Continuamente estoy recibiendo cartas pidiéndome que pregunte a los Espíritus el porqué de
muchos sucesos verdaderamente interesantes y muchos de ellos terribles. No siempre puedo
complacer a mis amigos o hermanos; unas veces porque no quiero abusar de las comunicaciones para
conservar lo que yo necesito, que es la comunicación para mis trabajos literarios; quiero que los
Espíritus no vean en mí un corre, ve y dile que les moleste con preguntas impertinentes para satisfacer
la curiosidad de la ignorancia.
No; yo cuando interrogo a los Espíritus, es para aprovechar sus
narraciones y trasladarlas al papel publicándolas en los periódicos espiritistas, y de este modo mi
trabajo es verdaderamente productivo, porque son muchos los que leen mis escritos y aprenden en
ellos a saber sufrir y saber esperar.
Otras veces tengo que dar la callada por respuesta, porque el guía de mis trabajos literarios
me dice sencillamente que no siempre se puede uno acercar al fuego (metafóricamente hablando),
pues hay Espíritus cuya historia es tan terrible, y tanta su inferioridad y degradación, que van envueltos
en espesas brumas y su fluido, no diremos que ocasione la muerte, pero sí produce un malestar
indefinible, una angustia sin nombre, y en realidad tendrá que ser así, porque en la Tierra yo he
experimentado sensaciones dolorosísimas cuando, por circunstancias fortuitas, he tenido que ir a
ciertos lugares donde se reunían seres inferiores, o he cruzado calles cuyo vecindario se componía de
mujeres perdidas y hombres degradados.
¡Qué fatiga! ¡Qué ansiedad! ¡Qué repugnancia! Yo creo que el Espíritu también debe sentir
náuseas cuando encuentra en su camino a un ser o seres malvados; podrá, pasada la primera
impresión, dominarse y sentir compasión por los culpables, pero en el primer momento se rechaza con
horror a tales seres inferiores. Yo recuerdo perfectamente que hace muchos años visité la cárcel de
Barcelona; me acompañaba el alcaide y un escribano. Cuando llegamos al patio de la prisión y me
detuve delante de una reja, me horroricé de ver aquel enjambre de hombres abyectos, medio
desnudos muchos de ellos, que se acercaron a la reja, y me pedían cigarros sonriendo estúpidamente.
¡Qué cabezas tan deprimidas! ¡Qué ademanes! Yo volví la cabeza y murmuré con amargura
dirigiéndome al alcaide: ¿y éstos son hombres?
-Pues fíjese en un preso que le voy a presentar, a ver qué sensación experimenta.
Seguimos andando y entramos en una cocina muy limpia; todos sus utensilios estaban muy
bien colocados y brillaban las cacerolas de cobre como si tuvieran un baño de oro. Un hombre
pequeño y rechoncho estaba afilando un cuchillo; al ver al alcaide se cuadró, sonriendo humildemente.
Yo miré, y experimenté una sensación dolorísima, parecía que por todo mi cuerpo me clavaban agudas
espinas y que martillos candentes golpeaban mis sienes. El alcaide (de intento sin duda), le dirigió la
palabra, le hizo varias preguntas para que yo tuviera tiempo de contemplarle, pero me sentí tan mal
que salí de la cocina con presteza pidiendo agua porque me ahogaba, y con vivísima curiosidad le dije
al alcaide:
-¿Qué ha hecho ese hombre? ¿Por qué está aquí?
-Porque ha violado a sus tres hijas y las tres han tenido un hijo, que el padre y abuelo quería
estrangular, pero las tres criaturas se han salvado y él marchará al presidio de Ceuta dentro de
algunos días.
-¡Qué horror! Ahora me explico por qué yo no podía estar cerca de ese hombre.
Pues lo mismo que pasa con los criminales en la Tierra, lo mismo deberá pasar con los
criminales del Espacio; yo lo que sé es que me hacen preguntas a las cuales no puedo contestar
porque, como dice mi guía: Sufrirás demasiado, deja que los muertos entierren a sus muertos. Pero
últimamente me ha escrito un espiritista de México, muy interesado por saber el principio de una
tragedia ocurrida en el Manicomio de San Hipólito en México. En dicha casa de curación entró en
setiembre del año 1894 un enfermo llamado Ambrosio Sásamo. Los médicos dijeron que tenía
intoxicación por la marihuana y manía impulsiva y homicida; de fuerte constitución, muy bien
musculado, tiene ya fuerza hercúlea y domina, sin exageración ninguna, a tres hombres. Pertenece a
una familia de neurópatas. Su madre es una histérica, el padre un neurasténico, y el hijo mayor de
dicho matrimonio es también un enfermo. Ambrosio se ha puesto él mismo el apodo de “el dios de la
Tierra”. En el hospital se hizo célebre por su ferocidad; se golpeaba brutalmente, se desgarraba la ropa
y gritaba: ¿Quién como yo?
