lunes, 2 de febrero de 2015

EDUCACIÓN PARA LA MUERTE


Vivimos, pensamos, obramos, he aquí lo positivo: moriremos, esto no es menos cierto. Pero dejando la Tierra, ¿a dónde vamos? ¿Qué es de nosotros? ¿Estaremos mejor o peor? ¿Seremos o no seremos? Ser o no ser: tal es la alternativa, es para siempre o para nunca jamás, es todo o nada, viviremos eternamente o todo se habrá concluido para siempre. Todos sabemos que nacemos, - podemos crecer y envejecer – pero siempre nos morimos. Convivimos a diario con la idea de muerte en los medios de comunicación, en los fallecimientos de personas conocidas o de familiares. Sin embargo, tales sucesos siempre nos sorprenden como si no formaran parte de la naturaleza, como si ese no fuera el destino que nos espera a todos, y nos recusamos a hablar sobre el tema con la profundidad necesaria, en un intento hasta infantil de ignorarlo o alejarlo de nuestra realidad existencial.En este artículo, pretendemos reflexionar sobre las posibles razones que nos hacen actuar de esa manera y que nos llevan a temer a la muerte. Abordaremos datos científicos, filosóficos y religiosos para comprender esta falta de preparación para la muerte, tan común en el Occidente. E intentaremos ofrecer argumentos que expliquen que educarse para la muerte es esencialmente educarse para la vida. Reflexión filosófica sobre la muerte Según Izabel Petraglia y Cláudio Roberto Fontana Bastos, en el artículo “Muerte, Complejidad y Educación”, Sócrates decía que filosofar es aprender a morir. En su apología, Platón describe como Sócrates estimulaba a los ciudadanos de Atenas a fijarse en la perfección del alma y valorarla más que al cuerpo. Para él, la muerte era algo tan natural como la vida. La superación de la angustia y del miedo a la muerte libertaría al hombre. En el mismo artículo, sus autores dicen que la filosofía griega lograba enfrentar y aceptar la susceptibilidad del ser humano, camino a la muerte y Sócrates relacionaba la misión educacional al cuidado del alma a través del conocimiento de la verdad. Platón defendía la idea de que el alma seguía existiendo tras la muerte del cuerpo. Para él, el cuerpo era la cárcel del alma, así que morir nada más era que alcanzar la libertad. En la Edad Media, la muerte era un rito de pasaje de las cosas transitorias a las eternas. El moribundo la esperaba en su casa, acostado y mirando hacia arriba, donde estaba el cielo. Era una gran ceremonia pública en la que mujeres lloraban, se arrancaban los pelos y se rasgaban la ropa; sus gemidos eran como un ritual y la preocupación principal no era la muerte, sino la salvación del alma. La idea griega de la muerte que liberta, da lugar al terror de la condena del alma al infierno medieval y es posible que los escenarios infernales pintados por la Iglesia Católica en el Medievo hayan estimulado muchos hombres al materialismo en el período posterior. Y es esta concepción teológica medieval y la negación materialista intensificada en la Edad Moderna, las principales formadoras de los conceptos occidentales de muerte heredados por la Edad Contemporánea: por un lado los creyentes en la salvación o condena eternas; por otro los que creen que la muerte es el fin. Herculano Pires en “Educación para la Muerte” dice que el miedo a la muerte es el temor a la soledad y a la oscuridad, lo que fue agravado por los teólogos que “oficializaron leyendas del Infierno, Purgatorio y del Limbo, de las cuales no escapan siquiera los niños que se mueren sin bautizarse”. El autor recuerda que el Papa Pablo VI declaró que la Iglesia no sabe como es la vida después de la muerte. Sin embargo, la misma Iglesia Católica (además de otras) divulga ampliamente la idea aterradora del Infierno, aunque no confirma conocer su existencia. Tal concepción se justificaba en la Edad Media, cuando el comercio de las indulgencias era muy practicado, cuando la felicidad eterna estaba sometida al “relleno de los cofres dejados en la Tierra” por los fallecidos. Pero después de la Reforma y con el fin de la Edad Media, este modelo teológico se mostraba poco confiable para algunos. El Cielo, el Infierno y el Purgatorio La creencia en la condena eterna sería un argumento bastante comprensible para justificar el miedo a la muerte, dado que es bastante aterradora la imaginación de un lugar en llamas, donde almas se contraen y gimen desesperadas, bajo la visión de un dios sádico que a todo mira con indiferencia. “Por otro lado, las almas lánguidas y atormentadas en el