, llamado halo vital o aura. Es a través del aura que somos vistos y examinados por los Espíritus Superiores, sentidos y reconocidos por aquellos con quienes tenemos afinidad, así como temidos y hostilizados o amados y auxiliados por aquellos que nos son inferiores espiritualmente. El aura tiene color variado de acuerdo con la onda mental que el individuo emite. Retrata todos los pensamientos en colores e imágenes, sean nobles o deprimentes, y el estado orgánico. El halo vital o aura es, pues, el reflejo de nosotros mismos, revelando nuestras desarmonías y conquistas. Aunque no sea indispensable, la videncia o la percepción del aura del paciente por el pasista le auxiliará en la aplicación de los pases. Por esa razón, hay pasistas que buscan percibir el aura del paciente antes de aplicar los pases. En general, mientras pasan despacio las manos longitudinalmente sobre el paciente, varias veces, a una distancia variable, agudizan su percepción para captar desarmonías en el aura. Una vez captadas tales desarmonías, dirigen los movimientos, durante los pases, hacia las regiones del paciente con ellas relacionadas. Los fluidos aplicados penetran el halo vital o aura de los enfermos, “provocándoles súbitos cambios”
Resumen de los mecanismos de los pases
Los mecanismos de los pases pueden ser resumidos por la siguiente frase de Allan Kardec: “El Espíritu decide, el periespíritu transmite y el cuerpo ejecuta”. La mente del pasista emplea su pensamiento y voluntad para transmitir buenos fluidos, entra en sintonía con mentes afines y atrae fluidos espirituales que se combinan con su propio fluido vital. Esa combinación es transmitida por su periespíritu al periespíritu del paciente, mientras el cuerpo físico del pasista realiza movimientos guiados por su pensamiento y voluntad en sintonía con el equipo espiritual. Toda esa operación, tanto la sintonía como la transmisión y la asimilación de los fluidos, es potenciada cuando el pasista y el paciente hacen uso de la oración.

CONTROL DE LA MEDIUMNIDAD



El éxito o el fracaso de la mayoría de los médiums depende en gran parte del control que tengan de sus facultades, el cual ha de ir unido también ineludiblemente a una moralidad intachable. Por un lado, si el comportamiento del médium en su vida diaria es acorde a unos principios espirituales, por sintonía estará rodeado de buenas influencias que le reportarán una ayuda y protección muy importantes tanto en su quehacer cotidiano, como en el intercambio mediúmnico. Y por otro lado, si es consciente de la transcendencia de la comunicación con el plano espiritual, intentará siempre ser responsable del uso que haga con su facultad, y en este sentido, pondrá de su parte todo el cuidado y el control posibles para que a través de su mediumnidad no se propicie ninguna manifestación propia de los espíritus de grado inferior.
Si estudiamos la escala espírita nos damos perfecta cuenta de que existen espíritus en todos los grados de progreso, desde los inferiores hasta los más superiores, y como médiums tenemos la obligación de saber en todo momento qué clase de espíritus son los que vienen a comunicar por nuestro intermedio, pues de ello depende, evidentemente, la realización del trabajo que se haga y consiguientemente el provecho que saquemos del mismo. Muchos médiums no se encuentran satisfechos del trabajo que realizan precisamente, porque el ambiente espiritual que preside sus trabajos está dominado por entidades de carácter inferior. Este dominio en los trabajos mediúmnicos de entidades inferiores, del bajo astral como solemos denominarlas, es debido a la falta de control de la mediumnidad, y generalmente también por falta de conocimientos y de una moralidad elevada.
Si estamos orientados por nuestros espíritus protectores y escuchamos sus consejos y sugerencias, iremos como se suele decir por buen camino y lo demostraremos con nuestro comportamiento y las obras positivas que realicemos. Llegados a este extremo no podemos dejar de mencionar las palabras de Kardec: “Se reconoce al verdadero espírita por su progresiva transformación moral”. Es hacia esa transformación moral donde quieren conducirnos siempre los espíritus superiores, encabezados por los propios protectores. Esto es una norma segura para saber a ciencia cierta si estamos orientados y asistidos por dichos espíritus o sucede todo lo contrario, estamos siendo engañados por espíritus burlones que quieren hacernos fracasar en la misión que hemos traído.
Los espíritus superiores necesitan que los médiums conserven en todo momento un control de su facultad, porque esta es la única forma de poder ellos comunicar y decir lo que consideran necesario. Asimismo, los espíritus superiores no son capaces en ningún momento de efectuar una comunicación violenta en ninguna de sus formas, ni de imponer a nadie lo que vienen a transmitir, sencillamente lo exponen esperando que no caiga en saco roto. Y no sólo no son capaces de realizarlas, sino que tampoco son partidarios de que se propicien. No obstante, si el médium no guarda un control de su facultad y permite que por ella se manifiesten todo tipo de espíritus, en esas condiciones poco puede hacer el espíritu protector para interrumpir dicho proceso, porque es el médium en primera persona quien tiene que poner los medios a su alcance para evitar caer en esto.
