Son muchos los lectores que me piden explicaciones sobre la mediumnidad de desprendimiento.
No sabré definirla científicamente, pero voy a procurarles contar aquello que me pasa conmigo cuando me desprendo, esto es, cuando salgo del cuerpo.
Como sabemos, son muchas las clases de mediumnidades que existen y que todos somos médiums, siendo unos más sensibles que otros.
Ser médium es ser instrumento de los espíritus para comunicarse con nosotros. Es entrar en contacto con el mundo invisible.
¿Y quién de nosotros no se habrá encontrado con espíritus, aunque sea en sueños? Por el hecho de la persona ser médium desarrollada, no quiere decir que sea siempre buena.
Pues hay buenos y malos médiums.
De acuerdo con los sentimientos, son los espíritus que atraemos. Con el auxilio de ellos haremos tanto el bien como el mal. Podemos, así, servir a Dios o a Mamón, aun no siendo espíritas.
Muchos reciben sus buenos o sus malos consejos de forma intuitiva. Otros más desarrollados en la audición, les oyen la voz tan natural como si estuvieran encarnados.
A veces sentimos que parte de dentro de nosotros una idea que nos formulamos. Es esta también una de las formas de la audición.
Algunos son videntes, ven los espíritus con gran facilidad, aun sin concentrarse. Hay también los que ven cuando están de vigilia. Por tanto, existen diversas formas de videncia. Tenemos los psicógrafos mecánicos, intuitivos o inconscientes. Reciben los mensajes de los espíritus.
Los médiums de materialización son muy útiles a la doctrina. Donan el ectoplasma para que el espíritu se materialice entre nosotros, presentándose como eran en la Tierra. Esa es una de las mejores maneras de probarse la existencia del espíritu, empero ni todos precisen «ver para creer».
Otros son de transporte. Lo que es diferente del desprendimiento. En el transporte, el médium se concentra y va para determinado lugar, casi siempre durante la sesión espírita.
Están los médiums de cura. Con el poder de la fe transforman el fluido que retiran del Universo en remedio de gran poder curativo. Así que son numerosas las mediumnidades, pero creo que la de incorporación es de las que mayores servicios presta a los espíritus.
Es por intermedio del médium de incorporación que el espíritu vuelve con mayor facilidad a comunicarse con los vivos.
Hay espíritus que están tan tierra-a-tierra todavía, que sólo consiguen oírnos cuando envuelven al médium. Oyen apenas la voz material nuestra. Al paso que los más esclarecidos nos entienden por el pensamiento. Con todo, la mediumnidad de incorporación es la que más dudas trae al médium, porque en mayor número ellos son conscientes. Saben lo que dicen. Y a veces es cuando se niegan a practicarla, con recelo de mixtificación.
Acontece, sin embargo, que toda la mediumnidad tiende a mejorar, de acuerdo con la dedicación y mejoría del médium. En la medida que él procura su perfeccionamiento moral, se va transformando en instrumento de gran valía, quedando libre de los mentirosos y embusteros que a él tienen acceso. Su fuerza moral es como la coraza que le protege de la mixtificación.
Por más consciente que sea el médium, él se va tornando inconsciente, en la proporción que purifica los sentimientos y que aprende a concentrarse.
La confianza en Dios y la buena voluntad de ayudar al prójimo constituyen factores primordiales para la evolución mediúnmica.
El individuo que así obra no sólo mejora la mediumnidad que ya posee, como va ganando otras de acuerdo con su merecimiento. No adelanta pedir la mediumnidad. Ella vendrá, naturalmente, como premio a nuestra dedicación.
Así, un médium de incorporación puede ser también vidente, audiente, psicógrafo o tener cualquier otra mediumnidad que Dios y los Guías o Mentores crean que le sea útil o que venga a contribuir para el intercambio entre la Tierra y el Espacio.
La dedicación, la fe, el perfeccionamiento moral hacen que mejore cada vez más el instrumento, esto es, el médium.
Lo que no podemos olvidar es que somos instrumentos y que sólo podemos producir bajo la voluntad de Dios y de los espíritus. Solos, nada conseguiremos. Puesto que, en la hora en que nos convencemos de que nos hemos transformado en médiums valiosos, ya fuimos alcanzados por la vanidad, y podremos perder de golpe todas las mediumnidades.