Hace poco tiempo que ingresó en el hospital don Antonio Marrón, joven enfermo, pero no de
locura; por un descuido que no se explica, entró Marrón en el patio donde se paseaba Ambrosio,
llevando puesta la camisa de fuerza, acompañado de dos celadores; pero éstos, fueron llamados por alguien y se quedó solo el loco con Marrón, al que debió decirle: dadme la libertad, y Marrón le desató
los lazos que sujetaban la camisa de fuerza y el loco quedó libre y dueño del campo, y sin pérdida de
tiempo, le puso la camisa a Marrón, lo cogió en brazos y se lo llevó a su celda, cerró la puerta y se
quedó solo con su víctima. Nadie puede saber cómo ocurrió el terrible drama entre las tinieblas de la
celda, pero los gritos de los demás locos atrajeron a los celadores, los que vieron horrorizados que
Marrón estaba en el suelo con la camisa de fuerza y los pies atados, y el loco de rodillas ante el
cadáver forcejeaba por extraer una enorme alcayata, que él mismo había incrustado por cuarta vez en
el cráneo de Marrón, y con tal fuerza debió clavarla el loco, que perforó el cráneo del infeliz Marrón y
penetró en el pavimento.
Sujetaron al loco a un interrogatorio, diciéndole:
- ¿Mataste a un hombre?
- Sí, señor.
- ¿Por qué?
- Porque me tienen amarrado y me canso de esta vida; quiero que me pasen a Belén.
- Pero es que estás aquí por encontrarte enfermo.
- No estoy enfermo.
- Sí, estás loco.
- No, señor; no, señor.
- ¿Por qué eres tan malo?
- Porque me tienen amarrado.
- Si te soltaran serías bueno?
- Sí, señor; sí, señor.
Mucho más largo y más explícito es el relato que publica “El Imperial”, de México, del 8 de
junio último, pero con el extracto basta para hacerse cargo del terrible suceso ocurrido en el Manicomio
de San Hipólito.
Epílogo de una historia de crímenes tiene que ser la muerte del infeliz Marrón que, por una
serie de circunstancias inexplicables, tuvo que quedar a merced de un loco terrible que nunca paseaba
solo, al que siempre le acompañaban dos celadores, y acudir a aquel patio, destinado exclusivamente
para esparcimiento de los locos, un joven que estaba muy bien recomendado por un hermano suyo al
director del hospital, que pagaba espléndidamente su pensión, porque era muy rico, habiendo
heredado últimamente los dos hermanos cien mil duros, y entrar precisamente en el patio en el
momento en que los dos celadores dejaban solo al loco, confiados en que éste no podía hacer uso de
sus brazos, mandar el loco, obedecer el cuerdo, y con una rapidez extraordinaria, desarrollarse la
terrible tragedia; esto... no es producto de la casualidad, aquí hay una causalidad espantosa, no se
muere atormentado tan cruelmente sin antes haber cometido un delito semejante. ¿Cuándo lo cometió
Marrón? ¿En qué época? La sombra de los siglos ha borrado las páginas escritas en un libro cuyas
hojas ya no existen. ¡Vana pregunta! Los hechos de los hombre no se borran jamás; en la pizarra del
infinito están escritas todas las cantidades de nuestros vicios, de nuestros atropellos, de nuestros
crímenes; aquellas cifras imborrables están esperando que Dios haga la suma de todas ellas, pero
Dios no la sumará nunca, porque una sola suma significaría la perfección absoluta de un Espíritu y la
perfección sólo Dios la posee.
* * *
“Dices bien (me dice un Espíritu) siempre tendrán los hombre en los mundos y las almas en los
Espacios un cielo más que escalar y un abismo más donde caer; el progreso no tiene límites, el tiempo
no tiene fin, los Espíritus son los exploradores eternos, los trabajadores incansables, los mineros del
Universo, los aeronautas de la Creación; el día de la vida universal no tiene ocaso; la noche del reposo
no existe.
“Ahora bien, en esta historia de las humanidades, cuya primera hoja no se sabe con certeza en
qué época se escribió, abundan episodios terroríficos, al par que encantadores idilios. Dueño cada
Espíritu de emplear su tiempo según sus aspiraciones y sus deseos, se entrega a toda clase de
excesos, mortificando unas veces su carne y otras degradando su inteligencia.
“Ese epílogo de una historia, como tú llamas al suceso ocurrido en un manicomio, tienes razón
al decir que es el desenlace de un drama. ¡Cuántos han tomado parte en él; hace tiempo que vienen
luchando juntos! Cuatro son los actores que han desempeñado su papel en esa escena final, tres que
estaban en la Tierra y uno en el Espacio. A grandes rasgos te trazaré un capítulo de la historia de esos desventurados; no estás tú en condiciones de penetrar muy a fondo en la vida íntima de cuatro Seres
que han adquirido grandes responsabilidades, dejándose dominar por sus indómitas pasiones.