Guardando el médium un control de su facultad y haciendo méritos con su comportamiento diario, el espíritu protector sí puede evitar cualquier tipo de manifestación negativa, porque esa es una labor en la que el médium tiene un papel protagonista siendo consciente y responsable de su trabajo. Hay factores que son imprescindibles para que la unión con el espíritu protector sea tal que no exista la posibilidad de contactar con entidades inferiores e impedir así el estar dominado por las mismas. Uno de ellos es el conocimiento de uno mismo. Si como espíritas, y máxime como médiums deseamos nuestra progresiva transformación moral, hemos de partir del conocimiento de nuestra personalidad, imparcialmente. Debemos llegar a conocernos tal como somos en realidad, sin excusas ni justificaciones. De este modo, sabremos qué facetas de nuestro carácter hemos de eliminar porque nos están entorpeciendo y abren brecha para que se filtren entidades negativas. Así es como sabremos cuáles son nuestros valores positivos para ir desarrollándolos más y más.
Aun cuando hay imperfecciones que no se pueden eliminar drásticamente, porque las venimos arrastrando de otras existencias, al menos se ha de tener un control de las mismas e impedir que se pongan de manifiesto, así con el tiempo se van debilitando y le vamos dando paso a los valores positivos. Otro aspecto importante es el saber rechazar las influencias de entidades inferiores. El médium hay momentos en los que siente la presencia de entidades burlonas, entidades que quieren pasar un buen rato a costa de él, entidades que no traen buenas intenciones, entidades que le causan malestar, etc, es en esos precisos momentos cuando el médium tiene que rechazar esa influencia, tiene que demostrarle que no está dispuesto a ser juguete de la misma, y con su rechazo, con su voluntad y con su oración, ayudar a que esta entidad sea consciente del error que está cometiendo y al mismo tiempo sea recogida por espíritus superiores.
Hay que tener en cuenta que entre los espíritus inferiores los hay muy listos, con una gran inteligencia, pero que sin embargo, no la emplean en el bien, y desde su posición pueden estudiar nuestras imperfecciones y conocer cuales son nuestros puntos débiles. Esta es su forma de trabajar: primero conocen cómo somos en realidad, profundizando en cuales son nuestros deseos más incipientes y después tratar de confundirnos y explotar dichas debilidades seduciéndonos y haciéndonos ver que todo cuanto realizamos está bien llevado a cabo. En este sentido la humildad es el arma más eficaz que podemos emplear para no caer en sus redes y aspirar siempre a más.
Este es el modo más positivo para progresar y desembarazarse de entidades negativas. En definitiva, el médium ha de ser consciente de que hay unas leyes que rigen el intercambio del mundo espiritual con el mundo material, estas son la ley de vibración y ley de afinidad, según sea nuestro estado interno así recibiremos. Por tal razón, el médium ha de preocuparse de guardar un control de sus pensamientos, sentimientos y emociones y comprender que no puede guardar un control de su facultad si primero no lo guarda como persona. Para ser un buen médium se ha de ser en primer lugar una buena persona, de la cual se observe una moralidad elevada e intachable, sólo entonces tendrá la seguridad de que todos sus trabajos gozarán de la garantía y la tranquilidad de saber que son de provecho.

LOS MIEDOS INFANTILES


Sin que nadie los haya asustado con figuras monstruosas, con la oscuridad o con que se ahogan, ellas demuestran temer la oscuridad, el mar, el río, las armas. Se les ponen los pelos de punta y corren a la falda de los padres, o se quedan paradas, llorando alto, frente a determinadas situaciones. Hay incluso bebes que duermen tranquilos en la falda materna. La madre los acuesta en la cunita, los besa dulcemente y los cubre, llena de cariño. Sin embargo, cuando se retira de la habitación y apaga a luz, ellos se despiertan gritando, con tremendo pavor, y demoran para calmarse posteriormente.
Algunos niños tienen dificultades con la oscuridad. No consiguen entrar en un lugar que esté oscuro, incluso acompañados. Registran su desagrado agarrándose a las manos de quien esté con ellos y así mismo, lloran, y piden con insistencia para que enciendan la luz. Algunos padres, con el deseo que sus hijos crezcan sin miedos, los obligan a enfrentar tales situaciones, llamándolos de maricas, bobos y otros adjetivos aún más infelices. Obligan al hijo a entrar en una habitación oscura para buscar y recoger algún objeto, adrede, y se enfurecen si el niño llora, grita y no hace lo que le han pedido.
Para vencer el miedo al agua, entran en el mar, río o piscina con el hijo en los brazos, obligándolo a quedarse allí. El niño llega al desespero, arañando y gritando con pavor. Los miedos infantiles de esa naturaleza no se originan en esta vida, sino que son registrados desde los primeros meses, sin ninguna explicación razonable en la actualidad. Son registros que el espíritu trae por haber sufrido algún mal en vidas anteriores, quizás incluso la muerte, en lugares oscuros o en el agua. Quizás estuvo en un derrumbe, se quedó en la oscuridad por algún tiempo hasta que su muerte física se consumara. O murió ahogado, incluso por imprudencia propia.