purgatorio esperan su libertad dependiendo de la voluntad de los vivos para que rueguen o hagan rogar por ellas y no de sus esfuerzos para progresar.” ¡Felices son aquellas almas que conquistan su lugar en el Cielo! ¿Será cierto? ¿Qué felicidad gozaría una madre en el Cielo si allí no estuvieran sus hijos o su esposo amado? ¿Si supiera que ellos sufrirían castigos eternos mientras ella “descansaba eternamente y entonaba himnos de loas”? A nadie le gustaría estar en un Cielo y olvidar sus seres queridos. Y si nosotros, que somos tan imperfectos y egoístas, seríamos incapaces de hacerlo, ¿por qué Dios lo haría? También podemos preguntar cuáles serían los criterios que nos conducirían al Cielo, al Infierno o al Purgatorio. En la Edad Media, era la clase social; los religiosos “traficaban” indulgencias, vendían perdón a los ricos y los pobres estaban condenados. Una práctica que no es coherente con la justicia de Dios, por lo tanto, no puede ser aceptada como un criterio de condena o premiación. Otra condición para irse al Cielo es el bautismo, pero tampoco es valedero a los que nacieron y fallecieron antes de Cristo, y a los que fallecieron poco después de nacer. Otro problema serían los adeptos de otras religiones, cuyas prácticas no incluyen el bautismo y que además nunca escucharon hablar de Jesús. ¿Los condenaría Dios al Infierno? La Iglesia Católica manda al Limbo los niños que fallecieron antes de bautizarse. Pero ¿por qué no se van al Cielo ya que no hicieron el mal? O ¿por qué no se van al Infierno ya que no practicaron el bien? Otro requisito para conquistar el Cielo es el arrepentimiento. Una persona que ha sido muy mala durante toda su existencia se arrepiente sobre la hora de la muerte, es perdonada y se va al Cielo. Otra que se equivocó menos y falleció de modo instantáneo, sin tiempo para arrepentirse se va al Infierno. Y podríamos seguir disertando sobre ese tema que no es justo con la figura de Dios, Padre amoroso, soberanamente bueno, justo y misericordioso, tampoco explica de la mejor manera las cuestiones de la vida y post vida. Así que pasaremos a discutir sobre la teoría de la nada y sobre la existencia e inmortalidad del alma. La inmortalidad del Alma Sería extraño y hasta irónico que, en un Universo en que nada se pierde, que todo se transforma, el hombre fuese la única excepción perecedera, sujeto a desaparecer con su despojos. Kardec, en el libro “El Cielo y el Infierno”, diserta de manera muy clara sobre la idea de “la nada” y argumenta que sería muy aflictivo pensar que después de todo el esfuerzo que hacemos en la Tierra, de todo lo que aprendemos, simplemente desapareciéramos a causa de la muerte. Ello porque nos concentraríamos sólo en el presente y actuaríamos de manera egoísta, ya que nuestro objetivo sería únicamente disfrutar la vida. En realidad, la teoría de la nada es el extremo opuesto a la enseñanza autoproclamada cristiana de la muerte, la cual ya no responde a las preguntas esenciales del hombre racional moderno ni es justa con la figura del Cristo. Jesús ya nos había enseñado que nadie muere cuando su cuerpo espiritual se hizo visible entre los “vivos” después de su muerte y Pablo de Tarso afirmó que el cuerpo espiritual es el cuerpo de la resurrección ; aunque el Cristo sea siempre representado por algunos con las imágenes de un hombre muerto, colgado de la cruz y que muchos crean que los muertos resucitan en la carne. Una idea nada alentadora para aquellos que poseen cuerpos mutilados, debilitados o que tuvieron los cuerpos destrozados en la ocasión de la muerte. La curiosidad de saber si existe algo que sobrevive a la muerte del cuerpo físico no es una novedad. Desde hace mucho tiempo el hombre elabora preguntas relacionadas a su existencia, casi siempre en un aspecto religioso. Sin embargo, a partir del siglo XIX, este interés se ha intensificado y ampliado para el tema de la reencarnación. No solamente entre la gente común y creyente, sino entre figuras ilustres de la historia. Nos cuenta el estudioso espírita Carlos de Brito Imbassahy que en los años de 1944 y 1945, científicos italianos estudiaban lo que se llamó de bebé de probeta, pero dedujeron que no obtendrían éxito en la creación de los bebés porque no podrían crear un campo de energía presente en el vientre de las mujeres fértiles lo cual acompañaba el feto cuando él nacía. Agrega el estudioso que investigaciones modernas comprobaron que la formación fetal depende de este campo, que no pertenece a la madre, sino