En El Libro de los Espíritus de Allan Kardec que contiene
los principios fundamentales de la doctrina espírita
sobre la inmortalidad del alma, se aborda el paso de
la vida al fallecimiento pues éste es inherente a cada
espíritu que pasa del estado físico al estado espiritual.
Es lo que se llama turbación.
He aquí lo que podemos leer en El Libro de los Espíritus
de Allan Kardec: “En el momento de la muerte, primero
todo es confuso; el alma necesita algún tiempo para
reconocerse; está como aturdida, y en el estado de
un hombre que sale de un profundo sueño y busca
darse cuenta de su situación. La lucidez de las ideas
y la memoria del pasado le vuelven a medida que
se borra la influencia de la materia de la que acaba
de desprenderse, y se disipa la suerte de niebla que
oscurece sus pensamientos.
La duración de la turbación que sigue a la muerte es muy
variable; puede ser de algunas horas, así como de varios
meses y hasta de muchos años. La menos larga es la de
aquellos que en vida se han identificado con su estado
futuro, porque entonces comprenden inmediatamente
su posición.
La turbación presenta circunstancias particulares
según el carácter de los individuos y sobre todo según
el tipo de muerte. En las muertes violentas, por suicidio,
suplicio, accidente, apoplejía, heridas, etc., el espíritu
está sorprendido, asombrado, y no cree estar muerto;
lo sostiene con obstinación; sin embargo ve su cuerpo,
sabe que es el suyo, y no comprende que esté separado
de él; se acerca a las personas a las que tiene cariño, les
habla y no entiende por qué no le oyen. Esta ilusión dura
hasta el desprendimiento completo del periespíritu;
sólo entonces el espíritu se reconoce y comprende que
ya no forma parte de los vivos.
Este fenómeno se explica fácilmente. Sorprendido de
improviso por la muerte, el espíritu queda aturdido
por el brusco cambio que se ha operado en él; para
él, la muerte es todavía sinónimo de destrucción, de
aniquilamiento; ahora bien, como piensa, ve y oye, a su
parecer no está muerto; lo que aumenta su ilusión, es
que se ve un cuerpo semejante al anterior por la forma,
pero cuya naturaleza etérea aún no ha tenido tiempo
de estudiar; lo cree sólido y compacto como el primero;
y cuando se le llama la atención sobre ese punto, se
asombra al no poderse palpar.
Este fenómeno es análogo al de los sonámbulos
incipientes que no creen que estén dormidos. Para
ellos, el sueño es sinónimo de suspensión de las
facultades; ahora bien, como piensan libremente y ven,
consideran que no están dormidos. Ciertos espíritus
presentan esta particularidad, aun cuando la muerte
no les haya llegado inopinadamente; pero está siempre
más generalizada entre los que, aun estando enfermos,
no pensaban en morir. Se ve entonces el singular
espectáculo de un espíritu que asiste a su entierro
como al de un extraño, y habla de él como de algo que
no le incumbe, hasta el momento en que comprende
la verdad.
La turbación que sigue a la muerte no tiene nada de
penoso para el hombre de bien; es tranquila y en todo
semejante a la que acompaña un despertar apacible.
Para aquel cuya conciencia no es pura, está llena de
ansiedad y de angustias que aumentan a medida que
se reconoce.
En los casos de muerte colectiva, se ha observado que
todos los que perecen al mismo tiempo no siempre
se vuelven a ver inmediatamente. En la turbación que
sigue a la muerte, cada uno va por su lado, o no se
preocupa sino de los que le interesan”.
Comprobamos pues que este cambio de estado induce
inexorablemente la turbación del espíritu que, después
de todo, es sólo pasajera. Pero hay muchos espíritus
que por diversas razones permanecen largo tiempo en
turbación. El traumatismo ocasionado por la forma
de desencarnación como una muerte violenta por
accidente, un crimen, un suicidio, la guerra, etc., puede
llevar a un espíritu a permanecer en un sufrimiento
psicológico y físico que correspondería a sus últimos
instantes vividos antes de la desencarnación.
Hay otra circunstancia que puede sumergir igualmente
a un espíritu en ese estado de turbación. El apego a
sus bienes materiales le lleva a buscar sus referencias
terrenales y a permanecer en su entorno pasado, es
lo que explica las manifestaciones fantasmales y de
desplazamientos de objetos en los casos de casas
encantadas.
A través de las múltiples preguntas hechas a los
espíritus, recogidas y ordenadas por Allan Kardec,
nos enteramos de que la turbación puede durar
desde algunas horas hasta varios años, que no hay en
absoluto un límite asignado al estado de erraticidad,
pero que aun cuando pueda prolongarse muchísimo
tiempo, tampoco es perpetuo. Tarde o temprano, el
espíritu volverá a empezar una nueva existencia que
le permita proseguir el curso de su evolución.
Algunos de estos espíritus no tienen conciencia de
su desencarnación. Piensan que todavía están vivos.
