domingo, 26 de abril de 2015

LA DOCTRINA ESPIRITA


“Se reconoce al verdadero espiritista por su transformación moral y por los esfuerzos que hace para dominar sus malas inclinaciones”. (Evangelio Según el Espiritismo, Cap. XVII Sed Perfectos, Los Buenos Espiritistas.) Esta frase de Kardec implica el propósito que debe asumir todo estudiante de la doctrina espiritista. El estudio de la doctrina no es solamente para “saber más”, para aumentar los conocimientos, sino para aplicar sus principios a nuestra vida diaria y convertirnos en mejores seres humanos.
Las enseñanzas que han traído todos los profetas en todos los tiempos han tenido el mismo propósito: ayudar a la humanidad en su trayectoria hacia la perfección.
Desde hace cerca de 2,500 años, cuando Allan Kardec se desempeñaba como un sacerdote druida, él recogía de las enseñanzas de los celtas, revividas por Jesús y que en esta época dieron base sólida a la doctrina espiritista, ese sentido de pertenencia universal, esa necesidad de fe en la vida futura y su indudable existencia, y el progreso que puede alcanzar el alma.
Es lamentable que las enseñanzas del Maestro Jesús, al caer en manos de seres humanos con poca comprensión de las mismas, hayan sido tan diversificadas conforme a los intereses de cada grupo en cada época. Esto siempre ha ocurrido con los conocimientos que nos llegan, y la doctrina espiritista no está ajena a esta situación ya que todavía hay hermanos envueltos en prácticas sincréticas a las que, por ignorancia, les llaman espiritismo.
El conocimiento y la comprobación que nos da la doctrina espírita en relación a la vida futura debe tener como resultado el que podamos comprender la necesidad que tenemos de desapegarnos de las cosas materiales, el darles el uso que les corresponde dentro de la necesidad que tenemos de ellas. Cuando entendemos que todo lo material es pasajero, pero que tenemos que utilizarlo para desarrollar nuestras aptitudes y nuestra inteligencia así como las virtudes de nuestro espíritu, el desapego adecuado de la materia, ya no representa un sacrificio, todo lo contrario, la certeza de obrar bien.
El espiritista compenetrado de las enseñanzas de la doctrina entiende que, tanto su cuerpo físico como el mundo material, le son necesarios para adquirir conocimientos, experiencias y trabajar en su adelanto moral y espiritual. Es nuestro estado moral el que determina el grado de felicidad que podemos disfrutar.
Todas las situaciones que se nos presentan en nuestra vida material están íntimamente ligadas a nuestra necesidad de aprender y no se trata de castigos, sino de nuevas lecciones y la repetición de aquellas no aprendidas.
El verdadero espiritista entiende que la verdadera vida es la del espíritu, la normal en el mundo espiritual, que nuestra estancia en el mundo material es temporal para aprender y practicar lo aprendido. Esto hace que cada día trate de ser mejor que el día anterior y trate de encontrar en cada enseñanza, en cada conocimiento adquirido, la luz para ver el camino correcto, el camino del bien.
La vida del espiritista practicante no es fácil en términos de que enfrenta un materialismo rampante en la sociedad en que vive, algo que tiene que esforzarse por superar. No puede dejarse arrastrar por la fuerza dominante de la materia. Esto es más fácil decirlo que hacerlo, lo entendemos, pero ahí radica el gran reto que enfrentamos y del cual tenemos que salir triunfantes.
Podemos considerarnos triunfantes cuando logramos establecer un equilibrio, un balance entre los aspectos materiales y espirituales en nuestra vida. No podemos abandonar la materia hasta el día en que nos corresponda, de modo que tampoco podemos abandonar la lucha que esa materia nos presenta. Todo lo contrario, sabemos que esa lucha es pasajera y en la medida que logremos el objetivo que representa, la estaremos superando.
El esfuerzo diario que hacemos para mantenernos en el camino del bien es el que nos lleva a esa transformación moral de la que nos habla el Maestro Kardec.
No nos podemos aislar de la sociedad para que no nos alcance el mal, sino fortalecernos moralmente para no caer en el mal. Según nos vamos mejorando, perfeccionándonos día a día, también estamos contribuyendo al mejoramiento de los hermanos que nos rodean ya que al igual que el mal es contagioso, el bien aunque con mayor dificultad, también lo es.
La práctica diaria de la caridad caracteriza al verdadero espiritista. Su pensamiento dirigido al bien lo lleva a hacer la caridad por razón de ese mismo bien, sacrificando su interés personal sin esperar recompensa alguna y sin discriminar por razas o creencias. Su fe en el porvenir le permite colocar los bienes espirituales sobre los materiales.
El verdadero espiritista, aquel que entiende y pone en práctica los principios de la doctrina, tiene un gran compromiso con esta humanidad. Está en el deber de extender su conciencia del bien a la conciencia de la humanidad terrestre.