“Orgullo [Del francés urguli, ‘excelencia’, atr. del cat. orgull y del esp. orgullo.] s.m. 1. Sentimiento de dignidad personal, brío, altivez. 2. Concepto elevado o exagerado de sí mismo; demasiado amor propio; soberbia.”
3 – Pequeño Diccionario de la Lengua Portuguesa, por Cândido de Figueiredo (Lisboa-Portugal-Brasil, Sociedad Editora Arthur Brandão & Cía, Rua de la Condesa, 80, s.d., p. 1003):
“Orgullo, m. Sentimiento o estado del alma, donde se forma el concepto elevado, que alguien hace de sí mismo. Soberbia. Pundonor, sentimiento de dignidad personal. Legítima ufanía. (Del ant. Al. Orguol).”
4 – Gran Diccionario Etimológico-Prosódico de la Lengua Portuguesa, por Francisco da Silveira Bueno (Santos, São Paulo, Editora Brasilia, 1974, 6º Volumen, p. 2766)
“Orgullo–s.m. Soberbia, presunción, vanidad, infatuación. Del francés orgoli, a través del esp. Orgullo. En catalán orgull.”
A fin de cuentas, se ha de preguntar el lector: realmente, ¿qué es el orgullo, desde el punto de vista práctico? ¿A través de que medios podré tomar conciencia plena de que soy orgulloso?
Felizmente, en 1994, en Italia, un doctor en letras clásicas y filosofía, profesor de latín y griego–Antonio Poliseno–, escribió I difetti degli altri, lanzado en Brasil, por la Editora Paulus, en 1996 (Trad. De Georges I. Maissiat, Revisión de Iranildo B. Lopes), con el título de Los defectos de los otros.
De este libro, admirable bajo todos los aspectos, vamos a transcribir algunos fragmentos, enumerado por nosotros, tan sólo del Cap. 24 –“El Orgulloso”–, que se extiende de la p. 112 a la 116:
1.”�?l se enorgullece de su altura, de su belleza, del encanto de sus ojos, de la fuerza de sus músculos, de sus virtudes y de su inteligencia. Y voy a parar aquí, pues no sería capaz de enumerar todos dones excepcionales de los que se juzga poseedor y de los cuales se alaba, elogiándose a sí mismo. En una palabra, se enorgullece de sí mismo; y en este ‘sí’ están reunidas todas las prendas de las que se pavonea. Y tal vez fuese un orgullo justificado, si de hecho poseyese todas esas cualidades de las que se jacta y si ese sentimiento no fuese exagerado.
Pero exagera y, más que orgulloso de sí mismo, está lleno de sí mismo; es un orgulloso en sentido pleno, pues posee todas las características de ese defecto tan común como reprobable. Camina con el pecho hinchado, altivo, pisando muy firme y erguido sobre los demás: quien está convencido de que todo el mundo le pertenece, necesita dejar muy evidentes todas las marcas de su presencia. Es verdad que las apariencias nunca son tan solo apariencias, pues al final tendrán que ser apariencias de algo; pero, si su orgullo se limitase sólo a ciertas actitudes externas, menos mal. Sin embargo, el orgullo, es un defecto del alma, invadiendo lo más íntimo de la persona humana; es el vicio de la inteligencia, así como la humildad es su virtud. Pues bien, como la inteligencia es la parte más noble del ser humano, su virtud es la mayor de todas las virtudes y su vicio es el peor de todos los vicios. (....)
2. El orgullo no encuentra hospedaje en una persona de inteligencia equilibrada: ésta se rinde a la constatación de la verdad, que acabó con cualquier presunción. La realidad de nuestras propias limitaciones es el más eficaz de los convites a la humildad. Es de los labios de los científicos y filósofos, esto es, de las personas realmente sabias que se recogen las más sorprendentes manifestaciones condenando cualquier tipo de orgullo. Una cultura que despertase el orgullo no sería una cultura con C mayúscula –que se coloca ante la realidad con la intención de comprenderla–, pues sería una cultura que presta culto a su propio Ego.
3. El orgulloso no se preocupa de conocer la verdad, sino apenas en ocupar una posición en la que pueda ser el centro la norma; libre de cualquier subordinado, pretende que todo esté sujeto a sí mismo.
4. La afirmación de que el orgullo es el padre de todos los vicios no es un lugar común, repetido por el uso, sino una verdad que justifica esa afirmación.
5. El orgulloso posee todos los vicios.
Es egoísta. Coloca su persona en el centro de todo, sirviéndose de una inteligencia incensada por el orgullo para justificar este egoísmo suyo.
Es injusto. De hecho, justicia significa respetar los derechos de los demás, mientras que el orgulloso sólo reconoce un derecho: el suyo, que no le impone ninguna especie de obligación, pues él ignora la correlatividad de los términos y la dialéctica de las relaciones en la vida en sociedad.
Es ingrato. Sólo el recuerdo de cualquier dependencia, próxima o remota, ya lo hace sufrir y se libera de ella rechazándola; mientras que la gratitud envuelve el reconocimiento de que una mano extraña nos ayudó a ser lo que somos. �?l es fruto sólo de sí mismo, pues el orgullo no le permite compartir con otros sus merecimientos. �?l no tiene religión. Quién no admite ninguna dependencia de Dios, ¿cómo podría tolerar que su alma se vuelva agradecida al Creador? El sentimiento religioso se basa en el reconocimiento de que fuimos creados y de que existe un Dios que cuida de todo; sin embargo, el orgulloso, no precisó que lo ayudasen a nacer y tampoco precisa que lo ayuden a vivir: ¡su orgullo cuidará de todo!
Es inmoral. Es incapaz de admitir vínculos morales para su comportamiento quien se juzga superior a las leyes. Sus actos no precisan respetar moral alguna, mas imponen a otros normas morales.