Es por eso que estos miedos infantiles nos merecen todo respeto y cuidado. El niño deberá ser llevado, poco a poco, con mucho cuidado, a entender que ahora está seguro. Los padres podrán afirmarle esto, muchas y muchas veces, diciéndole que lo aman y que lo protegerán. Que él no precisa temer a la oscuridad, pues ésta desaparece cuando encendemos la luz. Llevarla al mar, para mojar sus pies despacito, jugar en la arena y, poco a poco, irle hablando de la necesidad de tener prudencia, pero también, que no hay motivo para tanto miedo. Tal vez llevar al hijo a piscinas poco profundas y allí quedarse con él, incentivándolo a jugar en el agua. Jamás, en ninguna circunstancia, reírse de sus temores o calificarlo de forma negativa. Son problemas muy profundos del espíritu y de forma delicada, cuidadosa y profunda deben ser trabajados.
***
El hijo que nos llega es siempre un espíritu que está pidiendo ayuda para su crecimiento interior. Confía en nosotros y por ello nos toma para padres. No le fallemos en los momentos más importantes. Ayudémosle a superar sus dificultades, con tranquilidad. No nos importe el aplauso del mundo, ni si él no ostentará jamás las medallas del hombre más corajudo o del mejor nadador. Lo importante es que se convierta en un hombre equilibrado, superando las dificultades una a una, seguro y feliz.

jueves, 7 de febrero de 2013

EL DESPRENDIMIENTO ASTRAL



Son muchos los lectores que me piden explicaciones sobre la mediumnidad de desprendimiento.
No sabré definirla científicamente, pero voy a procurarles contar aquello que me pasa conmigo cuando me desprendo, esto es, cuando salgo del cuerpo.
Como sabemos, son muchas las clases de mediumnidades que existen y que todos somos médiums, siendo unos más sensibles que otros.
Ser médium es ser instrumento de los espíritus para comunicarse con nosotros. Es entrar en contacto con el mundo invisible.
¿Y quién de nosotros no se habrá encontrado con espíritus, aunque sea en sueños? Por el hecho de la persona ser médium desarrollada, no quiere decir que sea siempre buena.
Pues hay buenos y malos médiums.
De acuerdo con los sentimientos, son los espíritus que atraemos. Con el auxilio de ellos haremos tanto el bien como el mal. Podemos, así, servir a Dios o a Mamón, aun no siendo espíritas.
Muchos reciben sus buenos o sus malos consejos de forma intuitiva. Otros más desarrollados en la audición, les oyen la voz tan natural como si estuvieran encarnados.
A veces sentimos que parte de dentro de nosotros una idea que nos formulamos. Es esta también una de las formas de la audición.
Algunos son videntes, ven los espíritus con gran facilidad, aun sin concentrarse. Hay también los que ven cuando están de vigilia. Por tanto, existen diversas formas de videncia. Tenemos los psicógrafos mecánicos, intuitivos o inconscientes. Reciben los mensajes de los espíritus.
Los médiums de materialización son muy útiles a la doctrina. Donan el ectoplasma para que el espíritu se materialice entre nosotros, presentándose como eran en la Tierra. Esa es una de las mejores maneras de probarse la existencia del espíritu, empero ni todos precisen «ver para creer».
Otros son de transporte. Lo que es diferente del desprendimiento. En el transporte, el médium se concentra y va para determinado lugar, casi siempre durante la sesión espírita.
Están los médiums de cura. Con el poder de la fe transforman el fluido que retiran del Universo en remedio de gran poder curativo. Así que son numerosas las mediumnidades, pero creo que la de incorporación es de las que mayores servicios presta a los espíritus.
Es por intermedio del médium de incorporación que el espíritu vuelve con mayor facilidad a comunicarse con los vivos.
Hay espíritus que están tan tierra-a-tierra todavía, que sólo consiguen oírnos cuando envuelven al médium. Oyen apenas la voz material nuestra. Al paso que los más esclarecidos nos entienden por el pensamiento. Con todo, la mediumnidad de incorporación es la que más dudas trae al médium, porque en mayor número ellos son conscientes. Saben lo que dicen. Y a veces es cuando se niegan a practicarla, con recelo de mixtificación.
Acontece, sin embargo, que toda la mediumnidad tiende a mejorar, de acuerdo con la dedicación y mejoría del médium. En la medida que él procura su perfeccionamiento moral, se va transformando en instrumento de gran valía, quedando libre de los mentirosos y embusteros que a él tienen acceso. Su fuerza moral es como la coraza que le protege de la mixtificación.
Por más consciente que sea el médium, él se va tornando inconsciente, en la proporción que purifica los sentimientos y que aprende a concentrarse.
La confianza en Dios y la buena voluntad de ayudar al prójimo constituyen factores primordiales para la evolución mediúnmica.
El individuo que así obra no sólo mejora la mediumnidad que ya posee, como va ganando otras de acuerdo con su merecimiento. No adelanta pedir la mediumnidad. Ella vendrá, naturalmente, como premio a nuestra dedicación.
