jueves, 24 de mayo de 2012

La Escuela del Dolor



La Escuela Del Dolor


El tema del dolor, dentro de la Doctrina Espírita, es muy discutido, por haber varios conceptos del dolor.
Obviamente, los espíritas no somos masoquistas, ni gozamos hablando del dolor, personal o ajeno, pero lo cierto es que, en el estado evolutivo en que estamos la mayoría, la escuela del dolor es importante.
Hay muchas formas de sentir ese dolor; físico, mental o espiritual.
En ocasiones el dolor moral/espiritual, nos afecta más que el físico. El físico está para frenar la carrera de desatinos y errores que cometemos. Dios no se divierte viéndonos sufrir; nos ayuda a educarnos y, sabiendo que somos “alumnos” rebeldes, perezosos, falsos y egoístas, entre muchas otras cosas, pone barrera al desenfreno de muchos de los seres humanos. Infelizmente, no todos tienen la posibilidad del esclarecimiento del Espiritismo, pero sí que tienen el discernimiento del Bien y del Mal: la Conciencia.
Los que nos consideramos espíritas, deberíamos difundir la Doctrina de forma teórica, pero, sobre todo, de forma práctica; dando ejemplo con nuestros actos. Seguro que más de uno/a, se sentiría atraído por nuestros ejemplos de caridad, perdón, tolerancia y comprensión. ¡Cuánto podrían beneficiarse si actuásemos así!, pero no es demasiado habitual esta conducta ejemplar.
Cuando Dios nos da tantas oportunidades de regeneración y las rechazamos con nuestro comportamiento desequilibrado y orgulloso, nos impulsa a entrar en la Escuela del Dolor, para nuestro propio bien. Si el alumno es muy rebelde y obstinado, el curso del dolor se hace más intenso. Hay varios objetivos a conseguir; reflexionar sobre el tipo de vida que estamos viviendo; los vicios que podamos tener; la pereza que deja para mañana lo que se puede hacer hoy, el no sometimiento a las Leyes Divinas, etc. Y esto es un absurdo, porque jamás conseguiremos estar por encima de esas leyes. Son leyes para todos los que poblamos el Universo.
Si Dios quisiera de un soplo barrería la Tierra y a nosotros con ella, pero Dios no quiere nada malo para sus hijos;  al contrario, por eso nos abre las puertas del dolor, porque sólo sufriendo es cuando muchos espíritus encarnados y desencarnados, agotan dentro de sí, la rebeldía, la obstinación, el orgullo y los vicios. Todo tiene un límite y un tiempo. Cuando intentamos pasar ese límite, con nuestro libre albedrío, Dios interviene, a través de Su Mensajero; Jesús y, a la vez, el Mensajero solicita cooperación a Espíritus sabios y buenos. Ahí empieza lo que nosotros llamamos “calvario”, porque no entendemos que lo que sufrimos nos va a “domar”. El ideal sería verlo como una necesidad del Espíritu, para su progreso; o sea, el nuestro. También sería ideal estar preparados y no renegar del curso del dolor, en sus variantes.
Cuando es físico, casi siempre, es para frenar nuestro ímpetu y nuestras locuras terrenales. Nuestras pasiones desenfrenadas, nuestros hábitos aberrantes y nuestras tendencias inferiores.
En cierta ocasión una madre lloraba, pidiendo a Dios que quitase a su hijo de la silla de ruedas; pedía con llanto constantemente para que Dios se lo concediera. Lo pidió tanto que, Dios, en su sabiduría, le otorgó ese beneficio. El hijo se recuperó. Era un muchacho lleno de vitalidad, con numerosas posibilidades de instruirse y evolucionar, pero no fue así. Se mostró rebelde a la Ley de caridad; se “convirtió” en un egoísta, haciendo sufrir a su madre, con sus borracheras, amistades peligrosas y hasta provocarle a su madre malos tratos. La madre veía como día a día, su hijo estaba más desequilibrado; convirtiéndose en un delincuente. Un día se le hizo la luz en su espíritu y, por fin, comprendió el porqué de que estuviese su hijo desde pequeño en un silla de ruedas. Llorando le imploraba a Dios que lo pusiera de nuevo donde estaba, además, de pedirle perdón por su insistencia e intromisión en la prueba del hijo. Al día siguiente, su hijo estaba de nuevo frenando los impulsos negativos, en una silla de ruedas.
Esto nos ayudará a comprender el por qué Dios permite el dolor; es nuestra posibilidad de renovación moral; ya sea de forma física o moral.
La moral es una de las dos alas que tenemos para crecer; la otra es la sabiduría. Cuando el sufrimiento es moral, así como físico, lo importante es que sirva de algo sufrir. Que no repitamos los mismos errores, y aprendamos a ser humildes y a tener fe. La fe, en todos los casos, es imprescindible. Ya lo dijo el Maestro: “La fe mueve montañas”. Las montañas de nuestras imperfecciones y nuestros sufrimientos, si confiamos.
No dejemos que el dolor nos ciegue y nos causemos más dolor aun, con la no aceptación de nuestra situación. Confiar y esperar; renunciar y ser humildes; ponernos en manos de Dios para que Él haga su trabajo, y nosotros hagamos la parte que nos corresponde.
Lo cierto es que no vamos a sufrir menos, por rebelarnos o renegar de la situación que estemos viviendo; será un dolor mucho peor que además, nos aislará, por propia voluntad, de la protección y ayuda de los Buenos Espíritus.
Tarde o temprano tendremos que doblegar la “fiera” que tenemos dentro; el ideal sería hacerlo pronto, aceptando la realidad de nuestra situación y CONFIAR en nuestro Padre que sabe lo que hace, y no nos desampara jamás: nos educa y, si lo hace en la Escuela del Dolor, es porque sólo ahí aprenderemos y nos haremos mejores personas, evolucionando y dando ejemplo a los demás de cómo se puede sobrellevar situaciones de dolor, sin sumar más dolor, con actitudes de rebeldía.


                                                                    Isabel Porras González