“En una existencia no muy lejana, el que hoy se apellida
feroz, indomable; por satisfacer sus lúbricos deseos, mancilló el honor de muchas mujeres y mató a
traición y frente a frente (según se le presentaba la ocasión) a más de un marido burlado, a más de un
padre desesperado por el deshonor de su hija. Entre los hombres que murieron por sus manos había
un conde que había lavado su honra con la muerte de su esposa y de su única hija, deshonradas por el
matador del conde; éste juró al morir perseguir eternamente al hombre que le había arrebatado su
felicidad, y al encarnar Ambrosio Sámano en la Tierra, su enemigo se apoderó de él y aún no lo ha
dejado.
“Tú dices que para morir atormentado tan cruelmente, se debe haber cometido un delito
semejante, y estás en lo cierto al afirmarlo. El joven que ha muerto, por haberle perforado el cráneo, no
cometió por su mano tal delito, pero presenció gozoso tal martirio, que lo sufrió un caudillo vencido por
su deslealtad y su traición, y el ejecutor de tal crimen fue el Espíritu que juró no abandonar nunca al
que hoy se llama
eslabones los han ido forjando en diferentes existencias. El que hoy ha muerto (al parecer inocente)
tiene muchas páginas escritas con sangre en el libro de su historia, y el Espíritu que obsede al
de la Tierra> se ha vengado del matador y de la víctima, pues los dos le han arrebatado, en otro
tiempo, el honor, la fortuna y la felicidad; y hasta el hermano de la víctima de hoy ha contribuido a la
realización de tal venganza, llevando al pobre enfermo al hospital donde debía morir, y ha sido él quien
le abrió la puerta de tan triste lugar, porque en otro tiempo, siendo él gobernador de una fortaleza
donde gemían prisioneros y prisioneras por mandato religioso, mujeres desdichadas que no querían
abjurar de su religión y querían, al mismo tiempo, conservar su virginidad, estas infelices, tenían que
sucumbir ante las amenazas de hombres opulentos que penetraban en sus calabozos, embriagados y
enloquecidos, y el gobernador era cómplice de tan infames atropellos, dejando entrar a varios
magnates, siendo uno de ellos el que hoy ha muerto a manos del
puertas de una prisión, para que saciara sus brutales apetitos deshonrando a mujeres indefensas, y
después le abrió las puertas de un hospital para que él muriera como había hecho morir a otro, con el
cráneo perforado. Él se rió ayer de los momentos que pasó su víctima al morir, gozó con su agonía, y
el ejecutor de aquella horrible muerte hoy levantó el brazo del que creéis loco, vengándose de los dos.
Todos ellos habían escrito la sentencia realizada hoy. ¿Entonces estaba escrito?, preguntas tú. Sí,
estaba escrito, no por la fatalidad, estaba escrito por la serie de crímenes cometidos por todos ellos. El
que pasa por loco no lo está, es víctima de su enemigo invisible; podrá la ciencia asegurar que
pertenece a una familia de desequilibrados, que él mismo no está, pero tiene horas, tiene días, tiene
noches que ve claro, muy claro, y dice: ¡No estoy loco! ¡No!; no lo estoy, siento que por mis venas
corre plomo derretido, siento que mi cerebro estalla, que una manos de hierro oprimen la garganta, que
tengo sed de sangre, y al mismo tiempo quisiera huir lejos, muy lejos de aquí para vivir tranquilo en los
brazos de una mujer amada.
“Compadeced a las víctimas de sus enemigos invisibles; sufren el más horrible de todos los
tormentos, luchan con verdaderos titanes, cuya fuerza es tan poderosa que el hombre más fuerte de la
Tierra cae vencido.
“Comprendo que sufres relatando tantos horrores, pero todo es útil; así como los anatomistas
hacen la autopsia de los cuerpos inertes para estudiar las enfermedades y los defectos orgánicos que
tanto atormentan a la mayoría de los hombres, también es conveniente hablar de lo invisible, de los
desconocido. ¿No se mira con el telescopio el mar del espacio donde navegan innumerables soles?;
pues los misterios de ultratumba también merecen ser estudiados, porque sin conocer el desconocido
se vive a ciegas, se llega al crimen sin remordimiento; y hora es ya que sepan los hombres que el
infierno y la gloria existen, que no están arriba ni abajo, que los llevamos nosotros mismos, que cada
Espíritu constituye su paraíso y su averno.
“Adiós”.
