SÓCRATES Y LA INMORTALIDAD DEL ALMA
En el año 399 antes de la era cristiana, el Tribunal de los Heliastas, compuesto por representantes de las diez tribus que componían la demócrata Atenas, se reunía con sus 501 miembros para cumplir una obligación bastante difícil. Representantes del pueblo, escogidos aleatoriamente, estaban allí para juzgar al filósofo SÓCRATES. El pensador era acusado de rechazar a los dioses del Estado, y de corromper a la juventud. Figura muy controvertida, Sócrates era admirado por unos, criticados por otros. Tenía la costumbre de andar por las calles con grupos de jóvenes, enseñándolos a pensar, a cuestionar sus propios conocimientos sobre las cosas y sobre sí mismo. Sócrates desenvolvió el arte del diálogo, la mayéutica, este momento del “parto” intelectual, de la búsqueda de la verdad en el interior del hombre. Su decir “Sólo sé que no sé nada” representa la sapiencia mayor de un ser, reconociendo su ignorancia, reconociendo que necesitaba aprender, buscar la verdad. Por eso fue sabio, y además de sabio, dio ejemplos de conducta moral inigualables. Vivió en la simplicidad y siempre reflexionó al respecto del mundo materialista, de los valores ilusorios de los seres, y de las creencias vigentes en su sociedad. Frente a sus acusadores fue capaz de dejarles lecciones importantísimas, como cuando afirmó: “No tengo otra ocupación sino la de persuadiros a todos, tanto viejos como jóvenes, de que cuidéis menos de vuestros cuerpos y de vuestros bienes que de la perfección de vuestras almas El gran filósofo fue condenado a la muerte por cerca de 60 votos de diferencia. La gran mayoría quería que él intentase negociar su pena, asumiendo el crimen, e intentase librarse del castigo capital, con el pago de algunas monedas. Con seguridad, todos saldrían con las conciencias menos culpables. Todos, menos Sócrates que, de ninguna forma, se permitió ir contra sus principios de moralidad íntimos. Así, aceptó la pena impuesta. Preso cerca de 40 días, tuvo oportunidad de escapar, dado que sus amigos consiguieron una forma ilícita de darle la libertad. No la aceptó. No permitió ser deshonesto con la ley, por más que esta lo hubiese condenado injustamente. Una vez más ejemplificó la grandeza de su alma. Y fueron extremadamente tranquilos los últimos instantes de Sócrates en la Tierra. Una calma espantosa invadía su semblante, y causaba admiración en todos los que iban a visitarlo. Indagado al respecto de tal sentimiento, el pensador reveló lo que le animaba el espíritu: “¡Todo hombre que llega adonde voy ahora, que enorme esperanza no tendrá de que poseerá allí lo que buscamos en esta vida con tanto trabajo! Este es el motivo de que este viaje que ordenan me trae tan dulce esperanza.” Sí, Sócrates tenía la seguridad íntima de la inmortalidad del alma, y dejó eso bien claro en varios momentos de sus diálogos. La perspicacia de sus pensamientos y reflexiones ya habían llegado a tal conclusión lógica. El gran filósofo partía, cierto de que continuaría su trabajo, de que proseguiría pensando, dialogando, y de que desvelaría un nuevo mundo, una nueva perspectiva de la vida, que es una sola, sin muerte, sin destrucción.El Codificador de la Doctrina Espirita, Allan Kardec, indagó a los inmortales: “En el momento de la muerte, ¿cuál es el sentimiento que domina la mayoría de los hombres? ¿La duda, el miedo o la esperanza? A los que los Espíritus le respondieron: “La duda para los incrédulos endurecidos; el miedo para los culpables; la esperanza para los hombres de bien.” Que podamos todos, a ejemplo de Sócrates, dejar este mundo con el corazón repleto de esperanza. ¡Dios nuestro! ¡Padre excelso! Fuente de toda sabiduría y de todo amor, Espíritu supremo cuyo nombre es luz, ¡te ofrecemos nuestras alabanzas y nuestras aspiraciones! Que ellas suban hasta TI como el perfume de las flores, como los embriagadores aromas de los bosques suben al cielo. Ayúdanos a avanzar en la vía sagrada del conocimiento hacia una más alta comprensión de tus leyes, a fin de que se desarrolle en nosotros más simpatías, más amor para la gran familia humana. Nosotros sabemos que es por nuestro perfeccionamiento moral, por nuestros hechos, de la aplicación de la caridad y de la bondad a nuestro alrededor y en provecho de todos nos podremos acercar a Ti y mereceremos conocerte mejor, comunicarnos más íntimamente contigo en la gran armonía de los seres y de las cosas. Ayúdanos a despojarnos de la vida material, a comprender, a sentir lo que es la vida superior, la vida infinita. Disipa la oscuridad que nos envuelve; deposita en nuestras almas una chispa de fuego divino que reanima y abrasa a los Espíritus de las esferas celestes. ¡Que tu dulce luz y con ella los sentimientos de concordia y de paz, se derrame sobre todos los seres!