Aprendisteis lo que fue dicho: Amareis a vuestros amigos y odiareis a vuestros enemigos. Mas yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por aquellos que os persiguen, que os calumnian. Esta fue la enseñanza dejada por Jesús. El Maestro Nazareno, en Su recorrido por la Tierra, trato de reglamentar para nuestra mentalidad varias de esas virtudes que, para Su época, eran plenamente incompatibles con el carácter general de la sociedad. Era de costumbre, en la época de Jesús Cristo, tener un odio irracional a los enemigos. Aquellos que merecían las atenciones, los cuidados, los cariños eran solamente los amigos. Ese régimen social, ese modo de vivir, naturalmente se constituía generatriz de muchos problemas para las vidas, para las almas, para el futuro. Entonces, Jesús Cristo trato de actualizar las enseñanzas, haciendo que la sociedad reflexionase al respecto, de los maleficios de tener odio a aquellos supuestamente nuestros enemigos. El levanta la enseñanza ancestral: Aprendisteis lo que fue dicho…Relegaba eso al pasado. Más, yo os digo, ahora en el presente: Amad, orad.
Jesús Cristo fue el gran reformador de esas costumbres sociales que relacionaban las personas entre sí. Es tan importante entender que, en la lucidez del Maestro Nazareno, no estaría, de ninguna forma, determinando que deberíamos tener por nuestros enemigos, por aquellos a quien no dedicamos ninguna confianza, por aquellos que no nos gustan, la misma ternura, la misma consideración, el mismo cariño que tenemos a un hermano, a un amigo, a una persona de nuestro corazón. Sin embargo, el hecho de no tener como abrir el alma para los enemigos no significa que debemos dedicarles el mal. Significa que vamos a desear para ellos todas las cosas buenas. Nuestro pensamiento en dirección a ellos será pensamientos de fraternidad a fin de que, en esa lucha cotidiana por el equilibrio, tengamos la certeza de que, aun que nos deparemos con varios enemigos, opositores, antagonistas nuestros, nuestra postura, principalmente para quien se apoya en las lecciones de Jesús Cristo, será la postura fraternal: Aprendisteis lo que fue dicho. Más, yo os digo…
El Espiritismo nos presenta Jesús Cristo como el Modelo y Guía de la Humanidad, el mayor Espíritu, dígase de paso, que el mundo ya recibió para servirle de Modelo y Guía. Gracias a eso, aquellos que queremos pautar la propia conducta por las enseñanzas de Jesús Cristo debemos estar atentos para esa cuestión. Amar a los enemigos no significa traerlos para nuestra mesa de inmediato, abrirles nuestro corazón de una vez, pero vamos colocando las cosas en su debido lugar. Seremos capaces de reconocer, por ejemplo, que nuestros enemigos tienen virtudes. Pueden no compatibilizarse bien con nosotros. Podemos no ser compatibles con ellos, con sus hábitos, con su manera de ser, pero no tendremos como negar las peculiaridades positivas, las virtudes de aquellos que, en este momento, se presentan como nuestros enemigos. De ahí, cuando Jesús propone amar a los enemigos y como esa extensión de amor antagonista del odio, del desamor. Cuando El propone orar por aquellos que no sean perseguidores, calumniadores, es exactamente para que salgamos de la sintonía del perseguidor, del calumniador, del malhechor. Si emprendemos un debate mental con ellos, una agresividad psíquica con ellos, nos juntamos, pasamos a vincularnos a sus malos hábitos, aquello que ellos están realizando de negativo y no tenemos cualquier autoridad moral de huir de las consecuencias de esa tragedia interior.
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El cultivo del odio es, fundamentalmente, desastroso para el que odia. Es muy común observar, en la vida social, aquellas personas malignas, para quien se desea el mal, como ellas siempre están más gordas, más bonitas, más poderosas, más ricas, en cuanto que el que odia se depaupera, se aniquila, se aturde y se frustra porque sus ideales de perjudicar al otro no encontraron eco en las Leyes de Dios. Nadie precisa odiar a alguien para que ese alguien responda por sus actos delante de las Divinas Leyes. Cuando desarrollamos, en el centro del ser, esas energías del odio, de la malquerencia, nos asemejamos a una criatura que está cargando basura en su propio corazón. Imaginemos a alguien cargando basura en su corazón. Sería como una sabana freática, como una fuente de agua pura ensuciada por la basura, por la polución, por todo aquello que perjudica la calidad de la linfa. Alguien que carga odio en su corazón será fatalmente alguien enfermo y portador de enfermedad tal que será capaz de llevarlo a la muerte moral.
El desespero que asoma la criatura que odia no tiene tamaño. Cuanto más el objeto de su odio crece, se desarrolla, conquista victorias, mas el que odia se aturde, se siente desgraciado. Cuando Jesús propone amar a los enemigos era una medida de salubridad, era una medida de salud para el que odia pueda salir de la franja del odio que vincula las energías muy negativas, muy bajas de la existencia. Amad a vuestros enemigos es una lección medicamentosa porque nadie conseguirá ser feliz en su intimidad, cargando basura en el propio ser, cargando basura en el propio corazón. A partir de esto, aunque sepamos la importancia de dedicar pensamientos buenos a nuestros enemigos, lo que no significa concordar con sus actos malos, con su forma de vivir desajustada, hace con que nos preservemos, vale repetir esto, contra los males más graves que nos aturden. En toda parte oímos hablar de bacilosis, de virosis, microorganismos que van devastando el organismo humano, nuestro organismo animal. ¿Pero, como que esos microbios sobreviven en nuestro cuerpo realizando toda esa suerte de tragedias morales, físicas?
Todo eso ocurre porque el portador del bacilo, de la bacteria o del virus carga un tipo de energías, desarrolla un tipo de fluido profundamente nutriente para esos microorganismos, para esas micro vidas. Por eso, es común encontrar a las personas que tienen la salud delicada, cuando se aborrecen, cuando se irritan, cuando pasan a odiar, empeoran su cuadro patológico. Es la propia persona desligada del amor, del bien, de la armonía que faculta a esos microbios la posibilidad de desarrollarse en su intimidad. Entonces, la forma saludable de auto-vacunarnos contra esas tragedias exteriores, es el cultivo del amor, lo que llevo a muchos pensadores, muchos médicos a defender la tesis de que “quien ama no enferma”. Aquellas criaturas capaces de amar desarrollan en si una ligación tan grande con las fuentes de la salud que no enferman más. En la dificultad, apelamos para Jesús, el Médico de las almas, y acordémonos del nostálgico médium brasileño Francisco Cândido Xavier, cuando estableció en una pregunta que le fue hecha sobre su estado de salud: “Yo soy un enfermo sano” El estaba rescatando recursos, problemas de otras existencias, estaba rescatando errores de su pasado, pero no estaba contrayendo nuevos errores en la actualidad. Entonces, el era un enfermo sano, amando a los enemigos y orando por todos sus calumniadores.