Así, un médium de incorporación puede ser también vidente, audiente, psicógrafo o tener cualquier otra mediumnidad que Dios y los Guías o Mentores crean que le sea útil o que venga a contribuir para el intercambio entre la Tierra y el Espacio.
La dedicación, la fe, el perfeccionamiento moral hacen que mejore cada vez más el instrumento, esto es, el médium.
Lo que no podemos olvidar es que somos instrumentos y que sólo podemos producir bajo la voluntad de Dios y de los espíritus. Solos, nada conseguiremos. Puesto que, en la hora en que nos convencemos de que nos hemos transformado en médiums valiosos, ya fuimos alcanzados por la vanidad, y podremos perder de golpe todas las mediumnidades.
Si también no sabemos evaluar la importancia de la gracia que recibimos y nada hacemos por conservarla, podremos perderla.
Los espíritus que nos asisten nos abandonarán e irán a procurar un instrumento más fiel, más dedicado. Y, muchas veces, quedamos a merced de los espíritus menos evolucionados.
El desarrollo mediúmnico depende mucho de nuestra buena voluntad. Seremos tanto más perfectos instrumentos del bien cuanto mejores nos hagamos espiritualmente. Ahora, lector, voy a intentar contarles algo sobre mi desprendimiento.
Como ya sabemos, comencé con la mediumnidad de incorporación, siendo envuelta por un espíritu sin esperarlo. Desde ese instante llevé muy seriamente mi mediumnidad. Leí mucho sobre la doctrina. Hice todo para mejorar, aunque fuese un poquito mi interior, y todavía continuo luchando con mis imperfecciones. A medida que me esfuerzo y practico la caridad, siento una mayor facilidad en el intercambio con el Mundo Invisible. Después de la incorporación, fui siendo agraciada con la audición, la videncia, la precognición y, por últi-
mo, el desprendimiento. Antes de que mis hijos desencarnaran, ya había salido del cuerpo algunas veces. Pocas en verdad. Siempre para conversar con seres queridos que partían.
Tras el pasaje de Drausio y Diógenes, fue cuando se desarrolló más esa mediumnidad.
Dios me concedió esa bendición, compadeciéndose de mí, en dolorosa prueba materna.
No me desprendo cuando quiero, solamente cuando el Padre Celestial lo quiere.
Todos los encuentros que he tenido con mis hijos fueron Dádivas Celestiales que recibí sin esperarlas jamás.
Nunca sé cuando voy a salir de mi cuerpo. Acontece, siempre, cuando estoy despierta y pretendo adormecer. Salgo. Voy por el espacio. Sé que estoy en trabajo mediúmnico y que mi cuerpo quedó en la Tierra. Siento que estoy despierta.
Cuando eso ocurre debo estar guardada por los Mensajeros, pues nadie se aproxima a mí. Tal vez si eso aconteciese, yo tendría dificultad en volver. Con todo, nada siento. Regreso fortalecida y feliz. Siento que fui alimentada y encomiada espiritualmente.
Algunas veces percibo que estoy en la compañía de algún Amigo de la Vida Mayor. Otras, me veo sola. No tengo recelo. Sé que estoy protegida.
El lector debe acordarse de cuando fui a la «Morada de los que Mueren Pronto». Salí en compañía del hermano Belilo. Sentía que mi espíritu estaba doliente y me apoyaba en el hombro de él. Todos me preguntan si no tengo recelo de quedarme «allá». ¿Cómo podría tenerlo si allí están mis hijos?
Después tengo plena convicción de que sólo desencarnamos cuando nos llega la hora. A no ser que nos suicidemos. Lo que puedo decirles es que debemos de hacer todo lo posible para mejorar la mediumnidad. No sólo para servir en el intercambio entre los dos mundos, sino para nuestro propio bien. ¿Que conformidad mayor podremos tener que la de saber que somos eternos, de que la vida continúa? Esa convicción aumenta a medida que estamos en contacto con los espíritus. Ellos mismos nos vienen a hablar de la vida espiritual.
Es fácil perfeccionar la mediumnidad. Es suficiente que nos esforcemos por «amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos».
OBSERVACION:
Que esta afirmación mía, diciendo que salgo del cuerpo sin esperar, no vaya a servir para el regocijo de algunos científicos que no creen que se pueda aceptar el Espiritismo como Ciencia, por no ser experimental. Dicen ellos que no podemos provocar los fenómenos, que vienen sin ser esperados y, a veces, en presencia de personas no capacitadas para estudiarlos.
Hay un fenómeno que, a pesar de mi oscuridad, provoco cuando quiero, gracias a la voluntad de Dios.
Son los golpes que mis hijos dan en la lámpara, por medio de la cual conversamos y cualquier persona puede oír.
Es lo bastante que lea el Evangelio bajo esa lámpara que se encuentra sobre el guardarropa de ellos. Y, como ése, son muchos los fenómenos espirituales que podemos provocar. El más importante es el de la materialización.

ZILDA GIUNCHETTI ROSIN

domingo, 3 de febrero de 2013

VAMPIRISMO



La sesión de desarrollo mediúmnico, según deduje de la
conversación sostenida entre los amigos encarnados, había sido
muy pobre en resultados para ellos. Pero no había sucedido lo
mismo en nuestro ambiente, donde se podía ver enorme satisfacción
en todas las fisonomías, comenzando por Alejandro, que se
mostraba jubiloso.