que actúa en su vientre y comanda la selección de espermatozoide que fecundará el óvulo. Treinta años después, suecos inventan un aparato capaz de detectar el campo energético de moribundos y descubrieron que tal campo los abandonaba cuando ellos fallecían. Además, los moribundos eran pesados antes y después de la muerte y concluyeron que este campo era el alma, dado que había una pequeña pérdida de peso corporal en razón de la muerte. En la actualidad, hay nuevas modalidades de investigaciones, como los casos de Experiencia de Casi Muerte, las visiones de los moribundos en el lecho de muerte, las experiencias fuera del cuerpo y la Transcomunicación Instrumental. Todas ellas reafirmando la supervivencia del alma y probando que los Espíritus se pueden comunicar. Ya no podemos rechazar las pruebas y reaccionar como personas ignorantes, como las que se negaron a creer que la Tierra era redonda y que giraba alrededor del sol, o que dificultaron la vida de Pasteur cuando menospreciaron su tesis de la existencia de seres microscópicos porque no los podían ver. No podemos ver los virus, las bacterias, el aire, algunos gases, el pensamiento, pero sabemos que existen por la manifestación de sus efectos. La existencia del alma también es un hecho. Los Fenómenos Espíritas La fenomenología espírita y la reencarnación también despertaron la atención de muchos científicos, sobre todo a partir de la mitad del siglo XIX. Allan Kardec fue el primero estudioso a hacer un trabajo organizado, meticuloso y lógico sobre los fenómenos espirituales. Sir Williams Crookes, considerado por muchos como el mayor científico de su época, investigó las facultades mediúmnicas de algunos médiums y pudo confirmar la veracidad de los hechos espirituales. A partir de esa época muchos intelectuales pasaron a estudiar tales fenómenos para desacreditarlos, sin embargo, se depararon con una verdad incontestable y se sumaron a la lista de creyentes. Otros los examinaron movidos por el espíritu científico. Charles Richet, catedrático en la Facultad de Medicina en París y Nóbel de Fisiología en 1913 se convenció. Alfred Rusell Wallace, co-autor de la Teoría de la Evolución, fundó una sociedad que se dedicaba a la experimentación espírita, después de ser materialista convicto. Cesare Lombroso, doctor en Psiquiatría y Antropología de la Universidad de Turín, fue un gran investigador del tema después de haber abrazado el Espíritu de su madre fallecida. Y podríamos seguir la gran lista de estudiosos y científicos: Camille Flammarion, astrónomo; Gustavo Geley, médico y filósofo; Carl Gustav Jung, discípulo de Freud; Albert de Rochas, director del Instituto Politécnico de París; Ernesto Bozzano, estudioso italiano que escribió varios libros con resultados de sus investigaciones; Hernani Guimarães Andrade, quien en su libro “Morte, uma luz no fim do túnel” relata experiencias de varios científicos realizadas en laboratorio que confirman la existencia del alma… Hay muchos nombres más, pero no es el objetivo de este estudio citarlos todos, más bien contar algo sobre sus investigaciones, las cuales contemplaban experiencias con la mediumnidad, con mensajes obtenidos por psicografía, psicofonía y audiencia; también estaban las materializaciones con la utilización de ectoplasma; las levitaciones, hipnosis y videncias. Y en 1975, el psiquiatra americano Raymond A. Moody Jr., presentó un trabajo serio sobre lo que llamamos de experiencia de casi muerte (ECM), comprobando científicamente que la muerte es sólo un cambio de estado de consciencia. En su libro “La Vida Después de la Vida”, el doctor Moondy relata casos de personas que se acercaron a la muerte clínica, cuyas almas se desprendieron relativamente del cuerpo, adquirieron significativa libertad y cuando volvieron al cuerpo, revelaron interesantes informaciones sobre la frontera entre la vida física y la espiritual. Las narraciones eran muy similares. Muchos veían túneles por donde transitaban, luces, recordaban toda su vida, se encontraban con familiares muertos y se deparaban con escenarios celestiales. Incluso personas no videntes que vivieron la estas experiencia cercana a la muerte, relataban visiones. El Dr. Melvin Morse también estudió casos semejantes, pero con niños que pasaron por graves accidentes y serias enfermedades y reunió muchos casos en el libro “Closer to the Light - Learning from the Children” (Más Cerca de la Luz - Aprendiendo con los niños). La psicóloga Kim Klark, quien forma parte del