* * *
Dice muy bien el Espíritu: es de gran utilidad levantar el velo que cubre la vida de ayer; en
verdad que se sufre delatando crímenes, mas si las heridas del cuerpo se curan cauterizándolas,
apliquemos el cauterio de la revelación ultraterrena sobre los vicios incorregibles, sobre las pasiones, sobre los odios, sobre la venganza; pongamos de manifiesto lo malo que es ser malo y lo bueno que
es ser bueno, y si con nuestros escritos un hombre se detiene en la pendiente de sus vicios, ¡bendito
sea el trabajo empleado! ¡Un alma que se despierta y ve la luz, es un nuevo sol irradiando en el
Universo!
dulce y melancólica; ella era casi una niña, aún no sabía llevar el vestido largo; parecía el símbolo de la
modestia y de la humildad, y lo miraba fijamente al elegido de su corazón; me parece que aún los veo,
ella sentada en un antiguo sofá y él sentado en una silla apoyado en el respaldo del canapé, es decir,
en un brazo del mismo. Él la miraba fijamente, y ella con la cabeza inclinada y los ojos medio cerrados,
parecía que estaba magnetizada; ni uno ni otro pronunciaba una palabra, pues cuando habla el
corazón no hay intérpretes para ese lenguaje divino. Ellos se aislaban de tal modo, que aunque
estaban rodeados de la familia de ella y de varios amigos, no se mezclaban en la conversación
general, ni nadie osaba turbar su amoroso éxtasis; inspiraban respeto y admiración aquellos dos seres
que no parecían pertenecer a la Tierra, silenciosos, tranquilos, reservados y tan humildes que no se
atrevían a formular el menor deseo.
Luisa no tenía madre, y esto aumentaba su natural timidez; se veía que en su hogar era una
planta sin raíces, y Carlos era el rayo de sol que vigorizaba su frágil existencia.
Siguieron sus relaciones años y años, y aunque él adoraba a Luisa, por evitar graves disgustos
de familia, especialmente con su madre, que lo quería unir con una rica heredera, y no quería a Luisa
porque ésta era pobre, Carlos, tolerante por excelencia y aconsejado por Luisa que le decía: “No
quiero que le des disgustos a tu madre por causa mía; yo quiero tu alma, no quiero tu cuerpo, yo te
querré siempre lo mismo si permaneces soltero que si le das tu nombre a otra mujer: tu alma yo lo sé
que es mía, tu cuerpo será más tarde poseído por los gusanos; de todos modos tengo que perderte
años o años después; lo que es de la tierra, a la tierra vuelve; yo sé que las almas viven siempre, pues
viviendo siempre, nuestra unión será eterna”. Y Carlos, alentado por estas palabras, recordando la
frase de Dumas (padre), que decía: “La ciencia de la vida es confiar y esperar”; confiando en la justicia
de Dios y esperando el cumplimiento de sus eternas leyes, se consagró a su madre, sin dejar por esto
sus relaciones con Luisa. Diariamente le escribía amorosas epístolas, pues vivían muy lejos uno del
otro, trasmitiendo el telégrafo sus cuitas cuando alguna dolencia le impedía escribir, y así
transcurrieron ¡treinta años!, siendo las cartas de ambos tan apasionadas como en su juventud.
La madre de Carlos llegó a cumplir noventa años, y cuando menos se esperaba, Luisa cayó
gravemente enferma. Sintiéndose morir, pidió que le telegrafiasen a Carlos su alarmante estado, y
Carlos acudió a su llamamiento para recibir su último suspiro, y después de cerrar piadosamente los
ojos de Luisa, aquellos ojos que tan amorosamente le habían mirado, el telégrafo le llamó de nuevo
para que acudiera al lado de su anciana madre que esperaba la llegada de su hijo para morir. Su
misión se había concluído en la Tierra; muerta Luisa, ya no tenía que servir de obstáculo a la felicidad
de nadie.
La muerte de aquella anciana me impresionó profundamente, hasta el punto que como útil
estudio le pregunté al guía de mis trabajos qué lazos, qué historia existía entre Luisa y aquella mujer
que se negó siempre a las súplicas de su hijo (al que tanto quería) y no se ablandó a sus ruegos,
consintiendo en verle triste y meditabundo repitiendo con firmeza: “Lo que es, mientras yo viva no te
casarás con ella”. ¿Por qué tanta oposición? Siendo Luisa de muy buena familia, querida de cuantos la
trataban, porque era un modelo de virtudes, ¿qué abismo había entre esos dos Espíritus que los
separaba, causando la desgracia de dos almas buenas?
* * *
“Veo que olvidas (me dice mi guía), lo que no debieras olvidar, y es que toda causa produce su
efecto, sin que nada pueda impedir o desviar el efecto, una vez producida la causa. Nadie puede eludir
esa ley, por elevado que sea el puesto que ocupe en la escala interminable de la evolución. Lo que hay
arriba es como lo que hay abajo, y la ley es una.
“Carlos y Luisa son dos Espíritus enlazados hace muchos siglos por un afecto poderosísimo;
por eso para ellos los obstáculos terrenales no existen para entibiar su cariño, ¡se aman!, y en esta
palabra está dicho todo.
