Los hechos demuestran que el cura de Ars tenía conciencia de las circunstancias en las que sus consultantes abandonarían este mundo y, todos al menos, el momento cuando lo abandonarían. Antes de enumerar algunos de estos hechos, no está de más decir algunas palabras sobre sus facultades de sanador y a las cuales había pensado acudir el conde de Tourdonnet.
El cura de Ars, en efecto, tenía la reputación no usurpada, de curar. Uno de sus biógrafos, verdadero descendiente de su familia, se ha expresado así: «Él encomendaba todos los enfermos a Santa Filomena, y su prescripción era hacer una novena; oraba con ellos, los bendecía, les imponía las manos varias veces, y redirigía a la pequeña santa todos los honores de la curación».
Uno de esos casos se recuerda muy particularmente, considerando su carácter extraño. Está descrito en un relato con fecha del 31 de Agosto de 1864, por la señorita Claudine Venet de Virégneux, cantón de San Galmier, en la Loire. Como consecuencia de una fiebre cerebral había quedado completamente sorda y ciega. Tuvo la primera fiebre en 1850. Cierto día ella se encontraba en Ars, delante de la puerta de la iglesia. El cura no la había visto jamás y tampoco se la habían recomendado. Al pasar al lado de ella, la toma por la mano y la conduce a la sacristía; tan pronto como la bendice, ve y escucha. «Tus ojos han sido curados, le dice el cura, pero seguirás sorda por unos doce años más». Tan pronto se aleja el sacerdote, la señorita Venet comprende que sus oídos se cierran nuevamente. De hecho ella no escuchó más nada hasta el 18 de Enero de 1862, día en que se encuentra totalmente curada. (1)
He aquí, mientras tanto, varios hechos relacionados con visiones de muertes.
La señora baronesa de Belvey señala que la familia de la señorita Hedwige Moizin, de Bourg, se oponía a su vocación monacal. La joven hija fue a consultar al cura de Ars, que le dijo: «Consuélate, todas tus penas habrán desaparecido dentro de un año.» Al finalizar el año, la señorita Moizin moría. (2)
Otro caso, el de la Señorita Bernard, de Fareins quería ser religiosa. El cura de Ars declara que así sería, pero no ella sino su hermana que estaba casada. La predicción se realiza poco después, como consecuencia de la viudez de esta señora. La señorita Bernard, que vivía con sus padres, cae muy enferma y suplica que traigan al señor Vianney «¿Voy a morir?» pregunta ella, (era el mes de junio). No, mi pequeña, no enseguida, tú vivirás hasta la asunción. La joven hija murió ese día. (3)
La señorita de los Garets reporta el siguiente hecho relacionado con su hermano Joanny, hijo del alcalde de Ars. En 1855, Joanny de los Garets, joven oficial que el señor J. B. Vianney amaba mucho, se preparaba para partir a la guerra de Crimea. Se le pidió al cura que viniera para que bendijera la espada del joven. Habiendo llegado al umbral del salón y viendo a Joanny, quien no veía al cura, junta las manos y murmura: «¡Pobre pequeño! Una bala…, una bala…» Las palabras fueron escuchadas por una de las hermanas del oficial, la señora de Montbriant y varias personas que lo rodeaban. El 18 de Junio, en el asalto a la torre de Malakoff, Joanny de los Garets fue herido por una bala y murió tres días más tarde. (4)
El cura de Ars parece haber previsto muy bien su muerte, así como había previsto la de muchos otros. Catherine Lassagne, su vecina y criada habitual, cita a este respecto, varios hechos precisos.
Antes de la fiesta de Corpus Christi en 1858, se le había ofrecido al cura una bella cinta para sostener la custodia. «No la utilizaré más de dos veces,» dijo él. En 1859, en efecto, estaba tan débil que no volvió a utilizar la custodia sino, únicamente en el momento de la bendición. En la fiesta de todos los Santos envía a Catherine al castillo de Cibeins, «para cobrar una renta de veinte francos diarios que le habían donado por caridad.» Esta será la última vez, dijo él, un poco indeciso; después con un tono seguro, repite: Sí, será la última vez.
Etiennette Durié, habitante de Ars muy allegada al cura, regresó el 18 de julio de Louvesc. «Este es mi último año, le dijo el señor J. B. Vianney, me quedan pocos días de vida.
«Pero, mi padre, ¿Cuándo vas a morir?» «Si no es a final de este mes, lo será al comienzo del otro». «¿Cómo sabré el día si no me lo quieres decir?» Alguien te lo dirá; tú estarás en mi entierro y habrás pasado la última noche en mi lecho de muerte».
Y como Etiennette Durié volvió a preguntar «No, mi niña, tú no lo sabrás sino hasta cuando estés allí pues, tendrías muchas penas, pero te enterarás a su debido tiempo».
