sábado, 19 de diciembre de 2015

ESPIRITISMO PARA NIÑOS

Pensar antes de obrar


Siendo Luizinho un niño muy alterado, su madre lo reprendía siempre por las cosas equivocadas que hacía. Tiraba el rabo del gato, peleaba con la hermana, discutía con los compañeros en la escuela, desmontaba la bicicleta, rompía el aparato de sonido, entre otras cosas. Al ser reprendido, cayendo en sí, Luizinho decía:

— Disculpa, mamá. Lo hice sin pensar. ¡Cuando ya lo vi lo había hecho!

Por eso, la madre necesitaba estar siempre atenta a lo que Luizinho estuviera haciendo. Aquel día, después de otra travesura, cansada de sus triquiñuelas, la madre le dijo muy seria:

— Mi hijo, tú necesitas pensar más en lo que vas a hacer. ¡Tú ya tienes ocho años y no puedes actuar cómo si tuvieras tres!...    ...>>

Sintiendose culpable, él explicó: 

— Yo sé, mamá. ¡Pero cuando vi...ya lo había hecho! 

— Pues es exactamente ese es el punto, Luizinho: tú necesitas pensar antes. Después que hacemos alguna cosa, no hay como volver atrás. Por ejemplo: ¡Ayer tú subiste al tejado de la casa; podrías haber caído y ser golpeado seriamente! Otro día, escondido, tú encendiste un fósforo e hiciste fuego en un montón de cosas viejas que no querías más, en tu cuarto. ¡Y, si yo no lo hubiese visto, podría haber quemado todo en nuestra casa! ¡Felizmente, sentí olor a humo y conseguí apagar el fuego antes que causara estragos mayores! Y otro día... 

— ¡Basta, mamá! Sé que tienes razón. He actuado muy mal. Prometo que no voy a hacer travesuras de nuevo. Voy a intentar mejorar — dijo el chico. 

— Está bien, hijo mío. Esa es una decisión importante. Haz una plegaria y pides ayuda a Jesús. Con seguridad serás atendido, desde que realmente desees mejorar. Pero, antes de hacer cualquier cosa, piensa: ¿A mí me gustaría que alguien hiciera eso conmigo? 

Y fue lo que el niño hizo. A la noche, antes de dormir, pidió a Jesús que lo alertara cuando estuviera haciendo algo mal. Así, cuando Luizinho despertó por la mañana, pensó: 

— Hoy voy a hacer todo bien, como mamá me enseñó. ¡Jesús me va a ayudar! 

Lleno de buenos propósitos, Luizinho salió de casa. En la calle, a camino de la escuela, vio a Amanda a su frente, una compañera a quien no le gustaba mucho. Tuvo el impulso de tirarle los cabellos y salir corriendo. Cuando ya andaba con la mano extendida, Luizinho se acordó de lo que la madre había dicho, y pensó: ¿Si yo estuviera en el lugar de ella, me gustaría que hicieran eso conmigo? ¡No, a mí no me gustaría! Entonces, bajó el brazo. La chica lo vio, él sonrió para ella y comenzaron a hablar, siguiendo juntos hasta la escuela. Y, finalmente, Amanda no era vulgar como él pensaba. ¡Era hasta bien simpática!... 

En la hora del recreo, Luizinho vio a Jorge, un chico con un sandwich en la mano, preparándose para comerlo. En aquel momento, tuvo ganas de derrumbar la comida del compañero en el suelo, sólo para ver la reacción de él. Pero, de repente, él pensó mejor, y desistió, bajando el brazo. Como estaba cerca, se sentó al lado del niño y comenzaron a hablar. Así, él supo que Jorge era muy pobre y que aquel sandwich su madre lo había preparado para ser comido en el desayuno, pero él hubo preferido llevarlo para comer en la escuela, de modo a sentirse igual a los demás niños. Luizinho preguntó: 

— ¡Jorge, tú eres un chico bueno! ¿Por qué vives aislado de los otros compañeros? 

— Es porque soy muy tímido. ¡Pero a mí me gusta hablar, como estamos haciendo ahora! 

Ellos salieron de allí y fueron a jugar en el tobogán y se divirtieron bastante. Luego el recreo terminó y ellos volvieron para la clase, pero ahora eran amigos. 

Volviendo para casa, Luizinho encontró un perrito callejero y tuvo ganas de darle un puntapié. 


Percibiendo su intención, el animal se encogió contra la pared, lleno de miedo. Pero, aún una vez más, el niño pensó en lo que iba a hacer, y paró. Viendo al perrito asustado, se bajó y le hizo una caricia. El animalito, ahora con expresión diferente, lo miró y le lamió la mano, acogiéndose a sus piernas. Lleno de piedad, Luizinho llevó a su nuevo amigo para casa. 


La madre quedó sorprendida al ver al hijo llegar con el perrito, y el niño explicó: 

— Mamá, yo encontré a este perrito en la calle. Por su forma, él no tiene dueño. ¿Puedo quedarme con él? 

— Puedes, hijo mío. Pero tú serás el responsable de él. Él va a depender de ti. 


— Puedes dejarme, mamá. Voy a cuidar bien de él. 

Luizinho arregló un lugar para que su nuevo amigo durmiera, colocó una vasija con comida y otra
con agua, y después le dio un buen baño. Luego, el perro estaba con otro aspecto. 

Antes de dormir, la madre fue a desearle buenas noches y vio que el animalito estaba al lado de la cama. Sonrió, preguntando: 

— ¿Cuál es el nombre de él? 

— Manchado. ¿Mamá, viste como él se volvió mí amigo? 

— Es verdad. Siempre que hacemos el bien recibimos cosas buenas de vuelta. ¡Y la amistad es una de ellas! 

Luizinho pensó un poco, después comentó el día que tuvo: 

— Tú tienes razón, mamá. Hoy, desperté con el propósito de hacer todo correcto, y, aún así, casi eché todo a perder. Pero, cuando iba a hacer alguna cosa mal, algo me alertaba y yo pensaba en las palabras que me dijiste anoche, es decir, que yo me colocara en el lugar de la otra persona. ¡Y fue lo que yo hice!... 

Y contó a su madre todo lo que había ocurrido, terminando por afirmar: 

— Gracias a haberme comportado bien, hice todo correcto y gané tres nuevos amigos hoy: Amanda, que no era antipática como yo pensaba; Jorge, que no hablaba conmigo porque es muy tímido, y que descubrí que era bastante simpático. Y, finalmente, mi querido Manchado, que encontró un hogar. ¡Por todo eso, estoy feliz, mamá!... ¡Estoy en paz conmigo mismo y con los otros!... ¡Y todo eso en un único día!... 

La madre sonrió, envolviendo al hijo en un grande y afectuoso abrazo. 

— Entiendo lo que estás sintiendo, hijo mío. Esa es la paz de la conciencia tranquila. Entonces, vamos a hacer una plegaria y agradecer a Jesús por el día que tú tuviste hoy. Y que los futuros días también sean llenos de bendiciones.