Un punto capital en la Doctrina Espírita es el de las diferencias
que existen entre los Espíritus, desde el doble punto de vista
intelectual y moral; en este aspecto, su enseñanza nunca ha variado;
pero no es menos esencial saber que ellos no pertenecen
perpetuamente al mismo orden y que, por consecuencia, estos
órdenes no constituyen especies distintas: son diferentes grados de
desarrollo. Los Espíritus siguen la marcha progresiva de la
Naturaleza; los de los órdenes inferiores son todavía imperfectos;
han de alcanzar los grados superiores después de haberse depurado;
avanzan en la jerarquía a medida que adquieren las cualidades, la
experiencia y los conocimientos que les faltan. El niño de cuna no se parece a lo que será en la edad madura y, sin embargo, es siempre el mismo ser. La clasificación de los Espíritus está basada en su grado de adelanto, en las cualidades que han adquirido y en las imperfecciones de que han de despojarse aún. Esta clasificación,
además, no tiene nada de absoluto; cada categoría presenta un
carácter nítido sólo en su conjunto; pero de un grado a otro la
transición es imperceptible y, en los límites de la misma, los matices
se esfuman como en los reinos de la Naturaleza, como en los colores del arco iris o también como en los diferentes períodos de la vida humana. Por lo tanto, se puede formar un número mayor o menor de clases, según el punto de vista desde el cual se considere la cuestión. Sucede aquí lo que ocurre en todos los sistemas de clasificaciones científicas: estos sistemas pueden ser más o menos completos, más o menos racionales y cómodos para la inteligencia, pero, sea como fueren, no cambian en nada el fondo de la ciencia. Por tanto, los Espíritus interrogados sobre este punto podrán haber variado en cuanto al número de categorías, sin que esto tenga trascendencia. Algunos se han aprovechado de esta aparente contradicción, sin reflexionar en el hecho de que los Espíritus no dan ninguna importancia a lo que es puramente convencional; para ellos el pensamiento lo es todo, dejando para nosotros la forma, la elección
de los términos, las clasificaciones, en una palabra, los sistemas.
Agreguemos todavía la siguiente consideración que nunca debe
perderse de vista: entre los Espíritus, como también entre los
hombres, los hay muy ignorantes, y nunca se estará bastante
prevenido contra la tendencia en creer que todos han de ser sabios
porque son Espíritus. Toda clasificación exige método, análisis y
conocimiento profundo del asunto. Ahora bien, en el mundo de los
Espíritus, los que tienen conocimientos limitados son –como los
ignorantes en la Tierra– inhábiles para abarcar el conjunto y para
formular un sistema; incluso los que son capaces de hacerlo pueden
variar en los pormenores según su punto de vista, sobre todo cuando una división no tiene nada de absoluto. Linneo, Jussieu y Tournefort han tenido cada cual su método, y la Botánica no ha variado por este motivo, porque ellos no inventaron las plantas ni sus caracteres, sino que observaron las analogías según las cuales formaron los grupos o clases. Ha sido así que también hemos procedido nosotros; no hemos inventado los Espíritus ni sus caracteres, sino que los hemos visto y observado, los hemos juzgado por sus palabras y por sus
hechos, y después los clasificamos por sus similitudes: es lo que
cualquier uno habría hecho en nuestro lugar.
Sin embargo, no nos podemos atribuir la totalidad de este trabajo
como siendo nuestro. Si el cuadro que daremos a continuación no ha sido textualmente trazado por los Espíritus, y si nosotros hemos
tomado la iniciativa, todos los elementos que componen el mismo
han sido extraídos de sus enseñanzas; no nos quedaba más que
formular su disposición material.
Generalmente, los Espíritus admiten tres categorías principales o
tres grandes divisiones. En la última, la que está al pie de la escala,
se hallan los Espíritus imperfectos que todavía tienen todos o casi
todos los grados por recorrer; se caracterizan por el predominio de la materia sobre el Espíritu y por su propensión al mal. Los de la
segunda categoría se caracterizan por el predominio del Espíritu
sobre la materia y por el deseo del bien: son los Espíritus buenos. En fin, la primera comprende los Espíritus puros, que han alcanzado el grado supremo de perfección.
Esta división nos parece perfectamente racional y presenta
caracteres bien nítidos; sólo nos quedaba por hacer resaltar, por
medio de un número suficiente de subdivisiones, los principales
matices del conjunto, y es lo que hemos hecho con la colaboración
de los Espíritus, cuyas benévolas instrucciones nunca nos han
faltado.