“En su encarnación pasada se unieron ante los altares y una hija vino a aumentar su felicidad,
una niña cándida y buena, dulce y reflexiva, sensible y apasionada. Un joven del pueblo, un humilde
obrero, logró atraer su atención, y los dos se amaron con delirio, porque el amor es el gran igualitario
del Universo, es el que acorta todas las distancias; pero Carlos y Luisa querían para su hija un potentado, un noble que ciñera a sus sienes una corona ducal, y sus deseos se vieron cumplidos,
porque un noble con muchos pergaminos y un árbol genealógico lleno de escudos de nobleza ofreció a
la enamorada niña sus palacios, sus tesoros y su envidiable posición social; pero la niña contestó
resueltamente:
infiel!>. Y cumplió fielmente su palabra; el humilde obrero fue deportado acusado de traidor a la patria,
muriendo en el destierro, y ella, su fiel prometida, vivió algún tiempo sin exhalar una queja. Sus padres
fueron inflexibles ante su dolor, y la joven murió perdonándoles su ceguera.
“¿Merecerían en esta existencia Carlos y Luisa disfrutar las delicias de un amor
correspondido? No; justo ha sido su sufrimiento y la madre de Carlos ha sido el instrumento de su
martirio; no podía morir antes que Luisa porque era preciso que se cumpliera la ley, ya que por ellos,
en su anterior existencia, murió en el destierro solo y abandonado un ser inocente, y el humilde obrero
de ayer, ha sido la madre inflexible de hoy. Ellos seguirán amándose, ellos conquistarán la tierra
prometida, ellos se purificarán por el sufrimiento y no ejercerán la tiranía con los Espíritus que les pidan
albergue en su hogar.
“La ley no es más que una; el que atropella, él mismo se atropella después; el que abusa de su
autoridad, es víctima de su abuso. De esto se ríen los ignorantes y los orgullosos, pero los hechos los
convencen a su debido tiempo, puesto que no puede ser dichoso el que ha causado la infelicidad de
otro. Adiós”.
* * *
Dice muy bien el Espíritu; no admiten muchos el Espiritismo porque no quieren conocer su
pequeñez y su miseria moral, pero ante la verdad no basta decir: no quiero creer que hay que inclinar
la cabeza ante la sentencia que pronuncia uno mismo, como la inclinaron Carlos y Luisa, que siendo
los dos muy buenos, muy sufridos, muy espirituales, tuvieron que vivir separados el uno del otro sin
poderse liberar del misterioso maleficio que les hacía sufrir una contrariedad perpetua, esperando
durante treinta años el indulto para un delito que ellos no sabían que habían cometido.
¡Cuánto hay que estudiar en la Biblia de la humanidad! Por ella sabemos que todo se paga.
LO QUE DAMOS ES LO QUE RECOGEMOS
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¡Qué malo es ser malo!
Hace algún tiempo que desde Irún, me escribieron diciéndome lo siguiente:
"Amalia; un favor te voy a pedir (si es que puedes hacer). En este Asilo de Irún hay un pobre ser, que al nacer, su primera cuna fue un portal, y el carro de la basura se lo iba a llevar sin saber lo que era; el pobrecito tiene la cabeza como no he visto ninguna de bien formada, la cara no es mal parecida, la boca algo torcida y la lengua sin poder articular bien, pues casi no se le entiende lo que habla, las manos las tiene inútiles, lo demás del cuerpo no le sirve para nada, tiene que andar con las piernas y las manos. Si como estudio puede servir esto, te suplico le preguntes al guía de tus trabajos, a ver si nos puede dar algunos antecedentes sobre este pobrecito ser para que sirva de esperanza".
Al leer el anterior relato me conmoví profundamente, por que, ¿quién no se impresiona ante tal infortunio?... ¡qué modo tan triste de entrar en la tierra!... y aún estaba dominada por una angustia indefinible cuando leí un suelto de varios periódicos que me hizo exclamar: ¡qué modo tan triste de entrar en la tierra! Y ¡qué manera de morir tan horrorosa!... ¡pobres espíritus! ¿qué hicisteis ayer?. El suelto del periódico decía así:
MISTERIOSO CRIMEN.- Un cadáver putrefacto en una cueva, medio devorado por los perros.- En toda la villa no se habla más que del horrendo hallazgo de un cadáver, en circunstancias que recuerdan las de la Huerta de los crímenes de Peñaflor.
Hasta hoy no se han acabado de formalizar las diligencias judiciales, después de la autopsia.
Hace pocos días, los dueños de la hacienda de Segú, situada a tres kilómetros del vecino pueblo de Calafell, notaron que los perros de la masía rehusaban la comida que se les echaba, y como no parecían enfermos los acecharon con la natural curiosidad por saber si vivían de caza, como alguna vez había sucedido.
Así dieron con una cueva, dentro de la misma heredad, donde penetraron tras los perros.
Allí encontraron el cadáver, cuyo aspecto era espantoso. En plena descomposición, como si la muerte datara de más de quince días, los míseros despojos apenas tenían ya forma humana.
El cadáver estaba completamente desnudo y con huellas en todo el cuerpo de haber sido quemado.
