Hola hermanos: Realmente resulta aleccionador, ver los
pensamientos, y comparar las ideas que tenemos los espíritus con
respecto a la inmortalidad. Son ideas más o menos arraigadas, que
las personas tienen mientras habitan la Tierra, pero al encontrarnos
en el mundo espiritual, junto a nuestros guías, no nos bastan, resulta
muy difícil adaptarse a la nueva realidad, y nos damos cuenta que
debemos cambiar nuestras creencias. Lo sé por experiencia, a mí
también me costó mucho. En mi última existencia fui un hombre
pacífico, acudía con regularidad a la iglesia, creía en todo lo que los
sacerdotes decían, y nunca quise ponerlo en tela de juicio, porque
pensaba, que ellos tenían un gran conocimiento ya que habían estado
estudiando durante muchos años las verdades que nos predicaban.
No quería indisponerme con Dios, intentando hurgar en sus
misterios y analizar lo que decían los Evangelios. Ahora me doy cuenta
que mi postura venía también dictada por las prohibiciones que hacía
la misma Iglesia. Así que aceptaba por fe todos sus dogmas y todas
sus enseñanzas.
A decir verdad, después de dejar mi cuerpo, no puedo decir
que me sintiera incómodo en el mundo espiritual. Me encontraba como
adormecido y confuso. Andaba buscando... buscando algo, y creo
que ni yo mismo sabía exactamente qué. Tenía un vacío por dentro,
me sentía desamparado, triste, y esta situación iba empeorando. Hasta
que llegó el día que mis guías me llevaron junto a vosotros.
Entonces, con vuestra ayuda, me di cuenta de que ya no tenía
el cuerpo físico, empecé a concienciarme, y también empecé a tener
noción de la época en que vivía y qué me había pasado desde que
abandonara la Tierra, y fue cuando me enfrenté con esa realidad.
Con la realidad del mundo espiritual, lo que vosotros llamáis el mundo
de la Luz, y os puedo asegurar que en nada coincide con las ideas
preconcebidas que habían alimentado mi alma, durante más de setenta
años. No existe un tribunal, ni cielo, ni purgatorio y mucho menos
infierno. No fueron unos ángeles con alas, los que me recibieron al
entrar en ese mundo. No había un trono donde estuviera sentado
Jesús y llamara a su derecha a los justos.
¡Nada, nada! Y vosotros lo sabéis muy bien, ¡nada de esto
encontré! Te cuesta entenderlo, te ves obligado a luchar contra las
ideas e imágenes que tu imaginación ha dibujado, te es difícil
cambiarlas y admitir la realidad. Para poner un ejemplo, es como si
cualquiera de vosotros estudiara un idioma, y al llegar al país donde
podríais practicarlo, os encontráis que las palabras no coinciden con
el lenguaje que hablan los habitantes de aquella tierra. Por ello se
hace imprescindible estudiar de nuevo.
De hecho hermanos, la ayuda más importante, consiste en
recordar las innumerables veces que has dejado tu cuerpo, y te has
reincorporado al mundo espiritual. Debo deciros, que siempre tenemos
la ayuda incondicional de nuestros guías, ellos nos ponen al corriente
de cómo es este mundo, nos hablan de inmortalidad, y del quehacer
que tenemos todos pendiente.
No sé hasta que punto he podido expresar mis ideas y
pensamientos, espero que me habréis entendido. Puedo aseguraros
que tenéis, -por decirlo en lenguaje terrenal-, la más grande de las
suertes al conocer el camino, y los pasos que hay que dar a partir del
instante que se apaguen las vidas de vuestros cuerpos físicos. Creo
que en vosotros no habrá ni duda ni extrañeza, todo lo contrario,
sabréis perfectamente cuál será vuestra situación, y hacía dónde
debéis encaminaros, y lo que es más valioso, la oración que en ese
momento deberá llenaros el espíritu, porque siempre que el espíritu
llama es atendido.
Gracias hermanos, por escucharme. Si en algo me he
equivocado, rechazadlo, porque vuestra doctrina, es una doctrina de
meditación y de estudio. Yo lo entenderé perfectamente, y me sentiré
muy satisfecho de que hayáis estudiado mi mensaje, lo cierto es que
os lo transmito con mi mejor voluntad.
Adiós, reitero mi agradecimiento.