equipo del doctor Morse, trabajó en 1989 con un grupo de 121 niños entre 3 y 16 años en situación de riesgo de vida. Las experiencias vivenciadas por ellos no escaparon a la similitud observada antes y entre los interesantes casos investigados por la doctora, está el relato de Katie, una niña que le contó que durante su experiencia había ido a su casa en compañía de una muchacha, vio a su hermano estudiando y a su madre cocinando. Además, reconoció a todo el equipo médico que la cuidó cuando ella llegó al hospital inconsciente. La contribución de personas serias e dedicadas al estudio de la supervivencia del alma nos da la certeza de que la muerte no existe y que seguimos viviendo en otro plano cuando nuestro cuerpo físico muere, es de hecho muy consoladora, pero no nos permite vislumbrar la justicia divina, dado que no explica la causa de las muertes prematuras y los variados géneros de muerte, entre otras dudas que tenemos a nivel existencial. Las vidas sucesivas o la reencarnación es el eslabón que une el consuelo que nos ofrece la consciencia de la inmortalidad a la explicación lógica de la justicia divina. La Reencarnación La reencarnación no es una idea nueva, sino que forma parte de la creencia de muchas religiones orientales milenarias. A partir de 1857, con el lanzamiento de “El Libro de los Espíritus” por Allan Kardec, la reencarnación ganó nueva formulación, pasando de una creencia a una certeza fácilmente comprobable con argumentos lógicos. Estos argumentos presentados por los Espíritus y recopilados, clasificados, organizados, confrontados, comparados, discutidos y analizados por Allan Kardec, representan el lazo que nos vuelve a unir a Dios, dado que ahora podemos comparar las concepciones de muerte presentadas por las religiones occidentales (en que Cielo e Infierno son los protagonistas), a la idea de la nada, adoptada por materialistas convictos (contrarios al cuento de terror difundido ampliamente en la Edad Media), y concluir que ambas son muy pesimistas, poco consoladoras y nada razonables. A partir del trabajo investigativo del discípulo de Pestalozzi podemos estar seguros de que volveremos a encontrar nuestros seres queridos en esta y en otras vidas, en este y en otro plano, porque además de investigar el concepto de la reencarnación, Kardec nos relató la vida en el Mundo Espiritual, analizó la vida terrena y explicó la Ley de Causa y Efecto que determina las condiciones en las que viviremos encarnados (vivos) y desencarnados (muertos). Lo que explica que Cielo e Infierno son estados de consciencia que resultan de nuestras buenas o malas acciones. Y lo más importante es que no estamos condenados a ellos por toda la eternidad, sino que tenemos oportunidades de corregir nuestros errores en las diferentes existencias y por lo tanto, alcanzar niveles evolutivos más elevados. Es ésta la verdadera Justicia Divina. La que no condena eternamente a sus hijos por sus errores, tampoco premian aquellos que nada hicieron para ser privilegiados. La que explica porqué somos tan diferentes y porqué algunos viven más y mejor que otros. En este sentido, también tenemos importantes investigaciones científicas que corroboran las conclusiones de Kardec. El bioquímico y profesor de psiquiatría canadiense, Ian Stevenson se dedicó a estudiar la reencarnación durante más de 40 años. Examinó más de 3 mil casos de niños que parecían recordar hechos de sus vidas pasadas y recopiló registros médicos de marcas de nacimiento y deformaciones congénitas relacionadas al tipo de muerte narradas por los niños, además de analizar autopsias de las personas que ellos decían ser. El doctor Ian Stevenson no fue el único estudioso del asunto. La doctora Edith Fiore de los Estados Unidos tiene publicaciones sobre el tema. El doctor Gerald Netherton estudió más de 8 mil pacientes y de escéptico pasó a ser creyente. El doctor Brian Weiss es muy conocido por la publicación de libros sobre experiencias de regresión a vidas pasadas realizadas en su consultorio. Y podríamos citar muchos otros nombres de estudiosos del asunto, pero debemos volver al objetivo de este artículo: la educación para la muerte. Por qué educar para la muerte Finalmente llegamos al punto principal de este estudio, que es reflexionar sobre la preparación a lo inevitable: la muerte. Según Kardec, en un artículo de la Revista Espírita de febrero de 1865, la causa de aprensión de la muerte es el instinto de conservación que nos fue otorgado por la Providencia Divina y