Ella salió de Ars el 22 de Julio para Roanne. Llegó doce horas más tarde a esta ciudad y se encontró con el padre Vadon que le anuncia la enfermedad del cura. Regresa inmediatamente y llega a las cinco de la tarde a donde el señor cura J. Vianney, que había muerto en la noche. (1) Había caído en cama para no levantarse más, el 29 de Julio.
Hay otros fenómenos muy interesantes que se le atribuyen al cura de Ars, y habrían pasado ignorados a no ser por el estudio que se ha hecho de sus facultades mediúmnicas. Parece haber sido médium de aportes, si se consideran ciertos hechos fortuitos ocurridos en el trigo de su granero en un momento particularmente oportuno, y tal vez, de ingreso de dinero.
Victorien Sardou recibió con agrado las rosas que caían de su techo. Pero la prudencia extrema se impone en un trabajo que sólo encuentra documentación en la hagiografía * Así que no insistiremos más sobre ese punto.
Por el contrario, tenemos todas las garantías para establecer, que el pobre cura de Ars, como él se autodenominaba, fue víctima durante una gran parte de su vida de su propia mediumnidad, transformando la casa cural en una verdadera casa encantada. Durante treinta y cuatro años, desde 1824 a 1858, provoca muy a pesar suyo, las más diversas manifestaciones. Naturalmente él las atribuía y las hacía atribuir al demonio, al que le había dado para su uso personal el nombre familiar, de «grappin»( * ).
Las manifestaciones comenzaron durante el invierno de 1824 a 1825. Cada noche el cura escuchaba rasgar las cortinas de su lecho que se encontraban en estado normal, a la mañana siguiente el señor J. Vianney piensa que son las ratas, pero cuanto más sacudía las cortinas para buscar las ratas, más intensos se sentían los ruidos. En medio de la noche, bien pronto los golpes suenan contra las puertas, los gritos retumbaban en el patio. El cura temía permanecer solo. Se vio en la necesidad de pedir la ayuda de un carretero de la ciudad, André Verchère, quien nos ha dejado los relatos de los hechos a los cuales el asistió (2). André Verchère era en ese entonces un joven fuerte y gallardo de 28 años.
Después de varios días el señor Vianney escuchó en el patio un ruido extraordinario. Una tarde, nos encontramos y me dijo: «No sé si son los ladrones… podría usted venir a dormir en la casa del cura».
«Muy agradado, señor cura, iré a buscar mi fusil».
«Llegada la noche me fui para la casa del cura. Conversé animadamente con él hasta las diez. «Vamos a acostarnos,» dijo finalmente. Me cede su habitación y él se pasa a la del lado. No pude dormir. Transcurrida una hora, escuché sacudir violentamente la empuñadura y el picaporte de la puerta que comunica con el patio. Al mismo tiempo, contra la misma puerta resonaban los golpes de un mazo, mientras que en el curato se escuchaba el sonido atronador como el rodar de un carruaje.
«Tomé mi fusil y precipitadamente abrí la ventana. Miré y no vi a nadie. La casa se estremece durante cerca de un cuarto de hora. Las piernas me temblaban y me sentí así durante ocho horas. Desde que comenzó el ruido, el señor cura había encendido una lámpara. Vino hacia mí.
- ¿Escuchó?, me preguntó.
- Usted se ha dado cuenta que yo he escuchado, puesto que me levanté y tomé mi fusil.
- El presbítero se estremeció como si la tierra hubiese temblado.
- ¿Ha sentido miedo? Me pregunta el señor cura.
- No, dije yo, no he sentido miedo pero he sentido temblar mis piernas. El cura va a desplomarse.
- ¿Qué cree usted que es?
- Yo creo que es el diablo.
«Cuando el ruido hubo cesado, nos recostamos nuevamente. El señor cura volvió en la tarde siguiente y me pidió que volviera con él. Yo le respondí: «Ya he tenido bastante» (1).
Ante la negativa del cochero, el señor J. Vianney se dirige al alcalde, autoridad de Ars, quien le envía a su hijo, Antoine, de 26 años y al jardinero del castillo, Jean Cotton, de 24 años. Los dos jóvenes pasaron una docena de noches con el cura y no escucharon nada. Sin embargo, relata Jean Cotton, que en cierto momento percibió un ruido semejante al que produciría la hoja de un cuchillo golpeando con toques rápidos sobre una jarra de agua. Catherine Lassagne escuchó el mismo ruido en varias ocasiones y en diversas circunstancias.
Margarita Vianney, hermana del cura, una noche después de acostar al presbítero, escuchó a su hermano partir para la iglesia a una hora temprana de la mañana. Instantes antes del amanecer, cerca de su lecho, escuchó un ruido muy fuerte como si cinco o seis hombres hubiesen golpeado con fuertes golpes sobre la tabla del armario. Alertada, pero sin haber descubierto nada al respecto, ella se vuelve a acostar; el ruido se repite. Presa del pánico se levanta de un golpe y corre a la iglesia a encontrarse con su hermano.
