ya, puesto que os hasta el considerar la tierra que habitáis? La superioridad de la
inteligencia, entre un gran número de sus habitantes, indica que no es un mundo
primitivo destinado a la encarnación de espíritus recién salidos de las manos del Criador.
Las cualidades innatas que llevan consigo son prueba de que han vivido ya y de que han
realizado cierto progreso; pero también los numerosos vicios a que se inclinan, son
indicio de una gran imperfección moral; por esto Dios los ha colocado en una tierra
ingrata para expiar en ellas sus faltas por medio de un trabajo penoso y por las miserias
de la vida, hasta que hayan merecido ir a un mundo más feliz.
14. Sin embargo, todos los espíritus encarnados en la tierra no han sido enviados
por expiación. Las razas que vosotros llamáis salvajes son espíritus apenas salidos de la
infancia, y que están, por decirlo así, educándose, y se desarrollan por el contacto de
espíritus más avanzados. Luego vienen las razas medio civilizadas, formadas de los
mismos espíritus que están progresando. Estos son, hasta cierto punto, las razas indígenas
de la tierra, que se han desarrollado poco a poco después de largos períodos
seculares, algunas de las cuales han podido alcanzar la perfección intelectual de los
pueblos más ilustrados.
Los espíritus en expiación son en ella, si podemos expresarnos así, exóticos; han
vivido ya en otros mundos, de los que han sido excluidos a consecuencia de su
obstinación en el mal, y porque serían causa de turbación entre los buenos; han sido
relegados por un tiempo entre los espíritus más atrasados y tiene por
misión hacerles adelantar, porque han llevado consigo la inteligencia desarrollada y el
germen de los conocimientos adquiridos; por esto los espíritus castigados se encuentran
entre las razas menos inteligentes: son también aquellos para quienes las miserias de la
vida tienen más amargura, porque hay en ellos más sensibilidad y son más probados por
el contacto de las razas primitivas, cuyo sentido moral es más obtuso.
15. La tierra es, pues, uno de los tipos de los mundos expiatorios, cuyas
variedades son infinitas; pero que tienen por carácter común el servir de lugar de
destierro a los espíritus rebeldes a la ley de Dios. Ahí estos espíritus tienen que luchar, a
la vez, contra la perversidad de los hombres y contra la inclemencia de la naturaleza,
doble trabajo penoso que desarrolla al mismo tiempo las cualidades del corazón y las de
la inteligencia. Así es como Dios en su bondad, hace que el castigo redunde en provecho
del progreso del espíritu. (San Agustín. París, 1862.)