Si también no sabemos evaluar la importancia de la gracia que recibimos y nada hacemos por conservarla, podremos perderla.
Los espíritus que nos asisten nos abandonarán e irán a procurar un instrumento más fiel, más dedicado. Y, muchas veces, quedamos a merced de los espíritus menos evolucionados.
El desarrollo mediúmnico depende mucho de nuestra buena voluntad. Seremos tanto más perfectos instrumentos del bien cuanto mejores nos hagamos espiritualmente. Ahora, lector, voy a intentar contarles algo sobre mi desprendimiento.
Como ya sabemos, comencé con la mediumnidad de incorporación, siendo envuelta por un espíritu sin esperarlo. Desde ese instante llevé muy seriamente mi mediumnidad. Leí mucho sobre la doctrina. Hice todo para mejorar, aunque fuese un poquito mi interior, y todavía continuo luchando con mis imperfecciones. A medida que me esfuerzo y practico la caridad, siento una mayor facilidad en el intercambio con el Mundo Invisible. Después de la incorporación, fui siendo agraciada con la audición, la videncia, la precognición y, por últi-
mo, el desprendimiento. Antes de que mis hijos desencarnaran, ya había salido del cuerpo algunas veces. Pocas en verdad. Siempre para conversar con seres queridos que partían.
Tras el pasaje de Drausio y Diógenes, fue cuando se desarrolló más esa mediumnidad.
Dios me concedió esa bendición, compadeciéndose de mí, en dolorosa prueba materna.
No me desprendo cuando quiero, solamente cuando el Padre Celestial lo quiere.
Todos los encuentros que he tenido con mis hijos fueron Dádivas Celestiales que recibí sin esperarlas jamás.
Nunca sé cuando voy a salir de mi cuerpo. Acontece, siempre, cuando estoy despierta y pretendo adormecer. Salgo. Voy por el espacio. Sé que estoy en trabajo mediúmnico y que mi cuerpo quedó en la Tierra. Siento que estoy despierta.
Cuando eso ocurre debo estar guardada por los Mensajeros, pues nadie se aproxima a mí. Tal vez si eso aconteciese, yo tendría dificultad en volver. Con todo, nada siento. Regreso fortalecida y feliz. Siento que fui alimentada y encomiada espiritualmente.
Algunas veces percibo que estoy en la compañía de algún Amigo de la Vida Mayor. Otras, me veo sola. No tengo recelo. Sé que estoy protegida.
El lector debe acordarse de cuando fui a la «Morada de los que Mueren Pronto». Salí en compañía del hermano Belilo. Sentía que mi espíritu estaba doliente y me apoyaba en el hombro de él. Todos me preguntan si no tengo recelo de quedarme «allá». ¿Cómo podría tenerlo si allí están mis hijos?
Después tengo plena convicción de que sólo desencarnamos cuando nos llega la hora. A no ser que nos suicidemos. Lo que puedo decirles es que debemos de hacer todo lo posible para mejorar la mediumnidad. No sólo para servir en el intercambio entre los dos mundos, sino para nuestro propio bien. ¿Que conformidad mayor podremos tener que la de saber que somos eternos, de que la vida continúa? Esa convicción aumenta a medida que estamos en contacto con los espíritus. Ellos mismos nos vienen a hablar de la vida espiritual.
Es fácil perfeccionar la mediumnidad. Es suficiente que nos esforcemos por «amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos».
OBSERVACION:
Que esta afirmación mía, diciendo que salgo del cuerpo sin esperar, no vaya a servir para el regocijo de algunos científicos que no creen que se pueda aceptar el Espiritismo como Ciencia, por no ser experimental. Dicen ellos que no podemos provocar los fenómenos, que vienen sin ser esperados y, a veces, en presencia de personas no capacitadas para estudiarlos.
Hay un fenómeno que, a pesar de mi oscuridad, provoco cuando quiero, gracias a la voluntad de Dios.
Son los golpes que mis hijos dan en la lámpara, por medio de la cual conversamos y cualquier persona puede oír.
Es lo bastante que lea el Evangelio bajo esa lámpara que se encuentra sobre el guardarropa de ellos. Y, como ése, son muchos los fenómenos espirituales que podemos provocar. El más importante es el de la materialización.
ZILDA GIUNCHETTI ROSIN