Espiritismo para niños
Autora: Célia Xavier Camargo
Cada uno da lo que
tiene
Daniela, niña de 8 años, deseaba mucho poder
ayudar a las personas.
Había aprendido que todos los seres humanos
son hermanos, hijos del mismo padre, que es Dios, y por eso, tenía ganas de
esparcir cosas buenas por donde fuera.
Cierto día, ella encontró a Celeste, una
vecina con quien jugaba siempre. Eran amigas y extrañó ver a la niña triste y
con los ojos húmedos.
— ¿Por qué estás llorando, Celeste? — indagó
preocupada.
Y la amiga, enjugando los ojos, explicó:
— Mi padre perdió el empleo, y mi madre está
afligida, Daniela. No sé lo que va a ser de nosotros. Todo está difícil allá en
casa. ¡No tenemos nada, ni que comer!
Daniela oyó y también se quedó triste, pero
reaccionó:
— Celeste, no te preocupes. Jesús va a
ayudaros a vosotros.
— Yo sé, Daniela. ¡Pero para ayudarnos, Jesús
necesita de las personas!
Daniela oyó aquellas palabras y quedó callada,
pensando qué hacer. De repente, una idea brillante invadió su cabecita. Ella
decidió qué hacer.
— Celeste, no te preocupes. Jesús os va ayudar
a vosotros.
— Yo sé, Daniela. ¡Pero para ayudarnos, Jesús
necesita de las personas!
Se despidió de la amiga y comenzó a ir de casa
en casa, explicando la situación y pidiendo ayuda para la familia de Celeste.
En la primera casa, el dueño oyó con una sonrisa y dijo:
— No puedo. Además de eso, si él perdió el
empleo es porque hizo algo equivocado. Hallo mejor no meterse,
Daniela.
— ¡No tengo dinero! De hecho, si tuviera no lo
daría. ¡Esa gente es perezosa! — en otra casa dijo una señora.
En la tercera casa, la chica oyó de la mujer
que atendió a la puerta:
— ¡¿Yo?!... ¿Dar dinero a desocupados? ¡De
ninguna manera! ¿Y quién es que va a ayudarme?
Desanimada, la niña se sentó en el bordillo y
apoyó la cabeza con las manos. ¿Qué hacer?
Su madre, que había extrañado la tardanza de
la hija, apareció en el portón y, viéndola desanimada, quiso saber el motivo.
Daniela le contó lo que había ocurrido, y terminó por decir:
— ¡Y ahora, mamá, yo no sé qué hacer!...
La señora se sentó en la calzada, la abrazó
con cariño, después consideró:
— Tú tienes toda la razón, hija mía,
necesitamos ayudar a las personas con necesidad. ¡Pero, si tú piensas así, eres
tú quien tienes que ayudar! ¡Haz tu parte! Y puedes contar conmigo y con tu padre, a buen seguro. Sin embargo,
cada uno es responsable por la propia vida y no podemos obligar a nadie a hacer
lo que no quiera. ¿Entendiste?
— Entendí, mamá. ¡Entonces, si nadie quiere
participar, voy a ver cómo yo puedo colaborar!
Daniela fue hasta la casa de Celeste. Del otro
lado de la calle, vio que, haciendo un coro, varios vecinos conversaban. Ella
pasó y siguió su camino. Llegando a la casa de la amiga, entró y vio a la madre
de ella, inquieta, sin saber qué hacer.
— ¿Puedo ayudar, doña Alice?
— ¡Ah! Daniela, yo necesito buscar legumbres
para la sopita del bebé y no tengo quién cuide de él, pues Celeste está en el
depósito lavando las ropitas del bebé, lo que también es urgente.
— Puede ir, doña Alice, yo tengo cuidado de él
— dijo Daniela, tranquilizando a la señora.
La dueña de la casa le agradeció y salió,
volviendo rápido. Hizo la sopa del bebé, pero no tenía nada para el almuerzo,
ni dinero para comprar. Inmediatamente, Daniela fue hasta su casa, habló con la
madre, y trajo los alimentos necesarios, siendo recibida con un abrazo
agradecido por doña Alice.
Mientras la señora, más animada, hacía el
almuerzo, queriendo ser útil, Daniela barría el jardín. Incomodados, los
vecinos se aproximaron con cara fea, preguntando:
— ¿Por qué estás haciendo eso, Daniela?
La niña levantó la cabeza y respondió con
firmeza:
— Esta familia está necesitando de ayuda, y yo
colaboro como puedo. ¡Cada uno da lo que tiene!
Delante del ejemplo de la niña, los vecinos
bajaron la cabeza, avergonzados. En la misma hora, uno de ellos consideró:
— Bien. Por lo que tú me
contaste, Olívio está desempleado. Creo que le puedo arreglar una colocación en
mi empresa. ¡Así que llegue, voy a hablar con él!
Daniela abrió una gran sonrisa:
— ¡Gracias! ¡Él quedará muy contento y la
familia de él también!...
Luego, otras personas quisieron ayudar y,
satisfecha, la niña fue a contar a la madre que, también sonriendo, consideró:
— Todo eso es resultado de tu esfuerzo, hija
mía. ¿Notaste como tu ejemplo hizo a las personas cambiar de actitud?
¡Felicidades! ¡Jesús debe estar agradecido y contento contigo!