Con la ayuda de este cuadro será fácil determinar el rango y el
grado de superioridad o de inferioridad de los Espíritus con los
cuales podemos entrar
en relación y, por consecuencia, el grado de confianza y de estima
que merecen. Además de ello, nos interesa personalmente porque
pertenecemos, a causa de nuestra alma, al mundo espírita –al cual
retornaremos al dejar nuestra envoltura mortal– y esto nos muestra
lo que nos falta hacer para llegar a la perfección y al bien supremo.
No obstante, haremos notar que los Espíritus no siempre pertenecen
exclusivamente a tal o cual clase; ya que su progreso se realiza en
forma gradual y a menudo más en un sentido que en otro, pueden
reunir los caracteres de varias categorías, lo que fácilmente puede
apreciarse por su lenguaje y por sus actos.
Escala espírita
TERCER ORDEN – ESPÍRITUS IMPERFECTOS
Caracteres generales – Predominio de la materia sobre el
Espíritu. Propensión al mal. Ignorancia, orgullo, egoísmo y todas las
malas pasiones que son su consecuencia.
Tienen la intuición de Dios, pero no lo comprenden.
Todos no son esencialmente malos, y en algunos hay más ligereza,
inconsecuencia y malicia que verdadera maldad. Unos no hacen ni el bien ni el mal, pero por el simple hecho de no practicar el bien
denotan su inferioridad. Otros, por el contrario, se complacen en el
mal y se sienten satisfechos cuando encuentran la ocasión de
hacerlo.
Pueden aliar la inteligencia a la maldad o a la malicia; pero, sea
cual fuere su desarrollo intelectual, sus ideas son poco elevadas y
sus sentimientos más o menos abyectos.
Sus conocimientos acerca de las cosas del mundo espírita son
limitados, y lo poco que saben se confunde con las ideas y prejuicios de la vida corporal. Al respecto, sólo pueden darnos nociones falsas e incompletas, pero el observador atento encuentra con frecuencia en sus comunicaciones –aunque imperfectas– la confirmación de grandes verdades enseñadas por los Espíritus superiores. Su carácter se revela por su lenguaje. Todo Espíritu que, en sus comunicaciones, deje escapar un pensamiento malo, puede ser incluido en el tercer orden; por consecuencia, todo pensamiento
malo que nos sea sugerido proviene de un Espíritu de este orden.
Éstos ven la felicidad de los buenos y esta visión es para ellos un
tormento incesante, porque sienten todas las angustias que pueden
producir la envidia y los celos.
Conservan el recuerdo y la percepción de los sufrimientos de la
vida corporal, y esta impresión es frecuentemente más penosa que la realidad. Por lo tanto, sufren verdaderamente no sólo por los males que han soportado, sino también por los que han ocasionado a otros; y como sufren por mucho tiempo, creen que siempre han de sufrir: Dios, para punirlos, quiere que así lo crean.
Podemos dividirlos en cuatro clases principales.
Novena clase. ESPÍRITUS IMPUROS – Tienen inclinación
hacia el mal y hacen de éste el objeto de sus preocupaciones. Como
Espíritus, dan consejos pérfidos, promueven la discordia y la
desconfianza y, para engañar mejor, adoptan todas las máscaras. Se
vinculan a los caracteres bastante débiles capaces de ceder a sus
sugestiones, a fin de arrastrarlos hacia la perdición, y están
satisfechos cuando consiguen retardar su adelanto al hacerlos
sucumbir en las pruebas que enfrentan.
En las manifestaciones se los reconoce por su lenguaje; la
trivialidad y la grosería de sus expresiones, tanto entre los Espíritus
como entre los hombres, son siempre un indicio de inferioridad
moral y hasta intelectual. Sus comunicaciones revelan la bajeza de
sus inclinaciones, y si quieren inducir a engaño hablando de una
manera sensata, no pueden desempeñar su papel por mucho tiempo
y terminan siempre por delatar su origen.
Ciertos pueblos han hecho de ellos divinidades maléficas, y otros
los designan con los nombres de demonios, genios malos o Espíritus
del mal.
Los seres vivos a quienes animan, cuando están encarnados,
tienen inclinación hacia todos los vicios que engendran las pasiones
viles y degradantes: el sensualismo, la crueldad, la bellaquería, la
hipocresía, la codicia y la sórdida avaricia.
Hacen el mal por el placer de hacerlo –muy a menudo sin
motivos–, y por odio al bien escogen casi siempre sus víctimas entre
las personas honradas. Son flagelos para la Humanidad, sea cual
fuere la clase social a que pertenezcan, y el barniz de la civilización
no los libra del oprobio y de la ignominia.
