Periódicamente se generalizan conceptos e informaciones que fascinan a las criaturas, más por la extravagancia de sus propuestas que por su realidad sospechosa.
Toman cuerpo e impactan, formando corrientes que disputan superioridad.
Al principio, son rechazados, recibidos con sospecha y considerados reprochables.
A algunas personas de comportamiento maleable o tendentes a la fantasía, consiguen impresionar con facilidad, encontrando, en ellas, defensores, adeptos fervientes.
Al paso del tiempo, por ser muy comentadas, se propagan adquiriendo tintes de verdad que se transmiten con celeridad, pese a la falta de estructura que no resiste una investigación seria o porque no se sustentan en bases seguras.
Por sus características extrañas ofrecen campo a devaneos mentales, mezclándose con ocurrencias reales y convirtiéndose en verdadero pandemónium cultural que pasa, con sus argumentos confusos, a una situación pseudo científica.
En el futuro se presentaran con ciudadanía intelectual y confundirán a los individuos inadvertidos, no acostumbrados a razonamientos más profundos.
Ni siquiera los mismos acontecimientos verdaderos se vieron libres de tales aficionados a la fantasía que, sin capacidad para un examen del hecho con el cuidado de rigor, lo toman en cuenta, lo adoptan y, con esa disposición exagerada, desvalorizan para los científicos y razonables aquello que les gustaría divulgar.
Sin discutir la legitimidad o no de los objetos voladores no identificados - OVNIS - tal cuestión, muy delicada por las circunstancias de que se reviste, ha suscitado desprecio y constantes dudas, como resultado de afirmaciones absurdas que corren por el mundo, produciendo histeria en las personalidades nerviosas, alucinación en los individuos sugestionables y descrédito en los caracteres que investigan y esperan la comprobación mediante los hechos.
El Espiritismo, en su aspecto de Ciencia del ser inmortal, siempre impone una conducta compatible con su estructura doctrinaria: dejar a la investigación científica la palabra, cuando se trate de cuestiones que le digan al respecto de acatar esas conclusiones, hasta que otras mejores o más bien fundamentadas vengan a substituirlas.
No opina, excepto cuando puede demostrarlo por medio de la experiencia de laboratorio, aunque éste sea el mediúmnico.
De otra forma, el Espiritismo no tiene prisa para incorporar en su campo de informaciones, novedades o incoherencias que puedan ser consideradas complementos o desdoblamiento de sus tesis, o bien actualización de sus enseñanzas, en forma de connivencia con todo lo que necesita comprobación y resistencia al tiempo en sus conquistas continuas.
Se vive un momento cultural en la Tierra, en el cual, surgen y desaparecen novedades ante el claro sol del conocimiento científico.
Mitos, ídolos y supersticiones aparentemente bien estructurados, son destrozados a cada instante, en el esfuerzo que el hombre realiza para equilibrarse y sostenerse en realidades que no le defrauden.
Por esto, es factible una postura de observación tranquila por parte del adepto del Espiritismo, al respecto de informes y narraciones rotulados de verdaderos por quienes se presentan como testigos de los mismos.
No es que se deba dudar de todas las criaturas, sino que es necesario tener un criterio de evaluación razonable al respecto de todo, sin los arrobos de la emoción.
Los bólidos, las reacciones atmosféricas, los artefactos fabricados por los hombres aumentan cada día más en nuestros espacios siderales, produciendo efectos luminosos que dan impresiones muy equivocadas a quienes los ven, sin el indispensable conocimiento para analizarlos convenientemente.
Es punto definido en Doctrina Espirita la creencia en los mundos habitados que, poco a poco, los astrónomos confirman, partiendo de premisas para los resultados de concepciones matemáticas, y de éstas para los exámenes de radiofotografías y materiales obtenidos fuera de la Tierra, pero que Allan Kardec recibió por intermedio de las comunicaciones mediúmnicas de los seres que afirmaban vivir en otros planetas.
Ciertamente, en cada lugar donde la vida se presenta hay condiciones que propician su aparición y, a la vez, allí se caracteriza por los factores que le dan origen. Es decir, que en cada mundo, la vida dispone de requisitos propios a su habitat difiriendo de aquellos que son conocidos entre los terrícolas. Además, cuando nos referimos a la vida, especialmente a la inteligente, no nos comprometemos con aquella de naturaleza solamente corporal, con las características humanas conforme nuestro patrón conocido.
A la vez, tampoco nos permitimos divagaciones imaginativas, que faculten concepciones extrañas y absurdas para llenar el vacío de nuestro desconocimiento.
Aceptamos lo lógico, lo comprendemos, y aguardamos la oportunidad de profundizar en conocimientos e indagaciones.
Este es un comportamiento razonable, filosóficamente, y científico, experimentalmente.
Que los seres de otras dimensiones, de otros Orbes se comuniquen con los hombres, no hay duda. Que ellos ya hayan estado en la Tierra, algunas veces, quizás construyendo algún tipo de civilización, lo demuestran los monumentos arqueológicos; los monolitos de lava volcánica trabajada; las señales de sustancias radiactivas en regiones donde no las hay y que hacia allí fueron llevadas; los dibujos en cuevas que hacen recordar los trajes espaciales y, antiguas leyendas, inclusive bíblicas, de "los ángeles que descendieron de los cielos" para convivir con las criaturas humanas...
El conocimiento libera al hombre de la ignorancia, estructurándole emocional y psíquicamente, armándole de valores éticos para una existencia digna.
Por eso, una creencia que no resista el cuestionar de la ciencia, es errónea, manteniéndose por poco tiempo, ya que, por falta de fundamentos, se desmorona por sí misma.
La razón es la conductora del pensamiento que se debe apoyar en la ciencia para conquistar y conducir la existencia humana a su verdadero desiderátum, sin comprometerse con teorías absurdas y concepciones fantasiosas, imaginativas.