En aquella
noche, Simón Pedro traía a la conversación el espíritu enfadado por extremo
disgusto.
Se había
encolerizado con parientes insensatos y rudos.
Un viejo tío
lo acusara de dilapidador de los bienes de la familia y un primo le amenazaba
con abofetearlo en la vía pública.
Por eso,
estaba con el semblante cargado y austero.
Cuando el
Maestro leyó algunas frases de los Sagrados Escritos, el pescador se desahogó.
Describió el conflicto con sus parientes y Jesús lo oyó en silencio.
Al término
del largo informe afectivo, indagó el Señor:
—Y ¿qué
hiciste, Simón, delante de las arremetidas de los familiares incomprensivos?
— ¡Sin duda,
reaccioné cómo debía! — contestó el apóstol, vehemente. — Coloqué a cada uno en
su lugar. Anuncié, sin rebozos, las malas cualidades de las que son portadores.
Mi tío es un raro ejemplar de tacañería y mi primo es un mentiroso contumaz.
Probé, delante de numerosa asistencia, que ambos son hipócritas, y no me
arrepentí de lo que hice.
El Maestro
reflexionó por largos minutos y habló, compasivo:
—Pedro, ¿qué
hace un carpintero en la construcción de una casa?
—
Naturalmente trabaja — respondió el interpelado, enfadadizo.
— ¿Con que?
— indagó el Amigo Celeste, bien humorado.
— Usando
herramientas.
Después de
la respuesta breve de Simón, el Cristo continuó:
— Las
personas con las cuales nacemos y vivimos en la Tierra son los primeros y más
importantes instrumentos que recibimos del Padre, para la edificación del Reino
del Cielo en nosotros mismos. Cuando fallamos en el aprovechamiento de ellos,
que constituyen elementos de nuestra mejoría, es casi imposible triunfar con
recursos ajenos, porque el Padre nos concede los problemas de la vida, de acuerdo
con nuestra capacidad para solucionarlos. El ave es obligada a hacer el nido,
pero no se le exige otro servicio. La oveja dará lana al pastor; sin embargo,
nadie le exige la ropa lista. Al hombre le fueron concedidas otras tareas, como
las del amor y de la humildad, en la acción inteligente y constante para el
bien común, a fin de que la paz y la felicidad no sean mitos en la Tierra. Los
parientes
próximos, en la mayoría de las veces, son el martillo
o el serrucho que podemos utilizar en beneficio de la construcción del templo
vivo y sublime, por intermedio del cual el Cielo se manifestará en nuestra
alma. Mientras el ebanista usa sus herramientas por fuera, nos cabe aprovechar
las nuestras por dentro. En todas las ocasiones, el ignorante representa para
nosotros un campo de mérito espiritual; el malo es un desafío que nos pone la
bondad a prueba; el ingrato es un medio de ejercitar el perdón; el enfermo es
una lección a nuestra capacidad de ayudar. Aquél que se conduce bien, en nombre
del Padre, junto a familiares endurecidos o indiferentes, se prepara con
rapidez para la gloria del servicio a la Humanidad, porque, si la paciencia
perfecciona la vida, el tiempo transforma todo.
Jesús se
calló y, quizá porque Pedro tuviese aún los ojos indagadores, añadió
serenamente:
— Si no
ayudamos al necesitado que está cerca, ¿cómo ayudaremos a los afligidos que
están lejos? Si no amamos el hermano que respira con nosotros los mismos aires,
¿cómo nos consagraremos al Padre que se encuentra en el Cielo?
Después de estas
preguntas, se hizo en la modesta sala de Cafarnaúm expresivo silencio que nadie
osó interrumpir.