es necesaria en el proceso de aprendizaje en la Tierra. Sin embargo, esa aprensión es menos intensa cuando sabemos que el alma es inmortal y tenemos consciencia de la importancia de las sucesivas reencarnaciones como herramientas evolutivas. Ese nivel de consciencia sólo puede ser alcanzado a través de la educación. No la educación religiosa que prepara el hombre para conquistar el Cielo, sino la educación para la realidad que encara “nacimiento y muerte como fenómenos naturales de la vida, los cuales no deben ser confundidos con desgracia o castigo”, dado que solamente “los hombres matan para vengarse o cobrar deudas afectivas. Dios no mata, crea”. León Denis, en el libro “El Problema del Ser, del Destino y del Dolor” dice que “toda muerte es un parto, un renacimiento” y que todos nos reuniremos en lo Invisible. Y Hermínio C. de Miranda, en el libro “Nuestros Hijos Son Espíritus”, nos relata un interesante estudio sobre nacimiento y muerte realizado por la doctora Wambach . La psicóloga sometió varios pacientes a la regresión de memoria y les hizo preguntas previamente formuladas sobre su objeto de estudio. Un 90% de sus pacientes relataron que morir es bueno, pero nacer es muy desagradable. Una de las personas le dice incluso que “nacer se parece a una tragedia”. El resultado de las investigaciones de la doctora Wambach está totalmente de acuerdo con las pesquisas de ECM, ya que la mayoría de las personas que se aproximan a la muerte relatan sentir mucha paz, que sus dolores desaparecen, que viven una hermosa experiencia y que les resulta difícil regresar al cuerpo físico. Algunos incluso dicen ser orientados a regresar por algún familiar desencarnado o por un Espíritu de luz, pues por su voluntad, “se morirían” con tranquilidad. Otra conclusión de la psicóloga es que el Espíritu del niño se muestra como un ser adulto, “experimentado, consciente, dueño de gran conocimiento e involucrado” en sus proyectos de vida, “con metas, objetivos y propuestas” programadas. Eso reafirma las deducciones de la Doctrina Espírita y explica la muerte de niños, aclarando que ellos son Espíritus milenarios, tal vez más experimentados que sus padres. Su muerte supuestamente prematura forma parte de una programación reencarnatoria, la cual tiene como objetivo tanto su crecimiento espiritual como el de sus padres. Y la Doctrina Espírita desde hace mucho nos aclara que la muerte de niños pueden tener muchas explicaciones y a veces lo que puede parecer un injusticia bajo la concepción humana, puede representar una bendición para todos aquellos que están involucrados. Hay muchos ejemplos de casos como éste, pero citaremos solamente uno para nuestro esclarecimiento: En una familia espírita de considerable nivel espiritual, nació una niña cuyo Espíritu contaba con muchos equívocos de otras existencias. Cuando la criatura cumplió 8 años se enfermó gravemente y no había esperanza en la medicina para su caso; desencarnaría pronto. Su familia pidió orientación espiritual en la institución espírita donde concurría y allí le explicaron que el Espíritu de la niña había cometido suicidio en las últimas existencias y ahora desencarnaría antes de alcanzar la adolescencia para no intentarlo de nuevo y para completar un poco del tiempo de vida que ella había abreviado. La familia pidió a la misericordia divina una oportunidad de educarla bajo los postulados espíritas y estaba segura de que lograría evitar nuevo intento. Por los méritos espirituales de la familia, le fue concedido a la niña el período 10 años más. Sin embargo, cuando la criatura llegó a la adolescencia, se desvinculó de la familia, de los principios espíritas, se entregó a la drogadicción y se suicidó. Es una historia que nos conduce a profunda reflexión sobre la Bondad de Dios, la cual muchas veces nos resulta difícil comprender. Dios siempre actúa en nuestro beneficio y jamás permite desencarnaciones prematuras. Siempre volvemos al plano espiritual en el momento adecuado cuando aceptamos la acción de la naturaleza. Lo que no significa decir que debemos mantener la frialdad ante la muerte de un ser querido, de una criatura. La separación es siempre dolorosa porque todavía somos egoístas e no sabemos amar con desapego. Nos está permitido llorar por ellos, extrañarlos, tener cierta dificultad para reprogramar nuestra vida sin su presencia. No obstante debemos evitar la rebeldía contra los designios divinos y esforzarnos por comprender las necesidades evolutivas de nuestro ser amado