Le faltaba el brazo derecho, con todo el pie izquierdo y parte del derecho, todo devorado seguramente por los perros, que han roído además ambas piernas, despojándolas de la carne y dejando el hueso mondo.
Enseguida se declaró el crimen, pues el cráneo está destrozado con un instrumento contundente, suponiéndose sería algún pedrusco.
Avisado el Juzgado de instrucción, se trasladó a la cueva de Segú para la inspección ocular y el levantamiento del cadáver.
El examen minucioso, completado con la autopsia, no ha permitido identificar el muerto, ni aun recoger indicios, como los de las ropas y el cabello, pues todo fue carbonizado.
El único dato probable es referente a la edad, que sería de cincuenta a sesenta años a juzgar por los dientes.
Tal acto de cafrería ha impresionado hondamente a todo la comarca.- C.
¿No es verdad que el anterior relato impresiona dolorosamente? Con verdadera angustia le dije al guía de mis trabajos: Cuéntame, si puedes, algo de estas historias. ¿Por qué el primero no encontró una madre que le acariciara? ¿Por qué el segundo hasta después de muerto sirvió de pasta a los perros? ¿Por qué el primero tiene que arrastrarse por la tierra y habla en vano sin que nadie le entienda? ¿Por qué el segundo no ha merecido ni una fosa para que en ella se disgreguen sus restos?
II
"Tú misma te contestas haciendo la pregunta, tú misma comprendes que deben haber pecado mucho, cuando les ha sido negado lo que se concede al más humilde, una madre para reposar en sus brazos en los primeros años de la infancia, y un hoyo en la tierra para dormir el último sueño (como decís vosotros).
Pues mira; todo es obra de ellos mismos; el que hoy habla y nadie le entiende, ayer habló mucho, ayer fue un tribuno del pueblo, ayer arrastró tras de sí a las masas populares y les dijo: Empuñad vuestras armas, herid sin compasión a vuestros verdugos, incendiad sus moradas, quemad sus mieses, talad sus campos, secad sus fuentes, que no quede piedra sobre piedra de sus castillos feudales, sed los ángeles exterminadores, los vengadores de los oprimidos, reducidlo todo a cenizas y sobre ellas edificaremos las ciudades libres! Pero al mismo tiempo que lanzaba a los débiles a la pelea, delataba a los fuertes los planes de los atormentados por el hambre, y se hacía pagar sus traiciones fabulosamente, y gozaba produciendo la más espantosa confusión, era hombre de grandes y atrevidas iniciativas, pero todo su saber lo empleaba en producir el mal, corría presuroso para adelantar una mala noticia, gozaba haciendo el mal por el mal mismo, por eso hoy no puede hablar, por eso hoy no puede correr, ha corrido tanto para gozar en el dolor ajeno!... ha empleado tan mal su arrebatadora elocuencia!... justo es el castigo que él mismo se ha impuesto! Compadecedle, consoladle. Ay de aquellos que se hacen la justicia por su mano!... y respecto al infeliz que hasta sus restos han sido profanados, en épocas pasadas, cuando el tribunal de la Santa Inquisición estaba en todo su apogeo, él era uno de los inquisidores más afamados por su crueldad, él llevó leña verde a la hoguera donde se quemaban tres infelices doncellas que le debían el ser (clandestinamente) él delató a su propia madre acusándola de hereje. Merecen una tumba esos monstruos de iniquidad? Ellos mismos se la niegan, ellos mismos buscan el castigo de sus crímenes. Esto asusta a los que no quieren comprender que los malvados no pueden ser felices hasta haber pagado sus innumerables deudas.
Hay quien acusa a Dios de cruel porque no quedan impunes tan horribles crímenes, sin querer hacerse cargo que Dios no ejerce el triste papel de ejecutor de la justicia divina; los ejecutores son los mismos culpables. Dios está a mucha más altura, Dios no puede inmiscuirse en las miserias humanas. Si queréis mirar veréis en la misma tierra un ejemplo de lo que os digo. Vuestros grandes sabios, los hombres que pasan su vida preguntando a la Naturaleza, cuándo se crearon las distintas especies que pueblan los bosques, los mares y el aire, y cuándo el hombre se dio cuenta que amaba, que sentía y que deseaba, estos cenobitas de la Ciencia, que viven entregados completamente a sus profundos estudios, hacen vida común con su familia? Toman parte de las rencillas de sus deudos? No; su mundo no es este semillero de bajas pasiones; pues si los hombres científicos, pone su misma ciencia una muralla entre ellos y el vulgo ignorante, se puede creer que Dios esté escribiendo continuamente sentencias condenatorias para castigar a los que infringen su divina ley? No, Dios es la vida! Dios es el amor! Dios es la luz! Dios es el alma de cuanto existe! Dios es la Causa y la Creación es su efecto! Dios es el eterno día! No puede confundirse con las sombras de los delitos. Son los hombres los que a semejanza de las fieras se devoran los unos a los otros hasta que el gran domador (el dolor), los va reduciendo a la obediencia, y les va haciendo comprender que no han venido a este mundo para despedazarse los unos a los otros, para descuartizarse por la adquisición de un puñado de tierra, sino que , muy al contrario, tienen un alma para sentir, para amar, para engrandecerse y elevarse sobre las demás especies que pueblan la tierra, porque los hombres han nacid0 para perfeccionarse, para espiritualizarse, para ser los grandes sacerdotes de la religión, del amor y del deber, religión sin templos, sin altares, sin ídolos, en ella no hay más culto que el amor universal y Dios trazando en el espacio una palabra divina con letras luminosas, esas letras son los mundos que girando dentro de sus órbitas van formando una frase trisílaba: Progreso!...