Los trabajos habían durado más de dos horas y en efecto,
aunque me conservase retraído, ponderando las enseñanzas
obtenidas en aquella noche, observé en cada detalle, el intenso
esfuerzo realizado por los trabajadores de nuestra esfera. Muchos
de ellos, en gran número, no solo asistían a los compañeros
terrestres, sino que atendían también a largas filas de entidades de
nuestro plano que se hallaban sufriendo.
Alejandro, el dedicado instructor, se movió de mil maneras.
Y tocando la tecla que más me impresionara, en el círculo de
observaciones del noble concierto de servicios, aproximándose a
mí, afirmó satisfecho:
–Gracias al Señor, tuvimos una noche feliz. Hemos tenido
mucho trabajo contra el vampirismo.
¡Oh! El vampirismo era la tesis que me preocupaba. Había
visto los más extraños bacilos de naturaleza psíquica,
completamente desconocidos en la microbiología más avanzada.
No tenían la forma esférica de las cocáceas, ni el tipo de bastoncito
de diversas bacterias. No obstante, formaban también colonias
densas y terribles. Había reconocido su ataque a los elementos
vitales del cuerpo físico, actuando con mayor potencial destructivo
sobre las más delicadas células.
¿Qué significaba aquél mundo nuevo? ¿Qué agentes serían
aquellos, caracterizados por indefinible y pernicioso poder?
¿Estarían todos los hombres sujetos a su influencia?
No me contuve. Expuse al orientador, francamente, mis dudas
y temores.
Alejandro sonrió y consideró:
–¡Muy bien! ¡Muy bien! Usted vino a observar trabajos de
mediumnidad y está buscando su lugar como médico. Es natural.
Si estuviera especializado en otra profesión, habría identificado
otros aspectos del asunto en análisis.
Y para alentarme fraternalmente, añadió:
–Usted demuestra buena preparación ante la medicina
espiritual que espera por sus estudios.
Después de una larga pausa, prosiguió explicando:
–Sin referirnos a los murciélagos succionadores, el vampiro
entre los hombres, es el fantasma de los muertos, que se retira
del sepulcro en altas horas de la noche, para alimentarse con la
sangre de los vivos. No sé quien es el autor de semejante
definición, pero, en el fondo, no está equivocada. Apenas cumple
considerar que, entre nosotros, vampiro es toda entidad ociosa
que se vale, indebidamente, de las posibilidades ajenas y
tratándose de vampiros que visitan a los encarnados, es necesario
reconocer que ellos atienden a sus siniestros propósitos a cualquier
hora, siempre que encuentren oportunidad en la estructura carnal
de los hombres.
Alejandro hizo un ligero intervalo en la conversación, dando
a comprender que expusiera lo preliminar de más serios
esclarecimientos y continuó:
–Usted no ignora que, en el círculo de las enfermedades
terrestres, cada especie de microbios tiene su ambiente preferido.
El pneumococo se aloja habitualmente en los pulmones; el bacilo
de Eberth se localiza en los intestinos donde produce la fiebre
tifoidea; el bacilo de Klebs se sitúa en las mucosas donde provoca
la difteria. En condiciones especiales del organismo, proliferan
los bacilos de Hansen o de Koch. ¿Cree usted que semejantes
formaciones microscópicas se circunscriben a la carne transitoria?
¿No sabe que el macrocosmos está repleto de sorpresas en sus
variadas formas? En el campo infinitesimal, las revelaciones
obedecen al mismo orden sorprendente. André, amigo mío, las
enfermedades psíquicas son mucho más deplorables. La patología
del alma está dividida en cuadros dolorosos. La cólera, la
intemperancia, los desvíos del sexo, los vicios de varios matices,
forman creaciones inferiores que afectan profundamente la vida
íntima. Casi siempre el cuerpo enfermo denota una mente
enfermiza. La organización fisiológica, según conocemos en el
campo de los estudios terrestres, no va más allá del vaso de barro,
dentro del molde preexistente del cuerpo espiritual. Alcanzado el
molde en su estructura por los golpes de las vibraciones inferiores,
inmediatamente, el vaso las reflejará.
Comprendí a dónde deseaba llegar el instructor. Entretanto,
sus consideraciones relacionadas a las nuevas expresiones
microbianas, daban ocasión a ciertas indagaciones. ¿Cómo encarar
el problema de las formas iniciales? ¿Se encuadraba la afección
psíquica en el mismo cuadro sintomatológico que conociera, hasta
entonces, para las enfermedades orgánicas en general? ¿Habría
contagio en las molestias del alma? ¿Sería razonable que fuera así
en la esfera en la que los fenómenos patológicos de la carne ya no
deberían existir? Afirmaba Virchov que “el cuerpo humano es un
país celular, en el que cada célula es un ciudadano, constituyendo
la enfermedad una lucha entre ciudadanos, provocada por la
invasión de elementos externos”. De hecho, la criatura humana
debe luchar, desde la cuna, contra diversas flagelaciones climáticas,
entre venenos y bacterias de variados orígenes. ¿Cómo explicar,
ahora, el nuevo cuadro que se enfrentaba a mis escasos
conocimientos?