Es fanfarrón. Está siempre hablando de sí, atribuyéndose elogios por hazañas jamás realizadas; expone como proezas actos que solamente su exagerada jactancia considera como tales. Es prepotente, arrogante, insolente y violento.
Y yo podría señalar, no para demostrar que el orgullo es de hecho el padre de todos los vicios, sino por que el orgulloso realmente los posee todos, incluso el de presentarse con actitudes humildes y modestas.
6. Y cuando el orgulloso habla de los otros, lo hace con desprecio y con sentimientos de compasión. Está claro que conversar contigo sobre ti y sobre los otros ya sería un acto excepcional; habitualmente evita la compañía de los demás, incapaces de comprenderlo, recogiéndose a meditar sobre su incomprendida grandeza.
7. Solamente él es capaz de entender su Ego y de dialogar con su orgullo; los otros son míseros mortales que merecen el desprecio o si él hasta quisiera ser benévolo, su compasión. Ya que lo quiere así, déjenlo solito; no lo perturben en la meditación sobre sus merecimientos. De eso se encargará la amarga soledad, que lo punirá por su orgullo. Cuando tuviere necesidad de los otros, no los encontrará. Es el castigo que se merece. Sólo que, entonces, nos acusará a todos de ser orgullosos. Es muy cierto que los defectos de los demás son los nuestros vistos en los otros.
Pero, ¿será que esta meticulosa excavación hecha en el alma vivida del orgulloso estará realmente exenta de un secreto deseo de descubrir en él algo que existe dentro de nosotros mismos?
Está claro que el orgulloso hace mal en acusar a los otros de orgullo; pero, ¿quién de nosotros estará totalmente inmune de un vicio que nació junto con el ser humano y que tal vez lo verá morir? Que no seamos totalmente víctimas de un vicio no significa que estemos totalmente exentos de él. Existen dos cosas irreales: un ser humano que sólo tenga vicios y, por otro lado, un ser humano que sólo tenga virtudes.”
En el Diccionario de Psicología y Psicoanálisis, de Álvaro Cabral (Editora Expresión y Cultura, s.d., p. 272), encontramos esta síntesis para el término Orgullo Neurótico:“Concepto central del sistema de orgullo definido por Karen HORNEY (cf. Nuestros Conflictos Interiores y Neurosis, yDesenvolvimiento Humano) El sistema consiste en la totalidad de atributos neuróticamente evaluados y odiados del yo. La evaluación puede incidir sobre atributos inexistentes o cuando existentes, extremadamente exagerados. Por otra parte, los atributos odiados son generalmente reales y la exageración que los envuelve es una consecuencia de la exageración del mismo sentimiento de odio. Y el orgullo neurótico es el reflejo de una exagerada e irracional evaluación de las supuestas características personales.”
Emmanuel, en el Capítulo 101 –“La cortina del yo”–, de Fuente Viva, recibido por el médium Francisco Cândido Xavier (Rio, FEB, con prefacio datado en Pedro Leopoldo, 11 de febrero de 1956, pp. 231-233), estudiando a Pablo en Filipenses, 2:21– “Porque todos buscan lo que es suyo y no lo que es de Jesucristo.”–, entre otras consideraciones, nos ilustra:
“Por detrás de la cortina del “yo”, conservamos lamentable ceguera frente a la vida. (...).
La antigua leyenda de Narciso permanece viva, en nuestros mínimos gestos, en mayor o menor porción.
En todo y en todas partes, nos apasionamos por nuestra propia imagen.
En los seres queridos, habitualmente nos amamos a nosotros mismos, porque, si demuestran puntos de vista diferentes de los nuestros, aun cuando sean superiores a los principios que abrazamos, instintivamente disminuimos el cariño que les consagrábamos.
En las obras del bien a las que nos dedicamos, estimamos, por encima de todo, los métodos y procesos que se exteriorizan de nuestro modo de ser y de entender, porque si el trabajo evoluciona o se perfecciona, reflejando el pensamiento de otras personalidades por encima de la nuestra, operamos, casi sin percibirlo, una disminución de nuestro interés con los trabajos iniciados.
Aceptamos la colaboración ajena, pero sentimos dificultades para ofrecer el concurso que nos compete.
Si no hallamos en una posición superior, donamos con alegría una fortuna al hermano necesitado que sigue con nosotros en condición de subalterno, a fin de contemplar con voluptuosidad nuestras cualidades nobles en el reconocimiento de largo curso al que se siente constreñido, pero rara vez concedemos una sonrisa de buena voluntad al compañero más rico o más fuerte, puesto por los Designios Divinos a nuestro frente.
En todos los pasos de la lucha humana, encontramos la virtud rodeada de vicios y el conocimiento dignificante casi sofocado por los espinos de la ignorancia, porque, infelizmente, cada uno de nosotros, de modo general, vive buscando su propio ‘yo’.
Entretanto, gracias a la Bondad de Dios, el sufrimiento y la muerte nos sorprenden, en la experiencia del cuerpo y más allá de ella, arrebatándonos a los vastos continentes de la meditación y de la humildad, donde aprenderemos, poco a poco, a buscar lo que pertenece a Jesucristo, en favor de nuestra verdadera felicidad, dentro de la gloria de vivir.”
Que el Divino Maestro continúe bendiciéndonos y podamos, con denuedo, esforzarnos en el sentido de tener conciencia de nuestro propio orgullo, para que, poco a poco, vayamos a ingresar, aun tropezando, en la senda que más temprano o más tarde será frecuentada un día por todos nosotros, ya que el Espíritu progresa siempre y nunca retrograde –¡la de la Humildad!
Por Elias Barbosa