Sí, progreso, evolución eterna, renovación continua de la vida. Ah! Cuando el alma se abisma en la contemplación de la naturaleza, cuando la admiración más profunda se apodera de nuestros sentidos, qué grande se encuentra a Dios y qué pequeños aparecen los hombres!
Compadeced a los vencidos, rogad por ellos, están en la sombra. Ay de aquellos que viven en las tinieblas!...
Adios.
III
Estoy en un todo conforme con la anterior comunicación; siempre he creído que los hombres nos despedazamos unos a otros haciendo uso de nuestras míseras pasiones, sin que Dios nos premie ni nos castigue: Nos creó para vivir en la luz, nos dio tiempo sin medida para labrar nuestro campo, y como nuestro destino es vivir la verdadera vida, a la luz llegaremos aunque nos detengamos en el mino siglos y siglos.
Septiembre de 1906.
La mayoría de los potentados, suelen sufrir enfermedades incurables; hay millonario en los Estados Unidos, que sólo puede alimentarse con copas de leche en muy corta cantidad; otros no pueden dormir porque se ahogan y tienen millones de renta que no les proporcionan el menor goce, y descendiendo a los más pobres, si algunos son fuertes y robustos, carecen de los más indispensable para sostener sus fuerzas vitales; y se les ve decaer como lámpara que se apaga en el lleno de su juventud; por consiguiente, la felicidad, es una nube de humo que se deshace al menor soplo del viento huracanado de la vida, como se deshace la niebla a los primeros rayos del sol; mas en medio de tantos dolores, los hay de distintos grados: los hay soportables y los hay irresistibles. Hablando hace pocos días con una amiga, esta me decía lo siguiente:
-Hace algún tiempo, que fui a visitar un depósito de aguas, y allí encontré a una familia que nunca olvidaré. Era un matrimonio, los dos eran jóvenes, amables y simpáticos; en su semblante irradiaba el contento; los dos se amaban con ese amor primero que se asemeja a un árbol florido que espera ser más tarde hermoso racimo de sazonados frutos; se unieron por amor, únicamente por amor. El era un modestísimo empleado, ella una humilde costurera, se vieron y se amaron, se amaron y se unieron y al unirse, al recibir la bendición nupcial, él pensó en la llegada de su primer hijo, y ella contemplando a un niño Jesús, pidió a Dios tener un hijo tan hermoso como aquella figura angelical. Un año después, la enamorada pareja se sintió dominada de la más viva y amorosa ansiedad, a fuerza de economías habían comprado todo lo necesario para vestir a un recién nacido: camisitas de batista con preciosos encajes, vestiditos blancos con finos bordados, gorritas liadísimas, todo lo más bello, todo lo más delicado les parecía poco para el niño que debía llegar pidiendo besos con sus sonrisas. Al fin llegó el momento supremo, Áurea sintió los agudos dolores precursores del laborioso alumbramiento y dio a luz a un niño: quiso verle inmediatamente y su esposo y las personas que la rodeaban mustios y callados, parecía que no la comprendían, se miraban unos a otros y cuchicheaban, hasta que Áurea gritó alarmadísima:
-Pero qué, ¿no me oyen? Quiero abrazar a mi hijo ¿está muerto, quizá…?
-No, contestó su esposo, pero…
-¿Pero qué?¿qué sucede?
-¡Qué el niño no tiene ni brazos… ni piernas…!
-Así estará más tiempo en mis brazos, contestó Áurea abrazando a su hijo con delirante afán.
El niño era precioso, blanco como la nieve, con ojos azules, cabello rubio muy abundante, sus grandes ojos tenían una mirada muy expresiva, cuando yo conocí al niño tendría ocho o diez meses y estaba hermosísimo, su madre estaba loca con él y su padre lo mismo, pero este último cuando su esposa no podía oírle, decía con profunda amargura: tanto como deseaba un hijo… y ha venido ¡sin brazos y sin piernas!...
¡Qué injusto es Dios!... si mi hijo fuera rico, menos mal, pero ¡si yo soy tan pobre!...