No pude retener la curiosidad. Recurriendo a la admirable
experiencia de Alejandro, pregunté:
–Amigo mío, ¿cómo se verifican los procesos mórbidos de
ascendencia psíquica? La afección, ¿no resulta del asedio de las
fuerzas exteriores? En nuestro dominio ¿cómo explicar la cuestión?
¿Es la perversión de la personalidad espiritual la que produce las
creaciones vampirísticas, o son éstas las que avasallan el alma,
imponiéndole ciertas enfermedades? En esta última hipótesis,
¿podríamos considerar la posibilidad del contagio?
El orientador me escuchó con atención y aclaró:
–Primero la siembra, después la cosecha; y tanto las semillas
de trigo como las de cualquier mala hierba, encontrando tierra
propicia, producirán a su modo y en la misma pauta de
multiplicación. En esa respuesta de la Naturaleza al esfuerzo del
labrador, tenemos simplemente la ley. Usted está observando el
sector de las larvas con justificable admiración. No tenga duda
alguna. En las molestias del alma, como en las enfermedades del
cuerpo físico, antes de la afección, existe el ambiente. Las acciones
producen efectos, los sentimientos generan creaciones, los
pensamientos dan origen a formas y consecuencias de infinitas
expresiones. Y en virtud de que cada Espíritu representa un universo
en sí, cada uno de nosotros es responsable por la emisión de las
fuerzas que lanzamos en circulación, en las corrientes de la vida.
La cólera, la desesperación, el odio y el vicio, ofrecen campo a
peligrosos gérmenes psíquicos en la esfera del alma. Y, tal como
acontece en el terreno de las enfermedades del cuerpo, el contagio
es aquí un hecho consumado desde el momento en que la impresión
o la necesidad de lucha establecen ambiente propicio entre
compañeros de un mismo nivel. Naturalmente, en el campo de la
materia densa, esa ley funciona con violencia, mientras que entre
nosotros, se desenvuelve con las modificaciones naturales. Además,
no puede ser de otro modo, ya que usted no ignora que muchas
personas cultivan vocación por el abismo. Cada vicio particular
de la personalidad, produce las formas sombrías que le son
consecuentes, y éstas, como las plantas inferiores que se arrastran
por el suelo, por enviciamiento del responsable, se extienden a las
regiones próximas en las que no predomina el espíritu de vigilancia
y de defensa.
Evidenciando extrema prudencia en el examen de los hechos
y advirtiéndome en contra de cualquier concepción indigna en el
ámbito de apreciaciones sobre la Obra Divina, agregó:
–Sé que su perplejidad es enorme; no obstante, usted no puede
olvidar nuestra condición de viejos reincidentes en el abuso de la
ley. Desde el primer día de razón en la mente humana, la idea de
Dios creó principios religiosos, sugiriéndonos las reglas del buen
vivir. Con todo, a medida que se refinan conocimientos
intelectuales, parece que el hombre, tiene menos respeto por las
dádivas sagradas. Con rarísimas excepciones, los padres terrenales
son los primeros centinelas viciados, actuando en perjuicio de los
hijitos. Comúnmente, a los veinte años, en virtud de la inercia de
los vigías del hogar, la mujer es una muñeca y el hombre un maniquí
de futilidades enfermizas, mucho más interesados en adornarse y
lucirse que en el esclarecimiento de los maestros; cuando alcanzan
lo alto de la montaña del casamiento, son, muchas veces, personas
excesivamente ignorantes o demasiado desviadas. Corresponde aun
reconocer que nosotros mismos, en todo el curso de las experiencias
terrestres, en la mayoría de las ocasiones, fuimos campeones del
endurecimiento y de la perversidad contra nuestras propias fuerzas
vitales. Entre abusos del sexo y de la alimentación, desde los años
más tiernos, no hacíamos otra cosa que desarrollar las tendencias
inferiores, manteniendo hábitos malignos. ¿Serían, pues, de
admirar, tantas molestias del cuerpo y tantas degeneraciones
psíquicas? El Plano Superior jamás niega recursos a los necesitados
de todo orden y valiéndose de las pequeñas oportunidades, auxilia
a los hermanos de la humanidad en la restauración de sus
patrimonios, ya sea cooperando con la Naturaleza o inspirando el
descubrimiento de nuevas fuentes medicinales y reparadoras. Por
nuestra parte, al despojarnos de los fluidos groseros a través de la
muerte física, a medida que nos elevamos en comprensión y en
capacidad, nos transformamos en auxiliares directos de las
criaturas. Pero, a pesar de ello, la maraña de la ignorancia es todavía
muy densa. Y el vampirismo mantiene considerable expresión,
porque si el Padre es sumamente misericordioso, es, también,
infinitamente justo. Nadie podrá confundir sus designios, y la
muerte del cuerpo, casi siempre sorprende al alma en terrible
condición parasitaria. De ese modo, la promiscuidad entre
encarnados indiferentes a la Ley Divina y los desencarnados que
han sido indiferentes a ella, es muy grande en la superficie terrestre.