Octava clase. ESPÍRITUS LIGEROS – Son ignorantes,
maliciosos, inconsecuentes y burlones. Se entrometen en todo, y a
todo responden sin preocuparse con la verdad. Se complacen en
causar pequeñas contrariedades y picardías, en chismear y en inducir maliciosamente a error por medio de mistificaciones y travesuras. A esta clase pertenecen los Espíritus vulgarmente designados con los nombres de duendes, gnomos y trasgos, los cuales están bajo la dependencia de los Espíritus superiores, que a menudo los emplean,
como nosotros lo hacemos con nuestros servidores y peones.
Parecen más que otros apegados a la materia y dan la impresión de
ser los agentes principales de las vicisitudes de los elementos del
globo, ya sea que habiten en el aire, en el agua, en el fuego, en los
cuerpos duros o en las entrañas de la Tierra. A
menudo manifiestan su presencia por medio de efectos sensibles,
como golpes, movimientos y desplazamientos anormales de cuerpos
sólidos, agitación del aire, etcétera, lo que los ha hecho acreedores al
nombre de Espíritus golpeadores o perturbadores. Se reconoce que
esos fenómenos no son de ninguna manera debidos a una causa
fortuita y natural cuando tienen un carácter intencional e inteligente.
Todos los Espíritus pueden producir estos fenómenos, pero en
general los Espíritus elevados ceden esas atribuciones a los Espíritus inferiores, porque éstos son más aptos para las cosas materiales que para las inteligentes.
En sus comunicaciones con los hombres, su lenguaje es a veces
espirituoso y chistoso, pero casi siempre superficial; captan las
extravagancias y ridiculeces que expresan con rasgos mordaces y
satíricos. Cuando usurpan algún nombre, lo hacen más por malicia
que por maldad.
Séptima clase. ESPÍRITUS PSEUDOSABIOS – Sus
conocimientos son bastantes amplios, pero creen saber más de lo
que en realidad saben. Al haber realizado algún progreso en diversos puntos de vista, su lenguaje tiene un carácter serio que puede engañar acerca de sus capacidades y luces; pero, a menudo, no es más que un reflejo de los prejuicios y de las ideas sistemáticas de la vida terrestre; es una mezcla de algunas verdades al lado de los más absurdos errores, en medio de los cuales se descubren la presunción,
el orgullo, los celos y la terquedad de que no han podido despojarse.
Sexta clase. ESPÍRITUS NEUTROS – No son ni lo bastante
buenos para hacer el bien, ni lo suficientemente malos para hacer el
mal; se inclinan igualmente hacia el uno como hacia el otro, y no se
elevan por encima de la condición vulgar de la Humanidad, ni moral ni intelectualmente. Tienen apego a las cosas de este mundo, de cuyos goces groseros sienten nostalgia.
SEGUNDO ORDEN – ESPÍRITUS BUENOS
Caracteres generales – Predominio del Espíritu sobre la materia;
deseo del bien. Sus cualidades y su poder para hacer el bien están en
razón del grado a que han llegado: unos tienen el conocimiento,
otros la sabiduría y otros la bondad; los más adelantados reúnen el
saber a las cualidades morales. Al no estar aún completamente
desmaterializados, conservan más o menos –según su rango– los
trazos de la existencia corporal, ya sea en la forma del lenguaje o en
sus hábitos, en los que incluso vuelven a encontrarse algunas de sus
manías; de otro modo, serían Espíritus perfectos.
Comprenden a Dios y al infinito, y gozan ya de la felicidad de los
buenos; son dichosos por el bien que hacen y por el mal que
impiden. El amor
que los une es para ellos la fuente de una dicha inefable no alterada
por la envidia, ni por los remordimientos, ni por ninguna de las
malas pasiones que atormentan a los Espíritus imperfectos; pero,
aún, todos ellos han de pasar pruebas hasta que alcancen la
perfección absoluta.
Como Espíritus, inspiran buenos pensamientos, apartan a los
hombres de la senda del mal, protegen durante la vida a los que se
hacen dignos de su protección y neutralizan la influencia de los
Espíritus imperfectos sobre los que no se complacen en tolerarla.
Como encarnados son buenos y benévolos para con sus
semejantes; no están movidos por el orgullo, ni por el egoísmo, ni
por la ambición; no sienten odio, rencor, envidia ni celos y hacen el
bien por el bien mismo.
A este orden pertenecen los Espíritus designados en las creencias
vulgares con los nombres de genios buenos, genios protectores y
Espíritus del bien. En tiempos de superstición e ignorancia se ha
hecho de ellos divinidades benéficas.