La señorita Marie Ricolier, vecina del cura, percibió los ruidos desde su casa. Amiel, estucador en Montmerle, dijo al hotelero de Ars, François Pertinand: «No comprendo como el cura se acuesta allí donde se producen ruidos tan atemorizantes. Yo viví varias noches allí cuando hacía las estatuas para el cura Vianney.
Denis Chaland de Boulignex, estudiante de filosofía, vino un día, en 1838, para confesarse y fue recibido en la habitación del cura. «En medio de su confesión, declara, un barullo general se produce en la habitación, en el reclinatorio así como en el resto de cosas. Nunca más vuelve a confesarse con el cura de Ars. El mismo Denis Chaland, diez años más tarde, sería pensionado como maestro de escuela en Ars. Algunas tardes, la curiosidad era más fuerte, e iría con sus discípulos a pegar la oreja en la puerta del cura. Los niños escucharon, varias veces, una voz gutural que decía: «¡Vianney, Vianney!»
En 1842, el mariscal de los porteros del Napoly, de la gendarmería de Messimy, vino muy tarde a la curia de Ars. Era la medianoche y se encontraba a la entrada de la puerta, cuando escuchó los mismos llamados repetidas veces.
El cura de Ars declararía por su propia voluntad, que el diablo había traído su lecho para su habitación. En 1826, el ruido se había repetido en otras curias, durante una misión a Montmerle, el demonio se había arrastrado a través del cuarto donde él dormía y donde se encontraba el lecho del cura. Ahora bien, recordemos que el señor J.Vianney no era profeta entre sus paisanos, durante ese tiempo ni después. El éxodo de sus fieles de Ars, el conocimiento que tenían los curas de la poca cultura de su hermano, así como su género de vida y otras cosas más, también lo indispusieron en ese sentido. Algunos le escribieron cartas muy desagradables, otros lo insultarían desde el púlpito; todos le hacían el ridículo, por lo menos. Se burlaban con ganas de la historia de Montmerle.
El invierno siguiente, durante el jubileo que se predicaría en San Trivier, en Moignand, el cura de Ars fue invitado para prestar su concurso. Desde las primeras tardes se produjeron los rumores insólitos en la curia de San Trivier, usualmente tranquila. Los colegas del cura de Ars alojados bajo su mismo techo lo llenaron de reproches. Tan pronto se acostaba comenzaban los ruidos en su habitación. «Es el «grappin,» respondía él. Pero los demás rehusaban creerle, naturalmente. «Usted no come, no duerme, eso está dentro de su cabeza; las ratas caminan dentro de su cerebro». Una noche cuando las críticas eran más fuertes, se escuchó el sonido parecido al de un carruaje muy cargado. El cura tiembla, la casa parecía venirse abajo. Todo el mundo se levanta aterrorizado. Allí se encontraban el cura de Saint Trivier, el señor Grangier, el señor Benoît, su vicario, un soldado anciano, el abate Chevalon, misionero de la diócesis y el sirviente Denise Lanvis. Se produjo tal estrépito que el vicario creía que asesinarían al cura de Ars. Todos corrieron valerosamente, hacia la habitación y vieron al señor J. Vianney tranquilamente acostado en su lecho, que se había rodado hacia el centro de la pieza. (1)
Los fenómenos de esta naturaleza, que no tenemos razón de poner en duda, ¿producidos mucho tiempo después, no harán creer a otros en todo menos en el demonio? El presbítero de Ars, el de San Trivier, no concuerdan en lo sucedido, por ejemplo, en la villa Constantina, de la cual nos habla el preocupado Camilo Flammarion, y el señor J. Vianney, ¿no sería el pariente psíquico más cercano de la joven Marie Pascarel? (2) Para terminar, decimos que en su vida encontramos una historia como un pintura, similar al de la casa de Auvergne, sin olvidar el incendio espontáneo el cual parece haber sucedido en esa misma casa. (3); en fin, decimos que su presbítero extrañamente se parece al pastor anglicano Russel Wallace. (4)
Fue un hombre valeroso, un buen asceta, muy puro, muy recto, que la iglesia católica beatificó el 8 de enero de 1905, y lo proclama santo el 31 de marzo de 1925. El fue, pues bien, muy a su pesar y en contra de su voluntad, si él lo hubiera sabido, un médium de los mejor dotados, de los más diversos y más destacados. No queremos pensar que él creyera legítimo culpar al Espiritismo y a los espíritas, y desear, si no es demasiado tarde para esto, que en su región natal algún espíritu curioso, instruido y deseoso de saber y de hacerse conocer, tome como pretexto este estudio para resaltar la verdadera fisonomía.
Edmond Sylvain
Tomado de «La Revue Spirite 58»