Absolutamente faltos de preparación y habiendo vivido mucho más
de sensaciones animalizadas que de sentimientos y pensamientos
puros, las criaturas humanas, más allá de la sepultura, prosiguen
en muchísimos casos imantadas a los ambientes familiares que
alimentaban su campo emocional. Una dolorosa ignorancia que
les aprisiona los corazones repletos de particularidades,
encarcelados en el magnetismo terrestre, engañándose a sí mismos
y fortaleciendo sus antiguas ilusiones. Los infelices que cayeron
en semejante condición de parasitismo sirven de alimento habitual
a las larvas que usted observó.
–¡Dios mío! –exclamé, fuertemente asombrado.
Alejandro, atentamente, aclaró:
–Semejantes larvas, son portadoras de vigoroso magnetismo
animal.
Y observando tal vez que muchas y torturantes indagaciones
se entrechocaban en mi cerebro, el instructor consideró:
–Naturalmente que la fauna microbiana en análisis no será
servida en bandejas; bastará que el desencarnado se agarre a los
compañeros de la ignorancia todavía encarnados, cual hierba dañina
a los gajos de los árboles, para que pueda succionarles la sustancia
vital.
No conseguía disimular el asombro que me dominaba.
–¿Por qué tanta extrañeza? –preguntó el cuidadoso
orientador–, ¿qué hacíamos nosotros cuando nos hallábamos en la
esfera de la carne? ¿No se mantenían nuestras mesas a costa de
carne y vísceras de bovinos y de aves? Con el propósito de buscar
recursos proteicos, exterminábamos incontables pollos y carneros,
lechones y cabritos. Chupábamos los tejidos musculares, roíamos
los huesos. No satisfechos con matar a los pobres seres que nos
pedían rutas de progresos y valores educativos para mejorar la Obra
del Padre, aumentábamos el refinamiento de la explotación
milenaria y a muchos de ellos les infligíamos determinadas
molestias, para que nos sirvieran al paladar con la máxima
eficiencia. Poníamos al cerdo común en régimen de ceba, y el pobre
animal, muchas veces a costa de residuos, debía crear ciertas
reservas de gordura, hasta que se postrase totalmente al peso de
las grasas enfermas y abundantes. Colocábamos gansos en
determinadas condiciones para hacerlos engordar, para que
hipertrofiasen el hígado, con el fin de obtener sustanciosas pastas
destinadas a manjares que se hicieron famosos, despreocupándonos
de las faltas cometidas, pero con la supuesta ventaja, de enriquecer
la calidad culinaria. Para que nuestras ollas olieran agradablemente,
en nada nos dolía el cuadro conmovedor de las vacas madres en
dirección al matadero. Exagerábamos, con toda la responsabilidad
de la Ciencia, la necesidad de proteínas y grasas diversas, pero
olvidábamos que nuestra inteligencia, tan fértil para el
descubrimiento de comodidades y confort, hallaría recursos, sin
recurrir a la industria de la muerte, para encontrar nuevos elementos
y nuevos medios para conseguir suministros proteicos al organismo.
Olvidábamos que el auge de lacticinios para el enriquecimiento de
la nutrición es una elevada tarea, pues vendrán tiempos para la
Humanidad terrestre en que el establo, como el hogar, será también
sagrado.
–Con todo, amigo mío, –propuse considerar–, la idea de que
muchas personas viven en la Tierra a merced de vampiros invisibles,
es francamente desagradable e inquietante. ¿Y dónde queda la
protección de las altas esferas? ¿Y el amparo de las entidades
angélicas, y la amorosa defensa de nuestros superiores?
–Querido André, –dijo Alejandro con benevolencia–,
debemos afirmar la verdad aunque resulte en contra de nosotros
mismos. En todos los sectores de la Creación, Dios, nuestro Padre,
colocó a los superiores y a los inferiores para el trabajo de evolución
a través de la colaboración y del amor, de la administración y de la
obediencia. ¿Acaso nos atreveríamos a declarar que hemos sido
buenos para con los seres que nos son inferiores? ¿No les hemos
arrebatado la vida, personificándonos como diabólicas figuras en
sus caminos? Claro que no deseamos crear un principio de falsa
protección a los irracionales, obligados, como nosotros, a cooperar
con la mejor parte de sus fuerzas y posibilidades en el
engrandecimiento y en la armonía de la vida, ni sugerimos la
peligrosa conservación de los elementos reconocidamente dañinos.