Se los puede igualmente dividir en cuatro grupos principales.
Quinta clase. ESPÍRITUS BENÉVOLOS – Su cualidad
dominante es la bondad; se complacen en prestar servicios a los
hombres y protegerlos, pero sus conocimientos son limitados: su
progreso se ha realizado más en el sentido moral que en el sentido
intelectual.
Cuarta clase. ESPÍRITUS ERUDITOS – Lo que especialmente
los distingue es la amplitud de sus conocimientos. Se preocupan
menos con las cuestiones morales que con las científicas, para las
cuales tienen más aptitud; pero sólo encaran la ciencia desde el
punto de vista de la utilidad, y en ello no mezclan a ninguna de las
pasiones que son propias de los Espíritus imperfectos.
Tercera clase. ESPÍRITUS DE SABIDURÍA – Las cualidades
morales del orden más elevado forman su carácter distintivo. Sin
tener conocimientos ilimitados, están dotados de una capacidad
intelectual que les proporciona un juicio recto acerca de los hombres
y de las cosas.
Segunda clase. ESPÍRITUS SUPERIORES – Reúnen el
conocimiento, la sabiduría y la bondad. Su lenguaje sólo refleja
benevolencia y es constantemente digno, elevado y frecuentemente
sublime. Su superioridad los hace más aptos que a los otros para
darnos las nociones más justas sobre las cosas del mundo
incorpóreo, dentro de los límites de aquello que es permitido al
hombre conocer. Se comunican de buen grado con aquellos que de
buena fe buscan la verdad y cuyas almas están lo suficientemente
desprendidas de los lazos terrestres como para comprenderla; pero
se alejan de los que solamente están animados por
la curiosidad o a quienes la influencia de la materia desvía de la
práctica del bien.
Cuando, por excepción, encarnan en la Tierra, es para cumplir una
misión de progreso y, entonces, nos ofrecen el tipo de perfección a
la que puede aspirar la Humanidad en este mundo.
PRIMER ORDEN – ESPÍRITUS PUROS
Caracteres generales – Influencia nula de la materia.
Superioridad intelectual y moral absoluta con relación a los Espíritus
de los otros órdenes.
Primera clase. Clase única – Han recorrido todos los grados de la
escala y se han despojado de todas las impurezas de la materia. Por
haber alcanzado la suma de perfección de la cual es susceptible la
criatura, no han de sufrir más pruebas ni expiaciones. Al no estar
más sujetos a la reencarnación en cuerpos perecederos, la vida es
para ellos eterna y la disfrutan en el seno de Dios.
Gozan de una felicidad inalterable, porque no están sujetos a las
necesidades ni a las vicisitudes de la vida material; pero esta
felicidad no es de manera alguna la de una ociosidad monótona que
transcurre en una perpetua contemplación. Son los mensajeros y
los ministros de Dios, cuyas órdenes ejecutan para el mantenimiento
de la armonía universal. Comandan a todos los Espíritus que les son
inferiores, ayudándolos a perfeccionarse y asignándoles su misión.
Asistir a los hombres en sus aflicciones, inclinarlos al bien o a la
expiación de las faltas que los alejan de la felicidad suprema, es para
ellos una agradable ocupación. A veces son designados con los
nombres de ángeles, arcángeles o serafines.
Los hombres pueden entrar en comunicación con ellos, pero muy
presuntuoso sería quien pretendiese tenerlos constantemente a sus
órdenes.
ESPÍRITUS ERRANTES O ENCARNADOS
En el aspecto de las cualidades íntimas, los Espíritus son de
diferentes órdenes, que recorren sucesivamente a medida que se
depuran. Con respecto al estado en que se encuentran, pueden
hallarse: encarnados, es decir, unidos a un cuerpo en algún
mundo, o errantes, es decir, despojados del cuerpo material y
esperando una nueva encarnación para mejorarse.
Los Espíritus errantes no forman una categoría especial: es uno de
los estados en los cuales pueden encontrarse.
El estado errante o de erraticidad de manera ninguna constituye
una inferioridad para los
Espíritus, puesto que pueden allí haberlos en todos los grados. Todo
Espíritu que no esté encarnado es, por esto mismo, errante, con
excepción de los Espíritus puros que, al no tener que pasar más por
encarnaciones, se encuentran en su estado definitivo.
Al ser la encarnación un estado transitorio, la erraticidad es en
realidad el estado normal de los Espíritus, y de ningún modo este
estado es forzosamente una expiación para ellos; son felices o
infelices según el grado de su elevación y de acuerdo al bien o al
mal que hayan hecho.