Desgraciadamente, esa ilusión puede prolongarse
en el tiempo, aunque el tiempo en el más allá de la
materia ya no tiene la misma consistencia. Su más
allá corresponderá entonces a sus pensamientos y
se expresará de manera imaginaria en sus propias
proyecciones mentales. En los casos de muertes
violentas, el tiempo para estos espíritus se detiene y se
convierte para ellos en un eterno presente. El choque
brutal que ha conllevado la sorpresa engendrará
miedos, angustias y sufrimientos. El planeta Tierra es
una esfera inferior y los espíritus que la dejan, en su
gran mayoría no pueden conocer la serenidad y la paz
cuando llegan al mundo de lo invisible.
La conciencia espírita comprometida hoy en día en
la liberación del bajo astral de su turbación y de su
maldad, permitirá así a la humanidad librarse de una
parte de sus males, a estos espíritus cobrar conciencia
de su estado espiritual y en consecuencia a muchos
hombres en la Tierra no sufrir más de ciertos
daños procedentes de lo invisible. Ciertos espíritus
pueden estar conscientes de su muerte, pero siguen
perturbados y perdidos, porque no encuentran en el
más allá lo que se les había enseñado o inculcado. Su
más allá no corresponde a la imagen que se habían
hecho y entonces eso provoca en ellos la turbación.
Podemos decir que en la mayoría de esos casos,
el guía espiritual no puede llegar hasta el espíritu
turbado de su protegido, que no lo percibe, no lo
oye o, por temor, rehúsa escucharle. El espíritu que
se queda en el entorno humano, está entonces cerca
de nuestras vibraciones materiales; son pues los
fluidos humanos, los pensamientos y las oraciones
humanas, los que lo liberan de su entorpecimiento
para impulsarlo hacia su más allá. Desde siempre el
espiritismo ha demostrado que todas las oraciones,
cualquiera que sea su naturaleza religiosa, todos los
buenos pensamientos sinceros, son otros tantos
fluidos dirigidos hacia los desencarnados del astral,
y eso para beneficio de ellos. Eso quiere decir pues,
que todos los hombres y mujeres del planeta Tierra
y que no son espíritas, pero sin embargo creen sinceramente
en la vida más allá de la muerte, envían
buenos pensamientos a sus muertos. Esos pensamientos
no pueden menos que llegar a esas almas
en dificultad, y hacerles el mayor bien.
Hoy en día, dentro de nuestro trabajo espírita,
enseñamos a quien quiera escuchar, que la cadena
fluídica es una acción de amor que debería poder
realizarse para todo fallecido en un último acompañamiento
espiritual al momento de la inhumación.
Podemos ayudar pues a nuestros queridos difuntos
haciendo cadenas de pensamiento, llamadas en
lenguaje espírita cadenas fluídicas.
La cadena fluídica consiste en emitir un pensamiento,
una oración colectiva hacia un pariente recientemente
fallecido, para ayudarlo a franquear el paso
representado por un túnel que lo conducirá en el
más allá hacia su guía y hacia aquellos que ha conocido
y amado, y que le han precedido en la muerte.
Enfrentado a la muerte, ante el fallecimiento de un
pariente, hay una acción simple y determinante al
alcance de todos. Cualquiera que desee actuar por
el pensamiento, puede formar una cadena fluídica
rodeándose de por lo menos dos personas. Tomándose
de las manos, los miembros del grupo forman
un círculo y piensan en la liberación del alma del
fallecido durante unos cuatro a cinco minutos, y uno
de los participantes rompe de golpe la cadena. Una
música apropiada puede acompañar también esta
oración para mantener el recogimiento. Se debe
pensar con fervor en el impulso del espíritu hacia su
más allá, en su encuentro con su guía espiritual. Esta
acción puede ser repetida dos o tres veces los días
que siguen. Evidentemente los participantes deben
ser informados de algunas nociones sobre la turbación,
y también deben cumplir ese acto de pensamiento
con toda sinceridad.
Además, la sesión de liberación permitirá ayudar a un
espíritu o a un grupo de espíritus a alcanzar el más allá,
para proseguir un camino de vida en plena conciencia
y con toda serenidad. A través de un médium, sensible
a las vibraciones de la turbación o del mal, el espíritu
lo envolverá y así expresará, por su intermedio, sus
dolores, sus heridas y sus arrepentimientos. La fuerza
de pensamiento de los participantes y el diálogo de
amor que se mantendrá con él, le permitirán tomar
conciencia progresivamente de su estado, si se trata
de un espíritu en turbación, o de tomar conciencia de
sus faltas, si se trata de un espíritu perverso.
Al final de la sesión, el espíritu, cualquiera que sea,
abandonará el cuerpo mediúmnico más ligero, más
sereno y así podrá llegar hasta su guía espiritual
que lo aguarda y lo espera. Comienza entonces
para todos esos espíritus una nueva perspectiva que
hasta entonces desconocían. A partir de allí podrán
considerar un regreso a la materia para proseguir así
su evolución teniendo plena conciencia de su libre
albedrío que podrán ejercer y hacer así las elecciones
apropiadas a sus deseos para su futura vida.
La comunicación espírita también ha permitido
comprender mejor y analizar mejor lo que podía ser
la turbación. Ciertos espíritus se han manifestado en
sesión espírita y nos han participado lo que vivían
y sentían. Lo más frecuente es que su turbación
corresponda a los traumatizantes últimos instantes
vividos o hasta a su estado de ánimo.