que se fue. Además, debemos evitar los llamamientos angustiados, los cuales recaen sobre él, lo torturan, lo deprimen, lo hacen estancar en su camino de evolución o mantenerse entre nosotros intercambiando angustias en un círculo vicioso. El famoso médium brasileño Francisco Cândido Xavier fue un gran instrumento de consuelo a las familias “despojadas” de sus seres queridos por la desencarnación. A través de él, muchos Espíritus se manifestaron para ofrecer consuelo a sus familiares y sus pedidos más constantes eran para que dejaran de quejarse, de llorar, de rebelarse por ellos porque eso les hacía muy mal. Niños, jóvenes y mayores “muertos” les enviaban mensajes a los “vivos”, dándoles pruebas de la vida más allá de la tumba. Es muy reconfortante saber que el amor sigue igual, aunque estemos separados por una barrera física. Es que tenemos la certeza de que ellos se pueden comunicar con nosotros por el pensamiento, durante los sueños. Que pueden estar a nuestro lado en este momento, tocándonos la frente o depositándonos un beso en la mejilla. Lo podemos sentir si no estamos concentrados en nuestro dolor. Cuando pensamos en ellos con amor los podemos atraer hacia nosotros. Y no hace falta que vayamos al cementerio, pues ellos no están allí. Como nos dice Richard Simonetti en “¿Quién le teme a la muerte?”, “no vamos a transformar las necrópolis en salas de visita del más allá”. A ellos no les debe ser placentera la visión de su propio despojo. Invitémoslos a un lugar agradable, que les traiga lindos recuerdos y placer. Cuanto más reflexionemos sobre la muerte, más percibimos que educarnos para la muerte, es educarnos para la vida. Maria Julia Kovács del Instituto de Psicología de la Universidad de São Paulo, Brasil, ofrece interesantes sugerencias para la implantación de la Psicología de la Muerte en los diversos ambientes que forman parte de la vida humana. Propone la ampliación de la meta de la educación para la muerte, fundamentada en la búsqueda de la “rehumanización” de la muerte; que se discuta el tema en los colegios, hospitales, geriátricos y hogares; que los profesionales de la educación se preparen para orientar a sus alumnos en situaciones de “pérdida” de un familiar o amigo y a encarar la posibilidad de su propia muerte; y que los profesionales de la salud sepan como asistir a sus pacientes terminales y a las personas mayores para que enfrenten la muerte con más tranquilidad y sin traumas, como un proceso natural en la vida de los seres vivos. José Barros de Oliveira de la Universidad do Porto, en Portugal dice que “enseñar el arte de morirse bien o educar para morirse bien es educar para vivir bien”. Agrega que si la muerte forma parte de la vida, el tema debe formar parte del contenido “de una educación integral de la persona humana y de su destino”; no puede continuar “ausente de los ambientes educativos como la familia y la escuela”. Conocer a los mecanismos involucrados en el proceso de la muerte, tener la certeza de la supervivencia del alma, que reencontraremos a nuestros seres queridos, saber lo que nos espera más allá de la tumba es una manera de educarnos para la vida. Es que sabemos que por la Ley de Acción y Reacción, somos quienes programamos nuestras vidas en la materia y en el plano espiritual. Si tratamos de actuar bien durante la vida, regresaremos en buenas condiciones a nuestra vida de Espíritus y consolidaremos reencarnaciones menos dolorosas que nos proporcionarán más rápida evolución. Evitaremos el intento de fuga por el suicidio porque sabemos que nuestros sentimientos nos acompañan en Espíritus y no podremos escapar de los dolores y frustraciones, ni de todas las consecuencias que tal acción nos puede causar. No cometeremos el aborto por saber que el alma precede al Espíritu y estaríamos imponiendo obstáculo a la evolución de un Espíritu, además de saber que podríamos ser “víctimas” de su odio y persecución. No seremos conniventes con la eutanasia porque comprenderemos la importancia del desprendimiento lento para la reflexión del enfermo y por ende para su mejoría espiritual. Seríamos más desapegados de la riqueza y de la materia, lo que nos facilitaría reunir virtudes en vez de posesiones materiales y perfección estética. Entenderíamos la muerte de nuestros amores, cuando sus compromisos asumidos para esta vida hubieran acabado y el retorno a la vida espiritual les fuera necesario, sabríamos que empezarían una nueva e importante etapa en su existencia de Espíritu inmortal.