Pero, debemos aclarar que, en el capítulo de la indiferencia para
con la suerte de los animales, de la cual participamos en el cuadro
de las actividades humanas, ninguno de nosotros podría, en sana
conciencia, tirar la primera piedra. Los seres inferiores y necesitados
que se hallan en el Planeta, no nos encaran como superiores
generosos e inteligentes y sí como verdugos crueles. Confían en la
tempestad furiosa que perturba las fuerzas de la Naturaleza, pero
huyen, desesperados, ante la aproximación del hombre de cualquier
condición; con la excepción de los animales domésticos que, por
confiar en nuestras palabras y actitudes, aceptan el cuchillo en el
matadero, casi siempre con lágrimas de aflicción, incapaces de
discernir con el raciocinio aún embrionario, donde comienza
nuestra perversidad y donde termina nuestra comprensión. Si no
protegemos ni educamos a aquellos que el Padre nos confió, como
frágiles gérmenes de racionalidad todavía en los pesados vasos
del instinto, si abusamos largamente de su incapacidad de defensa
y de conservación, ¿cómo exigir el amparo de superiores benévolos
y sabios, cuyas más sencillas instrucciones son para nosotros
difíciles de soportar, por nuestra lamentable condición de
infractores de la ley de auxilios mutuos? En su condición de médico,
usted no puede ignorar que el embriólogo, contemplando el feto
humano en sus primeros días, a distancia del vehículo natural, no
podrá afirmar, con certeza, si tiene ante sus ojos el germen de un
hombre o de un caballo. El médico forense, encuentra dificultades
para determinar si la mancha de sangre encontrada eventualmente
proviene de un hombre, de un perro o de un mono. El animal posee
igualmente su sistema endocrino, sus reservas de hormonas, sus
procesos particulares de reproducción en cada especie y, por eso
mismo, ha sido un auxiliar precioso y fiel de la Ciencia en el
descubrimiento de los más eficientes servicios de curación de las
enfermedades humanas, colaborando activamente en la defensa
de la Civilización. Sin embargo…
El instructor se interrumpió y, considerando la gravedad del
asunto, pregunté con emoción:
–¿Cómo solucionar problemas tan dolorosos?
–Los problemas son nuestros –aclaró el generoso amigo,
tranquilamente–, no nos corresponde condenar a nadie.
Abandonando las fajas de nuestro primitivismo, debemos despertar
nuestra propia conciencia para alcanzar la responsabilidad
colectiva. La misión del superior es amparar al inferior y educarlo.
Y nuestros abusos para con la Naturaleza están profundamente
enraizados en todos los países, desde hace muchos siglos. No
podemos renovar los sistemas económicos de los pueblos, de un
momento para otro, ni sustituir, de manera repentina, los hábitos
arraigados y viciosos de alimentación impropia. Reflejan ellos,
igualmente, nuestros errores multimilenarios. Pero, en nuestra
calidad de hijos endeudados para con Dios y para con la Naturaleza,
debemos proseguir en el trabajo educativo, despertando a los
compañeros encarnados más experimentados y más esclarecidos,
en beneficio de la nueva era en la que los hombres cultivarán el
suelo de la Tierra por amor y se valdrán de los animales con espíritu
de respeto, educación y entendimiento.
Después de ligero intervalo, el instructor observó:
–Semejante realización, es de importancia esencial en la vida
humana, porque, sin amor para con nuestros inferiores, no
podremos esperar la protección de los superiores; sin respeto para
con los otros, no debemos esperar el respeto ajeno. Si hemos sido
vampiros insaciables de los seres frágiles que, entre las formas
terrenas, nos rodean, abusando de nuestro poder racional ante la
debilidad de la inteligencia de ellos, no está demás que, por fuerza
de la animalidad que la mayoría de las criaturas humanas aún
conserva, vengan a caer desveladamente, en situaciones enfermizas
a causa del vampirismo de las entidades que le son afines en la
esfera invisible.
Las aclaratorias de Alejandro, suministradas sin presunción
y sin crítica, penetraban en mí profundamente. Algo nuevo se
despertaba en mi ser. Era el espíritu de veneración hacia todas las
cosas, y el reconocimiento efectivo del Paternal Poder del Señor
del Universo.
El delicado orientador, me interrumpió el transporte de íntima
adoración al Padre, acentuando:
–Según puede observar, el legítimo desenvolvimiento
mediúmnico, es un problema de ascensión espiritual por parte de
los candidatos a las percepciones sublimes. Mientras tanto, André,
no importa que nuestros amigos ansiosos por lograr los altos valores
psíquicos, hayan venido hasta aquí sin la debida preparación.
Aunque incipientes en el asunto, ganaron muchísimo, porque fueron
auxiliados contra el vampirismo venenoso y destructor. Usted se
sorprendió con las larvas que les aniquilaban sus energías
espirituales; ahora verá a las entidades explotadoras que
permanecen fuera del recinto, esperando su regreso.
–¿Allá afuera? –pregunté alarmado.
–Sí –respondió Alejandro–. Si nuestros hermanos
consiguieran de hecho aplicarse a sí mismos los deseables golpes
de la disciplina, ganarían mucho en fuerza contra la influencia de
los infelices que los siguen; pero, lamentablemente, son muy raros
los que se mantienen con la necesaria resolución en el terreno de
la aplicación viva de la luz que reciben. La mayoría, al ser roto
nuestro círculo magnético, organizado en el curso de cada reunión,
olvida las bendiciones recibidas y se vuelve, nuevamente, hacia
las mismas condiciones deplorables en que se hallaba horas antes,
subyugada por los vampiros, renitentes y crueles.