Créeme Amalia, aquel niño vive en mi memoria ¿qué habrá sido? ¿qué papel habrá representado en la historia? _Yo lo preguntaré amiga mía, por que tu relato me ha impresionado muchísimo; y efectivamente, de noche y de día, pienso en el niño que tanto deberá sufrir si llega a ser hombre, ¡no tener ni brazos ni piernas!... ¡qué horror! Y probablemente será un ser de gran inteligencia, querrá volar con su pensamiento y no tiene más remedio que permanecer en la más dolorosa inacción. ¡Dios mío! ¡Dios mío!..
No es vana curiosidad la que me guía, pero deseo saber si es posible el porqué de tan terrible expiación.
II
Por el fruto conoceréis al árbol” (dijo Jesús) por consiguiente, todo ser que veáis cargado de cadenas desde el momento de nacer, podéis deducir, sin la menor duda, que de todo lo que le falte, hizo mal uso en sus encarnaciones anteriores. ¿Qué no tiene piernas? Señal que cuando las tuvo le sirvieron para hacer todo el daño que pudo, quizá fue un expía que corrió afanoso detrás de algunos infelices para acusarles de crímenes que no cometieron y con sus delaciones antes de tiempo, produjeron innumerables víctimas. Tal vez corrió para realizar sus inicuos planes; al que le faltan las piernas tiene que haberlas empleado en atormentar a sus enemigos, tiene que haber sido el azote de cuantos le han rodeado: carecer de miembros tan necesarios, pone de manifiesto una crueldad sin límites, un ensañamiento en hacer el mal, imposible de describir, unos instintos tan perversos, que atestiguan el placer de hacer el mal, por el mal mismo. ¡Ay de aquel que nace sin piernas!...”
¿Qué no tiene brazos? Quizá sus manos que tan útiles son a la especie humana para hacer con ellas obras de titanes y labores delicadísimas, las empleó para firmar sentencias de muerte que llevaron al patíbulo innumerables víctimas inocentes en su mayoría. Tal vez gozó apretando los tornillos de horribles potros de tormento, arrancando confesiones de infelices acusados, enloquecidos por el dolor; ¡quién sabe si escribió calumnias horribles que destruyeron la tranquilidad y el amor de familias dichosas! ¡Se puede hacer tanto daño con las manos!... con ellas se acerca la mecha a materias inflamables y se produce el devorador incendio, con ellas el fuerte estrangula al débil, con ellas se abofetea y se convierte en fiera al hombre más pacífico y más honrado, con ellas se destruye el trabajo de muchas generaciones. Son los auxiliares del hombre, que con sus manos produce maravillas y aniquila cuanto existe. Cuando se viene a la tierra sin manos, ¡cuánto daño se habrá hecho con ellas!
No hay necesidad de particularizar la historia de este ni de aquél, todos los que ingresan en la tierra, sin un cuerpo robusto y bien equilibrado, son penados condenados a la cadena perpetua, que vienen a cumplir su condena por que no hay apelación ante la sentencia que uno mismo firma en el transcurso de su vida. No hay jueces implacables que nieguen el indulto a los arrepentidos criminales, no hay más juez que la conciencia del hombre, podrá no tener oídos para escuchar las maldiciones de sus victimas, podrá cerrar los ojos para no ver los cuadros de desolación que él ha producido, podrá estacionarse millones de siglos, pero llega un día que a pesar suyo, se despierta y entonces ve, y entonces oye, y entonces reconoce su pequeñez, y entonces el mismo se llama a juicio y pronuncia su sentencia, sentencia inapelable, sentencia que se cumple hora por hora, día por día, sin que se exima del tormento ni un segundo, porque todo está sujeto a leyes fijas e inmutables.
No lo dudéis, los criminales de ayer, son los tullidos de hoy, los ciegos, los mudos, los que carecen de piernas, los que no tienen manos, los que padecen hambre y sed y son perseguidos por la justicia.
Tenéis un refrán que dice: “No te fíes del lisiado por la mano de Dios”, la idea está muy mal expresada, pero en su fondo hay una gran verdad. Si bien se mira, veréis que la mayoría de esos desgraciados, revelan en su semblante la degradación de su espíritu, la diestra de Dios no ha impreso la ferocidad en su rostro, es el cúmulo de sus delitos, son sus malos y perversos instintos los que han endurecido las líneas de su faz; y para esos penados guardad toda vuestra compasión, guiadles por el mejor camino, haced por ellos cuanto haríais por vuestros hijos, porque son los más necesitados, los más afligidos, por que en medio de la mayor abundancia no hay para ellos agua en las fuentes, trigo en los campos, frutos en los árboles, calor en el hogar de la familia, son los judíos errantes de la leyenda, andan siempre sin encontrar una piedra donde sentarse, ¡QUÉ MALO ES SER MALO!. Adiós.
III
¡Qué bien dice el espíritu! Si por el fruto se conoce el árbol, ¡qué malo es ser malo!
Amalia Domingo Soler
Periódico Luz y Unión
Agosto de 1903